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La gente se agrupaba entre gritos y sollozos, arremolinándose entre todo el espacio. Algunos golpes ocurrían aquí y allá, mas sus manos jamás soltaban aquellas varas de luz que emitían una intensa luz roja cuando se juntaban. El sudor y las lágrimas escocían los rostros de la mayoría de los presentes, sobre todo el de las jóvenes adolescentes que vociferaban su nombre en un fuerte rugido agudo sin cesar.
Sobre el escenario, las luces resaltaban su sorprendente espectáculo al dar color, movimiento y la ilusión de una cámara lenta entre las sombras que, extasiadas, se llenaban de los gritos de su audiencia.
Parecía pronto la música haría pedazos el lugar con cada retumbido, cada nota sostenida hacia el cielo oscuro, labios contra el micrófono, cada nota rasgando sus instrumentos; tres voces se mezclaban a la perfección y se sincronizaban con la adrenalina emitida en las reacias melodías tocadas entre el caliente ambiente, añadiendo sólo más fuego a los presentes que gritaban por más mientras podían.
Lee HyukJae pronunciaba palabra tras palabra con una velocidad sorprendente, moviendo su cuerpo de aquella forma innecesaria, pero efectiva entre sus queridas «joyas», sus caderas semidesnudas precisas al seguir el ritmo de la batería. Sus encías salieron al descubierto cuando al ponerse de rodillas en la orilla del escenario, una de las jóvenes cayó desmayada al suelo. Dramático, pero para HyukJae aquello sólo significaba una más en su lista personal.
Por su parte y limitándose a dar aquellas sonrisas encantadoras tan características de él, Lee SungMin llenaba el fondo de aquellas canciones con sus agudos gritos, repitiendo lo que la voz principal pronunciaba con la diferencia de alargar las vocales, la emoción en los ojos de su público notable incluso a distancia. Guiñó el ojo para dar énfasis a su coqueteo, jugando a ser la provocación inalcanzable con un buen trasero.
Y en medio de todo, con el sudor recorriendo su piel en gruesas gotas, embelleciéndola, la verdadera tentación se hacía presente en su forma humana.
Sus labios rojizos gritaban pecado de tanto morderlos y humedecerlos con aquella traviesa lengua, gesto que mojaba las bragas de hasta la más santa jovencita; su cabello, rubio cobrizo, se pegaba a su frente y sus mejillas, una media cola sosteniendo parte de él de tras de su cabeza, cosa que le era inútil cuando sus dedos se enredaban en las teñidas hebras en sus arranques de éxtasis; sin embargo, eso no le era suficiente, su egoísta ego exigiéndole por más, cosa que obedeció al deslizar su diestra por su pecho desnudo que se asomaba entre la chaqueta roja de cuero, provocando hasta a los hombres el contener un gemido cuando su mano llegó a la pretina del ajustado pantalón negro que abrazaba su parte baja como segunda piel, el elástico de su ropa interior visible con sus letras “DOLCE&GABANNA” por encima de la negra tela. Sonrió y movió las caderas en un brusco vaivén. Todo él era sexo.
Lee DongHae dejó salir la última palabra de la última canción, la guitarra a su lado sacudiendo sus cuerdas al mismo tiempo que las venas de aquel rubio se tensaban en su cuello. Echó la cabeza hacia atrás y separó el micrófono de sus labios, la última aguda nota haciendo eco por todo el lugar, la multitud loca entre orgasmos auditivos y visuales. DongHae sonrió de lado cuando sólo su nombre fue pronunciado al unísono.
“¡Lee DongHae!¡Lee DongHae!¡Lee DongHae!”
Sin duda alguna, él era la estrella.
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- Te voy a arrancar los jodidos ojos, Lee DongHae.
El aludido no se molestó siquiera en establecer contacto visual con el pelinegro que lo maldecía en ese momento, manteniendo sus ojos cubiertos con la brillante toalla azul llena de su sudor y sus pies en la mesilla en medio de la habitación, sonriendo con sorna.
- ¡Deja de hacerte la puta diva! ¿¡Cuándo mierda vas a dejar de robarte mis líneas!? ¡Son mis canciones!
DongHae chasqueó la lengua, descubriendo un ojo para ver a un enfurecido SungMin a punto de matarlo con la mirada; HyukJae, ajeno al asunto del otro lado del camerino atento a su celular, posiblemente checando las redes sociales y tentando a las fans con sus mensajes y fotos de sus cuadros maquillados.
- Vaya SungMin, ¿es de nuevo ese día del mes? Te dije Hyukkie, no debimos aceptar nenitas en el grupo -. El pelirrojo levantó el índice sin dejar de mirar la pantalla táctil de su móvil, su rostro neutro -. A mí no me metas en esto, Hae.
Rió ante la negativa de su amigo, ignorando la creciente furia de SungMin, quien se contenía de no hacer valer sus años de artes marciales sobre el líder del grupo.
- ¡Mierda, DongHae! ¡Eres un puto odioso! Sólo cállate y vete a joder a otra parte.
El rubio se paró de un solo salto al escucharlo, soltando un chiflido burlón hacia el pelinegro, y se colocó de nuevo encima su brillante chamarra roja de cuero. Caminó hacia la puerta del camerino y giró el rostro lo suficiente para poder ver a SungMin por el rabilo del ojo, su característica sonrisa inocente plasmada en su rostro.
- No te preocupes, “Minnie”. Justo eso planeaba hacer.
Inocente sonrisa que sólo escondía su perversión.
Se echó a reír cuando escuchó un quejido por parte del pelinegro y algo quebrarse dentro de la habitación.
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No era sorpresa que después de cada concierto, o mejor dicho, después de que el sol se metiera, Lee DongHae saliera en busca de amor gratis de una noche y quizás algo de alcohol. Todas las puertas se abrían ante él y le recibían como la misma tentación que era, con ojos deseosos y manos ansiosas pero incapaces de tocarle. Él tenía el control y él elegía. Una mirada bastaba, una linda sonrisa, y tenía su presa asegurada. Como si fuese Dios reencarnado le seguían, como si fuera de oro le adoraban, como si fuese el mismo Diablo pedían por él.
Entre abrió los labios, resbalando su lengua descaradamente entre aquella piel hinchada y rosada de tanta tortura que le aplicaba con los dientes. Conectó sus ojos con quien aquella noche había llamado su atención, apoyando los codos en la barra para exponer más su blanquecino pecho y formado vientre, sabiendo exactamente lo que aquello ocasionaba. No tuvo que esperar mucho cuando un par de carnosos labios rozaron su oreja, hablándole en una profunda voz.
-Hey, lindura…- el patético sobrenombre lo hizo reír y echó a un lado la cabeza, separándose de aquel toque, respondiendo divertido en un suspiro - Minho.
Hacía meses que aquel “niño” lo perseguía tal perro hambriento por todos lados, casi babeándole encima en cada oportunidad que se le presentaba. Desde el principio a DongHae le había atraído ciertamente, pero en veces era demasiado aburrido el ceder tan rápido. Después de todo, Lee DongHae no era fácil. Un poco de juego de vez en cuando no era malo y más si se trataba de un puberto errático como él.
- Veo que aún me recuerdas… sigues igual de hermoso-. Sus manos no tardaron en pasearse por la línea media de su vientre, bajando hasta su pretina. DongHae bufó, la estupidez del menor irritándole por el momento porque, así como Minho había perdido ya la paciencia al tocarle sin preguntas, él también ya la había perdido. Esta noche no tenía mucha para empezar. Lo quería. Ahora.
Separó sus manos de su cuerpo y se colocó frente a él, empujándolo para presionarlo a la barra. Con la mirada impaciente, y decidido a tomar el control, alcanzó su nuca, atrayéndolo a su cuello. Sabiendo bien su juego, lamió su lóbulo y suspiró sobre su oído, dejando las siguientes palabras salieran en un sensual susurro aún con la música llenando el ambiente.
- ¿Por qué no te dejas de frases idiotas y me dices dónde está tu habitación?
Y Choi Minho no tardó en comerle el cuello y arrastrarlo a la privacidad que aquel Dios le comandaba. El rubio sonrió complacido.
Otra noche normal para Lee Donghae.
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