Título: Inténtalo
Título del Capítulo: Repulsión
Género: Drama
Clasificación: R15 / M
Advertencias: Rape para el final.
Prompt: #1 "amor"
Palabras: 1206
Link a la tabla Lentamente y con vagancia, Yao abrió los ojos. Estiró primero sus brazos, luego sus piernas y finalmente se sentó. Miró a su lado, donde Iván yacía durmiendo tranquila y profundamente. El pelinegro extendió su brazo para poder acariciar el rostro de éste, mas cuando estaba a unos escasos centímetros de la mejilla rusa, se contuvo y con la mano que hasta ese momento había tenido libre se agarró la otra.
Le había concedido una oportunidad a Rusia para poder convencerlo de quedarse con él, no se la iba a hacer más fácil. El rubio debía lograrlo por sí solo.
Después de holgazanear un rato bajo las sábanas decidió de una vez por todas levantarse. Debía preparar el desayuno ya que, al poco tiempo de que Iván se mudase a vivir con él los sirvientes se habían ido escapando uno por uno, abandonando la casa por miedo a terminar siendo lastimados o asesinados. Caminó en silencio hacia la cocina, no sin antes pasar por el lavabo para lavarse el rostro.
Todas las mañanas, cuando caminaba por los desesperantemente tranquilos pasillos de su hogar, recordaba lo llenos de vida que eran antes de la llegada indeseada. Gente limpiando, conversando, riendo solía estar todo el día yendo y viniendo; ya nada quedaba de esos tiempos.
Yao ni se había imaginado lo que su vida iba a cambiar el día que Iván arribó a su hogar. Su estado había sido lamentable por decir poco: flaco, con el rostro pálido, llorando como nunca nadie lo había visto antes, rogando a los pies del chino para que lo ayudara. Como es evidente, el pelinegro no pudo negársele. Después de todo y a pesar de muchas cosas, entre ellas traiciones, disgustos y las súplicas de sus sirvientes para que no lo dejara entrar; Iván lo había sido reiteradas veces en el pasado un aliado, una ayuda, y hasta un amigo, por lo que le dio el gusto.
Sin embargo conocía muy bien el lado oscuro del corazón del ruso, por lo que fue él mismo y nadie más quien se encargó de su cuidado hasta que se recuperara. Al principio pasaban horas encerrados en una habitación donde el demacrado se encontraba; Yao haciendo labores tales como ayudarlo a comer, curarle alguna que otra herida o conversar con él para que aliviara sus penas. Conforme los días y las semanas pasaban, Iván se recuperaba y volvía a tener la capacidad de hacer las cosas por sí solo; haciendo que el trabajo de China se redujera a sólo reconfortarlo, haciéndolo sentir mejor con gentiles e inteligentes palabras.
En ese tiempo el pelinegro comenzó a sentirse cada vez más y más identificado con su nuevo compañero de vivienda. Si bien las causas y las condiciones habían sido completamente diferentes, Yao comprendía a la perfección la soledad y la tristeza del rubio, haciendo que sintiese piedad por él. Por ello, cada vez que disponía a sentarse a hablar con Rusia para convencerlo de volver a casa no podía; porque se topaba con esas órbitas lila que se llenaban de dicha al verlo. Así que simplemente le decía que no era nada importante y le sonreía sin darse cuenta.
Tardó otro tiempo más en darse cuenta que era el pensamiento de Iván el que tenía a todo momento en la cabeza. Si estaba fuera de casa se preocupaba, esperando que nadie (ni los sirvientes ni el mismo rubio) cometiera una locura en su ausencia; si pedía que les preparasen algo de cenar, primero le preguntaba al otro qué era lo que quería; si Rusia necesitaba algo, China dejaba de hacer lo que estuviese haciendo para darle una mano. Cuando por fin la comprendió que sus sentimientos habían mutado, no se hizo problema, seguramente sería algo pasajero.
Pero se sorprendió de sí mismo por no haber reaccionado una vez que el ruso lo empujó delicadamente contra una pared y con sus labios atacó su cuello, repitiendo su nombre como un disco rayado en los momentos en los que se separaba para respirar. Al rato, dejando su cogote algo hinchado y con un ligero color rojo, lo besó más con pasión que con amor. Yao entonces, le correspondió.
El problema yació cuando al separarse de Iván y lo miró a los ojos, no vio al pobre individuo amoroso e indefenso como un niño al cual venía cuidando hacía rato; sino que en ese resplandor violáceo había deseo de dominar y sed de control.
- ¿Yao? -se sobresaltó al oír que lo llamaban, lo que hizo que sus reflexiones y recuerdos se terminaran de repente -¿Yao, estás ahí? -la voz de Iván, quien no había recibido respuesta alguna, sonó más temerosa.
- Sí, estoy en la cocina aru -trató de hablar de la manera más natural posible -. El desayuno estará listo pronto, espérame en la sala.
Sirvió el té y otros comestibles que conformaban ese desayuno y luego de ponerlos sobre una bandeja se encaminó hacia donde le había ordenado al otro. Allí le sirvió su parte a Iván y acto seguido la suya. Comieron en un silencio incómodo, desviando las miradas cuando por accidente se encontraban. Eso, hasta que el pelinegro no pudo contenerse:
- ¿Sabes…? -Iván levantó la vista del plato que tenía enfrente mientras se llevaba los palillos a la boca - Si crees que esto es demasiado para ti -bebió algo de té -, puedes dejarlo e irte. No voy a guardarte rencor por ello, aru.
- ¿Acaso me crees incapaz de lograrlo, Yao? - el susodicho no le contestó y en consecuencia decidió proseguir - Me conoces muy bien, sabes que no me gusta dejarme vencer.
Era verdad, Rusia era un testarudo después de todo. Cuando terminaron de desayunar, Iván se encargó de los platos, así el chino podría ir a practicar alguna clase de arte marcial tranquilo, cosa que era parte de su rutina. Pero esa mañana le costó concentrarse, seguía recordando la serie de eventos que habían ocurrido hasta llegar a su situación.
La relación pseudo amorosa que había conformado con el ruso había marchado bien al inicio y Yao había aceptado que alguna que otra violencia se aplicase sobre él, como un beso salvaje o que le doliese levemente cuando era abrazado.
Pero lo que había comenzado a causarle repulsión a China hacia el otro no había sido nada de eso, ninguno de esos casos simples y asilados, sino cuando habían tenido relaciones por primera vez. Todo había marchado bien, hasta que el cuerpo del pelinegro no podía seguirle el ritmo al del rubio, por lo que le había pedido que se detuviese, aunque Iván hizo oídos sordos y continuó satisfaciéndose con Yao. Éste pudo soportarlo al principio, mas eventualmente tuvo que volver a decirle al otro que se detuviese, sin embargo el amante del vodka hizo lo contrario y aumentó la velocidad. Poco antes de que acabaran, el dueño de casa ya se encontraba rogando a gritos que lo dejaste mientras que su voz era opacada por los orgasmos del ruso.
Luego de esa traumatizante situación, Yao intentó quitarse de encima a Iván por más de un medio, fallando rotundamente cada vez que lo hacía. Sobre todo porque a pesar que sabía que había experimentado una de las más oscuras cualidades del ruso, no podía evitar seguir queriéndolo.
Señoras (y si los hay) señores, mi primer fic que contiene una (suerte de) violación. No sé como sentirme al respecto.
Espero que el final no haya sido demasiado predecible; de haber sido así me disculpo. Voy a tratar de hacer esta historia lo más original posible.