30 de mayo, 8:15 de la mañana. Roja a lomos de su Berty, cabalga camino del Hospital del Mar, en Barcelona, para una de sus revisiones periodicas post-operación. La calle Sardenya cruza Barcelona de punta a punta y debe llevarla prácticamente de su casa al hospital en escasos 20 minutos. A esas horas el primer tramo de la calle está prácticamente desierto. Roja´circula por el carril izquierdo y puede ver, a lo lejos, varios camiones aparcados en doble fija, descargando mercacía. Decide cambiarse al carril central para evitar tener que esquivarlos más adelante y con más tráfico. Pone el intermitente, mira por el retrovisor. La calle a su espalda está vacía. Inicia la maniobra. Choca de lado con un coche salido de la nada. Pierde el equilibrio, la moto cae, ella la suelta, las dos patinan por el suelo. El tiempo se detiene.
... y he sobrevivido para contarla. Balance de daños: tanto mi Berty como yo tenemos el costado derecho dañado. Yo más que ella, todo hay que decirlo. ¡No veas qué bien aguanta, la cabrona!
Recuerdo haber gritado, pero los segundos transcurridos desde que perdí el equilibrio hasta que me deslicé sobre el asfalto, ese instante de vuelo sin motor no lo tengo registrado en la memoria. Sé que solté la moto, como me enseñaron en la autoescuela, para que no me arrastrara con su peso, pero no soy capaz de verme a mí misma haciéndolo. No rodé, me deslicé como mi pobre Berty, sobre el costado derecho. Cuando abrí los ojos la vi tirada a un metro de mí, aún ronroneado y pensé, "ay, mi pobre Berty..."
Me levanté yo sola, pero no había pasado ni un segundo cuando me vi rodeada de gente que me ayudaba. Un señor me cogió del brazo bueno para me me mantuviera derecha; un chico levantó a mi Berty y, con la ayuda de otro, la subió a la acera y apagó el motor. Una chica, aún con el casco de su propia moto puesto, me preguntó si me encontraba bien con cara angustiada, probablemente viéndose a sí misma en mi situación. Alguien me ayudó a quitarme el casco cuando dije que ni había tocado el suelo con la cabeza. Sólo me dolían el brazo y la pierna derechos. Me miré ese lado y descubrí que tenía rajada la chaqueta de piel de arriba a abajo. Alguien me ayudó a quitármela y a tirarla a un container.
--Míralo por el lado positivo --me dijo un señor que ser reía de nervios (espero)--, ahora tienes una excusa para comprarte una nueva.
Recuerdo que pensé que lo que no tenía este mes era dinero, pero no dije nada. Los primeros diez minutos tras el accidente fueron muy confusos, con tanta gente a mi alrededor comprobando los daños, tranquilizándome, tranquilizándose a ellos mismos, y yo totalmente atontada, mirándoles sin verles realmente, haciendo un chequeo silencioso de mí misma: me duele el brazo... oh, Diox, me he agujereado el codo del jersey también. Pero los tejanos están intactos... Me duelen las rodillas, y el costado. Creo que me he hecho una herida ahí porque me escuece... Puedo andar, aunque me duele el pie. ¡Oh, no, no! ¡Mis zapatos están destrozados! ¡Miz zapatos negros de tacón de cuña! Menos mal que sólo me costaron 19€. Llego a llevar mis botas favoritas, las destrozo y me da algo...
Una señora rondando los cincuentena, menuda y rubia, se abrió paso entre la mini multitud de bienintencionados curiosos, llaves en mano: la dueña del coche con el que choqué.
--¡No te vi hasta que ya estabas encima! --dijo, temblorosa.
--Yo tampoco te vi. ¡Juro que miré por el retrovisor pero no te vi!
Y así fue como Roja descubrió el mítico, peligroso pero terriblemente real "punto ciego" de los retrovisores: sólo reflejan lo que tienes detrás, no lo que tienes a lado pero no a la altura.
Lo que podría haberse arreglado de forma amistosa, con la señora llevándome al hospital y sin parte a los seguros (el daño en su coche era sólo un rasguño y yo sólo estoy a terceros) se complicó cuando apareció un coche de los Mossos. Nos pidieron la documentación (fue entonces cuando descubrí que mi bolso tmabién había quedado destrozado), llamaron a la Guardia Urbana, a la patrulla de atestados, a una ambulancia... al final acabé en el mismo hospital al que irónicamente me dirigía, pero en urgencias, dos horas sentada en una silla de ruedas esperando a que me hicieran radiografías. Nada roto excepto mi confianza.
Eso sí, cuando cerraron la puerta de la ambulancia, de pronto me vi a mí misma chocando, derrapando sobre el asfalto, Berty de lado, las ruedas girando como locas en el aire, y me puse a llorar como una loca.
--No sé qué me pasa --hipaba yo--. No puedo parar...
--Tranquila, nena, es el shock --me dijo el de la ambulancia--. Si te contara yo los accidentes de moto que he visto...
Y lo hizo, hasta el punto que yo deseaba gritarle que se callara, que lo había captado, que tenía suerte de que la señora y yo fuéramos muy despacio, que podía haberme matado...
¿Pero sabéis qué fue lo peor? Lo peor fue cuando en urgencias me preguntaron si estaba sola. Y lo estaba. No tenía a nadie a quien llamar para que viniera a acompañarme. Cierto que llamé a mi hermana y ella se ofreció a venir, pero no quise molestarla, y sé que en el fondo ella sintió alivio cuando le dije que no hacía falta. También llamé a mi No-Relación para que pasara a recoger a Berty y la llevara al párking, y lo hizo, y fue muy dulce y se ha pasado el finde llamando para comprobar cómo estoy, pero fue solo eso, un amigo haciendo un favor.
No hubo nadie que viniera a recogerme al hospita, nadie a quien pudiera pedírselo sabiendo que él querría ir porque estaría tan preocupado que no se sentiría tranquilo hasta comprobar personalmente mi estado físico. Alguien para quien la sola idea de que me hubiese estrellado se hiciera insoportable, alguien a quien se le encogiera el corazón al oírlo y corriera a mi lado a consolarme, a cuidarme, a pegarme la bronca por inconsciente...
Echo de menos eso. Y me siento gilipollas por haber llorado al llegar a casa no porque casi la palmo, sino porque la casa estaba vacía y yo estaba sola.
Que me afecte tanto haber perdido un bolso, unos zapatos y una chaqueta tampoco me hace quedar muy bien, pero a estas alturas ya deberiais conocerme.
En fin, de todo se aprende y yo ahora ya sé que debo vigilar el punto ciego de los cojones, que mi No-Relación es gafe (¿os sorprende saber que justo pasé la noche anterior con él?) pero que está hí cuando realmente le necesito... y que mi Berty y yo somos como la mala hierba. ¡Y que dure, que aún la estoy pagando!