Respirando profundamente, trató de vaciar la mente de pensamientos y quedar en blanco al menos por un momento. Deseaba poder silenciar ese chillido agudo que Astoria Malfoy había dejado escapar al final de la ceremonia, dejar de oírlo en su mente, dejar de ver la luz del Avada Kedavra que cada vez que cerraba los ojos podía observar, repitiendo la imagen de hace unos días como en una fotografía mágica, el cuerpo del otro volteándose sólo para ver el rayo y caer desplomado al suelo.
Acurrucándose sobre la cama, trató de rehuir el frío que había en su dormitorio, sin tener la fuerza de levantarse y hacer un hechizo para encender la chimenea. No se creía digno de hacerlo. Era su culpa que hubiera muerto, que no pudiera hacer hechizos, de sonreír torcidamente al pasar por la oficina y decir algún comentario hiriente sobre su pelo, su mala escritura o su lentitud durante las redadas.
Aunque habían sido compañeros, nunca lo había considerado como uno hasta que por un error propio, lo dejó morir durante el trabajo.
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¿Dónde estoy? Murmuró, cegado con la luz blanca de la escena, deseando que bajara aunque fuese un poco la intensidad, agradecido cuando una nube esponjosa cruzó el cielo sobre él.
Observando alrededor, pensó que reconocía el lugar. Estaba acostado sobre pasto nuevo y flores blancas, a lo lejos se podían ver los límites de un bosque cercano a un lago y al otro extremo se adivinaba la torre más alta de la Mansión. Estaba seguro de que si tuviera el ánimo y la fuerza y mirara hacia atrás, podría ver los establos y las rosas que su madre había plantado cuando recién se había casado con su padre.
No podía recordar porqué estaba durmiendo en el patio trasero, aunque considerando lo bien que se sentía con el aire ligeramente frío, los suaves rayos de sol y el aroma fresco del pasto, no dudaba que era una de las mejores decisiones que había tomado en un buen tiempo.
Estaba contemplando cuáles podrían ser sus siguientes acciones, si dormir o mirar el cielo, cuando el delicado roce de dedos en su frente y el suave aroma del perfume de su madre lo hicieron abrir nuevamente los ojos, encandilado con el reflejo del sol en su traje blanco.
“Mamá” pensó, sabiendo que lo había dicho en voz alta (o quizás no) al ver la pequeña sonrisa asomar en sus labios.
-Draco -susurró, sus mejillas dejando entrever las diminutas margaritas que se formaban en ellas-. Vamos hacia allá.
La voz etérea lo hacía sentir adormilado. Y las ganas de seguir sus instrucciones y levantarse y caminar hacia la Mansión parecía una buena idea, especialmente porque los elfos le darían algo de comida y podría hablar con su padre, e ir a dormir en sábanas blancas, en su antiguo dormitorio. Incluso si la idea parecía estúpida, porque sus padres estaban muertos y los únicos que vivían en la Mansión eran Astoria y él.
¿Por qué estaba viendo a su madre y pensando en caminar a la Mansión, cuando obviamente había algo que iba mal?
-No, Draco, no lo hagas -murmuró Narcissa, arreglando con cuidado algunos mechones rubios, inclinándose a besar su frente.
Pero lo que sintió no era el beso de su madre, sino que la rabia de saber que Potter lo había traicionado, dudando en el último momento, haciendo que al voltearse la maldición asesina impactara contra su pecho.
Oh, claro que había visto al moreno titubear más de lo debido sobre avisarle… había sido lo suficiente para que su vida terminara ahí.
Enfurecido, se sentó, notando como el pasto se comenzaba a secar a su alrededor.
-Draco, no, por favor. Déjalo ir… ya no tiene solución -dijo Narcissa, haciendo sonar con fuerza su voz por primera vez, el mismo tono que había utilizado al sujetarlo de la mano y llevárselo fuera del campo de batalla.
-Pero no, mamá. No es justo.
-Hay muchas cosas que no son justas en la vida, amor.
Y si eso no era una cruel ironía, no sabía qué más podría serlo, pensó enojado Draco. De a poco los establos, el bosque y la Mansión fueron desapareciendo, sólo quedándole la mirada triste de Narcissa a su lado.
-No lo hagas -murmuró por última vez la rubia, su rostro contrito atormentando ligeramente a Draco, casi imperceptible en comparación a la vida que había perdido gracias al inútil de Potter, y la furia que lo recorría.
-Lo siento -respondió, besando la mejilla húmeda, antes de verla desaparecer también.
Por primera vez, se sintió solo. Y por primera vez dudo si fue una buena idea dejarse llevar por la rabia, la furia contra el real causante de su muerte.
Recordando la duda en esos ojos verdes, supo que sí.
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