He escuchado toda mi vida la expresión machista y segregadora que se refiere a las mujeres mayores de 40 o 50 años que no viven con una pareja y no tienen hijos: las solteronas. A ellas se les atribuye una amargura inconmensurable y la adoración a los gatos.
Bueno, he aquí mi descripción.
Si bien la adoración anteriormente descrita también implica la adquisición de éstos (los gatos), hasta esta etapa no puedo llegar, porque considero egoísta adquirir a un ser vivo que siente como si fuera un ser inferior a mí que debe vivir supeditado a mis deseos, mi pobreza y mis eventuales -pero largos- viajes en los que tendría que dejarlo con alguien más provocando un desnivel en sus ritmos circadianos.
Volviendo a la solteroneidad (adecuadísimo, ¿verdad? Lo sé) que me describe, debo aclarar-con mucho dolor, por cierto- que yo he sido criada en un ambiente empapado por el machismo. En un ambiente donde se absorve, se huele, se aspira y se come machismo. Por lo tanto, no puedo evitar el sentir -conste, sentir, no pensar- que en realidad lo que le falta a mi vida (yo, una mujer) para hacerla mejor, para completarla, para darle plenitud, es nada más y nada menos que... un hombre.
Porque el hombre y la mujer (en ese orden) le dieron vida a este planeta, ¿Verdad?
Qué sarta de imbecilidades (sí, eso es lo pienso).
The thing is que en efecto, mi vida, la vida que no tengo, la vida que yo misma me escondo, está completamente abandonada de la presencia masculina. No hay hombres para mí. No me ven, no me huelen; ni siquiera me presienten. Lo mismo de siempre, porque mi vida no ha cambiado casi nada desde que tengo 13 años. Por suerte ahora sí tengo amigas, incluso cuando mi actual período depresivo me impide hacerlas partícipes de toda la mierda que llega a pasar por mi cabeza -e incluso hay momentos en los que llego a pensar que nuestra amistad está pronta a terminar porque yo soy la única que sigue estancada en la nada-.
Por lo anteriormente expuesto, puedo decir que, usando el mismo marco (machista) regulador, hoy, yo, quien escribe, puede ser completa y absolutamente clasificada en el concepto de "Solterona".
Sí, solterona. Aunque con sólo 25 años (ojo: "sólo" en comparación a los 40 o 50, porque 25 años estando sola, no ametira un "sólo") me considero a mí misma una ciudadana solterona. Amargada, sola, amante de los gatos (y perros y leones, y ciervos, cocodrilos bebés y suricatas, entre MUCHOSMÁS). Incapas de ser feliz por los de más, cada día más encerrada en sus cuatro paredes, cada vez más atrapada con sus demonios internos, con sus miedos e inseguridades -los mismos que viene arrastrando desde hace más de 15 años y cada no hace más que sumar nuevos y no restar viejos-.
Hoy, yo, la solterona (con todo lo que eso implica) me estoy viendo sobrepasada, ahogada, hundida por mi cobardía. Hay momentos en que veo todo desde muy abajo y desde muy lejos. Ya no sé cómo avanzar.
Miedo al cambio, como dijo alguna vez mi ex psicóloga (una enferma falsi-pachamámica, estafadora y narcisista con problemas de reafirmación de ego, incapaz de relacionarse con alguien si no era de una forma jerárquica en la que ella predominanaba) el día que le dije que no podía operarme de mi obesidad porque me habían dado mal el presupuesto de mi operación, así que no me alcanzaba. Y en eso sí le dí y le doy la razón.
Es un miedo de mierda. Es un miedo que me posee. Es un miedo que no sé superar por más que sé admitir.Es un miedo que me persigue, porque además de todo es innherente a mi puto signo del zodiaco.
Lo gracioso de eso del signo, es que también son innherentes la sensualidad y el atractivo, pero heme aquí sola, amargada, sin casi recuerdos de alguna mirada alagadora o un encuentro ojos cómplices al caminar en la calle.
Heme aquí con malas notas, cerca de perder el año y sin a quién decirle. Heme aquí con dolor, miedo y mala salud.
Heme aquí con el alma seca.
Con mi mente aún adolecente.
Con mi corazón de niña.