TÍTULO: Sublimación
FANDOM: Bones
PAREJA: Hodgins/Sweets
RATING: R
SPOILERS: situado en 4x26, así que SPOILERÍFICO y eso
NOTAS: Vamos a hacer como que yo sigo este fandom y que no sólo he visto unos cuantos capítulos sueltos. Bueno, no, mejor vamos a atenernos a que no sigo este fandom y que esto probablemente esté tremendamente OoC, pero coño, para algo sirven los AUs. El caso es que me hicieron ver la final, y después de comprobar (ABSOLUTAMENTE INDIGNADA) que el Hodgins/Sweets era prácticamente inexistente, pues me puse a escribir un rato. Esto es básicamente por y para satisfacer mi fijación oral, qué puedo decir.
Comienza a ser habitual en algún punto entre los dos últimos meses. Jack es un tío triste, lo sabe él, lo sabe todo el mundo. No triste en el sentido de estar sumido en algún tipo de angustia existencial, aunque sí en parte. Eso explicaría la gabardina, y el look de dejadez constante, de escritor bohemio desencantado con el mundo. Quizá sólo es influencia noir y demasiadas obras de Raymond Chandler. El caso es que Jack es un tío triste, y eso es atractivo. Porque es complejo y distante, y a la luz de demasiadas copas de más y un club nocturno, atrae compañía de forma inconsciente. Es así, Jack no inventó las reglas. Y esta cosa que tienen, sin complicaciones y sin expectativas, es tan sólo otra forma de inspiración, y una amena manera de pasar el rato.
Lo cierto es que Sweets no le cae del todo mal. Es decir, es un crío arrogante y con aires de superioridad, con ese omnipresente y terriblemente irritante buen humor. Le mira como si viera a través de él, y eso le incomoda. Le incomoda mucho. La manera en la que se comporta como si tuviera la clave del comportamiento humano en la punta de la lengua. Jack muchas veces se limita a beberse su copa y tragarse algún que otro ácido comentario sobre el hecho de que trabaja en un bar, y no en un gabinete psicológico. Pero dentro de lo que cabe, no está mal.
Y luego está lo otro.
Lo superficial, lo físico.
La primera vez que Jack se encuentra pensando en sus labios no es exactamente repentino o sorprendente. En primer lugar por el (evidente) estado de ebriedad. En segundo lugar porque se trata de una cualidad destacable. Probablemente lo primero que catalogas en él. El rostro infantil y la piel rosada y los labios gruesos. Gruesos y suaves, lisos y demasiado rojos, como si alguien hubiera pasado los últimos minutos suavizándoselos a base de mordiscos. Son destacables, simplemente. Por eso no resulta en absoluto sorprendente cuando Jack se encuentra analizándolos con detenimiento. Apoyando la copa contra sus propios labios, sin beber, y humedeciéndoselos con la punta de la lengua. Recorriendo el contorno de la boca de Sweets con la mirada y pensando en cuánta presión, cuanta saliva debería aplicar para acabar de enrojecerlos, para acabar de desgastarlos a mordiscos.
Eso último resulta algo más sorprendente, pero no tanto, en realidad.
Jack está cómodo con esos pensamientos. No respecto a Sweets en específico, con esos pensamientos en general. Son una fuente de fascinación más que de frustración. Por eso se permite tenerlos, por eso se permite profundizar en ellos. Y el alcohol ayuda, por supuesto. También esa manera que Sweets tiene de mirarle como si hubiera bebido lo suficiente y no decirle nada, de morderse los labios y apartar la mirada para seguir limpiando la barra. Jack observa, porque no tiene otra cosa que hacer. Y sabe que eso incomoda a Sweets, porque él no es el único que disfruta poniendo nervioso a la gente, y Jack sabe un par de cosas sobre el comportamiento humano también. Incluso si lo suyo es más fantasía que otra cosa.
La incomodidad, el nerviosismo, no les impide acabar empujándose en el baño del bar. Jack casi tambaleándose mientras le arrastra hasta allí, intercalando besos que apestan a alcohol con una risa seca ante la casi cautela de Sweets. Sweets, que es el niño bueno, que no quiere decepcionar a Mister B, porque probablemente este sitio es todo lo que tiene ahora. Jack puede identificarse con eso, con focalizar toda su vida en un solo momento, en un solo lugar o una sola persona. Y se lo comenta contra la comisura de los labios, que está borracho y que no deberían, y Jack le dice que no significa nada, mientras le saca los faldones de la camisa fuera de los pantalones.
No lo significa, en realidad. Jack está borracho y está harto de todo (de su trayectoria profesional, o de la existencia en general. Recordemos que es un tipo triste) y lleva demasiado tiempo pensando en si los labios de Sweets serán tan suaves al lamerlos como parecen a una distancia normal. Lo son, lo son y saben a algo azucarado, pero alcohólico. Jack no sabe identificar qué es, pero se apunta preguntarle cuando terminen esto y vuelvan a ser ellos. No odiándose, pero manteniéndose a una distancia prudencial e indiferente.
El bar está vacío a estas alturas. Cerraron hace quince minutos, pero Jack siempre permanece allí más tiempo del que debería. Ventajas de conocer a los dueños, aunque no sabe qué dice eso de él. Que le gustan las copas gratis, quizá.
Jack le empuja dentro del cubículo y cierra la puerta de un golpe seco, tanteando en busca del cierre aunque no haga falta. Sweets le ayuda, con el pulso más firme que el suyo y cerrando los ojos cuando Jack se coloca a su espalda, cuando le lame desde la curvatura del cuello hasta el comienzo de su mandíbula. Espera a escuchar el clic del cierre antes de girarle de nuevo, espalda contra la puerta y respirándose encima. Jack diría que Sweets está acalorado, pero siempre ha sido algo difícil de distinguir, y Jack nunca ha querido preguntar. Después de todo, es un polvo. Es una de esas anécdotas estúpidas de borrachera. Jack tiene tantas de ésas que ha perdido la cuenta, pero pocas han terminado en la consecución de endorfinas. Al menos el crío puede jactarse de eso.
Espera en silencio, como si alguien les hubiera colocado en pausa. Sweets parece contener la respiración, expectante. La mirada de Jack baja de forma inconsciente por su rostro. Recorre la piel enrojecida despacio, hasta llegar a la curvatura de sus labios. No lo suficientemente húmedos de saliva, en su opinión. No lo suficientemente desgastados o enrojecidos. Porque observándole así, apenas parece que le haya tocado. No después de haber pasado días analizándole, grabándose esa imagen en la memoria y pensando en todas las utilidades de esa boca. Jack duda que baste un polvo rápido en el baño del bar, pero por esa noche está bien. Así que respira sobre su rostro y recorre los labios de Sweets con el pulgar despacio, casi como si tratase de clasificar la textura. Sweets le observa de esa manera que le hace pensar que trata de desentrañarle, como si hubiera algo que no encajase en Jack, o en esa escena. Como si fuera algo más que alcohol y una obsesión malsana acumulada a lo largo de demasiados días. Pero deja que su lengua acaricie el pulgar de Jack y parece esbozar una pequeña sonrisa arrogante.
A lo mejor porque lo entiende, lo que Jack necesita. Y cuando esté sobrio, probablemente le pregunte. Quizá Sweets pueda explicárselo, porque lo que es Jack no tiene la más remota idea.
Sweets muerde su pulgar con suavidad, agarrándole la mano casi sin fuerza. Y tiene las manos calientes, la piel suave. Jack continúa inclinado sobre él, aprisionándole contra la puerta y negándose a cualquier otro movimiento. Sin apartar la mirada de sus labios, de esa forma casi hipnótica en la que su pulgar desaparece en la boca de Sweets. Mordiendo sin fuerza, haciéndole cosquillas con la lengua. Y esos labios, definitivamente no lo suficientemente rojos.
Se relame despacio, con la garganta seca e inclinándose unos milímetros contra Sweets. No llegan a rozarse. No es frenético, como cuando entraron. No son empujones y frotarse como si fueran desconocidos y estuvieran ligeramente desesperados. Y quizá Jack está desesperado, pero tiene la sensación de que esto no va de eso. En su lugar sus labios se curvan en una sonrisa que es casi imperceptible, y Sweets baja la mirada.
No le cuesta demasiado bajar la mano y dejarse empujar contra la otra pared del cubículo. Sweets parece extrañamente decidido, extrañamente confiado. Una de esas pocas ocasiones en las que no es sólo un crío que trata de agradar a todo el mundo, sino que realmente ve a través de ti. No un truco barato, sino la realidad. Que ve lo que hay debajo y une las piezas y lo entiende. Y eso es exactamente lo que incomoda a Jack, pero es fascinante lo poco que le cuesta dejarse llevar por ello. O enterrar los dedos en el pelo de Sweets cuando éste se arrodilla, con una pequeña sonrisa nerviosa en el rostro y sin vacilar.
Jack contiene la respiración cuando le desabrocha el cierre de los pantalones. Sweets le mira desde abajo, labios entreabiertos y casi pidiéndole permiso en silencio. Jack quiere decir algo sarcástico, o quizá simplemente golpearle. Como si no le hubiera dado permiso ya al arrastrarle allí, como si no llevase días dándole permiso, observando, analizando y catalogando en silencio. Pensando en esto, en Sweets de rodillas y lo jodidamente caliente y húmeda que debía estar su boca. Los gruñidos que contendría con Jack enterrando los dedos en su pelo y conteniéndose para no embestir en su boca.
Excepto que no, se recuerda. Porque esto es producto del alcohol y no significa nada, y debería mantener eso en mente.
Así que respira hondo, frustrado y tratando de no fijarse en que la mano de Sweets sigue apoyada contra su pantalón y le cuesta no moverse contra ella, no buscar algo de fricción por encima de la ropa. Asiente despacio, para que se quede contento y empiece de una vez. Sexo. Repentino. Ebrio. Sweets debería saberlo, en lugar de... Jack se lo dijo, Sweets debería saberlo, en lugar de observarle mientras le baja los pantalones, los calzoncillos, y como si esto fuera algo más.
Gruñe al primer contacto repentino, brusco. Sweets le toca como si realmente no supiera exactamente lo que está haciendo, y Jack lo aprecia, porque comenzaba a sentirse como el único perdido en esta escena. Pero realmente no es complicada, la mecánica. Por mucho que Sweets le agarre con cautela, tocándole despacio como si tratase de comprobar qué le hace gemir, qué le hace gruñir en aprobación. Necesita directrices, por supuesto. Las manos de Jack se tensan entre su pelo, corto, pero lo suficiente como para que Jack tenga algo a lo que aferrarse, un medio de guiarle que no sean los jadeos, o ese gemido ahogado que deja escapar la primera vez que la lengua de Sweets le roza.
Le cuesta entenderlo, en realidad. Que sea la primera vez, cuando es evidente que la boca de Sweets ha sido diseñada para algo como esto. Se humedece los labios con la punta de la lengua y Jack es incapaz de no mirar, de no observar como si tratase de aprenderse cada segundo de esta interacción. Y es más evidente que nunca, lo malsano de esto que están haciendo, lo malsano de todo lo que Jack planea hacerle. Porque al parecer no es suficiente, los labios de Sweets cerrándose en torno a su polla y haciéndole echar la cabeza hacia atrás, contra los azulejos del baño. Mordiéndose los labios y olvidando que en realidad están solos en el bar, a efectos prácticos. No hay nadie que pueda oírles, y joder, Jack podría hacerle gritar si quisiera.
Guía el ritmo despacio, murmurando maldiciones entredientes y concentrándose en no moverse demasiado rápido, en no buscar ese calor y esa humedad a embestidas. Y tiene que detenerle en algún momento, porque sí, al parecer esto no es algo que Sweets haga todos los días, y el entusiasmo no lo es todo. Se retira al “cuidado” de Jack, y murmura un “lo siento, lo siento”, con una expresión que le hace pensar que está apuntándose mentalmente todos estos datos para la posteridad. Lo que le gusta, lo que no. Lo que repetir o no. Y sin embargo la parte que Jack retiene de toda esa línea de pensamiento es para la posteridad.
Cierra los ojos y se arquea cuando nota la boca de Sweets de nuevo, con menos de ese aire tentativo que tenía al principio. Aumenta el ritmo, y Jack no rebate. Se limita a dejarse lamer, a tensar las manos en su cabello y a abrir los ojos mientras respira de manera entrecortada. Observa casi fascinado, la expresión concentrada de Sweets y los labios rojos. Joder, increíblemente rojos. El ritmo hipnótico, regular. Esa manera en la que parece que Sweets está tratando esto con una habilidad casi analítica, mientras Jack es incapaz de no perderse poco a poco, olvidar que trata de no embestir, y de que esto no es más que un poco de alivio físico. Deja que su nuca golpee la pared de nuevo y cree que murmura algo incoherente. Como siempre, tiene experiencia en ese ámbito, en las palabras vacías pero que resuenan en tu mente. Excepto que probablemente es algo más parecido a joder, Sweets y así, sigue así. Y vuelve a agarrar su pelo con fuerza, más por asegurarse una sujeción que por darle algún tipo de dirección.
Permanece temblando durante varios segundos, manos aún en el pelo de Sweets y respirando con dificultad, pensando en esa manera en la que Sweets no se ha apartado mientras se corría, en cómo era dolorosamente real, de rodillas y clavándole las uñas (demasiado cortas, pero dejando marca aún así, probablemente. Jack tendrá que comprobar), muy caliente y extrañamente concentrado.
Pero se aparta, finalmente, mientras Jack tiembla. Y él respira hondo, se sube los pantalones para abrocharlos a medias y abre los ojos con curiosidad, a tiempo para verle escupir en el inodoro y limpiarse la comisura de los labios con la manga de la camisa.
Cuando se da cuenta de que Jack está observando parece genuinamente confuso. “¿Qué?” y Jack se muerde el labio inferior, aún apoyado contra los azulejos y extrañamente deshecho, exhausto y con esa perspectiva tan simple de la vida que suele dar el alcohol. Le agarra del cuello de la camisa sin moverse, para besarle. Para morderle los labios. Que sí, están lo suficientemente húmedos, lo suficientemente rojos. Pero que aún así ejercen esa atracción irracional por su parte. O quizá no son sólo los labios, su boca. A lo mejor es Sweets. O a lo mejor es sólo el alcohol y las endorfinas y lo casual y metódico de la situación.
Se mueve para darles la vuelta, para atraparle a él contra la pared y meterle la mano en los pantalones sin dejar de lamer el contorno de sus labios. Si tuviera que describir su expresión con una sola palabra, probablemente sería sorpresa. Durante un sólo momento, cuando Jack le agarra y mordisquea suavemente su labio inferior. Saboreándole a él y saboreándose a sí mismo. Extraño. Salado. Le besa despacio para ahogar un gemido en su boca, notándole vibrar mientras le masturba despacio. Le gusta eso, arrancarle esos sonidos. Separarse unos centímetros y que Sweets se queje a gruñidos, pero con los ojos cerrados y arqueando el cuello. Que se deje tocar y coloque las manos en su cadera, agarrando su camisa bajo la gabardina. Los puños cerrados con fuerza, tensos. Que Jack sea capaz de sentir sus nudillos contra la piel aún con la camisa puesta, y que se muerda los labios para no gemir a cada contacto. Sí, todo eso. Le gusta. Es sorprendente (aunque no tanto, en realidad. Pero debería, así que se lo repite) lo mucho que le gusta. Y se inclina de nuevo, porque hay algo jodidamente exhilarante en el hecho de que Sweets se corra mientras Jack le besa, mientras le lame y le muerde y su lengua caracolea en su boca.
Y después espera, apenas separándose de sus labios y apoyando frente contra frente. Observando los rastros de saliva en su rostro y cómo Sweets recupera el aliento con los ojos cerrados, tembloroso y labios entreabiertos.
Jack espera durante unos segundos, y después se aparta, se limpia las manos, y le deja allí.
Se ven al día siguiente (porque Jack no falla nunca en su rutina), y es tal y como Jack dijo y temió que Sweets no entendiera. Que no significa nada, que no cambia nada.
Y sin embargo, comienza a ser habitual. No ebrio, no casual. Sólo un elemento más. No lo cambia, pero continúan arrastrándose hasta rincones privados, de esa manera necesitada y algo frenética, para luego no hablar de ello. Incluso si a veces Jack le caza mirándole. Observando de esa misma forma analítica que la primera vez. A veces es al revés, y a Jack le gusta pensar que está siendo discreto y que nadie sabe que observa.
No cambia nada. No su relación, no ningún otro aspecto de su vida.
Y eso es jodidamente frustrante.