Título: Sonido.
Nombre de tu persona asignada:
sheenarogersPersonaje/pareja(s): JeanMarco.
Rating: K+.
Resumen: Remembranzas e ideas en los ojos de él.
Disclaimer: Shingeki no Kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
Advertencias: Ninguna.
Notas: Tengo miedo (?). Puse mi mayor esfuerzo en desarrollar este fic, así que espero sea del agrado de la personita a la que va dedicado. ¡Feliz Navidad!
SONIDO.
“Es difícil tratar con él.”
Simples palabras que parecen un satélite. Comunes, un rezo que acompaña al nombre, al recurrente apelativo.
Sin embargo, su caso… en su caso… ha sido distinto. Tratar con él fue relativamente fácil. Tal vez porque su personalidad tranquila le da un plus que a los demás no. Paciencia, le dicen.
Calma o tranquilidad para esperar, reza un punto del diccionario.
Capacidad de sufrir o tolerar desgracias y adversidades o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse o rebelarse; dice otro.
El segundo en particular siempre llamó su atención, porque, en cuanto le dijeron “tienes mucha paciencia para soportar su carácter de mierda”, pensó: ¿tratar con él es un tipo de desgracia, alguna ofensa contra el trato humano? ¿Hasta qué nivel para los demás se trata de una desgracia? Se supo contrariado. Pero lo entendió, especialmente viniendo del emisor de esas palabras. No es quién para juzgar su creencia.
Tampoco podría juzgar el carácter del otro.
Bondadoso, le dijeron también.
Y, en general, le dicen santo.
Cree que se vería muy ridículo con una aureola coronando su cabeza. Tal vez sería un buen disfraz para noche de brujas o para
Navidad. Sí ¿quién dice no poder producirse un poco para Navidad e, incluso, Año Nuevo? La idea le entusiasmó.
-Marco.
La voz fantasmal de Jean lo sacó de sus cavilaciones, abstraído en cosas pasadas, en nimiedades. En respuesta, esbozó una sonrisa de aquellas que calan el alma de cualquiera por el peso de sinceridad que carga de una comisura a la otra. Podría afirmarse que las pecas que adornan el rostro no sólo le dan un aspecto juvenil y fresco, sino que también entregan un encanto particular a esa sonrisa. Un encanto que a Jean siempre le fascino, desde la primera vez que lo vio. Aunque entonces se negaba aceptarlo. Orgullo, vergüenza. Con el tiempo fue dejado de lado cuando tuvo que ir asumiendo de a poco que esos gestos pequeños para él se trataron de tesoros. De todos modos ¿qué más da ser gay? Todos saben que el detective de Asuntos Internos tiene un romance con el sargento. ¿Por qué ellos no podrían?
Marco recordó cuando se cruzó con la mirada límpida de su compañero el día en que se declaró.
Incluso en situaciones como esta, a su cabeza vienen buenos recuerdos.
Pero no sabría definirse paciente aún.
Hay cierto sosiego en la mirada del pelinegro. Uno que exaspera al castaño ceniza por sobre cualquier cosa. Siempre lo hizo, porque esas miradas siempre van dirigidas a él en situaciones donde le gustaría que Marco fuese un poco más impulsivo. Mas hace mucho se percató que no importa a cuánto Dios le rece, ese muchacho no cambiaría. Por ello siempre estuvo convencido de que sería un buen líder. Marco opina lo contrario y que ese papel en el fondo es del caracaballo. Jean sigue sin comprender porqué el miedo podría hacerte un buen líder. “Te pone en los zapatos del otro. Quieres vivir, y haces lo que sea por vivir.”
¿Es buena la empatía, la impulsividad?
Un pensamiento particular se atravesó cual pez que rauda nada en las aguas en la cabeza del pecoso: admiración.
Sus años en la academia fueron agradables, divertidos, cabe mencionar y recalcar. Con sólo rememorar el rostro exasperado, la vena resaltando en la sien sudorosa y los ojos inyectados de sangre de Shadis… una sonrisa aflora en el rostro. Dos de sus compañeros eran especialmente caóticos. En más de una ocasión tuvo que reprimir algún que otro amago de risa que hiciera enojar aún más al hombre calvo.
Siempre estuvo enterado que esos tiempos se irían cual suspiro. Un día están entrenando y, al siguiente, enfilados en una ceremonia de graduación recibiendo sus medallas. La vida es rápida, es justa, porque no tiene consideración con nadie y no discrimina entre pobres y ricos, entre cultos o incultos. Simplemente pasa y se lleva con ella lo mejor o lo peor de cada uno. Enseña todos los colores que conforman a un ser humano en particular, esa variación infinita y cambiante y que a él tanto le gusta observar; incluso en sus camaradas, cuyos rostros jamás se mostraron abstraídos en tonterías como estas. Ellos: clara muestra del presente, del ahora. Y él, él siempre fue feliz de verlo.
Incluso en la actualidad podría decir lo mismo. Porque aviones de papel en la oficina central cada mañana o mediodía nunca faltan. Y cada impulso, y cada ideal… Ideales. Sin duda, muchos allí están movidos por fuertes creencias de justicia o anhelos de cambiar el mundo, o deseos imperiosos de ser reconocidos. Pero incluso estos últimos, los más ambiciosos, tienen una cuota de bondad en su corazón. Una especie de justicia camuflada bajo la dureza y la arrogancia. Pero él puede verlo. Y agradece no ser el único que lo ve. Armin, Armin suele tomar asiento a su lado con algún libro en mano y él sabe que no sólo está atento a la lectura, sino que ve más allá de la simple discusión que sus compañeros están teniendo.
Cuando el sonido de unos zapatos arrastrándose en la arenilla del pavimento llegó a sus oídos, la vista se elevó, enfocando al cenizo como quien descubre un tesoro.
Jean por su parte apreció la vista más hermosa de todas en este último tiempo: una mirada cargada de una preocupación imperante.
Egoísmo. ¡Cómo le gustaría al jovencito apreciar ese mirar en una situación cotidiana, lejos de la responsabilidad y riesgo del trabajo que ambos ejercen!
Pero ambos se encuentran contra la espada y la pared, a la espera de un milagro.
Sólo ellos dos fueron los que entraron en el edificio abandonado por pura corazonada de Jean. Sólo ellos encontraron a tres sujetos dentro, en medio de una planificación ¿de qué? No lo saben, sólo que el trío está conformado por personas que ellos buscan, pertenecientes a una banda narcotraficante y algo así como trata de blancas. Lo segundo aún no es muy seguro y habría que corroborarlo con la información de Smith.
Mala espina, pero por Jean y su impulsividad es que se encuentran de ese modo.
Y la culpa le carcome.
Se habían prometido en silencio que llegarían lejos, los dos juntos como compañeros, como amigos... Y fuera del trabajo, como una pareja. Sin embargo, viene él, observando los recuerdos que se cruzan por la mente de Bodt en la mirada, como películas reflejadas en los irises, inacabables, de todos los momentos que compartieron. Jean no quiere hundirse en la culpa, pero no encuentra en qué otra mierda ahogarse ahora más que en la suya propia. Tal vez si hubiera escuchado un poco más, Marco no estaría baleado hasta por las orejas. Supo que si no sale nada bien de esto, tendría un especial recelo hacia las metralletas. Lo pensó en voz alta y Marco dentro de su paupérrimo estado, rió. El sonido se emitió dulce, suave, no como un estruendo sino más bien como una melodía que acunó los miedos de Kirschtein.
-No es culpa tuya -murmuró.
Una serie de pasos firmes y militarizados hicieron eco. Refuerzos, refuerzos que llegaron demasiado tarde, tarde para Marco. La impotencia violó cada fibra de su cuerpo quemándolo vivo. Sangre como ácido y veneno en el corazón. Se escuchó a sí mismo quebrarse cual crío que llora en un rincón de la habitación. Pero no, Jean no llora, no está llorando ahora, no hay lágrimas que caigan cual lluvia sobre las mejillas de quien sostiene en los brazos mientras presiona las heridas. Los deseos de gritar lo carcomieron ¿y qué pasaba si lo hacía y los matones los hallaban primero y los aniquilaran? Dos errores, una noche. No podría perdonárselo, menos si tiene en riesgo la vida del que menos de los dos merece morir. Pero los bastardos se ensañaron en disparar a Marco y a él sólo darle una paliza con un bate.
Marco está agradecido de su incondicionalidad: en vez de salir como animal tras los agresores, decidió quedarse ahí. Marco sabe que le queda poco. Marco se lo ha querido decir con la mirada. Marco le ha querido agradecer en la misma.
Y se frustra al ver la negación del castaño ceniza a aceptar la verdad.
Si dijese que no le teme en ese momento a la muerte, el otro le golpearía. Y explicar el porqué... a riesgo de enfrentarse a la característica tozudez contraria, caro le cobraría. Una palabra emitida, una odisea dolorosa. Los pulmones a cada segundo se llenan un poco más de sangre y la sensación de ahogo lo invade. Duele, mas su rostro se mantiene sereno. Fue extraño sentir cómo las extremidades se entumecen, fue extraño que él mismo buscara calor en el regazo de quien mira la puerta con desenfrenada esperanza, y no porque fuera primera vez...
Con los años descubrió que Jean es el tipo de persona que puede parecer algo superficial para muchos y se esfuerza en mantener aquel título. No pudo ocultarlo de sus inquisidores ojos, pero sí llamó su atención de porqué ese afán de mantener una supuesta imagen en la que nada te importa. Y es que no sólo era Armin quien comprendía la función del mundo, Jean tiene un mismo mecanismo en su cerebro, que además de impulsivo, lo hace inteligente y perceptivo. Jean sí piensa en las estupideces como en lo rápido que pasa la vida, aún con ese aspecto de vivir en el eterno presente. Le teme al futuro, pero le hace frente, y se absorbe por las noches, cuando está en la cama. En el más sepulcral de los silencios. Aun así, aprendió a leer por medio de los imperceptibles cambios en la expresión facial qué tema tocan sus neuronas.
Siente admiración por sus cualidades y por sus defectos.
-¡Aquí! -Fue la voz de Levi seguida del estruendo de una puerta abriéndose con violencia.
No está solo.
Una serie de luces rojas se colaron por la habitación. Armas de precisión al disparar.
Jean vio al equipo y les llamó.
-Se fueron por aquella puerta. -Dijo apremiando a que continuaran buscando.
Levi no cuestionó el estado de ninguno de los que postrados están en el suelo y dio la señal para que continuaran el camino. Eren se detuvo en el dintel de la puerta, inseguro de si ir con los demás o prestar ayuda a sus camaradas, porque por muy mal que se llevase con Jean, no pagaría Marco por ello. Mas la voz del sargento lo regresó a la tierra y obligado se vio a continuar el trayecto. Armin en cambio, se desvió sin titubear.
-No dejaré que queden impunes.
Fue suficiente para que el rubio entendiera que si hubieran llegado un minuto antes, estarían luchando por la supervivencia del jovencito de pétreos ojos.
Fue testigo de un sonido particular. De uno similar a cuando se rompen los huesos. Un crujido astilloso de ultratumba, de débil eco pero presente de todas formas. Fue testigo de cómo el fuego no brilla aún estando al frente de una fogata. Se percató de cómo la vida no sólo abandona al herido de muerte, sino a quien lo sostiene.
Y recordó todas las veces que Marco aseguró disfrutar su día a día, porque la vida rápido pasa. Y la muerte llega con la misma actitud que su opuesta: sin discriminar a nadie. No hay edad, no hay rango, no hay estatus social que la evite.
No supo qué hacer cuando se percató de la mirada ida de Jean, concentrado en la laguna de recuerdos que se pintan, o de los fotogramas de una película muda que se transmite en cada fibra de los orbes que se fueron, que se durmieron con las cortinas abiertas para observar el mundo por última vez. Quizás no tan tétrico, por la presencia del caracaballo.
Quizás no tan tétrico, porque de él hubo aprendido vivir el día a día, sin pensar demasiado en la rapidez de la vida. Sólo disfrutarla.
Sólo disfrutarla.