Heirmerich, Henry o Harry

Jul 30, 2010 12:39

Él se llamaba Harry, igual que otros tres millones de personas más -incluso pensaba que más-. No tenía nada de novedoso saber que se llamaba Harry, sólo que lo descubrió justo el día en el cual ingresó al jardín escolar, cuando no quedaba ningún nombre por decir, cuando ya habían repetido aquel  “vulgar” nombre más de alguna vez... Cuando simplemente un niño de dos años comprendió que no se llamaba raro, ni muchacho, ni chico, o vagabundo.

Simplemente Harry.

Con el tiempo, el pequeño y vulgar Harry se llamó Harry Potter. No que a tía Petunia le fuera a felicitar por su buena memoria, o estuviera orgullosa que se haya aprendido su nombre, dirección, y teléfono de casa.

Ya habían intentado abandonarlo una vez, y fue por su culpa que llegó a casa.

Harry estuvo sin comer durante una semana, y allí comprendió que la próxima vez que intentaran abandonarlo no decir nada. Los orfanatos eran mejor lugar que la casa.

El vulgar Harry sólo tenía dos años.

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Hoy no fue como todos los días, de hecho, no fue como ninguno de todos sus días. Cumplía cuatro, ingresaba al preescolar con su primo Dudley, sólo que él iba al mejor de la ciudad y él simplemente al gratuito.  Por unos instantes sintió envidia, claro, hasta que se dio cuenta que las señoritas del lugar eran más cálidas y amorosas que tía Petunia, y allí incluso comía mejor.

El simplemente Harry, pasó a ser Harry James Potter, sin querer su profesora le había dicho su segundo nombre, y Harry se sintió  importante, porque sus padres no sólo le habían dado uno, sino dos. Ahora sólo quedaba enterarse de su apellido.

Harry sólo tenía cuatro, cuando Vernon decidió que ya era suficientemente grande para trabajar.

En casa seguía siendo sólo Harry.

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Sólo había una escuela primaria cerca de su casa, era una pública, no la mejor de las públicas pero lo suficientemente buena para que Dudders entrara. Ése mismo día, cuando su primo saltó por las escaleras durante quince minutos, Harry se despidió de sus amigos en silencio, envío una triste mirada a su armario y simplemente decidió continuar con su vida.

Cuando Harry ingresó al curso C de la institución no pudo estar más feliz, Dudley se encontraba en el A -él sabía que tía Petunia había cambiado las pruebas, pero no le importaba, todo sea por estar lejos de Dudley-, pero por lo que había oído escuchar, él era inteligente... Suplantado o no, Dudley no podía quitarle su cerebro y se sintió feliz de eso. Hacer amigos allí era difícil, no porque no quisiera, sino porque su primo los ahuyentaba.

Detestaba a Dudley.

Harry simplemente se quedó allí, esperando que el tiempo transcurriera, que su vida tomara un nuevo camino y simplemente crecer, crecer para vivir.

Él nunca se dio cuenta de la extraña mirada que le enviaba su profesora en particular.

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Harry no creía en la magia, por lo menos, no hasta hoy. Algo muy extraño le había pasado. Su tía le había mandando a cortarse el cabello y había quedado horrorosamente, se durmió completamente desolado y deseando que creciera de nuevo lo más rápido posible.

Al otro día, Harry tenía su matutina melena completamente desordenada.

Cuando regresó al colegio -ya estaba en segundo y sabía multiplicar números, leer y escribir-  su profesora le miró sonriente, y con gran cariño le revolvió el cabello antes de entregarle un libro de cuentos. Harry sabía que se lo tenía que entregar mañana, pero a él no le molestaba leerlo aquel mismo día, le gustaba leer, le gustaba hacer cualquier cosa que lo alejaba de su familia… Familia que supuestamente tenía que quererlo, cuidarlo y criarlo.

Los cuentos de Beedle el bardo

Harry nunca había oído algo similar, por lo cual con una sonrisa guardó el libro entre sus escasos útiles escolares y espero con ansias la salida del colegio para poder leerlo.

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Minerva McGonagall sabía muchas cosas, cosas entre las cuales distaba mucho su punto de vista con el de Albus. Conocía muy bien al hombre, y sabía cuando él quería lograr algo que no era éticamente correcto.

No estimo en darse unos buenos años sabáticos cuando Harry Potter ingresó a la escuela básica, ni tampoco en ocultar su apariencia.

El chico era inteligente, y ella estaba más que encantada en alimentar su curiosidad, así fuera en secreto.

Quizás mañana le entregaría 100 razones de la magia elemental.

Los cuentos de niños siempre eran tan ilustrativos.

Minerva estaba orgullosa de sí misma, porque sabía que hacía lo correcto, aún así a espaldas de todo el mundo mágico.

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“Para mi querido Harry, hijo de reyes”.

Nunca había estado tan sorprendido. Hoy era su cumpleaños, tenía oficialmente ocho, y sus tíos como regalo lo dejaron solo en casa. Era mejor que estar con la señora Figg.

Aquella misteriosa carta había aparecido de la nada frente a sus ojos, con algo que era muy parecido a un libro de cuentos, pero tenía la intuición de que no  lo era. Harry siempre estaba entusiasmado por su cumpleaños, aunque no le dijera a sus tíos, siempre ocurría algo extraño.

El año pasado le llegó un abrigo muy  calientito que lo abrigaba de sus frías noches en el armario debajo de las escaleras. Ni tía Petunia ni tío Vernon preguntaron al respecto, siquiera Dudley, para ellos era normal que tuviera un grueso abrigo que Harry suponía debería costar mucho… Eran sus padres, él lo sabía.

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Cuando pensó en la carta que le llegó, no pudo evitar sentir curiosidad. Él no era hijo de reyes, pero sí sabía que su nombre era de algunos.

Investigó.

La profesora que le trataba tan bien le dio un extraño libro que no tenía réplica, y allí apareció su nombre junto a los de sus padres, por primera vez Harry supo que su padre se llamaba James Charles Potter,  y su madre Lily Evans, el libro narraba aventuras increíbles, y grandes fortunas en una bóveda a los pues de un gran edificio.

Era tan mágico.

Y él se llamaba Harry James Potter Evans, saboreó su nombre en el paladar, y gratificado se dio cuenta de que su nombre real debería ser Henry, en honor a un germánico luchador, aunque sus libros de texto de historia dijeran lo contrario.

Henry el luchador.

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Harry odiaba la magia, porque le hacía daño pese a que no quería, porque lo hacía raro pese no serlo, porque todo en él provocaba la repulsión de sus tíos.

Se acordaba de la historia que la extraña profesora contaba, algo de Heirmerich el mago, supuso que serían locuras, realmente quería creerlas, pero si eso provocaba semanas sin comer y dormir no quería saber nada.

Por primera vez, se dijo a sí mismo, que sólo era Harry, un vulgar Harry más dentro de millones de Harrys existentes.

No era rico.

No era lindo.

No era inteligente.

No era famoso.

No tenía amigos.

No tenía encanto.

No tenía magia.

Y definitivamente ni era Henry el luchador ni Heirmerich el mago.

Sólo Harry... Siempre fue sólo Harry.

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Harry siempre fue un niño astuto, sabía guardar silencio cuando debía, sabía cuándo podía hablar y cuándo debía ocultar sus sentimientos para no salir dañado.

A veces creía que por eso el sombrero seleccionador insistió tanto en mandarlo a Slytherin, pero él simplemente quiso ir con gente honesta, estaba harto de conocer personas con dobles intenciones.

Hizo bien, no dejó de ser él, pero tampoco se quedó pegado.

Conoció el mundo que repudió cuando era pequeño, le fascino, pero también lo asustó.

Y ése anciano… no es que lo odiara, no es que le cayera mal ni tampoco era ciega desconfianza, sino algo más… Más profundo.

Y entonces, cuatro años después de ingresar a Hogwarts descubrió qué era, qué tenía que hacer, a dónde se le necesitaba, qué tenía que arriesgar y dónde tenía que llorar  sangre y para que servía en este mundo.

Harry comprendió su posición en mundo mágico, y detestó ser mago.

Ahora no podía salir.

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Harry Potter miraba desde la ventana de San Mungo, tapado en vendas, dopado en pociones,  y destrozado en vida.

Todo había terminado.

Henry Potter se encontraba agotado, no quería más guerra, no tenía más esperanza, solo quería dormir y no despertar, porque ya de luchador  no tenía nada.

Heirmerich Potter simplemente estaba echado, cansado, sin magia, sin vida, sin futuro.

Ahora quedaba Harry, sólo Harry… Como siempre fue y será.

Un Harry más entre millones de Harrys en el mundo.

Por eso nadie nunca veía a Harry, sólo Harry.

{Notas Finales} Me gusta el Angst, y siempre he tenido la consciencia de que Harry no es un gilipollas, pero supongo que eso ya es Fanom y no Canon.

|autor: Hedoné, -fandom: harry potter, + general

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