“It’s one of those cities you pass along the side of the freeway, home to barely ten thousand citizens, that makes you ask yourself, “Who the fuck would live there?”
Título: El Huésped
Autor: A Dalton's Warbler
Fandom: Glee
Rating: PG13
Personajes/parejas: Kurt Hummel & Blaine Anderson
Número de palabras: 1,181palabras
Longitud: Prólogo/?
Disclaimer: Glee es de RIB y Huésped, la historia en la que está basado este fanfic, es de Stephenie Meyer.
El nombre del huésped era Blaine Anderson. No que eso importara realmente pues una vez llevaran a cabo la inserción y el alma fuera insertada en su cuerpo ya no sería Blaine Anderson sino Canción Mensajera, que era el nombre del alma en cuestión. Aun así, para muchas almas, Blaine Anderson era un huésped fascinante. No solo por el hecho de que tenía dieciocho años, o sea, un huésped adulto -de los que ya no encontrabas en ninguna parte-, sino por el hecho de que consiguió burlar la seguridad de un Centro de Sanación como si se tratase de un juego de niños.
Se había infiltrado en él sin que nadie notara que no era un alma sino un humano salvaje. Y, aunque nadie sabía con exactitud por qué había hecho algo así, muchos no podían resistir admiración por él porque, peligro o no, lo que había logrado era toda una proeza. Aún así, el humano debió saber que era algo imposible entrar a un Centro de Sanación, robar medicinas y salir como si no hubiese pasado nada, si era parte de alguna resistencia debió saber que ese era el lugar donde las posibilidades de ser atrapado eran significativamente más altas.
Pero, aún así, lo hizo.
Al principio nadie notó nada extraño, Blaine era casi un alma si solo le prestabas atención a su comportamiento. Paciente, tranquilo, comprensivo y lleno de una alegría que jamás habían visto en un salvaje. Entró al centro y se dirigió al primer Sanador que vio, presentándose como Llamas del sol. Explicó que había salido de campamento con una amiga, pero, cuando llegaron al lugar, ella cayó y se hizo un golpe horrible en una pierna. Le explicó detalladamente al Sanador cómo había sido el corte con una paciencia inquebrantable y una sonrisa casi eterna.
(Algo que preocuparía a los Buscadores luego era el hecho de que conociera los otros planetas como cualquier otra alma. Hablaba del mundo de fuego como si hubiese sido un dragón y de cómo desearía haber pasado un ciclo vital en el mundo cantante como si fuese la cosa más normal del mundo.)
El Sanador, como es normal, no halló razones para desconfiar de alguien tan agradable como el muchacho y se apresuró a facilitarle lo que necesitaba, medicinas.
El primer indicio de que algo iba mal ocurrió cuando el Sanador le tendió los medicamentos y le preguntó por qué no había traído a su amiga. No porque desconfiara de él, todos saben que las almas no mienten y mucho menos desconfían unas de otras, sino porque pensaba que la pobre chica tendría un mejor tratamiento si un Sanador experimentado la atendiera y no un amigo que no ha estudiado sanación en todos sus ciclos vitales. El chico solo sonrió y le explicó que su amiga no había querido moverse de donde estaba porque le dolía demasiado y que él había sufrido los suficientes accidentes como para saber manejar las medicinas sin problema alguno.
El Sanador le sonrió de vuelta e intentó no reírse por la aparente torpeza del chico, aunque fue prácticamente imposible por la manera en la que lo decía, pero su sonrisa desapareció cuando le entregó las medicinas y Blaine cometió su primer y único error.
Le miró a los ojos.
Todos, tanto almas como humanos, sabían la diferencia entre un humano salvaje y uno con un alma dentro de él. Las almas dentro de los humanos provocaban un extraño efecto en las pupilas, dándoles un curioso brillo plateado. Los ojos de Blaine eran de un color café claro, y el Sanador notó rápidamente que los humanos consideraban que ese color era muy hermoso pues quedó absorto en ellos por un largo momento. Su cuerpo reaccionaba solo de vez en cuando a las cosas que antes había considerado hermosas antes de que el alma lo controlara y esto era una de ellas. Más su admiración se esfumó rápidamente cuando notó algo fuera de lo normal en esos ojos. Sus pupilas eran de un negro atrapante, sí, pero negras por todas partes. Solo negras. No había brillo plateado, no había un alma dentro de él.
Lo que automáticamente significaba una sola cosa. El Sanador había estado hablando con un humano. Un mito, un peligro para la paz.
Blaine solo tardó un milisegundo en darse cuenta de lo que había hecho y, sin mediar otra palabra, salió del lugar. Al principio el Sanador se quedó inmóvil, asombrado por lo que había visto, pero, una vez vio al humano cruzar la puerta, avisó al primer Buscador que vio.
Hay una diferencia entre el correr en un maratón y correr por tu vida, y Blaine Anderson la conocía bien.
Una vez escuchó los pasos de los Buscadores a su espalda, corrió como jamás había hecho en todas sus competencias. Corrió con tanto apremio y tanta desesperación que, por instantes, sintió que volaba.
Ninguno de los Buscadores esperaba que el chico corriera de esa manera, era tan pequeño y se veía tan cansado y hambriento, pero, aun así, corría como si lo hubiesen dejado en medio de una corrida de toros en España. No tardaron en darse cuenta de cómo había sobrevivido tantos años sin que lo atraparan pues no solo era tan rápido como una bala, sino que conocía el lugar como si fuese la palma de su mano.
Casi se les escapa si no fuese porque uno de ellos pidió refuerzos y ya le tenían rodeado por todas partes. Una vez cruzó la calle que pensaba le ayudaría a escapar de los Buscadores, se encontró con que había al menos diez Buscadores frente a él y cinco llegaban desde atrás. Todos le apuntaban con sus armas. Armas que Blaine sabía bien que no utilizarían, pero no dejaban de ser menos intimidantes por eso.
Estaba total y auténticamente acorralado. Y perdido.
A lo largo de los años, los Buscadores se habían acostumbrado a la violencia de los humanos, estaban acostumbrados a que, una vez les acorralaban, estos se aterraban y atacaban todo lo que encontraban a su paso hasta que alguien los dormía. Estaban acostumbrados a la desesperación, al infinito sentido de supervivencia.
Blaine, por otro lado, solo les miró en silencio y esperó a que lo atraparan, con las lágrimas haciéndole brillar los ojos y las manos temblando sobre su cabeza. Ninguno entendía este comportamiento, pero tampoco se detuvieron a preguntar. Ninguno lo supo, pero Blaine no se movió porque supo que era inútil, estaba rodeado por todas partes así que, si intentaba escapar, solo sería un camino aun más doloroso que le llevaría al mismo final. Así que, si iba a morir, prefería hacerlo de una pieza y sin ningún hueso roto.
No pasó mucho tiempo hasta que lo tuvieron sedado y de vuelta al centro de sanación.
El nombre del huésped era Blaine Anderson. No que eso importara realmente pues una vez llevaran a cabo la inserción y el alma fuera insertada en su cuerpo ya no sería Blaine Anderson sino Canción Mensajera. Aun así, Blaine Anderson no era un huésped común, y eso debieron haberlo pensado antes.