Kapitel IV
I'll escape while the shadow behind me finishes growing
Without even realizing that my wings have peeled and fallen off, I fly
After Dark - Asian Kung-Fu Generation
Owen corría por las húmedas calles de Londres, sonriendo sin parar mientras alzaba el rostro hacia el cielo para alcanzar algunas gotas de lluvia con su lengua. Harry, por su parte, se limitaba a observar la infantil actitud de su amigo, quien lo había arrastrado fuera de su tibio y acogedor departamento solamente para empaparse con la lluvia. Debía admitir que, fuera del hecho de que estaba mojado hasta los huesos, la experiencia resultaba un tanto relajante.
―Tienes que soltarte, Harry ―dijo el castaño mientras se giraba hacia él, sin dejar de sonreír―. Últimamente estás demasiado tenso y distraído, eso no es bueno, ¿sabes?
―Supongo que no ―murmuró Harry, acercándose a su amigo―. Pero tampoco son buenos los excesos, Owen.
El chico se encogió de hombros y después suspiró.
―Es bueno vivir la vida.
Harry frunció el ceño, un poco molesto. Apreciaba mucho a Owen, pero esa actitud tan relajada y descuidada no le terminaba de agradar, pues algunas veces el chico terminaba en problemas demasiado grandes que no era capaz de solucionar.
―Lo único que te digo es que debes cuidarte, nada más ―dijo el moreno con un suspiro, dejando el tema de lado.
Entonces el otro muchacho soltó una carcajada.
―Te preocupas demasiado, Potter ―dijo el castaño entre risas, se acercó al otro joven y le dio un suave golpe en el hombro, amistosamente―. Lo tengo todo bajo control, créelo ― bufó divertido.
Harry sonrió y meneó la cabeza con una sonrisa, caminando al lado de su amigo debajo de la suave llovizna veraniega.
Quizá si hubiera insistido un poco más en el tema, Owen seguiría formando parte de su vida.
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Harry abrió los ojos, mareado y aturdido, sintiendo cómo un enorme hueco comenzaba a hacerse camino en su estómago. Se llevó una mano a la frente y gimió. Alzó la mirada y casi se cayó de la silla en la que estaba sentado. Frente a él, del otro lado de la mesa en la que había estado recostado, un moreno de ojos negros, sin pupilas, lo miraba con una sonrisa depredadora y divertida.
―Tranquilo, no voy a comerte. Quizá ―Potter abrió la boca, pero fue detenido con un movimiento de mano―. Al menos no por ahora.
El hombre colocó una mano debajo de su mentón y se recargó en la mesa, viéndolo sin parpadear. Harry se enderezó entonces y giró el rostro en repetidas ocasiones, analizando el sitio en donde se encontraba. Era una pequeña cocina de paredes blancas, había unos cuantos trastos dispersos por las losetas y, aparentemente, estaba sentado frente al que era el comedor.
―¿Dónde…? ―intentó preguntar, pero una serie de recuerdos rápidos cruzaron por su mente, sin darle el tiempo de terminar.
Dirigió la mirada hacia el otro moreno, quien se miraba distraídamente las uñas, éste alzó el rostro, dejando que los ojos de ambos se encontraran por unos momentos.
―¿Has recobrado la lucidez? ―inquirió el hombre, sin ocultar la ironía en el tono de su voz.
Potter frunció el ceño.
―Ullysses, ¿verdad? ―preguntó Harry, un poco receloso.
El aludido dejó que su sonrisa se ensanchara hasta un punto que resultaba perturbador. Harry jamás lo diría, pero esa era la única ocasión en la que una sonrisa le había hecho estremecer de esa manera.
―Sí ―contestó, sin dejar de sonreír.
―Mago, ¿verdad? ―Harry se movió en su lugar, incómodo ante la perturbadora mirada que estaba recibiendo.
Ullysses le dirigió una mirada incrédula y divertida.
―¿Te lo parezco? ―preguntó el otro mientras acariciaba un mechón de su largo cabello negro.
Harry lo observó por unos momentos, sin decir nada. Después bajó la mirada un tanto ruborizado.
―Supongo que no ―murmuró, avergonzado.
―Supones bien ―el hombre frente a él se encogió de hombros y entrecerró los parpados―. Ya que pudiste llegar hasta este lugar, supongo que has podido darte cuenta de lo que soy en realidad.
―Kelpie―susurró Potter, tan suavemente que estaba casi seguro que no había sido escuchado.
Por el contrario, Ullysses soltó una pequeña carcajada, dándole a entender que su suposición estaba equivocada.
―¡Maravilloso! ―exclamó el moreno, quien no lucía nada sorprendido―. Tal como se podía esperar del heredero de los Black.
―¿Lo sabes? ―preguntó Harry, mirándolo con sorpresa.
―Por supuesto que lo sé ―contestó la criatura, mirándolo condescendientemente―. Soy el guardián de este lugar, por lo tanto soy muy consciente de cada suceso concerniente a esta familia. Eres el ahijado de Sirius Black, a quien por cierto nunca conocí, y que fue él quien te nombró heredero de todos sus bienes.
―Incluida esta casa ―masculló el chico, molesto ante la actitud burlona con la que estaba siendo tratado.
―¡Oh, no! En eso te equivocas, pequeño ―los ojos de Ullysses brillaron conocedores, regodeándose ante lo que estaba a punto de decirle―. Draco te lo dijo con anterioridad, ¿no es cierto?
―No entiendo ―murmuró Harry, apretando los labios con fuerza.
―Por supuesto que no ―el hombre se levantó de la silla, para después girar una y otra vez con los brazos extendidos―. Esto es Ávalon ―dijo entonces, deteniéndose para mirarlo de frente―. En este lugar sólo mandamos nosotros, la Unseelie Court [1].
―Pero tú tienes un contrato con la familia y yo… ―no pudo continuar: una mano se había cerrado sobre su garganta.
Ullysses lo miraba directo a los ojos, sonriendo con inocencia a pesar de que estaba asfixiándolo cada vez con más fuerza. El aire comenzó a faltarle, su visión se hizo borrosa y no pudo hacer otra cosa más que intentar luchar contra aquella fuerza sobrenatural que lo doblegaba.
―Como dije, aquí sólo mandamos nosotros. Yo ―enfatizó el kelpie, sin cambiar la expresión de su rostro―. Es verdad que tengo un contrato con La Antigua y Noble Casa de los Black, pero eso tiene muy poco que ver contigo, pequeño.
Liberó a Harry del agarre, tan rápido como lo había apresado, dejando que éste cayera al suelo, tosiendo en busca de aire. Y ahí, mirándolo con superioridad desde esa posición de ventaja, continuó hablando:
―Esto es Ávalon, aquí no cuentan las leyes que has conocido hasta ahora ―dijo la criatura, burlándose de él mientras extendía las manos nuevamente―. Aquí no gobiernan los magos, sólo nosotros, los seres espirituales.
―Pero el contrato dice que… ―Harry levantó el rostro, jadeando, intentando controlar su agitada respiración.
―¡Contrato! ¡Contrato! Cada vez que lo repites me haces querer asesinarte, ¿sabes? ―gritó el hombre, exasperado, moviéndose de un lado a otro como si fuera un demente―. No, tienes una idea equivocada. El contrato es más bien una alianza entre nosotros, los espíritus y los magos. Dudo mucho que tú seas capaz de entenderlo.
―Yo… ―murmuró Harry con impotencia, pues no podía negar nada de lo que le decían.
Era verdad, no entendía. Ese tipo de cosas no le habían sido enseñadas en Hogwarts.
―Supongo que ahora les limitan los conocimientos ancestrales ―dijo Ullysses, suspirando dramáticamente mientras se encogía de hombros―. Es una lástima.
Harry no le creyó ni por un sólo momento.
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Draco observó el crucifijo plateado que se balanceaba frente a él, sin parpadear, completamente fascinado. Su madre soltó una pequeña risa y extendió la mano, invitándolo a sentarse en la cama en la que descansaba.
―Veo que te gusta ―dijo la mujer con una sonrisa gentil.
El chico la observó por unos momentos y después negó con suavidad, sentándose junto a ella.
―No sabría cómo explicarlo, madre ―murmuró Draco―. Me hace sentir un poco extraño de alguna manera, eso es todo.
Narcisa suspiró, dirigiéndole una mirada serena a su hijo.
―¿Sabes el origen de tu nombre, Draco? ―preguntó la mujer, posando una mano sobre la de su hijo, la cual aún sostenía el crucifijo.
―Es por la tradición de la familia Black, aquella en la que se nos pone el nombre de una estrella, ¿cierto? ―respondió Draco con curiosidad, alzando finalmente la vista hacia el rostro de su madre.
Contrario a lo que esperaba, ella negó con la cabeza.
―No sólo se trata de eso, cariño ―dijo Narcisa con suavidad, sonriéndole―. Uno de nuestros antepasados tenía tú mismo nombre, ¿sabes? Según parece ser, tú heredaste muchos rasgos de él. Al menos eso dice el retrato del tatarabuelo Sirius.
―Ya veo…
Draco la miró a los ojos, sin entender qué es lo que trataba de decirle. Ella, por su parte, se limitó a mirarlo con calidez mientras tomaba el dije entre sus manos, para después colocar la joya alrededor de su cuello.
―Tengo entendido que siempre fue débil de salud y murió a los veintidós años, muy joven a mí parecer ―comenzó a decirle con voz suave, la cual comenzaba a agitarse un poco―. Sólo dejó dos de estas en su vieja habitación, la misma que tú ocupabas cuando solíamos quedarnos en la mansión del tío abuelo Orión. Se dice que son de buena suerte, por lo mismo han pasado de generación en generación en nuestra familia.
El crucifijo brilló por unos momentos, llamando la atención del rubio.
―Escúchame bien, cariño ―dijo su madre con las mejillas un tanto ruborizadas, tomando el rostro de su hijo entre sus manos―. No nos queda mucho tiempo…
―No, madre, por favor no sigas… ―Draco no pudo continuar, pues las lágrimas en el rostro de ella lo dejaron sin palabras.
―No, no, mi tesoro ―dijo Narcisa sin dejar de sonreír, tratando de tranquilizarlo―. Yo estaré bien, ya lo verás.
―Madre… ―jadeó Draco, sintiendo cómo el nudo de su garganta se hacía más y más grande.
―Los crucifijos son el símbolo del pacto entre nuestra familia y un espíritu, Draco ―murmuró Narcisa, viendo a los ojos asustados de su hijo―. Mi mayor deseo es que tú estés bien, sólo eso.
La mujer tomó un abrecartas que descansaba sobre la cómoda junto a su cama y con ella se abrió una pequeña herida en el dedo índice de su mano izquierda, para después dejar que una gota de sangre se deslizara sobre la joya en el centro del dije. Entonces se abrió la puerta de la habitación, dejando pasar a un muy agitado Blaise Zabini.
―Debemos irnos, Draco ―dijo el moreno con voz entrecortada, mirando una y otra vez detrás de su hombro.
―¡No! ―dijo Draco con voz suplicante, acercándose a ella para abrazarla―. Madre, tienes que venir con nosotros.
Narcisa negó con la cabeza.
―No, para mí ya no hay otro camino, Draco ―alzó la manga de su pijama y extendió el brazo hacia su hijo, enseñándole la marca tenebrosa que ensuciaba su piel antes inmaculada―. Pero tú sí lo tienes. Sé que descubrirás un camino diferente al que tu padre y yo hemos tan tontamente escogido.
El rubio se apartó de ella y la vio directo a los ojos, intentando descifrar aquello que no le estaba diciendo. Blaise se acercó a él y lo tomó por el codo, alejándolo de la cama.
―Lo siento, no tenemos mucho tiempo ―murmuró Zabini un poco apenado, sus ojos estaban muy rojos pues él también acababa de despedirse de su madre.
Draco asintió y se dirigió a la puerta junto a Blaise, se detuvo justo antes de cruzar el umbral de la misma, dirigiéndole una última mirada a Narcisa.
―Regresaré, madre. Te lo juro ―dijo con voz ahogada, apretando la perilla de la puerta con tanta fuerza que los nudillos de sus dedos estaban completamente blancos.
Ella sonrió, regalándole un último recuerdo. Nunca más la volvió a ver.
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Draco abrió los ojos lentamente, dejando que su vista se acostumbrara a la luz, esperando a que todo a su alrededor dejara de moverse, pues se encontraba demasiado aturdido. Cuando finalmente lo logró se sentó de golpe, quitando las sabanas que lo cubrían con un movimiento rápido y violento. Llevó una mano a su garganta, la cual aún seguía un poco adolorida, y frunció el ceño, molesto.
Se levantó de la cama, no sin antes gemir ante el esfuerzo que eso le suponía en ese momento, pues aún se encontraba mareado y aturdido. Caminó directo a la puerta y la abrió sin mirar atrás, siguió por el pasillo hasta llegar a las escaleras y se detuvo un momento, como siempre lo hacía, para admirar el cuadro que estaba frente a ellas. Desde ahí, un joven con un increíble parecido a él lo miraba con una sonrisa gentil y misteriosa mientras sostenía dos crucifijos: uno de oro y otro de plata. Los dos se observaron en silencio por unos momentos, siendo conscientes de las diferencias y similitudes entre los dos. Eran prácticamente idénticos, salvo por los ojos, pues el rubio del retrato tenía unos increíbles y profundos ojos azules. Sin embargo, no era una diferencia demasiado notoria.
Draco se llevó una mano al pecho y tocó su propio crucifijo, el mismo de color plata que sostenía aquel antepasado suyo y frunció el ceño al ver que el otro rubio lo imitaba, llevando el dije color oro muy cerca de su corazón.
―Ya te diste cuenta, ¿verdad? ―murmuró Draco mientras entrecerraba ligeramente los ojos―. El otro también está aquí.
Sin decir más le dio la espalda al cuadro y se apoyó en el barandal de las escaleras. Bajó con cuidado cada uno de los escalones hasta llegar al final, percatándose de que no había nadie en el recibidor. Tampoco en la sala. Abrió las puertas de cristal que daban hacia el jardín y fue golpeado por la suave brisa que corría en el exterior. Sus cabellos rubios se movieron al ritmo con el que el viento los acariciaba, llevando el suave aroma de las coloridas flores que soltaban sus pétalos con cada ráfaga. Su mano se cerró con fuerza en el marco mientras sus ojos comenzaban a oscurecerse.
Justo estaba por salir cuando el sonido de unas voces provenientes la cocina llamaron su atención. Su cuerpo se movió por inercia y sus pies lo llevaron hacia aquella dirección. Se detuvo un momento frente a la puerta, pues ésta se encontraba abierta, dejando que la conversación que se llevaba a cabo llegara hasta él sin ninguna dificultad.
Del otro lado, el joven Potter seguía la figura del hombre frente a él, mientras éste caminaba de un lado a otro de la habitación.
―Ya son casi trescientos años desde el pacto. El camino de esta familia está completamente ligado al mío ―dijo Ullysses con una excitación que el otro chico no era capaz de entender ni interpretar, para después dirigirle una mirada curiosa―. Esta es la primera vez que me topo con alguien como tú-
Harry frunció el ceño ante el comentario, apretó los puños con fuerza, ofendido.
―¿Un mestizo? ―murmuró él entre dientes, intentando controlar la rabia que comenzaba a correr por cada vena de su cuerpo―. ¿Sabías que esa mentalidad ha traído muchas desgracias a nuestro mundo? ¿Lo sabes? ―escupió con desprecio, levantándose de la silla para encarar a la criatura.
Ullysses abrió los ojos, fascinado. Una sonrisa depredadora se dibujó en su rostro y dio un paso hacia Harry, quien instintivamente llevó una mano a su pantalón, intentando encontrar su varita. Desafortunadamente, ésta no se encontraba ahí y él kelpie avanzó un paso más, queriendo acorralarlo.
Entonces la puerta se abrió.
―No se refería a eso, estúpido ―dijo Draco con pereza, arrastrando cada una de sus palabras.
El rubio cerró la puerta detrás de sí y les dedicó una mirada aburrida a los dos hombres. Sus pies se movieron con lentitud, hasta pasar a un lado de ellos, ignorándolos, dirigiéndose a la pequeña alacena que estaba detrás. Sacó un vaso y éste se llenó de inmediato con agua pura y cristalina. Dio un pequeño trago y suspiró, consciente de que los dos hombres no despegaban los ojos de él. Giró hacia ellos y puso los ojos en blanco.
Harry torció la boca, fastidiado, y dirigió toda su atención hacia él, pues el kelpie había hecho lo mismo, aunque éste sonreía divertido.
―¿Debería suponer que no es así? ―escupió Potter con desprecio―. Después de todo, casi todos los miembros de tu familia han sido unos elitistas de lo peor, no me extrañaría que hasta los guardianes sean unos prejuiciosos.
Draco sonrió de lado y se encogió de hombros.
―Aquí las cosas no funcionan de ésa manera, Potter.
―Sí, sí, claro. Ávalon ―masculló Harry, molesto―. ¿Entonces tú vas a explicármelo?
―Sería mejor que él lo hiciera ―dijo el rubio con pereza mientras se recargaba contra la pared, dirigiéndole una mirada de soslayo al kelpie―. ¿Podrías regresarme mi pincel?
―Sólo si prometes portarte bien, Draco ―contestó Ullysses con una sonrisa socarrona.
Harry los observó a ambos un tanto sorprendido, pues la interacción entre Malfoy y la criatura no parecía nada amigable y cordial. Sin embargo, había una especie de vínculo entre los dos, algo que no sabía cómo identificar. De alguna manera se sintió fuera de lugar, pues los otros dos parecían estar en un mundo completamente diferente al suyo a pesar de estar en la misma habitación que él.
Draco puso los ojos en blanco.
―Ullysses no piensa contestar a tu pregunta y como seguramente piensas insistir en el tema, te lo diré yo en su lugar ―se cruzó de hombros y clavó sus ojos grises en él―. La pureza de la sangre no importa en el mundo de los espíritus, Potter.
―¿No? ―Harry se cruzó de brazos.
―No ―contestó el rubio con calma, como si le estuviera hablando a un niño de tres años―. Muchos de los seres mágicos que tú conoces pertenecen a la Seelie Court [2], quienes no hacen diferencia entre magos y muggles, pues nos ven de la misma manera ―sus ojos grises se entrecerraron―. La Unseelie Court es diferente, sólo les interesa el poder, mientras más magia poseas, estás bien para ellos. Aunque por supuesto, la gran mayoría de los espíritus de ésta corte son considerados como “malignos”, pues atacan sin razón aparente e incluso llegan a asesinar ―Draco se cruzó de brazos también ―. No creo tener que explicarte más razones por las que la Unseelie Court no es demasiado popular entre los magos, ¿verdad?
Harry lo observó por unos momentos y después asintió, aunque aún no estaba del todo convencido.
―Supongo, pero eso no lo explica todo.
Malfoy bufó.
―¿Cuántas veces has escuchado mencionar a las cortes del mundo espiritual? ―preguntó él con diversión.
―Hermione parecía saber mucho al respecto ―se defendió el moreno con irritación.
―Granger era una biblioteca andante, Potter ―dijo Draco con ironía―. Independientemente de eso, los conocimientos sobre éstos son extremadamente limitados. Los contratos entre los magos y los seres mágicos ahora son un tabú, por lo tanto, toda información relacionada es celosamente guardada y protegida. Incluso en mi familia había muy poca información sobre ello.
―Pero Hermione…
―Como ya dije, Granger es un caso especial ―Draco puso los ojos en blanco y se encogió de hombros―. Probablemente consiguió permiso para hurgar en la Sección Prohibida de Hogwarts, sólo ahí pudo haber encontrado alguna información al respecto.
―Eso no… ―Harry se detuvo al ver la mueca de incredulidad en el rostro del rubio, después suspiró―. Sí, la verdad es que esa es una gran posibilidad ―masculló.
―Como ves, éste no es un tema del que se pueda hablar abiertamente, pues es considerado como una Arte Oscura ―Malfoy dirigió una mirada curiosa a Ullysses.
―¿Y no lo es? ―preguntó Potter con incredulidad.
―Para ser honesto, está bastante relacionado con el tema, pero no. No es Magia Tenebrosa o algo similar, sólo es magia muy antigua ―dijo Draco, divertido―. Tú eres el primer mago que llega aquí sin saber sobre esto, es eso a lo que Ullysses se refería.
Harry desvió la mirada hacia el kelpie, quien se había recargado en la loseta de la cocina, mirando fijamente a Draco mientras hablaba. Cuando éste se dio cuenta, se encogió de hombros, dándole a entender que en realidad no le importaba lo que estaba sucediendo.
―Normalmente sólo acepto un contrato a la vez ―dijo la criatura con pereza―. Por lo tanto, tu presencia aquí me extraña bastante ―entrecerró los ojos y sonrió, burlón―. Son dos excepciones hasta ahora, Draco me pregunto si me saldrás con alguna otra sorpresa.
Malfoy apretó fuertemente los puños.
―Él ―señaló a Harry con un dedo, furioso― no tiene nada que ver conmigo. No te atrevas a relacionarlo con esto.
Ullysses soltó una carcajada, ignorando el enojo del rubio.
―Me importa muy poco lo que digas ―contestó la criatura con malicia, acorralándolo contra la pared―. Este muchacho ha venido a buscarte a ti, ¿me equivoco?
Draco desvió la mirada y apretó los labios con fuerza. No podía replicar a eso. Colocó las manos en el pecho del kelpie y lo empujó, alejándolo de él. Entonces avanzó hacia Harry, mirándolo directo a los ojos.
―Quiero que te marches, pero tengo la impresión de que no lo harás, ¿me equivoco? ―dijo Draco con decisión, sin dejar de mirarlo.
―No, no te equivocas ―contestó Harry en el mismo tono, sin evitar el contacto con la mirada del rubio.
Malfoy apretó los labios por un momento y después suspiró.
―Me encantaría sacarte yo mismo, pero como puedes ver, a Ullysses no le gusta que otros además de él causen alboroto por aquí ―Draco ignoró la sonora carcajada que soltó el kelpie en ese momento y prosiguió―: ¿Qué es lo que quieres? ¿Has venido a reclamar esta propiedad?
Harry tardó unos momentos antes de contestar. Pasó una mano por sus cabellos y negó con la cabeza.
―No, no he venido por eso ―dijo con voz suave.
―¿Entonces? ―Draco alzó una rubia ceja y le dirigió una mirada confundida―. Ésta es la segunda vez que vienes aquí, ¿qué es lo que intentas conseguir?
―Hay algo que quiero―Harry clavó sus ojos verdes en el rubio―, y tú eres el único que puedes dármelo, Malfoy.
Los ojos grises de Draco se abrieron, reflejando sorpresa en ellos. Después soltó una carcajada.
―Por todos los cielos, Potter. Debes estar bromeando, ¿cierto?―dijo Draco entre risas, tratando de respirar―. No sé si te has dado cuenta, pero mi situación económica ha caído en un pequeño letargo. Dudo mucho que alguna de mis humildes posesiones se ajuste a las necesidades del chico dorado.
Ullysses bufó divertido pero no dijo nada. Aparentemente, la conversación entre ellos dos le resultaba bastante cómica, pues en ningún momento había dejado de sonreír.
Harry ignoró la ironía en el comentario de Malfoy y continuó hablando.
―Al principio yo también lo dudé, no puedo negarlo, pero ahora estoy completamente seguro ―su mirada brilló con decisión.
―¿Sí? ―Draco puso los ojos en blanco y cruzó los brazos―. ¿Y qué se supone que es?
―Tu talento ―respondió Potter de inmediato, la confusión en el rostro de su ex enemigo le hizo continuar―. No me mal entiendas, sólo quiero que pintes para mí, eso es todo.
―¿Qué tú quieres…? ―Malfoy lo miró fijamente por unos momentos y después retrocedió un paso, negando con la cabeza―. ¿Estás completamente loco? ¿De qué carajos estás hablando? ―escupió el rubio con recelo.
―Estoy hablando en serio, Malfoy ―dijo Harry, decidido―. Cuando nos encontramos en la galería, yo iba a pagar por uno de tus cuadros, no tenía idea de que tú eras el artista, ¿entiendes?
―¿Ibas a pagar? ―Draco alzó una ceja.
Harry suspiró.
―Saunière terminó regalándomela ―se encogió de hombros― temía a que lo delatara ante las autoridades, ¿comprendes?
El Slytherin entrecerró los ojos mientras un destello de rabia los iluminaba.
―¿Eso quieres? ¿Cuadros gratis? ―Malfoy sonrió, pero habló como si estuviera asqueado―. Cualquiera pensaría que el niño que vivió podría costearse uno o dos lujos. Increíble.
Entonces Harry perdió la paciencia.
―¡Deja de decir estupideces, Malfoy! ―gritó Harry, furioso―. ¡Te he buscado porque tu talento es increíble! ¡¿Lo entiendes?!
Draco negó nuevamente.
―Me niego ―alzó la mirada y la clavó en la de Harry―. No gano nada con esto. No pienso someterme a tus caprichos.
―Malfoy…
―He dicho que no, Potter ―el rubio giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta―. No sé qué es lo que pretendes en realidad, pero no pienso ser parte de ello.
Abrió la puerta y salió, antes de cerrarla, Potter habló otra vez.
―Puedo dártela, Malfoy ―dijo Harry con calma, midiendo cada una de sus palabras―. Sé que estás intentando encontrar la tumba de tu madre y que en el Ministerio no te han querido proporcionar esa información.
Draco giró hacia él pero no dijo nada, simplemente le dirigió una mirada profunda que podría interpretarse de cualquier manera. La mano del rubio estaba fuertemente cerrada sobre la perilla y a pesar de ello era capaz de notar cómo temblaba.
―Juro que haré todo lo posible por encontrarla, Malfoy ―continuó hablando, sabiendo que estaba siendo escuchado con mucha atención―. Quizá me tome un poco de tiempo, pero prometo hacer todo lo posible por ayudarte. Por supuesto, también voy a pagarte por los cuadros.
Harry sabía que a Malfoy no le interesaba el dinero, podía leerlo en sus ojos. Draco desvío la mirada hacia Ullysses, mordiéndose el labio inferior de forma inconsciente. El kelpie permaneció en silencio, mirándolo fijamente. Al no encontrar señal alguna de rechazo, suspiró.
―No sé por qué estás haciendo esto, Potter ―murmuró Draco con amargura.
Potter negó con la cabeza.
―No es solo por ti, Malfoy ―contestó Harry con el mismo tono, sorprendiéndose el mismo por lo que decía, pues darle explicaciones al Slytherin era algo que nunca se había planteado si quiera―. Tú también puedes regresarme a aquellos que he perdido, ¿sabes?
Se miraron a los ojos por unos momentos, reflejando la tristeza y melancolía que ambos sentían. Draco podría negarse, ambos lo sabían, sin embargo, también eran conscientes de que eso no sucedería.
Ahora tenían un trato.
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[1] Unseelie Court: Corte Oscura.
[2] The Seelie Court: Corte Sagrada.
Kapitel V