Jun 18, 2008 23:48
Bueno, quise arreglar está entrada para poner los links a los otros capis en plan "mono" y se destrozo entera, así que ya no toco más.
Se nota que está llegando el verano. La ropa es más ligera, las tardes interminables, el sol calienta la piel y la gente se sienta en los bancos del parque o bajo la sombra de algún árbol a pasar esas horas que la luz del día les regala. Sofía se quita las sandalias y apoya los pies en el césped mientras pasa ambos brazos tras su cabeza y sonríe relajada. Faltan unos veinte minutos para entrar a la próxima clase y tiene todas las tareas adelantadas, así que los quiere pasar disfrutando de la temperatura que hay a su alrededor, con los ojos cerrados bajo sus gafas de sol y sin pensar en nada.
O sólo en ella...
Hace un par de días de lo que pasó en clase de literatura y no han vuelto a hablar de ello. Sofía nota como su corazón parece encogerse un poco.
Quizás sólo fueron alucinaciones tuyas y ella no iba a besarte.
Recuerda a la perfección como salieron de clase a le vez, casi sin mirarse a los ojos, ambas sonrojadas hasta las cejas y tan nerviosas que se les caían las cosas. Sabe que eso fue real, pero también lo fue el coche de su padre en la puerta del instituto esperándola para llevarla a pasar unos días con él. Ni siquiera tuvieron tiempo de hablar. Y aunque habían coincidido un par de veces por el messenger, no son cosas para hablar por ahí. No se imagina escribiendo algo como “Por cierto, Andrea, el otro día ibas a besarme o sólo me lo pareció a mí? Porque yo me muero de ganas de besarte.” No. Definitivamente no puede escribir eso. Sabe que no quiere ni decírselo, que no puede, que sólo espera que eso suceda sin más. Porque tiene que suceder. Porque ambas lo necesitan. Porque ella lo sabe.
-Ey, ¿saltándote las clases sin mí?
Sofía abre los ojos, no para saber quién le habla, eso es algo innecesario. Reconocería esa voz entre un millón de voces. Podría reconocer el tono de picardía mezclado con dulzura que tiene Andrea en cualquier parte aunque pasaran mil millones de años. No los abre para eso. Los abre para llenar sus ojos de Andrea.
-Claro.- dice con una sonrisa traviesa en la cara.- Quiero quitarte el puesto.
Andrea se tira a su lado, dejando caer la mochila sin mucho cuidado y le da un suave golpe en el muslo.
-¡Eh! -dice ofendida.- Eso no se hace. Tú eres la empollona y yo la gamberra que te arrastra. No puedes cambiarlo sin pedirme permiso.
Sofía se gira para mirar a su amiga sentada a su lado.
-¿Y eso donde está escrito? -pregunta bajándose las gafas para mirarla por encima de los cristales mientras se apoya en un brazo, quedando completamente de lado.
Andrea abre los brazos intentando abarcarlo todo, gesticula, pone caras extrañas y al final se encoge de hombros.
-Pues no lo sé, chica. Pero creo que viene impreso en el código genético de los alumnos desde que nacen.
Sofía sonríe y acaba por quitarse las gafas del todo para mirar bien a Andrea.
-¿Código genético? Parece que sí quieres cambiar los roles que tenemos. ¿¡Qué sabrás tú de códigos genéticos!?
Andrea parece hacer el amago de golpearla, pero no lo hace, sino que se acaba por tumbar del todo en la hierba junto a su amiga mientras se ríe.
-La verdad es que no tengo ni idea. -confiesa.- Y si tengo que añadir algo más, ni ganas. No estoy en el bachillerato de letras para ponerme a estudiar códigos genéticos de empollonas que quieren volverse gamberras y saltarse las clases sin, la que dicen que, es su mejor amiga.
Mejor amiga. Ya lo ha dicho.
Intenta calmarse, no ponerse a pensar qué se supone y qué no se supone que significan esas palabras. No quiere pensar en eso. No le gusta pensar que no hay más que una simple amistad cuando ella cree que podrían tenerlo todo. Vuelve a ponerse las gafas de sol para evitar que Andrea vea su cara de decepción. No quiere más preguntas, quiere respuestas.
-Tranquila, no me estoy saltando ninguna clase. No ha venido el profesor de historia. -dijo con un tono de voz mucho más seco de lo que esperaba mientras se mueve para quedar boca arriba del todo y cierra los ojos de nuevo, apoyando las palmas de las manos en el césped e intentando respirar con normalidad para no alterarse más.
No puede ver como Andrea la mira desconcertada, como abre los ojos y traga con dificultad para girarse lentamente unos segundos y mirarla mejor. Luego vuelve a su posición normal, con algo de pesar dibujado en su rostro. Pero Sofía no puede ver nada de eso, ella sólo bufó molesta. No sabe disimular su enojo, es más, no quiere disimularlo.
¿Para qué? Que se entere de una vez de lo que pasa y deje de jugar así conmigo.
Quiere girarse a su amiga y decirle las cosas bien claras, quiere agarrarla, mirarla fijamente a los ojos y decirle “Andrea, estoy enamorada de ti. ¿Quieres darte cuenta de una vez?”. Lo piensa, lo sopesa, repite en su cabeza esa frase mil millones de veces, dándole vueltas y más vueltas. Haciéndola sonar más suave; “Te quiero, Andrea. Eso me pasa”. Más dulce; “No quiero pasar un sólo día de mi vida sin besarte”. Más tierna; “Quiero dibujar palabras de amor con mis labios en cada una de tus pecas”. Más enojada; “¡Joder, Andrea! ¡Te quiero!”. Busca la frase perfecta. Esa que le abrirá las puertas a los labios de Andrea y la dejara llegar hasta su corazón.
Abre los ojos despacio, mirándola de reojo. Se gira para ella, dispuesta a decirlo, como fuera, aunque tuviera que atraparla contra el césped y robarle un beso de los labios. Ya todo da igual. Se gira con las palabras cosquilleando en sus labios y las caricias en sus manos y la ve. A ella, a Andrea; tumbada en el césped verde, su cabello; que va desde un tono rubio anaranjado hasta el más puro y rojo fuego, formando una cascada de rizos alrededor de su rostro pálido y lleno de pecas. La camiseta de tirantes verdes que se levanta y deja al descubierto su ombligo; redondo, perfecto. Los pantalones algo más bajos de lo que deberían por el que asoma el borde de sus braguitas.
Sofía nota como la garganta se le seca, es incapaz de hablar, no puede decirle nada. No a ella. Si la rechaza, la perderá. Siente como el enfado crece en su interior, como un fuego que empieza en su estómago y sube por su pecho, hasta su garganta. Se debate entre gritar y llorar.
No puedo más.
Agarra su mochila y se levanta, sin decir nada, sin esperar siquiera que Andrea tenga tiempo de abrir los ojos. Aprieta el paso lo más que le dan sus piernas y entra en el instituto dejando atrás los gritos de su amiga que la llama.
Llega a uno de los pasillos del instituto con los ojos llenos de lágrimas. Ya no soporta más el dolor y ese juego. Es mejor alejarse de ella. No puede tenerla tan cerca y sentirla tan lejos sin sufrir más de lo que es capaz de soportar.
-¡Sofía!
Escucha el grito de su amiga a sus espaldas pero no se gira. Acelera el paso algo más y reza por llegar a algún lugar en el cual ella no pudiera entrar. Pero no existe tal lugar en aquel instituto y Andrea la atrapa por la muñeca cerca del aula de biología.
-¿Qué coño te pasa? -le grita al girarla para verla de frente.
La cara de Sofía es un poema triste. No ha podido controlar las lágrimas y ya está hipando a causa del llanto. Da igual que las gafas tapen sus ojos, el llanto se ve rodando descontrolado en sus mejillas. Se fija en que la expresión de Andrea cambia del enfado, al desconcierto y la tristeza, al mirarla.
Sofía baja la mirada al suelo, incapaz de enfrentarse al rostro de su amiga. No quiere que la vea así porque sabe que no existe un buen motivo para estar así, pero no puede evitar sentir que su corazón se rompe cada vez que la tiene cerca y es incapaz de besarla.
-¿Qué ocurre? Sofía, ¿estás bien? -pregunta Andrea muy preocupada mientras le quita las gafas de sol.
Sofía niega con la cabeza, no puede hacer nada más que llorar sin mirarla a los ojos. Quiere decirlo y no puede.
Te quiero, Andrea. Eso me pasa.
Andrea la abraza con fuerza y desconcierto y Sofía se relaja entre sus brazos. Dejando que el calor del cuerpo de su amiga la llene por completo. Suspirando entre sus brazos, oliendo su cabello, fijándose en que tenía restos de césped entre los rizos.
Y fue allí, en el pasillo que hay en la planta baja del instituto, delante de la puerta de biología donde Sofía abre los labios, se acerca al oído de su amiga y le susurra.
-Estoy enamorada de ti.
El timbre del final de las clases suena como una alarma en sus cabezas y el pasillo se llena de alumnos que estaban ansiosos por salir de allí. Sofía se separa de ella y la mira a los ojos aún con lágrimas en ellos, hace un gesto con la cabeza y se aleja por el pasillo.
Bueno, ya lo has dicho, Sofía. Ahora sólo queda esperar a ver que ocurre.
Andrea nota el cuerpo de Sofía abrazado al suyo, tiene las gafas de sol de su amiga entre sus dedos, sujetos por una de las patillas y le está acariciando la cabeza mientras su otra mano se apoyaba en su espalda. No va a soltarla nunca. La destroza verla llorar. Quería verla siempre reír, aunque no fuera ella la causa de su felicidad.
Entonces lo escucha. En su oído. Un susurro apenas audible que hace que su corazón se detenga un instante y que el aire no llegue a sus pulmones. Antes de ser capaz de reaccionar, el timbre ha hecho que los pasillos se llenen de alumnos y que Sofía se aleje de ella sin haberle dado tiempo a decirle que ella siente exactamente lo mismo.
-Yo también de ti...- susurra mientras la ve entrar en clase de filosofía.
Andrea y Sofía,
está vivo!,
femslash,
cuentos originales