Título: Flores rojas
Fandom: Prince of tennis, leve crossover con Pet shop of horrors.
Personajes principales: Oishi, Tezuka, Leon (PSoH).
Género: Amistad, drama, suspenso.
Clasificación: PG-13
Sinopsis: Tras un suceso que no logra explicar, Oishi tiene por certeza hubiese sido mejor no abandonar el departamento, desviar su camino, evitar el autobús y andar entre las calles de Los Angeles.
Palabras: 3,018.
Notas de autor: Antes de presentar la historia, quisiera aclarar los términos de este crossover. Generalmente rehuyo esta clase de lecturas (por hallarlas vanidosas o poco detalladas, por nombrar un ejemplo), pero aún siendo éste mi primer intento en tal género, procuraré entregarles una historia limpia, clara y entretenida. Claro está, si tienen la necesidad de expresar cualquier recriminación, comentario o sugerencia, no se detengan. Como aclaración, el nivel de unión entre ambos universos es prácticamente ínfimo; el personaje central es Oishi como en el resto de mis historias, con la presencia de sus amigos y, en este caso, la aparición necesaria de Leon y ocasionalmente el Conde D. Respecto al universo de Pet shop of horrors y sus integrantes, los iré presentando paulatinamente, conforme los personajes los reconozcan.
I
Al llevar una vida de día a día, tranquila a pesar de las sirenas policiacas y los dragones de tres cabezas, satisfactoria aunque las chicas le evaden y las balas le alcanzan, es en raras y contadas ocasiones que Leon puede permitirse exigencias. Tras el paso de los años, los que le ha tomado escalar pequeños puestos dentro del equipo de investigación, inevitablemente ha aprendido lo que muchos, estancados en el mismo trabajo durante una vida entera, han comprendido antes que él: que el llegar ileso -por no mencionar, vivo- al final de turno es más importante que un par de centavos extra el último viernes del mes. Por supuesto, el reconocimiento sería bienvenido, y Leon está seguro de que merece un nuevo rango, varias semanas de vacaciones para celebrarlo, un aumento de sueldo que derrochar y un mejor departamento al que regresar; pero el cuerpo de policía es tan grande que llega a ser modesto; se comparten casos, sueldos y turnos con la misma habilidad y queja en la que se balancean y registran los fracasos de cada día; y con el lema “Servir y proteger” grabado en la placa, sólo un idiota y un hideputa puede ser egoísta. Leon procura no encajar en la descripción, no frecuentemente al menos, y por supuesto no en horas de trabajo.
Sin embargo, cuando el juez entrega finalmente las órdenes de arresto y cateo, que derivan en redadas, persecuciones, y demasiado pronto, entre chirridos de sirenas por sobre tiroteos, resulta ser el gran caso del mes; Leon sí que patalea y maldice, encerrado en la estación tras el cristal del cuarto de interrogación como se encuentra, observando con antipatía el perfil de un joven tan inmóvil como callado mientras sopesa una única vez la posibilidad de desobedecer órdenes directas del sargento, aún a riesgo de ser esposado a un escritorio durante los siguientes tres meses. Le llevaría apenas un par de minutos amartillar la pistola, brincar las escaleras, tomar su auto y manejar a las bodegas, pero midiendo los pros y los contras, no es sorpresa que aún tras largos segundos de innecesario examen abra el expediente del caso, donde el reporte de dos policías le dice de detalles entre códigos policiales y tecnicismos.
Violación, asesinato; heridas provocadas por arma blanca; autopsia pendiente. Una joven de 25 años en un barrio concurrido a una hora desafortunada, a pocos pasos de un callejón oscuro, probablemente al salir del trabajo. De un momento a otro, en lo que sus ojos se escurren a las instantáneas adjuntas, la responsabilidad gana al narcicismo, y sus dedos repasan las hojas con maestría, memorizando datos en un intento de apaciguar el deseo de entrar al cuarto, tomar al sospechoso del cuello y golpearlo contra la mesa.
Cuando su pulso se estabiliza, puede mirar fríamente el corto récord del sospechoso. Calumnia la minoría de edad del atacante y chasquea la lengua ante su nacionalidad. Conociendo de sobra la influencia del Departamento de Relaciones Exteriores, el detective predice la lucha que dará la Embajada de Japón por negar todo cargo, recuperar al joven y subirlo al siguiente avión en Clase Ejecutiva, en una acción diplomática que días más tarde, analistas políticos darán por acertada. El equilibrio entre ambas naciones siempre es engañoso.
Leon Orcot tuerce la boca en una expresión que es decisión y fastidio al colocarse en pie con el expediente bajo el brazo. Al diablo el alcalde, la embajada, el Departamento de Relaciones Exteriores y el país entero si alguno de ellos pretende dejar a Syuichirou Oishi en libertad.
-¿Ha llegado el traductor?- Leon no da tregua, habla tan pronto entra a la habitación aunque sus dedos descansan en la cerradura. Se dirige al oficial que inmóvil vigila la habitación, aún si sus ojos no abandonan el escrutinio del joven frente al impersonal inmueble; sus manos se deslizan a una silla, toma asiento del otro lado de la mesa y le da la espalda. El adolescente frente a él parecería no inmutarse ante su examen, pero la posición de sus hombros le ha delatado ya.
-No fue necesario, el sospechoso habla inglés.- el detective asiente, siguiendo línea por línea el protocolo. Aún así desvía los ojos en una callada derrota. El juicio podría ser tachado de improcedente por un error, el policía parece desconocer el carácter minucioso de los defensores.
-... ¿le han leído sus derechos?-
-Lo hice personalmente. Ha rechazado la presencia de un defensor, y se rehúsa directamente a que contactemos a sus padres...-
Es una acción metódica aunque instintiva, el que mida aquella decisión sin casi resistirse a sonreír en condescendencia. Negar la defensa de un tercero, arriesgarse a la ausencia de un adulto responsable, es pocas veces debido a la vergüenza y las más el querer demostrar inocencia aún antes de la declaración. Un truco tan simple que resulta lógico; mas poco útil pues sólo consigue engañar a los menos experimentados o vivaces; por no llamarlo planamente estúpido si se considera que Orcot sabe empujar más que ninguno. Satisfecho, da una breve mirada de reconocimiento al oficial antes de ceder una señal de despedida.
-Puedes regresar a tu ronda, me haré cargo desde aquí.- Una corta pausa, luego virar y reposar la vista en el chico. Habla al no encontrar respuesta a su inspección. -Detective Leon Orcot. ¿Tu nombre es...?-
-¡Ah!- el niño parece sorprendido pues levanta el rostro, le observa por primera vez con una expresión de obvia confusión (grandes ojos verdes dilatados), y pronto se torna avergonzado, agacha la cabeza de nueva cuenta. El sudor en su frente y sienes, así como la piel sonrojada, es todo menos discreto. -Oishi... ah, no... Syuichirou Oishi. Mucho gusto en conocerlo... Orcot-san-
Leon enarca una ceja. De no saber mejor y si meses antes el escurridizo Conde D no hubiese explicado la diferencia entre títulos personales occidentales y orientales, habría presionado el asunto. En Japón, por ejemplo, el apellido siempre va antes que el nombre, nunca sin un ‘san’ como prueba de respeto. La pronunciación de su nombre es extraña, y la educación que muestra en su corta reverencia parece excesiva, pero en lugar de corregir, sigue la corriente.
-El gusto es mío. En vista de que te han tomado la declaración preliminar sólo te haré algunas preguntas, que espero contestes únicamente con la verdad. ¿Comprendes que estás en libertad de solicitar un abogado o la presencia de un empleado de Servicios Sociales durante el proceso?- Sólo hasta que obtiene una afirmativa en voz suficientemente alta para ser captada por los micrófonos, continúa en voz pausada, abriendo el récord del caso y tomando una pluma de su bolsillo. -Has declarado que buscabas proteger a la víctima de su atacante, ¿Podrías explicar que hacías en aquél lugar y lo que has visto antes de intervenir?-
Toma largos segundos antes de que un suspiro interrumpa el silencio y el joven alce los brazos en un movimiento casi extenuante, reposando las manos esposadas en la superficie helada de la mesa. Rápido, hay varias preguntas en la punta de la lengua del detective, mas aprieta el bolígrafo entre sus dedos y escribe.
-Iba de regreso al hotel, después de visitar a mi mejor amigo. También pasé al supermercado a comprar algunas cosas, un paquete de galletas, goma de mascar, desodorante...creo que...sí, también unos chocolates, además de una playera y supongo que me quedé más de lo debido, porque cuando salí ya era muy de noche. Pensé en tomar un autobús pero había bastante gente en la calle así que...no lo hice. Estaba cruzando este callejón cuando escuché a alguien llorar y... quise preguntar si se encontraba bien. La estaban lastimando. Este tipo...en realidad le estaba haciendo daño. No supe qué hacer. Le pedí que se detuviera, me metí corriendo y lo empujé antes de darme cuenta. Lo tiré al suelo. La señorita seguía en el mismo lugar, sin moverse, sólo...lloraba y... después me agarró. Me pidió ayuda... me dijo que... que... no quería morir. ¡Y ese bastardo se le fue encima! Aún si no podía ponerse de pie ella sola, la quiso atacar otra vez.-
Aunque consciente de las palabras del sospechoso, fungiendo en esos segundos como testigo, y a pesar de que su mano derecha llena con facilidad huecos dentro de la declaración, apuntando detalles en la forma adjunta, Orcot no pierde presencia del arma de fuego en su cintura; tan sólo espera la señal correcta, aquella que indique Oishi ha perdido finalmente el control y el teatro en el que parece sostenerse con desenvoltura, manejando sus palabras entre concentración, tristeza, arrepentimiento, furia y ansiedad, finalmente se derrumbe. Los ojos verdes ahora no le pierden de vista, y los movimientos antes controlados se vuelven erráticos, lo dice la cadena que une sus manos y golpea la mesa cada tanto. Hace instantes que ha movido los dedos para retirar el sudor de su rostro, la yema de sus manos borrando lágrimas que no han caído aún, en cambio tintando de rojo su piel en un rastro poco agradable. -Me puse en medio y...- Finalmente, una pausa. Oishi suspira, parece pensar las cosas y los trazos bestiales que Leon por un segundo hubiera jurado encontrar en sus ojos, se desvanecen. -Peleamos. Pero no pude... sólo... conseguí golpearle un par de veces antes de caer al suelo. Creo haberlo pateado, después... se cayeron un par de cajas que había cerca y él salió corriendo.-
-¿Es por eso que tienes las manos llenas de sangre?-
-¿...qué, a qué se re...?-
Demasiado simple, el movimiento que hace Syuichirou, bajar la cabeza y observar sus dedos, horrorizado con el resultado de su curiosidad, tal si hubiera olvidado el carmesí que cubre la piel de sus antebrazos, muñecas y dedos, el indicio de salpicaduras que ha llevado a su rostro y cuello en un descuido. Sin embargo, no tarda en recuperar la compostura. -Es de la señorita...- Explica con una voz falta de la calma y furia combinadas minutos antes; es por el contrario automática, tal si memorizada, y sin embargo, hay miedo en la mirada que no observa a ninguna parte ya. Sin usar tinta, el detective no pierde detalle. -Me pidió que no la dejara. Alcancé a llamar al 911 y... yo sólo... quise cubrir sus heridas. Si presionaba con suficiente fuerza podía parar la hemorragia. No sé qué hice, creo que...no fue suficiente. Seguía llorando, sin importar lo que decía...-
Traga en seco, Leon no está seguro de lo que oye, parece que el acusado ríe entre quejas, sólo para llorar al retomar sus palabras. -...estaba hablando en Japonés. Soy un imbécil. Apenas y...apenas y pude dar una dirección cercana a Emergencias...- un silencio pronunciado y pesado, en el que Oishi quiere calmarse sin conseguirlo, es el mismo en el que el hombre espera con varias cuestiones en el paladar, ya no tan seguro de lo que observa, lo que oye y dice, y él también busca la integridad que ha perdido en el proceso. De los dos, el último es el primero en recuperarse, son años de experiencia y la falta de tiempo para un juicio detallado los que ganan a la empatía.
-Se llevaron tu playera a Evidencias ¿cierto?- Obtiene una respuesta afirmativa que es confirmada en el reporte, y, finalmente Leon no tiene más tiempo que perder. -Bien, tienes que responder una última pregunta.-
Es lo que se recoge después de la Academia lo que Orcot más valora en su aprendizaje: la perfección del estudio de los acusados, el análisis de las víctimas, el minucioso proceso de las evidencias; es decir, el camino que le lleva a una respuesta concluyente, las causas y circunstancias espaciales de un crimen. No es lo que está en los reportes sino lo que dicen los ojos de los demás, no lo que estos hablan sino lo que optan por callar, es conectarlo todo con las pruebas, leer entre líneas, guiarse por impulsos, corazonadas, lo que en las féminas que adora es sexto sentido y en él es instinto en su más pura expresión. Así que no duda en preguntar crudamente: -Dime la verdad, ¿tú la mataste?-
-¿...qué...?- Por un segundo el hombre cree que sonreirá nerviosamente, fingirá demencia y procurará esconder las manos bajo la mesa, pero aunque no tiene razón, la respuesta del otro no le toma por sorpresa; estaba lejana de ser la única posibilidad. -¿Murió? ¿Está...?-
Otra vez tiembla, el mayor simplemente parpadea y del archivo toma las fotografías del crimen.
-Dieciséis heridas en abdomen, rostro y piernas. ¿De verdad creías que seguía viva?- Parece observar las instantáneas un par de segundos, y con un movimiento suave las desliza al otro lado de la mesa, ya varios dedos temblorosos las alcanzan. -¿Era tu novia? Un poco mayor para ti ¿no es así? Veinticinco años... ¿O es que no quiso salir contigo? No la culparía, aún eres un niño, por... ¿un mes, Syuichirou? Sin duda, un buen motivo para salirse de control; tener a una chica tan hermosa cerca y no obtener ni siquiera una cita...-
Ahora sí que Leon se muerde la lengua, al dar cuenta que está en terreno peligroso, el saber que ha sido rechazado tantas veces como ha ofrecido citas ese año no ayuda en nada a su autoestima. Pero aún si ha presionado demasiado el resultado es el esperado, y de nueva cuenta la expresión triste del niño se transforma, confirmando su hipótesis, los ojos verdes bajo mechones azabache se abren, dilatan, pronto entrecierran con furia, aún cubiertos de lágrimas. Se forman arrugas al inicio de la nariz, a un lado de los ojos, y la boca antes tranquila o sollozante muestra dientes entre labios partidos.
-¡Cómo podría hacer tal cosa! ¡¿Qué...qué clase de persona...?!- los ojos verdes descienden a la mesa. Las fotografías aún descansan ahí, la joven en ellas yace inerte, en la primera iluminada por un par de lámparas de mano en el callejón, con la larga falda negra y blusa rosa de cuello alto hechas jirones entre un charco de sangre; la segunda en una camilla, probablemente a bordo de una ambulancia. Está muerta.
Syuichirou reacciona de la única forma en que su cerebro es capaz durante los instantes de su locura: Se pone de pie, y con las manos esposadas vuelca la mesa.
II
Tiembla. Sus manos por el esfuerzo, sus brazos por la furia, los hombros muestran pura tristeza, las piernas ansiedad, su estómago brinca más que moverse erráticamente y aunque su garganta se ha cerrado tras tantas lágrimas derramadas, está por vomitar. Hay miedo en sus ojos mas no pide a los hombres frente a él que no disparen ni busca prometer comportarse y cooperar. Francamente podría permanecer en aquél cuarto durante el resto de sus vacaciones en Los Ángeles, sin rechistar, si tan sólo alguien tuviese el conocimiento y la paciencia de explicar lo sucedido.
Oishi no posee el entendimiento aunque sí los crudos hechos: Una mujer herida, un hombre que huye, él en medio del todo, lleno de sangre, antes de ser entregado como cordero de sacrificio a la policía. Alguien le acusa, él se sale de control. Nuevamente tiene ganas de gritar.
-¿Por qué...estoy vivo?- murmura bajo sus dedos, en su lengua materna; por supuesto nadie le escucha, y aún de hacerlo no le comprenderán.
-Es suficiente, bajen sus armas.- alguien a espaldas del detective y los policías que han irrumpido en su ayuda tras el alboroto, pronuncia. Nuevamente en Inglés, sin el marcado acento que Oishi utiliza más por costumbre que incapacidad, aunque es fácil ver que comparten nacionalidad. -La Embajada de Japón reclama al testigo del presente caso. Si su participación en este lamentable incidente es de cualquier forma distinta a la que las pruebas han señalado hasta el momento, podrá ser llamado para una segunda declaración, bajo previo arreglo con nuestra Embajada, por supuesto; sin embargo...- un par de hombres se acercan a Syuichirou tan pronto estas palabras son pronunciadas con amable sentencia, le ponen de pie y una chamarra es deslizada sobre su cuerpo. -...cualquier acoso a su persona será pertinentemente castigado.-
-Maldición...-
Syuichirou difícilmente registra la palabra susurrada entre el movimiento del frío cuarto, o el ser guiado en inseguros pasos por los empleados de la embajada, pero sus ojos no se desvían de la figura imponente que es el Detective Orcot, quien a pocos pasos de la puerta contesta su escrutinio con una mirada de decisión y una única advertencia, acentuadas por el revólver que sostiene entre los dedos. -Esto no ha acabado.-
Oishi olvida el deseo de ayudar a recoger la mesa, devolver las sillas a su lugar y ordenar el archivo cuando le retiran las esposas y escoltado en un elegante coche negro, abandona la delegación; los ojos azules, furiosos y sagaces son un asunto muy distinto sin embargo, parecen acompañarle durante el entero recorrido al hotel.
Deja las luces prendidas, las dos lámparas flanqueando la cama de sábanas oscuras en la que se encuentra acostado le roban parte del sueño, pero le otorgan la calma de permanecer en un estado somnoliento de seguridad, casi como dormir con un ojo abierto, como suele bromear respecto a Tezuka, aunque hay poco de qué reír en estas circunstancias. Fuera del cuarto, en la aldaba cuelga la señal de “No molestar”; dentro, la puerta está atrancada con una silla, las cortinas echadas, las ventanas aseguradas y la televisión prendida a volumen bajo. No quiere estar solo, aún menos en silencio, pero son las dos de la mañana y la única persona con la que podría hablar se encuentra afortunadamente dormida, descansando la noche antes de su práctica de tenis y la conferencia de prensa. A pesar de la noche que ha pasado, y de formalmente arrepentirse de dejar el departamento en que por largas horas han hablado, no posee el atrevimiento de despertar a su mejor amigo.
Se limita a mandar un mensaje a su celular, del que no espera respuesta sino hasta el mediodía:
“Pasó algo. ¿Podemos vernos antes? Una hora es suficiente.”
Y sin más, Oishi permite que el sueño le arrastre a un mundo donde las lágrimas, la sangre y el odio están extintos.