Escrito para el amigo invisible de
lamarcadenimueh, concretamente regalo para
nyaza ^^
Título: Fata Morgana
Personajes/Parejas: Merlin/Morgana/Nimueh. Kind of. Merlin/Morgana. Morgana/Nimueh. Destellos de otras cosas como Gwen/Arthur, Merlin/Arthur BFFing o Morgana/Sir Leon y Uther/Morgana. Pero en realidad eso, destellos xD
Advertencias: esto es largo. Like, largo.
Disclaimer: con lo de la Ley de Sostenibilidad, como para apropiarme de una serie de la BBC.
Palabras: 5000 palabras (aproximadamente)
Resumen: Quiere decirle a Gwen que sueña con un hada. Con una bruja malvada. Con una reina poderosa, alzándose en la distancia. Quiere decírselo, explicárselo como si fuera un cuento. Quiere que no sea real.
SPOILERS: de la segunda temporada al completo. Muchos spoilers. Un montón. BEWARE. La ficha no especificaba nada, así que asumí que no había ningún problema con ellos, pero aún así, BEWARE.
Notas: esto iba a ser corto y agridulce, y después se convirtió en un monstruo que de no ser la procrastinadora que soy, probablemente había avanzado más. O avance, no sé. Así que no sé si la prompt se cumple del todo, porque al final la historia ha hecho lo que quería, pero a mí no me disgusta del todo, oye.
***
Merlin crea conversaciones en su mente. En las que explica lo que es, lo que son. Que esto que tienen no es una maldición, sino un regalo. Si pudieran utilizarlo libremente.
Lo hace muchas noches. Demasiadas, si quiere detenerse a pensar en ello. No lo hace, porque la imprudencia siempre ha sido su debilidad.
Al principio ni siquiera se da cuenta de estar haciéndolo. De tener esa imagen en su mente. Al principio es tan sólo una excusa. Merlin tratando de demostrarse a sí mismo que nada de lo que predica Uther es cierto, incluso lo que sabe que sí. Pero sobre todo, alimentándose de coraje. De una voz que le diga que no está mal ser quien es, incluso si es la suya. Es después cuando se da cuenta del resto.
Cuando se da cuenta de que le habla en sueños, en escenas imaginadas. Como si pudiera ver los rizos negros, el rostro afilado y esa expresión de terror constante que parece portar estos días. Merlin se lo dice sin decírselo, a Morgana. Que está bien. Que no hay que tener miedo. Que pueden protegerse mutuamente. Que no dejaría que le hicieran daño.
A veces imagina que es la Morgana de antaño, cuando dice aquello. Que enarca las cejas y se ríe, descolocándose el cabello. Elegante y altiva, capaz de superar cualquier obstáculo.
Y Merlin agita la mano frente a él y la imagen desaparece, aunque el aroma del perfume de Morgana quede impregnado en su habitación. En sus sábanas y en su almohada.
Una ilusión, pero también lo es el resto.
***
Morgana se acerca al resto con deferencia. Sonríe cuando tiene que sonreír, habla cuando tiene que hablar. Ladea el rostro y curva los labios en una sonrisa amable, cuando Sir Leon le ofrece su brazo en el jardín. Casi una costumbre ya, una que en principio le hacía sentir como lo que era, una chiquilla nerviosa y excitada. Que jugueteaba con su cabello sin cesar y se sonrojaba ante esas muestras de afecto. Estos días trata de encontrar el equilibrio, entre la vulnerabilidad más absoluta, y el aislamiento al que se autosomete.
Sabe que podría encontrarse en algún punto entre esos dos polos, pero no está segura de tener las fuerzas para hacerlo.
***
Un día trata de hacerlo.
-Gwen -comienza.
Está sentada en la cama, aún en camisón. Se peina ausentemente, una y otra vez. Desde hace casi diez minutos, pero Gwen no lo menciona. Limpia la habitación en silencio, pese a que Morgana sabe que no es necesario, porque lleva allí desde el alba. Desde que Morgana despertó entre sudores fríos y pesadillas. Ese rostro que se repite en su mente desde hace días. La tez pálida y los ojos azules; labios carnosos, rojos, que se curvan en una sonrisa cruel.
Quiere decirle a Gwen que sueña con un hada. Con una bruja malvada. Con una reina poderosa, alzándose en la distancia. Quiere decírselo, explicárselo como si fuera un cuento. Quiere que no sea real.
-¿Mi señora? -Gwen hace una pequeña reverencia con la cabeza, respetuosa y distante, como si esperase que Morgana fuera a espetarle que se fuera. Como tiende a hacer últimamente.
Morgana intenta no notar la manera en la que sus ojos están llenos de preocupación.
Sonríe débilmente. “Me gustaría desayunar, Gwen, por favor.”
Gwen asiente, esbozando una sonrisa forzada.
***
Merlin observa el entrenamiento desde lejos, fuera de la vista de Arthur. Está limpiando los aposentos del príncipe, según le dijo a Gaius. Está atendiendo a Gaius, según le dijo a Arthur. Lo cierto es que le gusta observar los entrenamientos. La expresión concentrada en el rostro de Arthur mientras espera los ataques y la solemnidad con la que parecen estudiarle sus caballeros. Casi como Merlin, que murmura entredientes cuando Arthur deja entrever una estocada antes de tiempo, cuando ataca descuidando la defensa y esquiva los golpes por milímetros. Le gusta observar el aparente miedo con el que se enfrentan a él los novatos, y la manera que el príncipe tiene de fruncir el ceño cuando es derribado, antes de esconder una pequeña sonrisa de orgullo. Es un detalle que no habría encontrado cuando le conoció, y a veces se hace más fácil así. Pensar en quién se está convirtiendo Arthur, en todo lo que está dispuesto a hacer por el futuro rey de Camelot, todo lo que está dispuesto a perder.
-Lo siento, no sabía que…
Merlin se gira ante la voz, Morgana se sujeta el vestido con una mano, evitando que roce el barro que se acumula en el suelo.
-Lady Morgana -saluda, con una sonrisa.
Morgana se mantiene a distancia. “No sabía que había alguien aquí,” dice.
Está bien, quiere decir Merlin. No es un lugar privado. Sonríe como si no sintiese a Morgana inmiscuyéndose en algo privado; en parte ligeramente avergonzado, en parte como si fuera una intrusa en algo suyo.
O quizá es sólo esa imperiosa necesidad de mantener a Morgana al margen. Porque tenerla cerca hace que quiera ser imprudente, sonreír como un crío y enseñarle trucos baratos, para conseguir una carcajada poco impresionada. Enseñarle después todo su potencial. El suyo, y el de Morgana. No puede evitar querer empujar a Morgana lejos, porque ahora mentirle a la cara es demasiado doloroso.
No es como Arthur, que se reiría en su cara ante la mera mención de brujería. Morgana está perdida, y Merlin lo sabe. Quiere…
-No se lo digas a Arthur, debería estar atendiendo otras tareas -dice con ligereza.
Morgana se humedece los labios con la punta de la lengua y se acerca unos pasos hacia donde se encuentra Merlin. Se apoya en el pequeño muro de roca, junto a él, observando a Arthur luchar a lo lejos. Merlin se da cuenta de que, probablemente, es lo más cerca que ha estado de ella en semanas.
Durante un momento le asaltan las conversaciones imaginadas, la imagen de Morgana que encuentra en su mente cada noche, y quiere apartar la vista con pudor. Como si hubiera algo terriblemente equivocado en todo ello, en ellos y en la magia. Algo vergonzoso y fatídico.
-Solía entrenar con Arthur, antes de que cumpliéramos los diez años -dice ausentemente-. Claro que entonces era un juego. Con espadas de madera y riñas de críos -sus labios se curvan en una diminuta sonrisa-. Luego Arthur se convirtió en el príncipe, dejar que una muchacha le venciese no era algo que Uther viera con buenos ojos.
Merlin se encoge de hombros y sonríe a su vez.
-Si te sirve de algo, estoy seguro de que aún podrías con él -su tono es divertido, y Morgana baja el rostro ligeramente al reírse.
-No tengo ninguna duda -y luego chista-. Sigue descuidando la defensa.
Merlin quiere decirle que Arthur sigue teniendo esas sombras en su combate de vez en cuando, descuidando técnica con ímpetu e imprudencia. Los defectos de un muchacho arrogante. Y aún así sabe que cualquiera de ellos pondría su vida en sus manos.
Morgana se muerde el labio inferior durante un segundo, antes de negar con la cabeza y apartarse. Sonríe con cortesía y vuelve a agarrar el faldón de su vestido.
-Ha sido agradable hablar contigo, Merlin -y suena sincero, y suena como una puñalada. Y Merlin quiere decirle no estás sola, Morgana, pero no sería apropiado, ni respetuoso. Como si a Merlin le hubieran importado alguna vez esos conceptos.
Así que la deja ir en silencio, y vuelve la mirada hacia Arthur.
***
Cuando Morgana vuelve a ver a Morgause sabe que se trata del límite de algo. De su antigua vida, de la antigua Morgana, o quizá ésa nunca fue real. Sólo sabe que cuando Morgause está cerca, cuando no tiene que esconderse y esconder lo que es, respira.
Le gustaría pensar que la razón de su traición es tan sólo el deseo de traer algo mejor a Camelot. Un lugar donde gente inocente no deba verse perseguida, no tenga que temer por su vida por algo de lo que no tienen culpa.
En el fondo, quiere que Uther caiga por lo que le ha hecho. A ella, específicamente. Por criarla, por protegerla. Por las nefastas decisiones que ha tomado a lo largo de su mandato. Pero sobre todo por herirla. Uther la conoce, la quiere. La protegería. Y al mismo tiempo Morgana es incapaz de vivir un sólo segundo sin pensar que hay algo sucio en ella, algo por lo que iría a la pira de no ostentar la posición que ostenta.
No, Morgana no cree que Uther la enviaría a la muerte de poder evitarlo. Pero sabe que muchos otros no han tenido esa suerte, y esa certeza duele. Le hace sentirse agradecida e indigna. Odiarle aún con más fuerza por amarla. Y por hacerla confiar en él durante todos esos años.
En realidad, piensa y recorre el brazalete de Morgause con el pulgar, es tan sólo una niña tonta que ha comenzado a crecer.
***
Morgana está rígida en sus brazos. Rígida y aún caliente, y Merlin sabe que es el momento. La última respiración de Morgana. Aquí has tomado una vida, susurra algo en su mente. Una voz siseante y femenina, y Merlin sabe que ya no hay vuelta atrás. No respira, ninguno de los dos. Merlin siente cómo se resquebraja, y siente el peso de todos los detalles que les han llevado a ese momento exacto. A este lugar.
Que han llevado a Merlin a-
***
Morgana sueña con el Castillo. Son sueños demasiado vívidos, de un brillante que le daña los ojos.
Huye, se pasa la vida huyendo. Pero le dan caza. Todas y cada una de las veces. Escucha los pasos a su espalda, da igual cuánto corra. A veces ocurre bajo las manos de Merlin, alrededor de su cuello. Apretando, sofocando tortuosamente lento. Otras veces ve sus ojos refulgir con oro, y lo entiende. Lo entiende por fin.
En ocasiones es ella. Morgana la que sonríe y le vence. El castillo vacío, abandonado, y Morgana alzando la mano mientras su asesino se retuerce en el suelo. Quiere preguntarle por qué, pero es demasiado. El cosquilleo de la magia bombeando por todo su cuerpo. Es demasiado, demasiado fácil rendirse a ello. Es incapaz de recordar quiénes son, quiénes eran. Tan sólo dos muchachos tomando decisiones equivocadas y jugando con fuego.
Despierta en brazos de Morgause, sentada junto a ella en la cama y pasando dedos largos entre sus cabellos. Le sonríe con delicadeza y Morgana observa, febril.
Recorre la habitación con la mirada, tratando de reconocer algo, lo que sea. De buscar una muestra que le indique que el sueño es éste.
Y la ve a ella, pálida y hermosa, oculta en parte por las sombras de la habitación. Traza el contorno de sus labios con la mirada, ojos de un azul demasiado intenso. Familar, pero incapaz de decir cómo.
Merlin tiene los ojos azúles, recuerda. La sostenía y lloraba y Morgana no lo entendía.
-Nimueh -murmura. Y es otra cosa que no entiende, pero la mujer sonríe, y ella vuelve a caer en brazos de la fiebre.
***
Merlin es incapaz de hacerlas desaparecer. Las imágenes de Morgana. Por las noches. Trata de evitarlas, no quiere conversaciones imaginadas, no quiere decir nada. Excepto agarrarse las rodillas y lo siento, es culpa mía, lo siento, temblando sobre su cama. Y una Morgana que no existe le pone una mano en la mejilla, sin sonreír, sin expresión. El perfume es tan real que le hace tener ganas de vomitar.
***
Merlin encuentra a Gwen en su habitación una noche. Lleva el pelo suelto, como suele hacerlo estos últimos meses.
-Gaius me dejó entrar -murmura.
Se da cuenta de lo mucho que han cambiado, ambos. Se da cuenta de que no recuerda cuándo fue la última vez que habló con Gwen. Realmente hablar. No las cortesías, las conversaciones rutinarias que ocurren entre las tareas de la mañana.
Sabe cuál será el tema de conversación, porque desde que el dragón desapareció, desde que el reino volvía a ponerse en pie, no había ningún otro. Uther envió partidas en busca de Morgana, se negó a llamar a los caballeros restantes incluso cuando el dragón asediaba la ciudad. Merlin lo encuentra ligeramente irónico. Triste, pero irónico.
Se sienta junto a Gwen en la cama, y finge que no nota que tiene los ojos vidriosos, mientras resopla y se aparta el cabello del rostro.
-Sabía que había algo mal con ella, Merlin. No sabía qué, pero lo sabía y no hice nada.
Es como un puñetazo en el estómago, y Merlin traga saliva y aparta la mirada, deseando tener palabras para Gwen, palabras que no formasen una confesión.
-No es culpa tuya.
Tenía que habérselo dicho. Tenía que haberlo evitado. Y ahora Morgana está…
Gwen asiente, se frota el rostro con la palma de la mano.
Hablan durante toda la noche. De cosas sin importancia, y de los rumores del castillo. Hablan de los caballeros que no regresaron después del último ataque, y del próximo banquete. De la forma lenta, pero inexorable, en la que Camelot parece recuperar su ritmo. Y cuando Gwen se queda dormida en su cama, Merlin aprieta los labios y le aparta los rizos de la frente.
***
Durante días Morgana se limita a sentarse en silencio. Morgause habla del asedio a Camelot por el dragón, de cómo es cuestión de tiempo reagruparse, conseguir más fuerzas. Uther caerá. Se lo asegura, le pone una mano en el hombro y se lo asegura mirándola a los ojos. Morgana asiente débilmente, sonríe sin pensar.
Nimueh no dice nada.
Finalmente ve el exterior. Aún débil, camina apoyándose en los troncos de los árboles. No echa de menos sus vestidos, los trajes de la Corte. Morgause la viste con unos pantalones y una camisa demasiado ancha, de tela rugosa. Huele a tierra y a cerrado y nada de ello es, de ninguna manera, los servicios a los que acostumbra. Aún así se viste y se recoge el pelo y camina a tientas por el bosque.
-No sabes dónde estás, ¿verdad?
La voz la sobresalta y cuando se vuelve, Nimueh espera sonriente, apoyada contra el tronco de un árbol. Es igual que en sus sueños. La misma voz hipnótica, la misma sonrisa juguetona. Acaricia con las yemas de los dedos la corteza del árbol, y luego da un paso hacia Morgana.
-Sabes quién soy -afirma.
Morgana asiente, y da un paso atrás.
-No es a mí a quién deberías temer, fue tu amigo quien te puso en esta situación -dice, y frunce los labios en un gesto de desaprobación, como si realmente le importara.
Morgana no contesta a esto, porque no quiere pensar en el rostro de Merlin sobre el suyo, y la incertidumbre de no saber qué ocurría, por qué Merlin la hacía esto. Por qué, por qué había tenido que pasar sola estos últimos meses, por qué se habían permitido llegar tan lejos.
-Eres una hechicera -dice en su lugar.
Nimueh se ríe echando la cabeza hacia atrás, y Morgana sigue el recorrido de su cuello con la mirada. Luego vuelve a mirarla de nuevo, mordiéndose el labio inferior y ladeando el rostro.
-Tú también -contesta-. Una poderosa -hace una pequeña pausa, y esta vez Morgana no se aparta cuando se acerca.
Morgana baja la mirada. Apenas se filtra luz a través de los árboles. Morgana no recordaba un bosque tan frondoso, tan asfixiante desde la niñez, cuando se trataba de lugares llenos de historias, de aventuras. Cuando todo era nuevo y excitante y prohibido.
La sonrisa de Nimueh es tenue, observa a Morgana como si pudiera ver a través de ella.
-Éste es nuestro territorio -continúa-. Los que aún seguimos las antiguas enseñanzas -apoya de nuevo la mano contra un tronco, esta vez el que se encuentra a la derecha de Morgana-. Nuestro refugio, nuestro hogar. Estás entre amigos, Morgana, deberías recordarlo.
Morgana aprieta los labios. Sabe quién es Nimueh. No la conoce, pero sabe quién es. Las imágenes llenan su mente, lo hicieron durante semanas, y es incapaz de contenerse.
-Intentaste matar a Arthur.
Los ojos de Nimueh parecen oscurecerse. “Yo le di vida,” habla con firmeza, con algo que Morgana es incapaz de identificar. “Su muerte no me reportaba ningún beneficio, excepto la satisfacción de ver sufrir a su padre. Estoy segura de que puedes identificarte.”
Morgana permanece en silencio.
-Disfruta de tu paseo -espeta Nimueh, antes de dejar caer la mano y girarse, para desaparecer entre la arboleda.
***
Cuando Merlin se lo confiesa, Arthur le pone una espada al cuello. No le cree, en un principio. Incapaz de discernir qué quiere decir realmente, entre los balbuceos entrecortados, la mirada evasiva de Merlin.
-Yo le hice esto, Arthur. Podría haberlo evitado. Si tan sólo hubiera... Podría haberlo evitado, pero no tuve otra opción. Era demasiado tarde. Pero puedo encontrarla, Arthur, podría... Tiene que haber una manera, estoy seguro de que puedo hacerlo.
Arthur tardó en entenderlo, en comprender que hablaba de Morgana. La quinta partida infructuosa, volvieron aquella mañana. Demasiados días, demasiadas semanas. Las posibilidades cada vez eran más ínfimas.
Merlin se lo explicó de nuevo. Sin balbucear esta vez, sin moverse del sitio, a dos pasos de Arthur. Habló con voz impasible, sin ninguna expresión en el rostro.
-Nos traicionó, Arthur. El hechizo... No había otra manera, tienes que creerme.
-No sé qué me...
-Traté de... He buscado soluciones en mi mente, desde ese día. No dejo de verlo, de pensar en ello. Pero era demasiado tarde, nos había traicionado, Morgana ya no era...
Fue el momento en el que Arthur alzó la espada.
-Dime que no estás insinuando lo que creo que estás insinuando.
Merlin cierra los ojos, aprieta los labios.
-Ella era el foco. El hechizo sólo se habría deshecho con su muerte.
Merlin siente la hoja de la espada contra su cuello, presionando un poco más fuerte, sin arrancar sangre.
-No continúes.
Hace caso omiso.
-Podría haberlo evitado, hace meses. Pero no lo hice, y eso está sobre mi conciencia. Pero aún podemos... Tenemos que encontrarla, tenemos que decirle que está bien, que no está sola.
Arthur le observa con dureza, mientras la espada tiembla contra su cuello, y Merlin continúa hablando. Lo hace con voz neutra, cansado. “No puedes hacerme daño, Arthur,” y por un momento casi le hace reir. Podría terminarlo, ahora mismo. Su sirviente acaba de confesar el asesinato de una noble. De una hermana. De Morgana.
Y la espada se le escapa de las manos, se clava en el armario que hay a sus espaldas, y los ojos de Merlin relucen.
-No podrías hacerme daño aunque lo intentases.
***
-¿Cuál es su historia?
Morgause le peina el cabello. Tiene las manos ásperas, curtidas, como las de Gwen. Lo trata con la misma delicadeza, como si fuera un tesoro que guardar.
-¿Nimueh? -pregunta, y Morgana asiente.
Sonríe como si se tratase de una broma privada. “Ya la conoces,” contesta.
Morgana cierra los ojos. La conoce, sí. Pero no le gusta la sensación, no le gusta la familiaridad y la mente de Nimueh en la suya.
-Tu amigo el hechicero trató de destruírla -dice, no obstante.
-¿Y por qué...? - sigue viva. Por qué falló.
Morgause enreda los dedos entre su pelo.
-¿Por qué sobreviviste tú? -la sonrisa no se le borra del rostro- Cuidamos los unos de los otros, Morgana.
De alguna manera lo entiende, en el fondo. Tanto como entiende que todos forman parte de un conjunto, o que este bosque es más que lo que Morgana es capaz de ver. Es magia, es todo aquello que Uther trataba de ocultarle. Es para lo que nació, y por lo que trataban de hacerla sentir sucia.
***
Merlin se limita a sentarse en el suelo una vez le arrebata la espada, y Arthur no sabe qué hacer, excepto mirarle desde su posición y preguntarse desde cuándo, desde cuándo le están mintiendo, y qué más cosas le habrán ocultado.
-Nunca se lo dije a Morgana -habla con voz hueca-. Quería hacerlo, que entendiera que no estaba sola, que había pasado por lo mismo.
Arthur no se movió.
-Morgana no es... - como tú, quiere decir, pero es incapaz.
Merlin deja escapar una carcajada seca.
-A veces me pregunto si hay alguien a quien no subestimes -y Arthur es incapaz de contestarle a eso, porque la voz de Merlin se tiñe con algo que parece afecto al decirlo.
Así que traga saliva, despacio. Se sienta a su lado, y Merlin se niega a mirarle a la cara.
-Tampoco quería mentirte -asegura, y esta vez su voz sí se quiebra un poco-. Creo que llevo arrastrando una mala decisión tras otra desde hace meses -se detiene unos segundos, y luego-. No sé qué hacer, Arthur.
Debería advertírselo. No son amigos, no deberían serlo. Ni siquiera son señor y sirviente ya. Son príncipe y hechicero. Príncipe y asesino. Aunque eso no es correcto tampoco. Arthur mentiría si dijese que sus manos no están manchadas de sangre.
Posa una mano en su hombro, sin saber muy bien qué intenta decir con el gesto. No es perdón. No sabe lo que es. Y Merlin traga saliva y se deja caer contra el contacto y contra Arthur, apoyando el hombro contra su brazo y echando la cabeza hacia atrás, contra la pared, con los ojos cerrados.
***
Morgana mentiría si dijese que no la observa, que no siente algo que bordea la fascinación hacia ella. Morgause es diferente. Se mueve como un caballero, la trata con delicadeza, pero es sincera con ella. Nimueh, en cambio. Todo lo que Morgana sabe de Nimueh, es tan sólo porque Nimueh se lo permite. Hay algo etéreo en ella, algo peligroso. Y aunque sabe que no debería, Morgana se siente más cómoda, más en casa de lo que se ha sentido en los últimos meses.
Nimueh sonríe como si lo supiera, y sostiene su mano, palma arriba. Las yemas de sus dedos le rozan la piel, y es un cosquilleo que le recorre el cuerpo entero en un escalofrío.
-Puedo enseñarte, Morgana -susurra, Morgana se da cuenta de que están demasiado cerca-. No hay nada malo en ti, nada que arreglar.
Morgana cierra la mano, y Nimueh continúa observándola con esa sonrisa. Morgana aún siente su tacto, ardiendo contra su piel.
-Es más que sueños. Más que trucos baratos -dice Nimueh. Se inclina contra su oído, sentada a su lado en la cama. Sus dedo juguetean ausentemente con el faldón de su camisa-. No sabes lo que magia significa, Morgana, no realmente.
Y se separa, se levanta alisándose el vestido.
Morgana recuerda sus enseñanzas religiosas. Recuerda a la serpiente del árbol de la ciencia, y después se va a dormir, con la voz siseante de Nimueh aún en su oído.
***
Pasan días antes de que Arthur le dirija la palabra de nuevo. Merlin lo entiende, lo esperaba. Lo agradece, en el fondo. Cuando vuelve a hablarle es para exigirle que limpie su armadura, mientras se seca el sudor de la frente con la manga de la camisa. Merlin asiente sin contestar, le ayuda a librarse de la cota de malla.
Merlin lo ve mientras recoge. La manera en la que Arthur sonríe cuando sale de la habitación. Gwen lleva una bandeja en las manos y el pelo recogido, y aparta el rostro como si quisiera ocultar que la sonrisa es contagiosa. Baja la mirada y tiene una expresión divertida en el rostro. “Señor,” dice, a modo de saludo, y Arthur pone los ojos en blanco. Se aleja negando con la cabeza, y la sonrisa de Gwen se amplía.
Se pregunta si es el único que es incapaz de avanzar. El único que ha quedado estancado en la marcha de Morgana.
***
Morgana se encuentra acudiendo al bosque cada vez más a menudo. A veces sola, a veces acompañada. Morgause la escorta como si temiera que saliese corriendo, y a veces Nimueh la sigue, sonriendo como si esperase cada pregunta que Morgana tiene que hacerle. Y Morgana tiene muchas. Quiere, tiene que saberlo todo. Se siente extrañamente en paz en ese lugar, como si realmente hubiera encontrado un lugar al que pertenecer. Todo ese tiempo temiendo, esperando la muerte y buscando venganza contra Uther. Desaparece allí, se intercambia por una curiosidad malsana, por un deseo de aprender.
Sigue identificando a Nimueh como la serpiente, y ve parte de esa analogía en todo aquello que hace. La forma en la que camina y la modulación de su voz, el tentador rojo de sus labios, y los dedos largos que se posan en el antebrazo de Morgana cuando caminan, que le arrancan escalofríos y un cosquilleo en la boca del estómago. Morgana cree que sigue siendo una niña, después de todo.
***
Arthur le obliga a dejar el asunto de Morgana en manos de la guardia de Camelot. “Por amor de dios, Merlin, no seas estúpido y hazme caso en esto”, como si realmente creyera que se está pasando de la raya. Y Merlin quiere explicarle, quiere explicarle que no pueden encontrarlos de esa manera. Que se ocultan con magia, y tan sólo la magia puede encontrarla. Encontrarlas.
Poco a poco, su relación vuelve a ser una sombra de lo que era. Merlin sabe que Arthur no cree que confíe en él. Que le culpa por lo de Morgana. Que Merlin es más estúpido de lo que imaginaba. Pero también sabe que Arthur cree que Merlin es poderoso, y también sabe que Uther no ha mandado su muerte.
A pesar de todo, Merlin confía en Arthur. Por encima de todo.
-Sé que te crees muy poderoso, Merlin -dice, y Merlin quiere contarle todo lo que ha hecho por él, y lo que hará después. Decirle que no es que lo crea, que es constatable-, pero si alguien lo descubre te matarán. Y con Morgana ha sido suficiente.
Merlin le escucha terminar la frase con voz queda, aclararse la garganta después, apartar la mirada aún con una mano en su hombro. Y Merlin se da cuenta de que no es una sombra de lo que era, su relación. Sino algo nuevo. De repente Merlin lo ve claramente, la razón por la que lucha por Arthur. El rey que será, si sigue por ese camino.
-Arthur.
-Es una orden.
Merlin aprieta los labios.
***
Cuando Nimueh hace magia cierra los ojos. Levanta las manos y susurra sílabas que Morgana no entiende, pero observa embelesada de igual manera. De repente lo siente más fuerte, lo entiende. Como si el lugar completo susurrase para ella. La voz de Nimueh acariciándole la piel, intensificando ese cosquilleo de nuevo, haciéndola sentir como si tuviera quince años y tuviera toda la atención de los caballeros en los torneos, de los nobles en los banquetes. Respira pesadamente y la recorre con la mirada. Se levanta viento a su alrededor. Morgana se apoya contra el tronco que hay junto a ella y lo siente. Lo siente respirar. Vivo y parte de un todo, parte de ellas. Siente todo aquello fluyendo por sus venas y la voz de Nimueh, esto es magia, niña, esto; la siente debajo de la piel, bombeando y ardiendo. Y, por un momento, por un momento se siente pertenecer.
Y de repente termina. Nimueh abre los ojos y le sonríe. Morgana está jadeando, respirando con dificultad. Es como un golpe seco, perder todo aquello, como si le hubieran quitado una parte demasiado importante de sí misma.
Le tiende la mano, y Morgana la observa durante unos segundos, dudando.
-Es lo que somos, Morgana.
Y cuando le toma la mano la sonrisa de Nimueh se ensancha, y Morgana ve todo ese mundo de posibilidades. Todo el poder que tienen. Que podrían hacer el mundo arder, postrarse a sus pies. Nimueh alza la otra mano, acariciándole la mejilla, y Morgana se inclina contra el contacto.
***
A medida que pasa el tiempo, Merlin se dice a sí mismo que tan sólo es cauto, que obedece las órdenes de su príncipe y que tan sólo se trata de aplazar lo inevitable. Después de todo, Morgana no es la única pérdida de Camelot, y Dios sabe que tampoco ha sido la última. Después de lo del dragón, Merlin no sabe si confiar en el destino. Si realmente existe algo así. Pero sabe que tiene que protegerá a Arthur con su vida, y que Uther parece consumirse cada día más. Eso no tiene nada que ver con el destino, tan sólo con el paso natural de la vida.
Se dice que tiene tiempo.
Se lo repite cuando los rumores de insurrección comienzan a inundar la Corte. De pueblos del norte, de reinos colindantes. Los que creen que el reinado de Uther está por terminar.
Y por dentro, Merlin sabe que eso no es todo, tan sólo parte. Una ínfima parte. Lo siente vibrando en su pecho, una voz siseante que le llama. No sólo a él, que golpea con fuerza los cimientos de la magia. Amenazante y terrible. Merlin sabe que no traerá nada bueno, y que se combatirá.
También sabe que, en el fondo, quiere unirse a él.
Así que cierra los ojos y hunde el rostro en la almohada, tratando de ignorar el ruido.
***
Morgana despierta. No entre jadeos ni sudores fríos. Abre los ojos y le espera el techo de la cabaña, un silencio embriagador. Entre las sábanas, la mano de Nimueh le acaricia el abdomen, y Morgana sabe que sonríe, que con esto ha ganado una batalla que a Morgana no le importa perder. Y por primera vez, las pesadillas no lo son.