Autor:
sukichann Fandom: Historia original.
Título: Al sur de la esperanza.
Estado: Sin terminar. Historia larga.
Capítulo: 1
Palabras: 1.675
Notas: Os presento el que iba a ser mi NaNo-proyecto, que evidentemente tuve que dejar porque no podía compaginar el trío exámenes+NaNo+treball de recerca. La trama principal de la historia de basa en la relación entre Ismael, un sencillo tabernero del barrio gótico de Barcelona, y Aroa, una joven cuyo mayor sueño es convertirse en una estrella del deporte, con todas las dificultades que eso conlleva (especialmente para una mujer). Sí, esta historieta se enmarca dentro del mundo del fútbol. No, no es Oliver y Benji. La mayor parte de la acción se desarrolla fuera del terreno de juego, y la protagonista no se va a pasar durante un capítulo entero haciendo un monólogo interior sobre las mil y una formas posibles de chutar un penalti.
Debo decir que me siento bastante insegura por publicar este primer capítulo: desde ¡ENERO! que no escribo una historieta original... y he perdido la práctica, si es que alguna vez llegué a tenerla ¡///¡ Por eso agradecería mucho vuestros reviews, ya sean elogios o críticas constructivas... me ayudarán un montón para seguir, espero.
Y el título de la historia viene en motivo de Memoria de jóvenes airados, de Loquillo.
El bar Rekalde se ubicaba en el corazón del Barrio Gótico de Barcelona, a poco más de un kilómetro del centro de la ciudad. No tenía prácticamente nada que le diferenciase de los demás bares: era pequeño pero acogedor en su justa medida, con las paredes revestidas en madera blanca, unas pocas mesas redondas de color marrón oscuro acompañadas de taburetes negros, y una gran barra que se imponía de extremo a extremo de la taberna. Las paredes del Rekalde estaban decoradas con decenas de fotos, bufandas, autógrafos y otros objetos relacionados con el Athletic Club de Bilbao que Iñaki Arazola, el dueño del bar, trajo de Vizcaya cuando emigró a la ciudad condal. Era su pequeño ‘tesoro’ particular, y lo mostraba a los clientes de su bar como si se tratase de su propia galería de algo que él consideraba arte. Decenas de pósters de los ‘leones’ más ilustres, como Julen Guerrero, Goikoetxea o Iribar reposaban sobre los muros de la taberna y acompañaban una fotografía de la familia Arazola al completo en las gradas del estadio de San Mamés.
Arazola llegó a Barcelona con su mujer en el mes de septiembre de 1982, poco después de que la selección italiana, con Pablito Rossi al frente, se proclamase Campeona en los Mundiales de España. Sólo medio año antes había nacido su único hijo, Ismael, quien actualmente se ocupaba de las faenas como camarero del Rekalde. Ismael tenía veintisiete años, el carné de socio del Athletic Club de Bilbao, una simpatía desbordante con sus clientes y unos estudios de Empresariales que jamás llegó a terminar. Le pusieron ese nombre en honor a Ismael Urtubi, el exjugador del equipo bilbaíno que regaló tantos éxitos a sus aficionados en ese esplendoroso año 82. Era un chico de lo más sencillo y convencional, robusto, de estatura normal, con el cabello y los ojos oscuros, y una disimulada tripita cervecera que renunció a eliminar después de muchos intentos, a pesar de que jugaba regularmente a fútbol en un club de barrio formado por sus amigos de la infancia, con los que participaba en algún que otro torneo amateur.
Era la noche de un domingo, por lo que el bar de los Arazola se llenaba, como era costumbre, de cuarentones con las camisetas del Barça y con sus mujeres, que miraban a todos lados menos a cualquiera de los dos grandes televisores de plasma fijados en la pared, intentando no ser contagiadas por aquella fiebre futbolística; de señores mayores que venían con sus cigarrillos y se hartaban a cervezas y a bocatas de chorizo preparados por Romina, una de las cocineras de la taberna. Había también una minoría de chicos jóvenes que se dedicaban a jugar al futbolín o al billar y que en algún momento también se giraban a mirar la pantalla, justo a tiempo para ver las jugadas de mayor peligro.
Ismael servía en el extremo izquierdo de la barra donde se encontraban los grifos, preparando un par de cañas, cuando ella se sentó a escasos metros. Se sorprendió al verla sola por primera vez, después de tantos y tantos partidos que había presenciado acompañada de sus amigos en su taberna… tal vez por eso estuvo a punto de derramar toda la cerveza al suelo, pero, con un poco de suerte, logró controlar su torpeza. Debía tener unos seis o siete años menos que él, era alta, con un cuerpo esbelto. Tenía una media melena de color castaño y unos ojos rasgados y profundos, de aquellos que uno siempre rehuía a mirar por miedo a quedarse perdido en ellos, de un color oscuro, casi negro.
- Ponme otra clara a mí también, por favor -la chica se incorporó ligeramente hacia el punto en que se encontraba Ismael, con una voz firme y una tenue sonrisa en su cara.
“Marchando”, respondió Ismael, sonriente. Quedaban sólo diez minutos para que el Barcelona-Zaragoza diera su comienzo, la voz de Joaquim Maria Puyal empezaba a sonar por los bafles instalados a lo largo del bar, y el Rekalde ya se estaba llenando de aforo, ruidos, humo, y estrés para los camareros. Sirvió apresuradamente las cervezas a dos muchachos, y en escasos segundos la joven se vio sorprendida con la copa de cerveza y limón posada delante de ella. Se la llevó a los labios, bajo la feliz mirada del pobre y joven tabernero, quien decidió darse un pequeño pero plácido descanso antes de volver al agobio al que tantas veces le sometía la clientela.
- Qué rápido -dijo, tras darle un primer trago a la copa- Gracias.
- A ti -respondió él, sin borrar aquella sonrisa de su rostro. La había visto incontables veces, y sin embargo aún no se habían dirigido la palabra, o por lo menos, nada más allá de la típica relación camarero-cliente. Y siempre había una primera vez para todo, ¿o no?- Es la primera vez que te veo sola por aquí.
- Supongo que mis colegas no tardarán en venir -se llevó los ojos en la muñeca, decorada con un reloj de color blanco, con piedrecitas plateadas- Aunque ya están llegando tarde. Creo que me tocará seguir los primeros minutos sola…
- En este bar es imposible sentirse solo -rió Ismael, refiriéndose a todo el gentío que cada fin de semana copaba el Rekalde.- Por lo menos, si te gusta el fútbol… como en tu caso, ¿no?
- Pues la verdad es que sí -afirmó, apoyando la cabeza sobre su brazo y dando un suspiro- Me encanta desde que era una niña… de hecho, yo juego al fútbol, en Badalona.
- ¿En serio? Vaya -se asombró Ismael- No conozco a muchas chicas que les guste, y aún menos que jueguen.
- Pues las hay, y de muy buenas. -respondió segura de sí misma. Se reía mientras continuaba con su copa de cerveza en una mano, y con la otra jugueteaba con un mechón de su cabello.-Lo que pasa es que, en eso, los hombres no acostumbráis a ver más allá de vuestras narices.
- ¡Eso es mentira!
- Veamos, tú sabes quién es Messi, ¿no? -preguntó ella, lanzándole una mirada examinadora cuando se percató de su sorpresa.
- Joder, pues claro -resopló Ismael, sin poder evitar reírse- Soy casi-dueño de un bar. Tengo que saber quién es por narices.
- Ya -murmulla- En cambio, si te pregunto quién es Marta da Silva, ¿qué me dirías?
- ¿Marta da qué?
- ¡Marta da Silva! -insistió ella, con una inercia que casi la hace levantarse del taburete- Ganó el premio de FIFA World Player…
- Vaya, debe de ser buena, entonces.
- ...durante tres años seguidos. Y tiene 23 años… ¡imagínate! Es impresionante.
“¡Joder!”, concluyó Ismael. No tardó en ponerse de nuevo a servir refrescos y cañas a los demás clientes, sin perder de vista ni un instante a aquella chica que lo había dejado boquiabierto tantas veces en los pocos minutos que habían hablado juntos. Vio cómo apartaba durante unos instantes la vista de él para posar sus ojos sobre una de las fotografías pegadas en las paredes del bar, en la que se veía a un joven Ismael Arazola con el equipo de fútbol de su peña de amigos, bautizado como Los Baixinhos FC, en honor a Romario y a la escasa altura media de sus componentes (pocos eran los que superaban el 1’75 entre todos ellos).
- Así que tú también juegas al fútbol -dedujo ella.
- No tanto como me gustaría -admitió- Somos un simple equipo de colegas. Hacemos algunas pachangas y participamos en algún torneo amateur, pero nada más.
- ¿Y en qué posición juegas? Tengo curiosidad.
- Soy delantero centro -respondió, añadiendo con un tono triunfal:- Y el mejor tirador de faltas que has conocido en tu vida, seguro. Mejor que Juninho o Del Piero. Y los disparos de Beckham no tienen punto de comparación con los míos.
- No jodas. Eso es casi imposible.
- Créeme, algún día te lo demostraré.
- Tú no has visto a las mías -se defendió ella, que estalló en una carcajada- Deberías conocer a Claudia, la de mi equipo. Es una killer. ¡Fijo que tendrías pesadillas con ella!
- Si tú lo dices… -Ismael bajó la mirada, esbozando una sonrisa- ¿Y tú, esto…?
- Aroa.
- Aroa -repitió él, saboreándolo, como si ese nombre fuese como la miel en sus labios- ¿En qué posición estás tú?
- Juego en el lateral derecho, pero a menudo me pasan más adelante, en los extremos. Para salir a la contra y dar más verticalidad al juego, ya sab… ¡eh! ¡Santi!
Aroa se sobresaltó cuando un par de brazos, grandes, musculados y vestidos en cuero negro, aparecieron de la nada y rodearon su cintura de improviso. Se trataba de un chico alto y corpulento, con el cabello rapado y ataviado con una chupa de piel, que se comió a la chica a besos, primero en las mejillas y luego bajando descaradamente por sus labios y su cuello, bajo la atónita mirada de Ismael, cuya alegría se desvaneció al instante.
No, no podía perder permitirse perder un segundo de su tiempo con semejante espectáculo: el partido acababa de comenzar y aquello daba el pistoletazo de salida al trabajo frenético para los camareros del Rekalde, sirviendo birras y raciones de patatas bravas a diestro y siniestro. Ismael trataba con toda la atención y amabilidad que podía a toda su clientela, pero siempre encontraba un hueco entre tanto ajetreo para mirar de reojo a Aroa, que cantaba animadamente con Puyal cada uno de los seis goles que marcó el Barça aquella noche, mientras era la diana de las miradas embelesadas de Santi.
El que parecía ser el novio de la muchacha se había sentado a su lado y pidió a Ismael una mediana. No tardó en servírsela, a pesar de que en su interior le podían las ganas de echar algo diferente dentro del botellín. Sí, eso es, algo más… letal. Pero no pudo ser: ¡ojalá tuviese algo entre todos aquellos potingues que hiciera efecto!
Decidió dejarlo por aquella ocasión. Otra vez sería.