Apr 13, 2007 22:52
Tenía muy claro que las libélulas no son hermosas. Que miradas de cerca tienen ese aspecto asqueroso de todo insecto. Sus mandíbulas crujientes y serradas, sus ojos llenos de omatidios y viscosos rodados por un betún negro, patas que parecen ganchos con pelos cortos de oruga. Pero tienen alas hermosas que encandilan a cualquiera que simplemente se fija en su vuelo. Ellas son ideales, siempre tanteando el reflejo de un estanque. Volátiles como una idea o un proyecto.
Las cucarachas no disfrutan de popularidad, sino de la repulsión femenina, los gritos y el gas del spray. Sus relucientes caparazones están aplanados contra el suelo, sus antenas delgadas, no conllevan trascendencia alguna, su resistencia a la vida, molestamente diarias. Se las desprecia como a las realidades materiales, por esas mismas mandíbulas crujientes y sus patas peludas.
Nunca creí que las libélulas fueran pedacitos preciosos ni las cucarachas monstruos horribles. Son insectos. Son metáforas de dos realidades igualmente repugnantes, igualmente asombrosas. ¿Por qué adular los vuelos etéreos y despreciar los andares físicos? Son lo mismo desde perspectivas humanas distintas.
La libélula…
¡Se posa en el bastón
que la golpea!