Democracia Real ¿Cómoo? ¿ya?

Jul 07, 2011 17:17

 Advierto antes de empezar a disertar, que, pese al título, no quiero hablar del 15-M ni situarme a favor ni en contra (entre otras cosas porque no estoy ni a favor ni en contra). Pero sí que me interesa reflexionar sobre un aspecto que se ha puesto de relieve con la crispación social histórica que se está fragüando en este país, y que desemboca en un lema que, sinceramente, creo poco ambicioso. Evidentemente, por algo hay que empezar, dirán los que desayunan todos los días con ese lema. Como he dicho, tampoco quiero criticar esa revindicación, puesto que me parece positiva conceptualmente. Sin embargo, pretendo ir un paso más allá para tratar de exponer, que quizá hemos cambiado las palabras, pero no nuestra actitud resignada. Y que eso es una cuestión de una revolución mucho más profunda (¡y quizá tan ambiciosa como utópica!) que implica cambiar las corrientes de pensamiento y refundar las bases. 
Para mí el tiempo de la democracia se acaba. Está caduca. Como en muchas épocas de la historia, las bases socioantropológicas en cuyo marco nos desarrollamos tienen su vida, y es precisamente por eso, porque progresamos gracias a ellas, por las que, cuando su ciclo vital se percibe próximo a su fin, se debe de buscar otra vía. Otra vía que hoy en día no hay ningún indicio de que exista; pero lo más grave, es que tampoco hay ningún indicio de que se pretenda buscar. Quizá necesitemos un jarro de agua fría que nos sacuda nuestra existencia, para resetear y establecer un marco de convivencia moral y digno que nos permita afrontar más siglos de progreso y bienestar.
Creo que en un mundo que está eliminando fronteras, en parte gracias a la tecnología, y que inevitablemente nos sitúa en un concepto más holístico, tenemos que tratar de buscar un sistema de organizarnos socialmente más adecuado. ¿O acaso es democrático la convivencia de múltiples variantes de democracias distintas? El ejemplo más sencillo podríamos encontrarnos en el entramado caduco que representa hoy en día la Unión Europea, en la que se trata a nivel paneuropeo de simular una democracia (por otro lado, nada directa, sino fuertemente bicéfalo y que favorece las luchas de poder entre estados demográficamente fuertes del Consejo, y corrientes políticas afines en el Parlamento) pero que falla estrepitosamente, puesto que al aumentar el nivel de escala, las diferencias son tan palpables que impiden consensos amplios.
Y es que, si aumentamos cada vez más la escala de representación de una democracia (y la sociedad, insisto, trata de evolucionar hacia una globalización), las minorías aumentan, se diversifican, y se empieza a desnivelar separados por la riqueza, los recursos, o, mira tú por dónde, diferencias de índole cultural o religiosa. Entonces, surgen los polos, los lobbies de poder que, dentro de un régimen supuestamente democrático, tratan de ejercer influencias de opinión. Se busca entonces confrontación, dualismo que configure masas sociales opuestas (y de esto tenemos multitud de ejemplos actualmente), y la unificación de minorías en extraños entes aglomerantes de abstracciones casi patológicas. Esto no digo que ya existiera tiempos atrás, y no sea una constante de las civilizaciones, pero en el ciclo actual de la democracia estas situaciones se reproducen como hongos, y se aceleran con la interconexión cuasi-completa que hoy en día existe en el mundo. 
Asimismo, la corrupción se ha instalado, ya no en nuestro país, sino en todas las democracias del mundo. Quizá antes no se pudiera descubrir tan fácilmente, no era tan visible, pero esa misma visibilidad que la corrupción presenta hoy en día en el mundo desnuda la carencia actual de la sociedad de hoy día: la falta de valores éticos. Los corruptos saben que la gente a la que representa a su vez conocen sus corruptelas, pero esto no inmuta al mecanismo de corrupción, sino que lo refuerza por omisión. Y esto invalida la representación del pueblo en líderes, perdiendo ese feliz transvase de poderes que se producían, casi teológicamente algebraico, entre individuos e individuo. Yo asumo que esta tendencia tiene un coste tan alto de erradicar (tan alto como usar la guillotina), que debemos abandonar el objetivo (que no dejar de luchar para que se atenue a unos niveles soportables).
Si examinamos nuestro día a día, dejando de analizar a los jerarcas partitocráticos, nuestra sociedad local, a la que sí que deberíamos de aplicar fácilmente la democracia, nos encontramos que es precisamente casi nada democrática. Nuestro bienestar social lo obtenemos de los réditos de nuestra actividad en organizaciones productivas (bueno, lo de "productivas" habría que pensárselo si es adecuado como adjetivo), que son precisamente modelos de organización opuestos a la democracia. No hay igualdad de condiciones, no hay representación de los activos humanos legítima en la cúpula, y las decisiones son a espaldas de estos. ¡Toma claro, dirán muchos!"Ahora querrás que una empresa tenga un presidente y consejero delegado elegido por los trabajadores, y que sometan a referendum las decisiones del consejo de administración" ó "¿Y te has olvidado de los sindicatos?". Bueno, el marco socio-económico en el que nos movemos justifica cómo son las empresas, y de hecho mucho se ha mejorado desde los tiempos en que se trabajaba a destajo y aplicaban la prima Taylor, pero el progreso que revierte este modelo de organización empresarial sobre los individuos creo que está atascado desde hace tiempo. Y no es porque no existan formas de cambiarlo, sino porque, y ahí viene la clave, las organizaciones empresariales, al aumentar su escala, se están convirtiendo en esos lobbies de poder que influyen sobre nuestros representantes, y que después, vía los medios de comunicación, influyen sobre la masa social. De modo que al final, tenemos una democracia dañada y renqueante, dominada por unas estructuras anti-democráticas. O lo que es lo mismo, una especie de aristocracia maquillada, creadora de una división endogámica de riqueza, y que, encima, al globalizarse extiende su dominio sobre sociedades más débiles (deslocalización), en muchos casos donde la democracia todavía puede brillar por su divina juventud.
Y ante todo esto, ¿que buscar? ¿Cuál es la alternativa? Ójala lo supiera, pero yo soy un simple ignorante y quizá poco cualificado y errado para estudiar esto. Mi opinión es que nuestro cerebro tiene que dar un salto de escala acorde a los tiempos, y configurar una organización que responda a retos tan globales como el problema de la superpoblación (un problemón), el entorno natural, los recursos que son de todos y no de los países donde se albergan,... Todo esto exige una refundación ética social, exige fomentar un espacio de debate intelectual en la sociedad, libre de intoxicación, y que no se limite a pedir una mejora de la democracia (localmente). Y los valores morales están ahí afuera, no en ídolos sagrados y en leyendas religiosas (o por lo menos no sólo ahí). Pensemos cuáles han sido nuestras fuentes de conocimiento durante todas las civilizaciones, y volvamos sobre ellas. Ahora que tenemos una verdadera visión de lo que somos en el contexto del universo, resulta que paradójicamente seguimos siendo fuertemente antropocéntricos, como si una extraña fuerza evolucionista nos hubiera hecho agruparnos para sentirnos más fuertes, y , en ese proceso, de nuevo una masa social amorfa e inerte, hubiera perdido la fuerza individual que, sumada, nos hace distintos y nos da verdadera identidad. 
Pero, sobre todo, comencemos a reflexionar individualmente...

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