Título: Bang Bang, You´re not dead.
Autora:
slayer_kur Pairing: Jin x Kame
Resumen: Era para escribir un libro de humor: Persona intenta suicidarse, repetidas veces, y no lo consigue. En cambio casi mata al asesino a sueldo enviado para cargárselo.
Notas: Es porque adoro la peli coreana Kiss me Kill me. El plot principal es suyo, el resto mío, incluidos Jin y Kame.
Warnings: Crack; humor o algo parecido. Empezó teniendo gracia y se desvió hacia el drama apasionado, no tengo la culpa xD Pero final feliz y fluffy, eso seguro.
Parte I
Parte II Parte III La puerta se cerró a su espalda y Jin se llevó las manos a las solapas de la chaqueta, planchándoselas concienzudamente antes de devolver la atención a la carpeta que sujetaba bajo el brazo. No era excesivamente gorda; a simple vista, y como si pudiera escanearla sin abrirla, el castaño dedujo que a penas le habían proporcionado un nombre y una dirección. Ni una foto, al menos una que no estuviera borrosa ni fuera producto de una cámara nocturna. Ni una razón lo suficientemente, pues eso, razonable. Sólo una orden.
Se rascó la coronilla frunciendo los labios mientras repasaba por encima las escasas líneas que describían a su siguiente objetivo, y luego volvió a cerrar la carpeta con un sonoro golpe, caminando hacia delante.
-¿Un mal día?
-¿Qué haces aquí? ¿No tenías trabajo?- Ladeó la cabeza, buscando entre las sombras la voz hasta dar con la silueta apoyada en la pared; caminó hacia él con paso firme, seguro y recto. La expresión seria y las facciones tensas. Ni siquiera intentó relajarse ante la mirada reprobadora de Yamapi, que le observaba con los brazos cruzados y un refresco entre las manos. Si le hubieran dado una moneda por cada vez que los ojos de Yamapi le miraban con esa mezcla de pena y abandono, se habría hecho rico. Como, por cierto, nadie había tenido la delicadeza de hacerlo, debía seguir viviendo en su cuchitril. Pequeño, recogido, miserable, pero acogedor cuchitril.
-He terminado. He venido a verte. ¿No te alegras?- Y le sonrió. Le sonrió tan abiertamente que Jin casi, casi, estuvo apunto de devolverle el gesto. No lo hizo, y Pi perdió la sonrisa y bajó los brazos llevándose el refresco a los labios. Jin parpadeó un par de veces esperando que continuara hablando, algo que sabía casi seguro que ocurriría, no en balde no conocía a Pi desde hacía años como para no saber que su amigo y compañero tramaba algo de todo menos angelical. Mientras el otro se pensaba la manera de expresar la razón de su desasosiego, Jin se palpó los bolsillos buscando la cajetilla de tabaco y el encendedor de plata, colocándose un cigarro entre los labios con un gesto hábil.
-Podrías intentar sonreír. No te matará; al menos no antes que el tabaco.
Jin desvió la vista del encendedor, fijándola en Pi, y sin apartarla de ese lugar prendió la llama y entrecerró los ojos cuando el humo del cigarro empezó a salir.
-Estoy riéndome- Y como para demostrarlo se quitó el cigarro encendido de los labios y le contempló, estático. -¿No lo ves?
-Me lo he perdido. Inténtalo de nuevo.- Continuaron contemplándose durante unos instantes en una especie de juego de miradas. -Mierda, he vuelto a parpadear.
-Perdiste tu oportunidad de ver mi genuina y encantadora sonrisa. Me voy, tengo trabajo.
-Jin.
-¿Uhm?- Jin pegó otra calada al cigarro mientras se giraba, caminando hacia atrás por el pasillo mal iluminado.
-Tienes… eh... los pantalones sucios.
-Me cago en…- Bajo la vista hasta las gotas de sangre de sus vaqueros y maldijo, intentando rascarlas a la pata coja. Que Jin no sonriera no significaba que Pi no pudiera hacerlo a su costa, así que dejó escapar una carcajada que siguió escuchando el castaño antes de salir por la puerta del edificio todavía intentando librarse de la sangre seca que fue a parar a sus uñas.
De noche todos los gatos eran pardos, o eso decían, de modo que dejó de intentar devolver sus preciosos y nuevos vaqueros a la vida y caminó por las bulliciosas calles de Tokio esperando que la sangre creara moda. Con un poco de suerte se pensaban que era tomate y la gente se limitaba a creer que era un guarro.
Podría haber cogido el coche, pero a penas estaba a unas pocas manzanas de su propia casa, de modo que encendió otro cigarro mientras sorteaba a las personas que se cruzaban en su camino en busca de un bar o una discoteca, y cuando giró la esquina abrió la bolsa de deporte que llevaba, apretándose bien la coleta alta antes de sacar la carpeta y ojear de nuevo la dirección garabateada.
Apoyando la lengua en el interior de la mejilla, hizo un recuento rápido de sus bebés: un cuarenta y cinco, un silenciador, su mimado remington de largo alcance con mira y su mg95. Todo listo.
Si hubiera tenido un mínimo pensamiento, una mínima conciencia de realidad, habría encontrado extraño cargar con una mochila llena de armas a la espalda como si saliera de picnic. Pero hacía tiempo que la había perdido, tanto la conciencia como la capacidad de raciocinio; se había convertido en una máquina, en un autómata que obedecía órdenes sin rechistar. Hubo un tiempo en el que la osadía que le había otorgado la juventud le había permitido rebelarse contra esas situaciones; ahora simplemente se limitaba a dejarse llevar con la corriente, a no contradecir, a no luchar. Tenía pocas cosas que perder si lo hacía, pero también tenía pocas cosas que ganar. Era mucho más cómodo fluir, dejar que el espacio y el tiempo le arrastraran, moverse por el día y por la noche como una sombra, cumplir con su trabajo, sin remordimientos, sin una pizca de compasión. Sin sentimientos.
Yamapi le había pedido que sonriera; no se acordaba de la última vez que lo había hecho. Sospechaba que podía; físicamente nada se lo impedía, tenía una boca y unos labios como todos los demás. Pero mentalmente era otro asunto. Pensaba en sonreír y seguidamente pensaba que no tenía ningún motivo para hacerlo, que era incluso injusto hacerlo cuando todavía tenía sangre entre las uñas que por más que limpiaba no se iba, siempre recordándole lo que era, nunca permitiéndole escapar.
Hizo varios movimientos con la cabeza, liberando al cuello de algo de rigidez, y dejó escapar un quejido cuando crujió dolorosamente. Se rascó la nariz distraídamente al detenerse delante del edificio y sus ojos comprobaron que se trataba de la dirección correcta. Lo último que quería era entrar a saco en una vivienda con las pistolas y provocar un infarto a una ancianita pareja. No sería la primera vez que le pasaba, desde luego. En sus primeros trabajos más de una vez había tirado una puerta abajo y entrado a saco con la metralleta interrumpiendo un cumpleaños o una comida familiar. Se había retirado inclinándose respetuosamente y cerrando la puerta astillada como si nada.
Ese oficio tenía sus pros y sus contras, estaba claro. Si no hubiera sido por la mira de su rifle, se habría perdido momentos muy agradables de la vecina de enfrente, por ejemplo.
Subió los escalones de dos en dos tarareando una melodía y saludó al portero con un movimiento de cabeza. Siempre era más sutil actuar como si nada pasara que arremeter a disparos contra todo el que se cruzaba en su camino. Llevándose las manos a los bolsillos, sonrió falsamente al joven matrimonio que subía en el ascensor, e incluso comentó lo loco que estaba el tiempo últimamente, tan pronto llovía como hacía sol. Que no le gustara sonreír no significaba que no pudiera ser amable y cortés, incluso tenía un libro sobre cómo iniciar conversaciones fáciles, para que luego Yamapi le dijera que no ponía de su parte para relacionarse con los demás. Cuando era necesario podía ser una persona de lo más normal.
-Buenas noches.
-Buenas noches- Agitó la mano, saludando a las niñita con vestido rosa, y cuando las puertas se cerraron de nuevo se deshizo sin esfuerzo de la sonrisa y recuperó su calma mortal. El pitido del ascensor le hizo respirar hondamente, y con un movimiento ágil dejó caer la mochila al suelo y sacó el cuarenta y cinco y el silenciador, montándolos en cuestión de segundos con maestría y habilidad. En realidad no tanta, así que siseó cuando al impulsar el cargador se pilló un poco de chicha del dedo índice con el metal.
-Puta mierda.
Se chupó el dedo mientras con la mano derecha continuaba sacando lo que necesitaba y acto seguido cerró la cremallera echándosela otra vez al hombro.
Salió con sigilo del ascensor, asomándose al pasillo para comprobar que no había nadie y luego dio un paso afuera, pegándose a la pared con la pistola en alto. Si en ese momento alguien salía de su casa, sólo tenía que decirle que estaba jugando a un juego de guerra, emplear muchos nombres técnicos como rol, pc windows 2011, orkos y aragorn, y listo.
Si no funcionaba siempre podía matar a esa persona, pero había descubierto una pequeña intolerancia a matar inocentes. Algo raro por otra parte en un asesino a sueldo, pero le gustaba pensar que él era especial.
Por suerte, pudo recorrer el pasillo sin ninguna dificultad y llegar a la puerta que venía indicada en su carpeta. Llevó su mano enguantada al picaporte, comprobando que, efectivamente, nadie se molestaba nunca en ponerle las cosas fáciles en su trabajo, y para variar estaba cerrada. Al acuclillarse, los huesos de la mitad de su cuerpo rechistaron con sonoros crujidos, pero los ignoró y sacó de su mochila los cachivaches necesarios de su kit de superviviente. O de asesino. De lo que fuera. El caso es que metió los dos palos por la cerradura y hurgó, esperando no hacer demasiado ruido. O que en ese momento no se abriera la puerta. Eso sería bastante embarazoso, pensó con humor.
No se abrió desde dentro, si no que él con su habilidad innata para el delito consiguió forzarla y entrar dentro a penas un segundo después de incorporarse.
El interior del apartamento estaba en silencio, pero Jin supo que había alguien no sólo porque la pequeña luz de la mesita del salón estaba encendida, si no porque le oyó tararear, casualmente la misma canción que venía cantando él por la camino. Le hizo gracia, pero de nuevo no rió. Pensó que sería de mal gusto hacerlo cuando estaba a punto de matar a esa persona.
Se deslizó por el salón echando una breve mirada a la decoración, simple y ecléctica pero con un toque moderno. Frunciendo el ceño, Jin se dio cuenta de que el escaso desorden había sido provocado por un obsesivo compulsivo de la limpieza intentando simular caos. Nadie se esmeraba tanto en desperdigar unos dvd´s por orden de tamaño.
Eso le llamó la atención, al igual que la taza de té humeante al lado del portátil con la pantalla encendida con un folio en blanco de fondo esperando a ser escrito. Parecía como si todo hubiera quedado en pausa, esperando ser resuelto de un momento a otro.
Un sonido proveniente de la habitación le distrajo de sus pensamientos y le hizo ponerse en guardia; caminó en extremo silencio sosteniendo el arma con ambas manos, comprobó una última vez que el silenciador estaba colocado perfectamente, y con una última respiración profunda dio un paso al frente apuntando a la figura que estaba de pie.
Por un momento creyó que estaba alucinando; no sería la primera vez que soñaba con algo chungo después de haber cenado pesado. Pero no, estaba casi seguro de que estaba bien despierto y de que su víctima estaba desnuda metida en la bañera con el agua hasta las rodillas desbordándose por la porcelana.
Subió la mirada por sus piernas velludas y esbeltas, pasó de largo -a penas- disimuladamente por encima de sus nalgas y se fijó en los músculos de su espalda contraídos al mover los brazos. Ladeó la cabeza cuando le oyó suspirar pesadamente, aún sin haber reparado en el asesino que tenía a su espalda, y frunció el ceño al ver el cable que recorría el cuarto de baño, desde el interruptor al lado del espejo hasta la bañera. Con un breve tirón, lo desconectó, pensando en lo peligroso que sería, y volvió a fijarse en la persona que tenía delante. A penas llegaría a los 25, pensó sin permitirse realmente en pensarlo del todo. Si tenía que comerse la cabeza sobre cada víctima que tenía delante antes de apretar el gatillo, probablemente acabaría arrepintiéndose la mitad de las veces. Así que sacudió la cabeza deshaciéndose de todos los sentimientos y volvió a apuntar, esperando que en cualquier momento el pelirrojo se diera la vuelta y le viera, deseando que no fuera así. Era más difícil todavía cuando le miraban a los ojos.
Pero en lugar de girarse, el otro se concentró en lo que llevaba entre las manos, un secador, y cerrando los ojos y dejando escapar otro suspiro resignado lo activó. Le dio al botón varias veces seguidas hasta que le tocó abrir los ojos para estudiar detenidamente y con odio el cacharro.
-Oh, vamos, ¿qué pasa ahora? POR QUÉ NO VAS.- Le habló a gritos al secador, apretando desquiciadamente el botón para luego pasar a golpear el aparato contra el borde de la bañera. -FUNCIONA MALDITO CACHARRO.
Golpeó un par de veces más, blasfemando en voz alta y dejando escapar un grito cuando por fin, POR FIN, se dio la vuelta y vio a Jin plantado en la puerta, apuntándole con una pistola.
¿Chilló histéricamente? No. ¿Se sorprendió? Un poco. Pero más se sorprendió Jin cuando en lugar de acurrucarse en un rincón y sollozar, le señaló acusadoramente con el secador, mirándole furioso.
-QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO, VUELVE A ENCENDERLO.
Jin miró el secador, que así a simple vista parecía bastante más mortífero que su pistola, y dio un respingo cuando el pelirrojo lo dejó caer en el agua, haciéndola desbordar un poco más, y salió de la bañera pisando la alfombrita para el baño secándose delicadamente los pies para luego dirigirse hacia él a zancadas mientras le gritaba ENCHÚFALO DE UNA VEZ, ¿ES QUE UNO NO PUEDE SUICIDARSE TRANQUILO?
Le dio hasta miedo; también le dio vergüenza, pero levantó una mano y enchufó la corriente justo antes de que el otro llegara hasta él. Los dos se fijaron en que las pequeñas chispas del cacharro crepitaron en el agua cubriéndola de azules, amarillos y naranjas hasta que finalmente terminó la corriente y el espectáculo finalizó.
Se quedaron ambos en silencio, observando el secador hundido en el fondo de la bañera, y Jin se sobresaltó disimuladamente cuando su víctima se giró enfurruñado con las manos en la cintura.
-Estarás contento.- Lanzó las manos al aire y corrió en su esplendorosa desnudez hacia la bañera intentando absorber las pocas chispas que quedaban. Saltó dentro del agua y aporreó unas cuantas veces la pared; encendió y apagó el secador y finalmente y pillando prácticamente a Jin desprevenido, se lo lanzó a la cabeza. Pudo esquivarlo casi sin esfuerzo y no porque tuviera súper reflejos si no porque con las manos mojadas al pelirrojo se le resbaló el aparato desviándose de su trayectoria. Cuando vio que no había conseguido partirle el cráneo, volvió a blasfemar sin importarle a penas que un desconocido estuviera apuntándole con una pistola.
-Adelante, dispara.
Abrió los brazos, exhibiéndose, y una vez más la mirada de Jin le recorrió de arriba abajo. Mira que había matado a gente, pero a nadie tan tremendamente desnudo, y desde luego a nadie tan ofendido porque estaba tardando tanto en disparar.
-¿A qué esperas?
Jin frunció el ceño y los labios; ya había bastantes personas en su vida dándole órdenes como para que incluso sus objetivos lo hicieran también. El colmo.
Bajó la pistola, abrió la mochila y sacó la carpeta, repasando las líneas rápidamente hasta dar con lo que buscaba.
-¿Kamenashi K?
-Ese soy yo. Presente. ¿Me dibujo una diana con ketchup en el pecho para que sepas dónde disparar?
Jin siguió leyendo, ignorándole, pero cuando Kame hizo intención de salir de la bañera levantó la pistola apuntándole directamente a la cabeza aún sin mirarle. Kame se quedó quieto donde estaba, y aunque titubéo un poco volvió a abrir los brazos esperando lo inevitable.
Ese tío le había jodido el plan, qué menos que ahora le compensara por las molestias y disparara. Aunque no sabía la razón exacta por la que un tío se había colado en su apartamento para matarle, pero qué más daba, no iba a ponerse tiquis miquis.
El pelirrojo nunca había pensado que fuera tan pero TAN difícil acabar con una vida, y mucho menos con la suya propia. Coser y cantar. En las películas parecía hasta sencillo. Sólo tenía que colgarse de alguna viga, tirarse de algún balcón o ponerse delante de un tren en una curva. El resto era historia. Pero puestos a elegir prefería, desde luego, algo más cómodo e indoloro. Morirse en casa, así, sin más. Desaparecer, porque total, no le iba a importar a nadie dónde estuviera o dejara de estar.
Y cuando por fin se había decidido por una manera fácil y rápida de acabar con su miserable existencia, después de siete intentos fallidos, tenía que entrar un desconocido en su piso y desenchufarle el secador.
Empezaba a pensar que Dios tenía planes importantes, muy importantes para él, porque se le había acabado el gas cuando había tirado a inhalarlo y la sobredosis de pastillas más que muerte le había provocado vómitos y diarreas. Había pasado sutilmente del tema cortarse las venas porque era doloroso y desagradable, y había ido directamente un par de semanas antes a lo del ahorcamiento con la mala pata de que se le había partido la viga de la que había intentando colgarse y casi le aparecen los vecinos en el salón de su casa atravesando el techo.
-¿Sabes quién soy?
-¿Tiene que importarme? ¿No puedes limitarte a disparar?
Jin no bajó la pistola, pero tampoco hizo ademán de ir a dispararle en un futuro próximo, así que Kame suspiró resignado sentándose en el borde de la bañera con las piernas cruzadas. Parecía realmente cómodo estando desnudo.
-Ito Kenjiro te manda recuerdos.- Jin entrecerró los ojos esperando observar alguna mueca de reconocimiento, algo que le dijera que el pelirrojo le había entendido y podía empezar a tenerle miedo, pero no, Kame se limitó a mirarle, desnudo, con las manos cogiéndose las rodillas como si estuviera posando para una revista de moda.
-Hola a él también.
-¿Sabes de quién te hablo?
-¿Si digo que sí dispararás? Claaaaro, Kenjiro, colega. Haber empezado por ahí.
El castaño bajó el arma suspirando pero no bajó la guardia; se pinchó el puente de la nariz y sacudió la cabeza intentando pensar con claridad. Optó por empezar desde el principio.
-Ito Misaki, ¿te suena ese nombre?
-No sé cuán asombrosa piensas que es mi vida social, pero te aseguro que no conozco a tantas personas.
-Las cámaras de un hotel captaron hace un par de días fotos de Ito Misaki y su amante abandonando una habitación juntos. Y todo el mundo sabe que con las pertenencias del jefe no se juega. Si pensabas que podrías tirarte a la mujer de Ito Kenjiro y salir de rositas, estabas equivocado.
-¿Tirarme a quién?- Kame le miró con confusión, y Jin intentó que su vista no volara a la entrepierna del otro cuando descruzó las piernas. Era bastante incómodo hablar con un hombre desnudo, a decir verdad, y no porque fuera un hombre, si no porque iba desnudo. Tampoco habría podido concentrarse si fuera una mujer. Por desgracia en lugar de ver tetas estaba viendo otras cosas que colgaban bastante algo más desagradables.
Normalmente no daba explicaciones a sus víctimas, se limitaba a disparar y ya, así que le echó la culpa a que su cerebro intentaba bloquear el trauma que le estaba causando la situación.
-Tirarte a Ito Misaki, esposa de Ito Kenjiro, ya sabes, el Ito Kenjiro de la mafia, el de ‘niños, si no os dormís vendrá Ito Kenjiro con el saco y se os llevará’.
-Voy a decirte algo y no te ofendas, pero es prácticamente imposible que yo me haya tirado a la señora Ito.
-¿Por qué?
-Para empezar, ¿tiene pene?
Si Jin hubiera estado bebiendo se habría atragantado, así que dio las gracias por no haberlo estado haciendo y se limitó a carraspear, mirándole sin mostrar ninguna emoción.
-No.- Que él supiera.
-Ahí lo tienes.
-¿Qué quieres decir?
-¿De verdad es cierto eso que dicen de que los asesinos a sueldo sólo pensáis con la pistola y no con el cerebro? Estoy seguro de que no es tan complicado. Soy gay, marica, homosexual. Es imposible que me haya tirado a una tía. Aunque igual debería empezar a probarlo, lo mismo me daban menos disgustos.
Jin sintió la imperiosa necesidad de sacar uno de los cigarros del bolsillo y llevárselo a la boca; luego lo pensó mejor y decidió que mejor se metía tres de golpe. Por segunda vez decidió poner las cosas fáciles tanto para el otro como para él. No iba a acabar bonito de todas formas.
-Tengo órdenes de matar a Kamenashi K. ¿Tú eres Kamenashi K?
Una luz pareció encenderse en los ojos de Kame y Jin supuso que comenzaban a entenderse. Eso estaba mucho mejor; levantó la pistola con renovada energía y apuntó al otro, que volvía a ponerse en pie y a asentir vigorosamente.
-Oh sí, soy yo. Culpable. ¿Lo de que soy marica? Un cuento para despistar. Me has pillado. Yo me la tiré, y disfrutó como una loca. Sexo salvaje, grrrr, durante horas. Incluso en la cama de Ito Kenjiro. Varias veces. Soy la persona que buscas, dispara.
Jin entrecerró los ojos, sospechando, y ladeó la cabeza tanteándole. Dentro de sus posibilidades, podía creérselo y disparar, o no creérselo y disparar igualmente porque lo viera como lo viera ahora, aunque no fuera Kamenashi K, no podía dejar testigos.
Consciente de sus dudas, Kame se vio en la necesidad de apuntar, para que quedara claro.
-Que no soy gay, de verdad, soy muy macho, pregúntale a la señora Ito. Pero si hasta veo los programas de bricolaje.
-¿De qué canal?
Kame dudó un poco, a penas perceptiblemente, y luego afirmó con total rotundidad.
-Bricomanía TV.
Jin aguantó su mirada con la pistola en alto durante unos segundos más, y luego cayó rendido de cuclillas al suelo, llevándose la mano a la cabeza para rascarse salvajemente pero respetando su coleta.
-Eres gay. Ese canal ni siquiera existe. No eres Kamenashi K.
-Claro que soy Kamenashi K. Puedes mirar mi documento de identidad. Pero no mires la foto, no salgo muy favorecido. Lo sé, yo tampoco me lo explico con esta cara.
Kame tuvo la decencia de cubrirse con una toalla mientras seguía a Jin por el pasillo buscando su cartera, volviéndose todavía más loco cuando comprobó que efectivamente se encontraba ante Kamenashi Kazuya.
-¿Significa eso que no me vas a matar? Es lo menos que puedes hacer después de haberme fastidiado el secador.
Jin se giró con el documento en la mano, mirándole como si estuviera loco, y luego lo tiró encima de la mesa al lado de la taza que ya no humeaba y del portátil que continuaba teniendo la hoja en blanco.
-Si pensabas suicidarte, deberías saber que la nota se escribe antes, y no después.
Se dejó caer sobre la silla, masajeándose las sienes sin saber muy bien por qué estaba bromeando con la pseudo víctima, cuando era evidente que había habido un error y que si no lo reparaba era su culo el que iba a estar en el punto de mira. Podría señalar con un dedo a los informadores que se habían equivocado, pero eso no iba a quitarle menos culpa cuando llegara al despacho de Ito Kenjiro sin Kamenashi K, o al menos sin el Kamenashi K que él buscaba.
-No pensaba escribir ninguna nota. Es que se me ha bloqueado el ordenador y no puedo quitar el word.
Jin lo miró por encima de los dedos con los que todavía se pinchaba el puente de la nariz, y negó con la cabeza fruto de la incredulidad. Debía de ser lo más surreal que le había pasado en su vida. Y mira que le habían pasado cosas surreales, como encontrarse a su última novia en la cama de una de sus víctimas. Anda que no era pequeño el mundo.
-Bueno, ¿qué? ¿vas a matarme o no?
-De momento no, pero si no te callas no lo descarto. Primero tengo que encontrar a quien estoy buscando. ¿Conoces por casualidad a algún Kamenashi K más?
En el momento en el que lo preguntó, Jin supo que Kame le estaba ocultando algo. Cualquier otra persona no se habría dado cuenta, pero Jin tenía un don; tenía varios, a decir verdad, pero leer a las personas era uno de ellos, de modo que se inclinó en la silla apoyándose sobre sus muslos, mirando fija y detenidamente al pelirrojo, que le devolvió la expresión indiferente e imposible de leer.
-Dime, ¿conoces a algún Kamenashi K más?
-No.
-¿Sabes que sólo tengo que hacer una llamada y preguntar por tus familiares, verdad?
¿O prefieres que abra las páginas amarillas y vaya matando a todos los Kamenashi K que me encuentre? No deben de haber muchos, y teniendo en cuenta que ya he descartado a uno, ¿cuántos crees que me quedarán? ¿Algún hermano, primo?
La nuez de Kame se movió cuando tragó saliva disimuladamente; era casi tan bueno como él escondiendo sentimientos, pero aún así levantó imperceptiblemente la comisura de los labios en una mueca que podría haber pasado por una sonrisa cuando al dar una palmada Kame se sobresaltó.
-¿De quién es esta casa? No es tuya. Los muebles son demasiado heteros y las cortinas demasiado feas como para ser tu salón.
-Si no te hubiera dicho que era gay, nunca lo habrías sabido, no vayas ahora de doctor en ciencias homosexuales.
Jin tuvo que admitir que era verdad, a simple vista no lo parecía, pero continuó observándole con serenidad hasta que Kame no aguantó más la presión y desvió la mirada.
-¿Quién es Kamenashi K?
-¿Por qué no me matas a mí y acabas con esto? Yo también soy Kamenashi K; nadie tiene por qué saber que no soy yo al que buscaban.
-Oh, pero lo sabrán. Y tú y yo habremos muerto en balde, porque el que venga a ocupar mi lugar encontrará a quien estás intentando proteger.
-Mientras tanto no lo sabrán.
-Al contrario que tú, yo sí estimo mi vida, y no quiero morir tan pronto. Dímelo.
Kame se cruzó de brazos, apretando los labios negándose a pronunciar ni media palabra; a Jin le habría resultado adorable si una ira letal no hubiera empezado a crecer en su interior.
Sin previo aviso, se levantó de la silla lanzándola contra la pared, destrozando la estantería llena de libros que había apoyada en ella; Kame se sobresaltó, mirando el estropicio con los ojos muy abiertos, y luego casi no se atrevió a mirar a Jin, de pie con la chaqueta abierta y los vaqueros salpicados con sangre estilosamente anchos.
-Dímelo.
-No puedo. No tendrás más remedio que matarme.
-¿Sabes que puedo torturarte primero? De mil formas distintas antes de que una gota de sangre llegue al suelo puedo hacer que pidas clemencia, que grites lo que quiero saber.
A Kame le temblaron los labios pero no contestó; Jin estuvo a punto de sonreír perversamente pero una vez más no lo hizo.
-No es tan fácil, ¿verdad? Saber que vas a morir, y que vas a controlar tu propia muerte no es lo mismo que que te arranquen las uñas, una a una y luego te hagan comértelas.
Hasta él mismo se asqueó con su descripción; era un asesino a sueldo, no un torturador, por supuesto que nunca había arrancado uñas. No le pagaban lo suficiente. Pero debió de ser bastante convincente porque Kame le miró directamente a los ojos, visiblemente perturbado por la idea de tener que comerse sus propias uñas. Cuando pareció que iba a abrir la boca, la volvió a cerrar, haciendo una mueca de menosprecio dejándole muy claro que no pensaba hablar. En el fondo, muy en el fondo, Jin se sintió aliviado al pensar que todavía quedaban personas leales en el mundo. Pero fueron a penas unos segundos, se metió la pistola en el cinturón y caminó a grandes zancadas hasta él, pensando que su actitud debía ser realmente mortífera en el momento en el que Kame abrió desorbitadamente los ojos e intentó correr saltando por encima del estropicio que había causado la silla Era rápido, pero desnudo, descalzo y nervioso no lo era tanto como Jin, así que pataleó cuando le cogió en volandas, gritando ‘no no no no no’ muchas veces, y siguió gritando cuando utilizó una silla todavía entera para sentarle y atarle con la cuerda que llevaba en la mochila.
-Te estarás ahí quietecito hasta que averigüe lo que quiero.
-Podría haberme estado quietecito si lo hubieras pedido amablemente.
Jin puso los ojos en blanco y repasó la casa con la mirada, buscando cualquier cosa que pudiera serle útil. Cualquier documento, cualquier foto con un nombre. Era un trabajo condenadamente difícil y poco valorado, porque nadie tenía el más mínimo detalle con él; primero lo de la puerta cerrada, y ahora lo de no dejar a la vista algo que pudiera utilizar para evitar que le mataran. En dos días tenía que presentar un informe y si no lo hacía irían a por él. Así de sencillo. Para Ito Kenji no había complicación posible, todo lo resolvía con un tiro en la nuca. No sería la primera vez que presenciaba la muerte de algún compañero y amigo que había fallado; la última de las veces había estado delante con Yamapi y quedaron tan tocados que desde entonces no se habían vuelto a ver, hasta esa misma noche.
Husmeó entre los muebles, haciendo caso omiso de la charlatanería de Kame. Era increíble cómo podía conservar las fuerzas estando maniatado en una silla con un asesino con una pistola pululando a su alrededor, y luego Jin se maldijo por no haber pensado en amordazarle primero que todo. Era más peligrosa su boca que sus manos.
-¿Cuántos años tienes? ¿Estás soltero? ¿Sabe tu madre a lo que te dedicas? Apuesto a que no. Apuesto a que piensa que vives en una casita en las afueras con una verja blanca y una novia que te hornea pasteles. Las madres son así. ¿Pero sabes qué? Creo que están programadas para quererte igual si les dices que eres ingeniero y si les dices que te ganas la vida matando gente inocente.
-¿Inocente? No estés tan seguro.
-Puede que sean inocentes o no, pero tú no eres quien para juzgarlo.
-Es que mi trabajo no es juzgar. Otros lo hacen por mí, yo sólo ejecuto las órdenes.
-O sea, que eres un pringado. Que no tienes cerebro para pensar por ti mismo y te dedicas a obedecer lo que te mandan otros. Uhmmmm.- Kame rumió, asintiendo con la cabeza como si hubiera dado con una verdad indiscutible, y luego evitó la mirada de Jin disimulando muy mal, mirándole de reojo como si le avergonzara la mera idea de posar sus ojos sobre una persona tan despreciable. A Jin le revolvió las tripas pensarlo, de modo que se sacó la pistola del cinturón y apuntó desde la estantería en la que estaba ojeando.
-Cállate.
-¿O qué? ¿Vas a matarme?
Jin entrecerró los ojos y con un chasquido de la lengua bajó de nuevo la pistola. Se sabía todos los trucos del asesino y de la víctima y no pensaba dejarse camelar tan fácilmente.
-No tendrás esa suerte. Pienso hacer algo mejor.
Miró por encima el libro que había cogido y sonrió para su interior, luego se giró hacia Kame sacando el collage que había en su interior. Un marco decorado infantilmente con una foto y un pie escrito, Familia Kamenashi. Abuela, Abuelo, Papá, Koji, Kazuya y Saki.
Los ojos de Kame se llenaron de lágrimas y se mordió el labio impidiendo que rodaran por sus mejillas. Jin se sintió mal, y durante unos segundos no dijo nada, hasta que aspiró aire y cerró el libro llevándose la foto consigo.
-Kamenashi Koji. ¿Es tu hermano?
-Estoy seguro de que es un error. Koji no ha hecho nada. ¿Cuál ha sido su delito? ¿Enamorarse de una mujer que no es la suya?
-Enamorarse de la mujer equivocada.- Jin sentenció, doblando la foto y metiéndose en el bolsillo mientras caminaba hacia Kame, deteniéndose delante. Así, sentado, sin ropa, tan delgado y pálido, parecía frágil, y Jin se arrepintió al ver las marcas rojas que la cuerda estaba haciendo en sus delicadas muñecas.
-Voy a soltarte. Puedes gritar, puedes patalear. Entonces volveré a atarte y traeré los alicates.- Dijo, mirando significativamente sus uñas mientras se deshacía de las cuerdas.
Kame no dijo nada, se dejó hacer, totalmente laxo. Cuando por fin estuvo libre, volvió a abrir los ojos mirando directamente a Jin, que se peinaba la coleta deshecha.
-¿Qué piensas hacer?
-Escucha, me gustaría decirte que si te mato, tal y como quieres, tu hermano estará a salvo. Pero no es así. Cuando lo descubran vendrán a por mí, y luego irán a por tu hermano. Seremos tres cadáveres y a Ito Kenjiro le dará absolutamente igual.
-Esa no es la respuesta que te he pedido.
-Ah, bien- Jin sacó un cigarro del bolsillo, y por fin le dio la calada que llevaba ansiando las últimas horas. -Ya te he dicho que voy a hacer algo más práctico. -Dio otra calada y se apoyó en el borde de la mesa, mirándole fijamente. -Voy a secuestrarte. Me aseguraré de que Kamenashi Koji se entera de eso.
-Psé.- Kame volvió a hacer otra mueca tan típica suya, como si supiera que lo que había dicho era pura estupidez, y Jin se acarició el labio con el dedo de la mano que sostenía el cigarro. -Eso si lo localizas. Y aunque lo localices, dudo que venga.
-¿Por qué? Esta es su casa, ¿no? Está a su nombre, por eso me dieron esta dirección.
-¿Crees que mi hermano, sabiendo en qué se estaba metiendo, iba a dejar alguna pista sobre su paradero?
-Me estás diciendo, entonces, que tu hermano, sabiendo en el lío en el que se estaba metiendo, te permitió vivir en esta casa corriendo el riesgo de que vinieran a buscarle.
-Bueno, está mal decirlo pero el inteligente de la familia siempre he sido yo. Koji es más de actuar que de pensar. Es por eso que no le encontrarás. No podrás decirle lo que planeas. Ni siquiera yo tengo su teléfono.
Volvió a cruzarse de piernas y le miró con un rastro de burla en los ojos que hizo a Jin suspirar hondamente masajeándose las sienes ante el incipiente dolor de cabeza.
-¿Tienes algo de beber?- Sacó una de sus pastillas contra las migrañas al tiempo que preguntaba, pero no se detuvo a esperar una contestación, si no que se levantó sin más buscando la cocina. En el umbral de la habitación se palpó la pistola de espaldas a Kame, mirándole de reojo.
-No intentes nada extraño. Cuando me duele la cabeza me pongo de muy mal humor y se me dispara la pistola enseguida.
-Si vas a secuestrarme, ¿puedo saber al menos tu nombre?
Jin no contestó, simplemente echó un vistazo a la cocina buscando algo que llevarse a la boca antes de tomarse la pastilla. Lo último que quería era que le diera un jamancio delante de su víctima.
-Pues muy bien. Me inventaré un nombre que te pegue. ¿Qué tal Koko? ¿Kiki? Nah, algo mucho más artístico para un asesino, más exótico. Antonio, como Banderas.
Más bien sonó a Anuxonio a los oídos de Jin, pero sacudió a cabeza sin darle el gusto de contestar un nombre que luego podría usar contra él. Lo dudaba, porque iba a morir de todas formas, pero bueno.
-Ah, ya sé. Totoro, como mi vecino.
¿Por qué tenía la impresión de que iba a ser una noche muy larga? Porque tenía toda la pinta, sí.
¿Por dónde podía empezar? Por ignorar a Kame, y luego por el móvil obviamente, o por la agenda al lado del teléfono. Kame no parecía del tipo que se distanciaba de sus hermanos, sólo había que fijarse en las lágrimas de sus ojos cuando le había descubierto. Así que en algún lugar debía haber un dato, un teléfono, una dirección, cualquier cosa. O eso, o debía limitarse a sentarse en ese salón, con Kame al lado, esperando a que Koji regresara de donde quisiera que estuviese y le pusiera las cosas fáciles. No, claro. Ya lo había discutido con su cerebro lo suficiente. Nunca le ponían las cosas fáciles. Estaba claro que su víctima no iba a entrar por la puerta ofreciéndose a él.
Abrió la nevera y frunció el ceño cuando no vio nada de comida dentro, sólo un par de botellas de agua. Le sirvió; cogió una y se llevó la pastilla a los labios. Desde hacía meses, prácticamente años si lo pensaba mejor, los dolores de cabeza le estaban matando. El médico sólo le había recomendado unas vacaciones y liberarse del stress. Claro. Únicamente debía presentarse delante del jefe y decirle ‘oiga, que me voy de vacaciones, deje la lista de víctimas sobre la mesa que la retomo en cuanto vuelva’.
Tan sencillo como eso, pensó tragando y deseando que hiciera efecto inmediato.
El golpe sordo le hizo tirar la botella y derramar el agua en el suelo del piso, pero no se fijó en ello, si no que salió corriendo cogiéndose la pistola dispuesto a disparar. Kame ya no estaba sentado en la silla, de hecho no se le veía por ninguna parte, pero sí que le oyó gemir como un gatito herido. Jin caminó con la pistola en alto, deteniéndose a la otra parte del sofá, asomándose extrañado para encontrarse al pelirrojo en el suelo, tocándose la frente y quejándose lastimeramente.
Levantó la mirada y fijó los ojos en la ventana; inmediatamente supo lo que el otro había pretendido y al verle en el suelo tocándose el chichón que se había hecho al intentar saltar por una ventana cerrada casi le entró una risa histérica y desquiciada que terminó plasmando en una pequeña mueca burlona.
-Antes de suicidarte tirándote por una ventana deberías abrirla.
-ESTABA ABIERTA CUANDO ENTRÉ.
-La cerré hace un rato. Toda precaución es poca. Si no tuvieras los cristales tan limpios te habrías dado cuenta.
-Dios me odia. Podría al menos haber roto los cristales con el impacto y haber caído al vacío igualmente. Pero no, tenían que ser cristales resistentes.
-Dudo que con ese cuerpecito hubieras podido romper nada.
Lo dijo totalmente en serio; había perdido la toalla y en el suelo parecía casi tan frágil como en la silla. No es que estuviera anoréxico ni nada por el estilo, estaba bien formado, delgado, pero con finos músculos donde había que tenerlos. Se notaba que se cuidaba, sí, pensó Jin. Pero aún así parecía a punto de desmontarse, sobretodo a su lado, siendo él más alto y grande.