May 08, 2009 03:35
Ya todo estaba listo, solo faltaba ese tonto con una personalidad y arrogancia comparables solo a la altura del Aconcagua. Revisó su reloj, faltaban veinte minutos para que empezara el partido. Tan pronto como tomó asiento en el amplio sofá sintió la puerta de la entrada abrirse estrepitosamente. Unos segundos después pudo ver a Martín aparecer en la sala caminando tranquilamente, llevando unas latas de cerveza y unas bolsas de supermercado.
-Shii, pasa nomás weón -exclamó Chile al ver entrar al gaucho-. Te gastai la media perso, ¿ah?
-Que agradable sos para saludar, guasito -respondió Martín sin prestarle atención mientras tomaba asiento en el otro extremo del sofá, parecía entusiasmado por la idea del partido-. Prendé la tele, que esperás ¿una invitación?
Manuel decidió ignorar la actitud altanera de su compañero, después de todo estaba convencido de que su equipo obtendría la victoria esta vez, cuando ganara podría restregarle en su carota sus burlas. Se acomodó en el sillón, prendió el televisor, tomó una lata del cooler y la abrió bebiendo casi la mitad de su contenido de una sola vez. No podía esperar para gritar el primer gol de Chile.
Ahora bien, lamentablemente para Chile, no hubo ocasión en que el pobre celebrara un gol. El partido transcurrió de manera pareja, no hubo goles en el primer tiempo lo que hizo que durante el segundo tiempo se instalara un silencio bastante tenso que a veces era interrumpido por expresiones como “¡pasala, nene, no te la comás, pasala!” o “¡Pero weón, que estai haciendo!”. Resultado final: Argentina [1] - Chile [0], los argentinos consiguieron anotar en el marcador unos minutos antes del final del partido, cuando ésto sucedió se desató el desastre.
-¡Sí!, ¡Somos lo más grande!, ahí tenés chilenito, quién es tu ídolo, ¿ah? -fue lo primero que exclamó Martín al escuchar el final del partido, tomó la bandera Argentina que había puesto cuidadosamente en sus piernas y comenzó a moverla rápidamente por la sala, burlándose del derrotado Chile que se iba hundiendo cada vez más en el sofá. No podía creerlo, habían perdido una vez más. La vergüenza y la rabia estaban quemándolo por dentro, así que se dedicó a vaciar las latas de cerveza que aún le quedaban cerradas.
Al cabo de un rato Martín estaba tendido en el sillón, exhausto de tanto festejo y con una sonrisa burlona de oreja a oreja. Manuel ya había vaciado el contenido de todas sus latas de cerveza, por lo que sentía la cabeza un poco extraña. Decidió que ya había escuchado bastante al molesto rubio y que reñir con él solo elevaría aún más su ego. Se levantó para dirigirse a la cocina, aunque fue inmediatamente seguido por su amigo, quien no se sentiría satisfecho hasta escuchar a Chile gritar de rabia.
En la cocina las burlas continuaron, mientras Manuel desechaba las latas vacías Martín se había dedicado a continuar con su festejo. Lamentablemente la paciencia de Chile se agotó cuando Martín se le acercó para susurrar en su oído:
-Cuando querás te enseño a jugar de verdad, guasito.
Ya era suficiente, Manuel estaba harto de escuchar sus burlas, sentía su sangre de guaso hervir violentamente en sus venas. Por un momento sintió como la cerveza se le subía a la cabeza y sin pensar mucho en qué hacía, más bien dejándose llevar por un pasional reflejo, cerró su puño y lanzó un golpe en dirección al argentino.
Martín abrió sus ojos de par en par, ahí estaba Chile, frente a él, mirándolo con la fiera expresión heredada seguramente de la indómita comunidad araucana. El golpe había errado intencionalmente, dando en la parte del muro que estaba justo al lado de la cara de Martín. Manuel seguía mirándolo, casi sin pestañear.
-Eh, Manuel, no seas boludo…
-Cállate.
-Pero che, te digo que solo es una broma, no podés ser…
Lamentablemente Martín no pudo completar la oración que difícilmente intentó articular. Mientras el rubio pensaba en alguna excusa para escapar de la mirada penetrante del chileno, Manuel se acercó violentamente a él, presionando sus labios contra los del otro joven. Sí, Manuel lo estaba besando, aquel guaso pesimista e inseguro estaba dominándolo en ese instante. Martín sintió como su temperatura se elevaba, mientras que una sensación de vergüenza y algo que aún no podía identificar afloraba en su mente. Los labios del chileno eran más cálidos y suaves de lo que se había imaginado incluso en sus mejores sueños. Antes de que pudiera pensar en rechazar o devolver aquel beso Manuel se separó de él y volvió a mirarlo a los ojos.
-Ah, al fin, calladito te veís mejor -sentenció con una mueca triunfal en el rostro, aunque su sonrisa altanera le duró muy poco. ¿Qué había hecho?, había besado a Martín. Al darse cuenta de la situación sintió como la temperatura le subió casi instantáneamente, el rubor se apoderó por completo de su rostro y ya no pudo mirar más a los ojos a Martín.
Ambos estaban sorprendidos, demasiado como para decir alguna cosa, Manuel retiró su mano que aun permanecía en la muralla, muy cerca al rostro del otro joven. Su mirada estaba perdida en el entretenido mundo de la cerámica que estaba bajo sus pies, no era capaz de levantar su cara… No entendía bien por qué había hecho tal cosa, ¿Sería culpa del alcohol?, ¿Un momento de debilidad? ah, puede ser, después de todo la gente que ha bebido no piensa con claridad; aunque luego recordó ese popular dicho: “Ni los niños ni los ebrios saben mentir”. Entonces, ¿Lo había hecho porque en realidad quería hacerlo?, bah, ya era suficiente de hacerse el tonto, lo hizo porque quería hacerlo. Ahora, ¿Qué pensaría Martín de él?, qué iba a pensar... había hecho una mariconada, de seguro no tardaría en darle un golpe y alejarse a toda velocidad de su casa. Volvería a caminar solo por los bellos campos designados por él mismo como “la copia feliz del Edén”.
La atmósfera era realmente incómoda, agobiado por la incertidumbre Manuel decidió romper el silencio- después de todo, la cagá ya está hecha -pensó con el pesimismo característico de su idiosincrasia.
-Oye, Martín…
-Quién iba a pensar que aprendería algo tan interesante de un pibe como vos -interrumpió Martín despreocupadamente, mientras miraba con interés las mejillas ruborizadas de su interlocutor.
-¿Qué weá…? -Manuel tampoco pudo terminar la oración, los labios del rubio se habían posado suavemente sobre los suyos, mientras su cuerpo era empujado por la mano de Martín. Así se quedaron un momento, sintiendo el tacto de los labios ajenos, unidos en un beso tan dulce como las uvas con que se fabricaba el vino que tanto le agradaba a Chile.
Martín paseó su mano suavemente por la espalda de Manuel, liberando los labios de su amigo poco a poco, luego se acercó a su oreja y susurró:
-Vos también te ves mejor calladito, guaso.
El cuerpo de Manuel se estremeció por completo al sentir la respiración de Martín en su oreja, no sabía qué hacer, qué decir, su mente buscaba rápidamente algún insulto que pudiera sacarlo de esa situación tan embarazosa, pero nunca encontró un resultado satisfactorio. Martín aprovechó el silencio de su amigo y besó su oreja delicadamente, luego sus patillas, su mejilla, continúo avanzando poco a poco hasta quedar de frente otra vez. El joven había vuelto a mirar el piso, lo que produjo una risita burlona en el gaucho.
Al escucharlo Manuel sintió como su sangre volvía a hervirle con rabia y levantó el rostro con agresividad:
-¿Qué te creís que estoy para el hueveo tuyo, ah? -gruñó rápidamente. Al levantar su rostro había quedado tan cerca de Martín que podía sentir como sus respiraciones se mezclaban.
-Vos no cambiás, sos un desastre hasta para declararte. -sentenció el rubio antes de aprisionar los labios del moreno entre los suyos, unidos en un beso mucho más pasional que los anteriores. Martín quería sentir el sabor de esa boca que tanto había contemplado y no tardó en probarla. Mordió suavemente el labio inferior de Manuel aprovechando lo que sería un gemido de descontento para apoderarse de su interior. Su lengua buscó ávida la de su compañero, permitiéndole degustar suavemente ese sabor que tanto anhelaba. La mano libre del rubio se posó en el mentón de Manuel, sujetándolo con firmeza, luego bajándola suavemente para acariciar el cuello del moreno.
El simple roce de la mano de Martín en su cuello desnudo hizo que el resto de su piel se estremeciera. Manuel se maldijo mentalmente por la mala pasada que su cuerpo le estaba jugando. Debía ser culpa del alcohol, prefirió pensarlo de ése modo; él no podía permitirse esa debilidad frente a Martín, pero no tenía la fuerza de voluntad ni la sobriedad suficiente para rechazarlo. La mano que había permanecido posada en su espalda se abrió paso hacia el sur, Manuel se liberó del beso y pudo sentir la penetrante mirada del rubio clavarse en su rostro. No, no pudo mirarlo de frente, la vergüenza lo consumía.
Martín observó divertido como el joven esquivaba el contacto visual una vez más, buscó su rostro pero fue evadido hábilmente por el avergonzado chileno. Acercó sus labios a una de sus rojas orejas y le susurró esta vez de manera burlona:
-Sos más divertido de lo que esperaba.
-Cállate, weón, es culpa de la cerveza.
Martín suspiró ante la terquedad de las palabras de Chile, por lo visto aún no era capaz de asumir lo que estaban haciendo, probablemente al día siguiente se encargaría de negar todo lo que sucediera esa noche, ¿Esa noche?... Sí, Martín no dejaría escapar a Manuel, no esta vez, ya había esperado lo suficiente.
-Muy bien, vos ganás, es culpa de la cerveza -le dijo cariñosamente mientras le sonreía.
-Que raro que estís tan cooperativo -respondió Manuel en tono sarcástico.
-Es que parece que necesitás una excusa, sos tan infantil…-dijo el argentino antes de besar los labios de Chile rápidamente-. No importa -reiteró- es culpa de la cerveza.
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