Parte 22: Abril 1977

Aug 05, 2005 21:28



Parte Veintidós
Abril, 1977



James no puede encontrar sus pantalones.

Es, para él, bastante absurdo buscar tus pantalones en medio de un funeral, pero la tía abuela Aramina está borracha (¿cuando no está borracha?) y, en un momento lleno de vino, ha dado vuelta una bandeja llena de canapés sobre los que llevaba puesto. Sabe que trajo otro par, porque se los probó antes del servicio fúnebre y le quedaban muy cortos. Su madre, piensa con algo de irritación, los ha tomado, como siempre lo hace, y los ha puesto en un lugar donde ningún humano pensaría que están, como en el closet.

Casi grita, “Ma-maa!” y luego no lo hace. Dice “oh” frente a sus calcetines y se sienta en la cama. Está más baja de lo que recuerda, por alguna razón, y quizás es que él se siente más grande.

Esa es exactamente, el sutil error, la extraña sensación de ya no caber en su propio mundo. Lo que siente no es dolor (piensa, distantemente, analíticamente) sino que confusión, como si bajara una escalera conocida para descubrir que de pronto se ha saltado el último escalón. Ha crecido de pronto y lo que solía ser familiar ya no está cerca. Ahora depende de él, el llenar ese vacío. Sería mucho peor si se sintiera real, pero aún lo llena una negación humana que lo atrapa en momentos como este: cuando abre la boca para decir algo y descubre que las palabras ya no son importantes.

James Potter no quiere reconstruir lo que es natural alrededor de lo que es relevante. No quiere llenar el extraño espacio frío de aire que se presiona contra él. Quiere que su mamá le pase pantalones que le queden bien y que no tengan manchas de canapés en la pierna izquierda.

James se levanta y retira las frazadas de la cama. Quizás los tiró bajo ellas-pero no lo hizo. Saca las sábanas y las cubiertas y luego saca el colchón del catre. Da vuelta una lámpara, la que se rompe. James se da cuenta que ha estado durmiendo en un colchón floreado, todo este tiempo, y nadie le ha dicho. Con razón tiene tantos problemas con las mujeres. Parece el tipo de cosa que un tipo debiera saber.

Alguien golpea la perta y una voz tentativamente dice “¿James?”

“Em, sí,” dice James y Lily abre la puerta. Su cabello está recogido hacia atrás y se ve más blanca que siempre. Mira el colchón y luego a James, y luego dice “¿Te das cuenta que no tienes puestos los pantalones, cierto?”

“Los estaba buscando,” dice James.

“Algunos,” dice Lily, tocándose la nariz, “dirían que eso es inapropiado.” Camina hacia él, le acaricia el pelo y luego se agacha para tirar el colchón por el piso.

“La tía Aramina los manchó,” intenta explicar, “los manchó. Pensé que caminar, ya sabes, todo manchado sería inapropiado. Pero no puedo encontrar mis otros pantalones y sé que los traje porque me los probé antes y eran demasiado cortos y me alegró tener dos pares, porque sino tendría que sentarme mostrando demasiado tobillo y eso, eso,” busca las palabras, “eso también es inapropiado.”

“Siéntate,” dice Lily. Lo toma de los hombros y lo presiona sobre una silla y él la deja hacerlo. Quizás, piensa, todo lo que quiere es que alguien le diga qué hacer. No puede soportar tener que pensar solo. Pronto no habrá profesores que lo hagan tampoco y dependerá sólo de él después de eso. La soledad lo abraza. Mira a Lily, quien está ocupada haciendo la cama, y quiere que le diga qué hacer después. “Sólo siéntate,” continua ella, hablando sobre su hombro. “Los encontraremos, y si no, hay hechizos. Te ayudaré.”

Hay algo extraño en su voz, se da cuenta James, pero no sabe qué. Al menos no le ha preguntado cómo está o lo que está sintiendo. Al menos no le ha dicho que lo lamenta. Tampoco lo han hecho sus amigos, cuando piensa en el tema; caminan alrededor de él, viendo a otro lado, casi-tocándolo pero reconociendo el espacio alrededor de él y dándoselo, presumiblemente hasta que sepa cómo ocuparlo.

“Lo lamento,” dice James. Hay algo raro en su voz también. “No es sobre los pantalones. Debería ayudarte con eso. Como que la embarré, no?”

“Bueno, sí,” dice Lily. “Esa lámpara debió costar unos quince Galleons. Ni hablar del colchón en el suelo. ¿Lo escogiste por las flores?”

“Te amo” dice James.

Lily se endereza, con algo en la mano. “Pantalones. Estaban enredados en la frazada.”

“Soy un idiota,” dice James. “Perdona.” Los toma y se sienta otra vez. Nunca ha considerado el asunto, pero de pronto entiende que los pantalones están hechos de miles de hilos, puede verlos, cruzados y obvios.

“Póntelos,” dice Lily con gentileza, arrodillándose a su lado, una mano suave en su nuca.

Casi sobrecogido con gratitud, James lo hace. Le sonríe a Lily como si quisiera ser encantador y capaz y serio y entero todo al mismo tiempo, pero su boca no parece estar bajo su control y sale como un contoneo nervioso.

“Eso.” Lily le toca la rodilla. “Te quedan un poco corto pero no creo que se note si te quedas de pie.”

“Gracias,” dice James. Quiere añadir que ella tiene una habilidad incomparable para hacer lo correcto, justo lo que necesita, y que está bien seguro que nunca puede dejarse estar sin ella, pero no puede encontrar las palabras adecuadas. No quiere que suene cursi o algo así. Sus labios se aprietan. “Gracias,” repite.

“¿Puedes bajar ahora?” pregunta Lily.

“No sé,” dice James de inmediato. “Agradecí tanto lo que hizo la tía Aramina que casi la agarré a besos.”

“No me pongas celosa,” dice Lily y hace una mueca. “Sólo, la gente se va a preocupar por ti. Allá abajo.”

“Creo,” dice James, “que ya lo están, cierto, preocupados por mí. Con lo de, ya sabes, todo el asunto,” y se ríe, horriblemente.

“James,” dice Lily. “Ven. Esto no es para ti. Ojalá lo fuera, pero no lo es. La gente necesita ver que estás bien para que ellos estén bien.”

“Estoy tan lejos de estar bien,” dice James, con un sonido fragmentado que no llega a convertirse en una risotada, “es un poco divertido.”

“Para nada divertido,” dice Lily. Le toca la muñeca, pasa por su barbilla con la palma de una mano y le da vuelta la cara para que la pueda mirar. No es una obligación desagradable. “James, escúchame: prometo que no me voy a ir a ninguna parte. ¿Está bien? Esto no va a durar mucho y entonces nos vamos a ir a otra parte y podrás quemar cosas o irte a dormir.”

“No sé qué hacer,” le dice James inútilmente.

“Te estoy diciendo,” dice Lily. “Sé lo más fuerte que puedas.”

“Eso es, de verdad, lo lamento, suena muy femenino pero-y si eso no es suficiente?”

“El resto,” dice Lily, “me lo dejas a mí.” Ella se levanta. James se sorprende momentáneamente por la delgada fortaleza que es ella, el modo en que no se agacha por la desesperación que amenaza con rodearlo. Es fantástico y agonizantemente asegurador saber que hay una parte de él que no puede tocar.

Están en la puerta cuando él la detiene. Sólo quiere un momento. La toma por la cintura y presiona su nariz mojada en su hombro, y siente, incluso entonces, cómo su cuerpo se suaviza para darle espacio a él. “Escucha,” dice él “sólo porque necesito decirlo.” Sus palabras vuelven calientes a sus propios labios desde donde despegan de la piel de ella. Es incómodo respirar así, pero al menos no tiene que dividir el espacio vacío entre él y alguien más. Es una cercanía que tiene que ser física para ser entendida; es quizás la única cosa en su cerebro que puede llevar completamente al mundo de las cosas tangibles. “Escucha,” dice otra vez. “Sé que si duermo en, en un colchón con flores y me estoy enojando sólo enojando por-por todo, pero Lily-Lily-estoy tan, tan-agradecido por estar enamorado de ti, que-“

“Lo sé,” dice Lily. Le toma la espalda de su camisa.

“No he terminado,” pide él, “por favor, no he terminado, sólo déjame-quiero que sepas que-nunca quiero-“

“Nadie más, James Potter,” dice Lily, los ojos brillantes, “nunca te va a dejar. ¿Si? Nadie.” Siente las uñas de ella en su espalda. “Hablaremos del tema cuando hablemos del tema, pero ahora tienes a tus tíos y tías y primos y profesores y amigos y ellos saben que no estás, pero no saben dónde estás y creo que ayudará, creo que puede, si sólo piensas en ellos ahora. ¿Puedes? Puede ayudar. Puede.”

James se seca la nariz con la mano. Su madre, piensa ciegamente, siempre le dijo que nunca hiciera eso; es grosero y maleducado e inmaduro y para eso existen los pañuelos y el papel de baño, aparte de eso, las esquinas de los manteles. James, ahora, no tiene ninguno de esos. Mira con cuidado su pulgar mojado.

“Claro,” dice. “Bajemos.”

***

“¿Deberíamos ir a buscarlo?” dice Peter, algo nervioso. Se saca el pelo, peinado a un lado, de la frente mojada. “¿Debimos ir, ya saben, antes?”

Se le ocurre a Remus que no deberían reunirse en un círculo cerrado a un lado de la habitación, pero no puede inventar ninguna alternativa. Hay poco que odie más que las recepciones después de los funerales. Los entierros ya son bastante malos, pero después forzar a los invitados a quedarse y no llorar por una hora mientras comen, parece algo sadista. “Probablemente quiera estar solo.”

“No,” dice Sirius, hablando por primera vez. Sus manos están en sus bolsillos y no mira a ninguno de ellos. “Prongs odia estar solo. Sólo dice que quiere estar solo para que la gente pueda probar cuánto le importa al ir tras él.” Hay un tono extraño en su voz. “Está bien en todo caso. Lily ya fue.”

Remus mira con atención la alfombra. Es bonita, probablemente cara, gastada en una esquina quizás por vidas de pies pisándola en recepciones, porque están incómodos o porque están evitando a alguien o porque no saben lo que deben hacer o decir en una recepción así. Si sólo no fuese tan obviamente un funeral. Si sólo no hubiesen sido padres. Si sólo no hubiesen sido los padres de James. Es una serie egoísta de pensamientos. Pero los funerales, Remus sabe, son el lugar dónde todos pueden ser egoístas al mismo tiempo. Los parientes que no eran cercanos están egoístamente contentos de no ser tan cercanos o, al revés, egoístamente desean haberlo sido. Los parientes que eran cercanos son egoístas en su dolor. Los amigos son egoístas, al esconderse, como Remus lo ha hecho, u ofreciéndose demasiado, como Remus intenta no hacer al esconderse. Los seres queridos, ese pequeño círculo exclusivo sólo definido en horas de crisis, pasean con expresiones hervidas intentando ordenar sus pensamientos y sus corazones. Nadie realmente piensa en la persona que murió, parcialmente por miedo y parcialmente por una vergüenza terrible y enfermiza que los deja apenas pensando. Parece vulgar, de alguna manera, estar vivo en un funeral. Parece insultante.

Remus mira muy, muy duro a la alfombra. Desea la misma cosa que todos desean: tener nueve años otra vez y que termine todo. Se siente injustamente lanzado al precario lugar entre ser adulto y ser un niño, donde a un lado se le ofrece la presumida competencia del primero, y en el otro-y este es un deseo verdadero y posiblemente el verdadero deseo de los adultos en todas partes-la ceguera particular de la niñez, la habilidad de confiar en dormir y en la mañana que sigue.

“Ojalá,” dice Peter, sorprendiendo a todos, “Ojalá hubiese algo que podamos hacer. Pero no hay nada, cierto, y eso es una mierda.”

Sirius ladra una risa. “Bien dicho.” Es difícil distinguir si hay sarcasmo. Remus piensa que probablemente no.

“Está bien,” razona Remus. “Estamos ayudando al-al estar aquí para él,” termina apenas y Sirius lo mira en un modo que dice todo lo que ya ha pensado. Se resume en No inventes excusas.

“Oye,” dice Peter de pronto, “ahí viene,” porque ahí está James de nuevo, la cara blanca y delgada bajo su cabello subyugado. Su brazo fuerte alrededor de la cintura de Lily, como si ella fuese la única fuerza que lo hace moverse.

Sirius se separa de ellos, un tono determinado en su cara y hombros. Remus y Peter lo siguen a una distancia más cautelosa.

“Hola,” dice Sirius, metiendo sus manos en sus bolsillos y viendo a James como si fuese un reto. Un músculo en su quijada se mueve apenas.

“Hola,” dice James. Parece haber crecido unos centímetros muy rápido; al principio Remus cree que es la edad abruptamente lanzada por el dolor, y luego se da cuenta, con una grotesca e histérica burbuja silenciosa de risa, que es porque los pantalones son demasiado cortos.

“Esto es pura mierda,” dice Sirius con fuerza.

“Más o menos,” concuerda James.

“Me voy,” dice Sirius, “en exactamente quince minutos. Puedes venir si quieres.” Su rabia es una onda de fuego repentino en la habitación, no conforta pero ilumina. Es, Remus piensa, en una carrera larga de dones extraños y perfectos, el don más extraño y perfecto que ha visto a Sirius darle a alguien.

James comienza a desenrollarse de Lily. Por un momento parece imposible, como si fuesen inextricables, pero luego él se mueve y su brazo se dobla hacia un lado y lo logra después de todo. “Gracias, amigo,” dice. “Pero tengo-tengo que quedarme aquí. Creo que es-lo mejor.”

“Claro,” dice Sirius. Fija los ojos en la pared y mantiene sus manos en sus bolsillos. “Bueno, entonces.”

“Si te quieres ir,” añade James, acercándose de pronto, “deberías. No quiero que-“

“Bueno, me quedo si tu te quedas, estúpida niña,” dice Sirius con fuerza. “No seas tonto, soy-tienes que saber dónde encontrarme, por si necesitas-“

“Claro,” dice James. “No.”

Remus piensa a veces que James y Sirius hablan en un código especial y lo que de verdad se comunica sólo puede ser entendido por las palabras que omiten, las sílabas que pierden antes que las digan. Siempre ha habido algo incomprensible sobre Sirius y James. Se han conocido por demasiado tiempo, lo suficiente como para empezar a olvidar quien da cual aliento o quien sangra cual sangre. Igual, en la dura línea de la quijada de Sirius sobre su cuello, y el modo en que mueve sus tensos músculos alrededor de su boca, y en el modo en que sigue moviendo su barbilla hacia delante sólo para seguir en movimiento, mantienen una distancia curiosa ahora. Remus se pregunta si James lo ve del mismo modo que Sirius. James puede pensar que es sólo el modo estúpido y mundano en que todos tienen cuidado con él, como si fueran a decir algo sin cuidado y romperlo. Con Sirius es más como eso. Tiene que ver con la muerte y con Lily y el curso de la amistad que se mueve sin precedente. Más que todo, tiene que ver con Sirius y James.

No están seguros de cómo crecer el uno con el otro, se da cuenta Remus. Sabe cómo es eso. No está seguro de cómo crecer consigo mismo.

James mira a Sirius por un momento largo y silencioso.

Finalmente dice, “Gracias. O sea. Gracias por venir, Pads.”

“Sólo por ti,” dice Sirius, amargo, “habría, siempre-“ Luce como si fuese a decir algo más, pero lo traga, cruza los brazos y fija la mirada oscura en el techo.

La garganta de James se mueve. Mira a Peter y a Remus entonces, y dice, con una sonrisa torcida, “Ustedes también, muchachos. Gracias-es bueno verlos aquí, con todo esto... de verdad. Lo lamento.”

Es típico de James y tan raro para el James que Remus conocía-estar en medio de los funerales de sus padres y decir Lo lamento-que Remus, por una de las únicas veces en su vida, no tiene idea qué decir. Usualmente, cuando piensa que no sabe qué decir es porque hay una cantidad de posibilidades inapropiadas que gritan por ser escogidas. Esta vez no hay nada más que una asquerosa y aburrida nada. Asiente, forzándose a ver a James a los ojos.

“¿Qué quieres?” pregunta Peter, con toda la desesperación desnuda y terrible que Remus siente pero sabe más que expresarla. “O sea. ¿Quieres algo? ¿Podemos hacer algo?”

“Eh,” dice James. Se arregla el cabello inseguro. “Está bien, Peter. O sea, no está bien, obviamente, pero ya sabes. Todos están bien.”

¿Qué querría yo? Piensa Remus inútilmente. Si fuese yo-si fuesen mis-y mis amigos estuviesen a mi lado, ¿qué querría que dijeran?

Pero claro que la respuesta es simple e imposible: Fue un error, idiota, no están muertos, sólo están en el segundo piso. Ponte ropa decente y deja de quejarte sobre los canapés.

Dice, “He- he visto al Profesor Slughorn. Pensé que querrías saber. Por si quieres hablar con él.”

James gruñe y Lily deja salir un sonido apretado. “Oh, Remus, no él.”

“No deberías ser tan amable e ir a todas sus cenas todo el tiempo, si así es como te sientes,” dice James, en una voz que intenta con fuerza ser la suya. “Eres una terriblemente perfecta burlona.” La mira y hay una pregunta suave en sus ojos que Remus no puede identificar bien.

“No es- bueno, es un viejo inofensivo y es muy amigable, y no quiero herir sus sentimientos,” dice Lily, suspirando. Sus nudillos acarician el hombro de James casi imperceptiblemente. “Como sea, a veces tenemos conversaciones muy interesantes. Sabe mucho sobre pociones. Sirius, no sé cómo te escapas siempre. Está loco por tenerte también.”

“Quidditch,” dice Sirius y le sonríe brevemente. “Terriblemente ocupado todo el tiempo. Ya sabes como es.” Todos se ríen muy fuerte, el alivio de poder pretender conversar los sobrepasa y luego colapsa dejándolos en silencio.

Ninguno de ellos sabe qué hacer. No James, ciertamente; pero nadie espera que lo sepa. Lily pretende-Remus se sorprende con ella, la competente línea de su cuello, el firme modo en que toca las cosas-pero él la vio, cuando se dieron cuenta de que James no estaba y el momento de pánico que guardó como un secreto en sus propios ojos. Es como actuar. Sirius, también, el modo en que se mueve en su traje negro y no mira a nadie, como si al exagerar el lenguaje normal de su cuerpo pudiese consumirlos a todos con normalidad. Peter se ve tan perdido como Remus se siente. Remus quiere tocar a alguien, a quien sea, para ofrecer compañía al sentirse perdido.

Quiere decirle algo a James, lo correcto. Quiere ofrecerle un regalo o susurrarle una frase o llevarlo a un lado, quizás, hasta abrazarlo. Cuando abre su boca su lengua se pega como una masa pegajosa en su paladar. La gente incómoda no debería poder entrar a funerales. Deberían ser obligados a escribir cartas y a no molestar a nadie al asistir.

“Supongo que es,” dice James. “Slughorn, inevitable. Supongo.”

“Podemos ir contigo,” ofrece Sirius. “Si quieres. Terminar con las cosas de antemano. Puede que logre distraerlo con mi encanto aristocrático y, ya sabes, eso.” Su rabia parece derretirse en el extraño modo en que Sirius se enoja, pero Remus aún puede sentirlo, transmutado y aproblemado.

James toma la mano de Lily. “Claro,” dice. “Gracias. Lo tengo. Ya sabes. Es el tipo de cosas-- digo que voy a tener que, que averiguar cómo hacer estas cosas. Solo. Gracias, amigo,” repite. Hay un fervor oscuro en su tono. “Eres, ya sabes.”

Sirius asiente. Lo sabe. Todo en él se magnifica. Es como si pensara que nadie notará los detalles de él en esa forma, el temblor bajo su labio inferior y la oscuridad apretada en sus ojos. Remus quiere decir que ninguno de nosotros haga nada solo y pero así no es como se supone que somos, pero ahora lo es y lo saben.

“Oye, Potter,” dice una voz profunda tras él. Remus se da vuelta.

No debería sorprenderse, supone. Después de todo, era la familia del Delegado. Hasta salió en los periódicos. Todos están aquí.

“Gideon,” dice James. Sonríe inseguro y se ve extraño en su cara. “Estás- viniste. O sea. No… no sabía que los conocías. Fabian-¿estás bien?”

“No seas ridículo, pequeño Potter,” dice Fabian, con el fantasma de una sonrisa. Está increíblemente pálido y dolorosamente delgado; hay unas vendas alrededor de su cabeza y su fabuloso cabello de Fabian está corto y desordenado. Remus recuerda, como un golpe en el estómago, Fabian temblando y sangrando en la cueva en Brighton, el corte rojo en el brazo de Gideon, la luz azul. No se atreve a mirar a Sirius. “Tu no puedes preguntar eso.”

“Es Gid y Fay para ti en todo caso,” dice Gideon y pone una mano enorme en el hombro de James. “No tienes que ser tan respetuoso.”

“Mis padres nunca me dijeron,” comienza James y se detiene. “Cómo-o sea-estudiaron con mi papá o algo?”

Gid y Fay no intercambian miradas, pero el modo en que no lo hacen es casi más obvio. “Asociación de Alumnos de Hogwarts,” dice Fabian “ese tipo de cosa.” Hablar le cuesta mucho. Pausa por un momento para descansar y en esa pausa parece reconocer a Remus, Sirius y Peter por primera vez. “Bueno, si no son, ya saben, el resto de ustedes. ¿Todo bien? ¿Considerando?”

Remus no confía en su respuesta. Está seguro que Fabian lo está mirando, lo que es más de lo que debe sentir, de algún modo, en sus ojos, lo que sabe. Afortunadamente, Sirius dice, “Que bueno verlos-no saben si Marlene anda por aquí,” y Gideon dice, “Oh, anda por aquí, probablemente fumando afuera,” y Sirius dice, “Bueno, no dejes que se vaya, quiero conversar con ella” y Fabian dice con lascividad “OO-er,” y Remus está libre para pensar en otras cosas, como por qué Marlene McKinnon no lo quiere y si va a tener que hablar con ella. Está apenas acostumbrándose a estas cálidas preocupaciones como una frazada cuando Fabian, el mítico, intocable Fabian Prewett, sacudiendo su cabeza demasiado entusiasta por algo que James o Sirius dijo, hace un sonido fuerte y se tambalea: y Remus no puede negar que las viejas preocupaciones son irrelevantes.

Gideon lo atrapa.

Es un alivio. Un tambaleo como ese puede ser tan fácilmente atrapado por un brazo o un puño fuerte e instinto. No tiene que ver con pensar mucho, con sentir o no sentir, con el mudo y paño mortuorio que todos sienten en la sangre. No tiene nada que ver con estar de duelo. Tiene que ver con cuerpos y con familias, y Remus desea que fuese así de simple para todos ellos. Siempre ha tenido brazos particularmente fuertes. Sería algo que podría ser, si las cosas fuesen así. Aunque, la verdad, probablemente tomaría la parte equivocada de alguien y todo terminaría mal.

Remus siente, por un momento, la mano de Sirius en la de él. Los dedos y la palma de Sirius están sudadas. Es un puño incómodo, fuerte y resbaloso al mismo tiempo. Hace toda la diferencia. Remus se aferra a su mano hasta que Sirius la deja ir y mete ambas manos en sus pantalones. Todo se ha ido al infierno de una vez, pero Fabian no está solo, piensa Remus; y ellos tampoco. Hay cierta cercanía en sudar sobre alguien por miedo y apoyo e infelicidad.

“Un poco de,” Fabian intenta explicar. “No es nada, la verdad, no lo creerían pero-un estante, saben, se lo imaginan, se dio vuelta-“

La cara de Gideon está seria pero se ríe, demasiado fuerte, e intenta bromear. “Qué lástima que tu, ya sabes, Sr. Músculos no ande cerca para, jaja, poner un brazo alrededor de tu delgada y femenina cintura, ah?”

“Gideon,” sisea Fabian. Las orejas se le ponen rojas. “Cállate.”

Con la palabra músculos la mente de Remus inmediatamente ve a Caradoc, el chico Toalla-como cualquiera-y pasa de ahí con miedo de vuelta a la cueva junto al mar y la oscuridad y el Si sobrevives, te voy a matar, y sabe en algún lugar de su estómago que la broma de Gideon no es completamente una broma. Mira a Fabian, sin poder detenerse, y Fabian lo mira con los ojos entrecerrados.

“Albus te anda buscando,” dice Gideon a James, sobre sus cabezas. “O sea, casi todos te buscan. Pero querrás hablar con él. Además,” y sonríe un poco, “te dará una excusa para no hablar con nadie más si no quieres. Recuerdo cuando nuestro Pa murió-no puedo decirte cuántas personas habían que odié demasiado.”

Remus se sorprende un poco, no por la idea de que los padres de los Prewett están muertos, sino porque tenían padres. Casi los había imaginado saliendo completamente formados por la imaginación de los Clubes de los Chicos en todas partes.

Excepto por todo el asunto de Caradoc Dearbon. O quizás, eso es parte del Club de los Chicos en todas partes. Remus toca el borde de su boca, donde algo no completamente olvidado sigue vivo.

“Tuve que encerrarlo en un closet,” dice Fabian, aún viendo a Remus. “Casi mordió a una anciana.”

“Me manchó con algo,” grita Gideon. “Y no tenía otra camisa decente. Se lo merecía. Quería darle rabia.”

“Lo habrías hecho,” dice Fabian. “Si no te hubiese encerrado primero. De hecho creo que debería hacerlo más a menudo. Encerrarte.” Sigue mirando a Remus, una extraña arruga en su frente. Remus quiere explicarle que no es lo que él piensa. La expresión le hace querer meterse en un closet. Intenta mirar a Fabian a los ojos y disculparse pero un escalofrío aparece en la cara de Fabian apenas Remus lo intenta. “Claro,” dice, familiar e imperdonable. “Bebamos algo. Por las heridas de los estantes y eso.”

Se apoya sobre Gideon cuando se van.

“Eso fue divertido,” dice James. “Fue agradable de su parte.”

“Mejor,” dice Sirius, “vas a ver a Dumbledore, no? ¿Cómo dijeron?”

“Claro,” concuerda James. “Claro.”

“Solo,” murmura Lily. Le da un beso rápido en la mejilla y lo acerca y él se pone algo rosado y algo satisfecho y algo más derecho también. “Vamos. Probablemente-probablemente quiere contarte el secreto de la vida e iniciarte en todas las sabidurías escondidas del mundo.”

“Al menos, sabrá qué decir,” dice Peter, firme.

“Porque él es Dumbledore, maestro de todo el conocimiento oculto,” dice James, medio bromeando pero con gentileza también. “Sirius-“

Sirius dice, sin mirarlo, “Probablemente no me iré.”

“Gracias,” dice James.

“Puede que queme algo eso sí,” continúa Sirius. Sonríen del mismo modo, hacia un lado, bruto y con dolor, y luego James dice “Bueno” y se va.

“Voy,” dice Sirius apenas se va, “a, ya saben,” y hace unos gestos vagos, mete las manos en los bolsillos y se da vuelta, dejando a Remus, Lily y Peter solos en su pequeña concha. Peter se muerde la uña del pulgar.

“Lily,” dice Remus. “Está-quiero decir, él-“

“Es James,” dice Lily y hay un momento suave y maravilloso en la curva de sus labios cuando dice su nombre. “Él sorprende a la gente.”

Remus confía en ella. Por un momento tiene el impulso de tomarla de las manos y preguntarle cómo lo hace. Si es un secreto, quiere aprender. Quizás tenga que ver con ser niña, quizás tenga que ver con no ser un hombre lobo. Quizás es sólo suerte. Quizás es por James. “Tu no,” dice. “Todos-ya sabes. Todos, confiamos en ti. Cierto. Peter.”

Peter asiente con fuerza. “Nunca de verdad pensamos que tu-James era terrible,” explica. Se ve culpable y añade rápidamente, “Pero siempre confiamos en él-pero no sabíamos si tu ibas-Quiero decir-“

“Sé lo que quieres decir,” le asegura Lily. “Te vas a dañar algo. Intentando así.”

“Voy a buscar algo para tomar,” dice Peter. Sus orejas tienen el mismo tono rojo langosta que su nariz, el primero por vergüenza y el segundo por el sol. “¿Quieren algo?”

“Estoy bien,” dice Remus, “gracias.”

“Yo también,” dice Lily

Peter se va. Y entonces quedaron dos, piensa Remus.

“Esto es horrible,” dice Lily. Se acerca a Remus y se pronto su frío se va, dejando en su lugar algo que quema. “Remus, lo amo-No le he dicho a nadie, sabes, ni siquiera, ni siquiera a mi mamá y-es-¿sabes cómo es? ¿Amar a alguien? Es, es,” no encuentra las palabras, “es preocupante, es preocupante todo el tiempo y nunca uno se siente a salvo. Eso es. Bueno,” añade y dos puntos colorados aparecen en sus mejillas, “es otras cosas también, pero es preocupante todo el tiempo debajo de eso.”

“Le da a todos de qué preocuparse,” dice Remus. “James.”

“Y hay absolutamente nada que pueda hacer,” añade Lily. Frunce el ceño. “Excepto, ya sabes, no dejarme llevar.”

“¿Por las preocupaciones?”

“Casi no puedo dormir,” admite Lily.

“No te dejas llevar,” dice Remus. “Creo-ya sabes, eso es lo que importa. Para él. Ahora.”

Lily ve la cabeza oscura de James desaparecer en un mar de gente, sus ojos en él y al mismo tiempo, lejos. “Estaba...” comienza, y se detiene, tocando su mejilla sin pensar. “¿Cuánto crees que falte para que sea uno de nosotros?”

“¿Qué?” dice Remus, sorprendido.

“Hasta que sea un estudiante, digo,” dice Lily despacio. “Esto-o sea-no va a parar. Sólo va a empeorar.”

Remus nunca ha visto a Lily así antes, y ahora está seguro de que lo prefiere así. “No-o sea, no podemos pensar así.”

“Lo sé,” dice ella. “Pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de pensar así. No puedo-ya duele así como es y sólo-lo siento, es estúpido. No ayuda a nada. ¿Crees que Sirius esté bien, hablando de gente que necesita más ayuda de la que cualquier humano pueda dar?”

“A veces,” comienza Remus, “cuando me acerco y le pregunto si está bien, me pega y me dice que me preocupo demasiado.” Se frota el ojo, cansado y sintiendo un dolor de cabeza detrás del agujero ocular. “Voy a ver si está bien. Si me pega, al menos no-“ evita decir ‘me preocupo.’ “Al menos sabré que está bien,” termina.

“Voy a, no sé, pasear por una esquina y espiar a Jame,” dice Lily. “¿Remus?”

“¿Sí?”

“No,” dice Lily. “No te preocupes. Yo tampoco debería. Podemos- nos cuidaremos todos. Podemos cuidarnos todos.”

“Mientras no nos peguemos, no?” dice Remus. “Eso creo. Creo que deberíamos.”

“¿Es una promesa, entonces?” pregunta Lily.

“Sí,” concuerda Remus. “¿Crees que deberíamos darnos la mano?”

Lily mira a Remus como si eso dijera que darse la mano significa que no pueden retractarse, no pueden tener miedo, no pueden hablar de preocuparse por el otro. Es pura velocidad. Se siente tonto, admite Remus, como si estuvieran desechando sus infancias en el modo más infantil posible. Le ofrece su mano.

“Es un trato,” dice Lily. Tiene el apretón de mano más fuerte que Remus ha encontrado jamás.

“Trato,” repite él.

***

Al principio, Dumbledore no dice nada. Sus ojos son brillantes y dispuestos detrás de sus lentes de media luna. Mira a James como si James estuviese aterrado todo este tiempo en que lo mira y agradece, ahora, terminar con el asunto. Dumbledore, como Hogwarts, es el último bastión de su seguridad-el padre que ninguno puede matar, quizás; el único hombre para quien el abandono parece una irrealidad gastada, como un cuento o un mito semi olvidado. En medio del comedor casi vacío de James se ve algo ridículo y temeroso.

“Me alegra ver que pareces estar tan entero,” dice Dumbledore, finalmente. “¿Se hace más fácil?”

“Sí,” dice James. Le sorprende lo fuerte que suena y cómo de pronto lo dice en serio.

“Supongo que has hablado con todos los que necesitas,” dice Dumbledore. “Descubrirás que-aunque no dudo que no tendrás deseo de hablar con nadie ahora-descubrirás que al hacerlo, a la larga, te tranquiliza. No temas tener pena, James; no hagas a un lado tu traición y tu rabia. Necesitas eso más que los muertos. Tus padres, me atrevo a decir, están muy acostumbrados a que estés enojado con ellos.”

“Gracias,” dice James, despacio.

“Muy bien.” Dumbledore suspira. James cree, de pronto, que Dumbledore ha visto más de esto de lo que puede contar. Tiene unas ganas terribles de decir Va estar bien, Profesor pero no lo hace, porque claro que no lo está, y decirlo no lo hará estar bien. “Supongo que te han dicho todos los detalles relevantes sobre la muerte de tus padres.”

Le han dicho que murieron a causa de una Imperdonable, que fueron asesinados por una organización que tiene varios nombres: los Mortífagos, la Hermandad de Salazar, la Sociedad del Orgullo Purasangre. Esta, piensa James, es la mierda más grande de todo. No fueron asesinados por una organización, fueron asesinados por gente. Hay una mancha en la alfombra del comedor donde su madre botó su taza de té cuando cayó. No quiere salir. “No, señor,” dice. “No de verdad.”

Los labios de Dumbledore se aprietan. James sabe que algo pasa; no es estúpido. Sólo porque sus padres están muertos no quiere decir que no sabe cómo sumar uno más uno, leer las señales, entender que algo más grande que sus padres está pasando y que sus padres sólo resultaron ser una parte de ello-eso es todo. Tiene algo que ver con el mundo que James conoce, no sólo con el nivel microscópico de la gente que lo crió y lo avergonzó más de lo posible y lo amó tremendamente y a quienes él amó también. La mamá y el papá a los que creyó volver en el verano y que ahora nunca verá. Tiene que ver con todos. Todos los que han venido al funeral son parte de ello y Fabian que se ve como si se hubiese tragado una bomba es parte de ello, y Gideon que es hermano de Fabian es parte de ello. Dumbledore es parte de ello. Dumbledore está en la incomprensible médula de ello, quizás intentando sostener las piezas en su lugar incluso cuando se están disparando a todos lados, y padres y hermanos y amigos y gente que no debería morir nunca son asesinados, muertos.

“Hay mucho que decirle, Sr. Potter,” dice Dumbledore, “y nada de ello es agradable. Ojalá no tuviese que decir nada al respecto-pero si quieres que sea honesto contigo, y me atrevo a decir que por como se ven las cosas así lo quieres, y entonces lo seré. Pero no hay vuelta atrás una vez que he dicho las cosas que tengo que decir, las cosas que deseas saber. Sólo hay que avanzar. No, no-no me digas. Crees que quieres y lo entiendo. Hemos perdido a muchos. Perderemos a muchos más. Puede que alguna vez puedas hacer más al respecto. En un año. En algunos meses, quizás, si lo deseas.” James ve algo en sus ojos que es aterrador.

Es aterrador saber que la persona en la que siempre has confiado para protegerte, tiene miedo.

“Dime,” dice James. “Quiero saber. Quiero asegurarme de que esto no pase-a nadie más. Lo que le pasó a mi-lo que nos pasó. Soy Delegado.” Suena estúpido, hasta que piensa en la noche en que recibió la carta, cómo cuando todos los demás estaban durmiendo su mamá fue a su cama y el no estaba durmiendo, y le tocó el cabello y dijo con ojos brillantes, Jamie, estamos tan orgullosos. Cómo su padre dijo nada, pero lo miró sobre el periódico y asintió apenas, y pasó un día sentimental viendo las fotos de James de cuando era pequeño y mostrándoselas al que le diera un poco de atención, mayormente a Sirius. “Soy delegado,” continúa, “y es-es algo que está afectando la escuela, y mi trabajo es hacer algo. Ese es mi trabajo.” Quiere seguir, decir algo sobre cómo no se trata de obtener venganza ni de tener rabia-- o lo es, claro, enormemente, pero eso no es todo-pero le parece que Dumbledore ya lo entiende.

“Por eso, claro, es que obtuviste el trabajo,” dice Dumbledore.

James se fuerza a mirar a Dumbledore a los ojos. Su mano le duele donde le salió sangre cuando metió un dedo en el ataúd de su padre y probablemente, tiene que admitirlo, dar vuelta el colchón no ayudó mucho.

“Sepa esto, Sr. Potter,” dice Dumbledore, antes de comenzar. “Hay cosas, grandes cosas, cosas terribles, que pasan ahora. Me preocupa que alguna vez no haya cómo honrar a los caídos, ni seguridad para enterrar a nuestros compañeros, pero es cuando hablo con mis alumnos que recuerdo-“ Pausa. “Que recuerdo que hay esperanza,” concluye. “Lo más importante en tiempos así es creer que podemos vivir para ver el fin de las cosas, juntos. Y hacia el final debemos trabajar con más fuerza.” Dumbledore le hace un gesto a James para que se siente. James se sienta. “Y bajo esos principios,” dice Dumbledore finalmente, moviéndose para quedar al otro lado de la mesa del comedor, “he comenzado La orden del Fénix.”

***

Sirius está sentado afuera bajo la sombra de un roble. Lo primero que Remus piensa cuando lo ve es lo cómodo que se ve, y luego, lo perdido que se ve. Esa es la cuestión con Sirius: la curiosa habilidad de combinar la mayor cantidad de contradicciones posibles en una forma de muchacho, todo al mismo tiempo. Después de todo, razona Remus, este también era el hogar de Sirius, por un tiempo y ahora no lo es.

“¿Te molesta si me siento?” pregunta Remus.

Sirius se encoge de hombros, pero le hace espacio. “Sólo-mira esto,” dice. “Quédate atrás, no sé cómo interactúa con-la gente.” Su varita se sale del bolsillo trasero; la toma y la mueve una vez, y susurra algo, y luego están rodeados, en un círculo, por lirios blancos bailarines. “Iba a hacerlo para James,” dice Sirius. “Pero después pensé que ya tenía lirios. Lily. Sin mencionar que parecía increíblemente tonto.”

“No es el gesto más masculino del mundo,” concuerda Remus, sólo porque piensa que si dice algo amable Sirius le va a pegar.

Sirius lo mira. “Siéntate. Me estás dando un calambre.”

Remus se sienta. Es un día absurdamente hermoso, el cielo azul pálido con nubes flojas pasando y una brisa primaveral que susurra en las flores. Si cierra los ojos, podría tener nueve años y podría ser casi mañana.

“Entonces eso,” dice Sirius con una risa algo dura, “es lo que pasó.”

Claro que no hay nada que decir. Remus suspira internamente, porque en cierto modo esto es lo que vino acá afuera a evitar: pero en otro modo sabía en lo que se estaba metiendo, sabía que esto sería otro episodio incómodo en la vida incómoda de Remus “Incómodo” Lupin. “Creo que le gustaría,” intenta. “La intención, quiero decir. Con las flores. Son hermosas y escribiste el hechizo solo y sabes cómo se pone James cuando la gente los inventa, todo-como yo con los libros viejos, ya sabes, se tuerce. Pero probablemente no deberías hacerlo. O sea, deberías hacerlo, pero no frente a él o, ya sabes, cuando ande cerca, porque es bien femenino y si eres femenino entonces ya hay una chica en el grupo y todos se pueden deshacer de mí, lo que no me gustaría.” Remus, en el espacio de treinta segundos, ha pasado de un resfrío verbal a explosiones de horrible diarrea lingüística. Se cierra la boca y espera a que llegue el golpe.

Es peor cuando Sirius dice, suavemente, “Odio esto.”

“Claro que sí,” dice Remus. “Mira, quise decir, todos-“

“No,” dice Sirius, despacio. Las duras líneas de su perfil parecen temblar. “No. No son sólo las razones por las que debería odiarlo. No es sólo por James y la guerra y no saber qué decir y esas estúpidas flores, sabes. O sea, son cosas horribles, y no somos todos. Sólo yo.”

“Los padres de James-“

“Eran mis padres,” dice Sirius. Pasa una mano cansada por su cara. “No puedo, no puedo decir eso, no puedo ni pensarlo, porque no es mi dolor. No lo es. Lo sé. Pero-pero no es justo, Moony!” Una tristeza feroz y salvaje aparece en la cara de Sirius. “Eran mis padres y ni siquiera puedo estar triste porque James necesita que no lo esté, y entiendo eso, de verdad que sí, y lo estoy intentando pero no es justo.”

Remus tiene la misma pregunta que Remus siempre tiene alrededor de Sirius. ¿Quién te ha estado cuidando a ti, entonces? Sólo tiene el suficiente sentido para nunca hacerla.

Lo terrible sobre la pérdida y el dolor, lo de verdad terrible, es que no hay un número ilimitado de ellos en el universo. Nadie puede terminarlo por alguna razón algún día. Pero la ocasión para sentir dolor sólo llama a algunos familiares, mientras el resto del mundo-perdido, miserable, dañándose-tiene que hacer como que están bien por el bien de los que no lo están.

“Eran padres,” dice Remus. Con cuidado. Quiere, más que nada, ayudar a alguien. Quiere, más que nada, ayudar a Sirius, James tiene a Lily pero Sirius está solo poniendo hechizos en flores. “No parece-bueno. Como si fuese a pasar de verdad. No pensamos en eso, no creemos que es posible.”

“Eran geniales,” dice Sirius. “Ya sabes eso. Malditamente- estupendos. Lo mejor. Intenta ser como los Potter y si llegas a la mitad, ya estás bien.”

“Lo sé,” dice Remus.

“Y siempre fueron-ellos sólo me aceptaron, Remus!” Sirius golpea su puño en su palma y su cabeza cae hacia atrás, sus hombros también. “Cuando no tenía donde ir, estuvieron ahí y no dijeron nada, y no me dejaron pagar por la cena y siempre supieron lo que me gustaba más. Fue-me hicieron sentir-sentir como en casa y eso, eso es-“ Sirius intenta mover su quijada. Remus siente el vacío fuerte en su tono y comienza a levantar su mano. Pasa una eternidad en el lento movimiento entre su dedos y el hombro de Sirius. “Lo más difícil que alguien puede hacer,” termina Sirius. Deja caer su barbilla sobre su pecho. “Incluso si tus propios, tus propios padres no pueden-era un hogar, su hogar, el hogar de James y el mío también y yo-los amaba!”

La mano de Remus encuentra la camisa de Sirius finalmente y toma su manga. Sirius levanta la mirada, pero sigue lejos. Se ríe, duro y mojado.

“Los amaba y están muertos,” dice Sirius. “Quiero matar-quiero matar a los que lo hicieron. No sólo quiero matarlos. Quiero dañarlos. Quiero hacerles tanto daño por tanto tiempo y luego quiero matarlos.”

“Oh,” dice Remus. No es de verdad una palabra, sólo un sonido, en algún lugar de su garganta. “Oh, Sirius. Mira. No.” No está seguro de qué es lo que le está pidiendo a Sirius que no haga. Dañar a la gente, posiblemente. Dañarse a sí mismo. No es útil.

Y piensa, qué diablos, y porque no pudo hacerlo con James y porque su mano ya está en la manga de Sirius, envuelve sus brazos alrededor de la espalda de Sirius y lo sostiene. Sirius dice, apagado por la manga y la camisa, “Mierda, Moony, córtala, suéltame, mierda, mierda,” y su mano se flexiona y se mueve y no quiere tocar a Remus. Hay una mancha mojada en el hombro de Remus y bajo sus manos la espalda de Sirius se sacude como si fuese el fin del mundo.

Remus ha pensado bastante en ello antes. No en sostener a Sirius, no eso, sino que en la incomodidad de sostener a alguien, el modo en que no sabe cuando apretar o dejar ir. La posibilidad de que choquen las cabezas. Las probabilidades de que el pelo de alguien se quede en sus botones. Las posibilidades de que alguien huela algo en él, la cena de la noche anterior o pasta de dientes o un sweater antiguo, eso puede ser desagradable o hasta asqueroso. Qué fácil es calcular mal el peso de alguien. Qué fácil es golpear barbillas, codos, narices. Remus ha pensado en eso mucho tiempo. Se molesta al pensar en la idea de la proximidad física y la conciencia que saca de su propia ineptitud física. Hasta piensa en eso ahora en un modo vago y casi divertido mientras se da cuenta que cuando alguien necesita esa cercanía tanto como ahora importa una mierda si puedes hacerlo o no. Es sólo el sostener lo que cuenta. Es sólo el sostener lo que recordarán.

“Sirius,” dice.

De pronto sus propias manos están en todas partes y porque ha dejado de pensar y no puede dejar de sentir, sabe exactamente qué hacer. Como el instinto. Como levantar su cabeza y aullarle a la luna. Como destrozar sus tendones. Todo el dolor y la naturaleza: así.

Mete los dedos en el cabello de Sirius y lo sostiene por la nuca con la curva de su palma. Ha sabido pero no sabido exactamente por algún tiempo que es más grande que Sirius, aunque Sirius no es pequeño. Es divertido para él sostener esa diferencia en sus brazos. Realmente ridículo.

Sirius está llorando, lo que también es ridículo, porque no está llorando como un chico-que-casi-es-hombre, está llorando como un niño de seis años, todo mocos y suspiros; se está riendo también, casi, y trata de decir algo como “soy un idiota” o “tus brazos son demasiado largos,” pero Remus junta todo su coraje y todo su instinto y dice “Cállate. Cállate. Está bien.”

Los dedos de Sirius se meten fuerte en su espalda. Su boca contra la clavícula de Remus está apenas abierta y su aliento es caliente. Remus aprieta sus brazos y mete más la mano en el cabello de Sirius y susurra, “cállate, por favor, estás bien, todo está bien,” hasta que siente a Sirius tranquilizarse contra él, su pecho moviéndose en sollozos con hipo. Remus tiene un recuerdo de llorar, el modo en que un niño llora: así como al final te deja mareado y vacío y mejor pero peor también.

“Si alguien nos ve ahora,” dice Sirius, “voy a decir que te estabas ahogando y que intentaba salvarte la vida.” Su voz tiene un staccato de alguien que no puede respirar bien por la fuerza de su propio llanto, dejando salir sonidos entre palabras. Remus lo toca donde puede alcanzar, su cabello y sus hombros, mayormente.

“¿En qué me estaba ahogando?” pregunta.

“Un canapé,” dice Sirius, “¿qué más?”

Remus baja su cabeza sobre la cabeza de Sirius y susurra, como un voto, como un juramento de fidelidad, “Es mejor que tengamos la misma historia.” Sirius se ríe. Remus puede sentir sus lágrimas y probablemente sus mocos contra su propio cuello. No le importa. Entierra su cara en el pelo de Sirius y lo sostiene con brazos de acero. Sirius huele a jabón. Casi toda la gente huele a jabón. Huele un poco a sudor bajo el jabón, y apenas un poco de perro. Remus es sobrepasado por el olor, todo tan cerca “¿Me detengo?” pregunta Remus. Sale todo junto, con cabello de Sirius en su boca.

“Ni siquiera,” dice Sirius, “ni se te ocurra. Sólo quería tener una coartada.” Suena un poco más como él mismo, pero apenas, aún buscando aire. De algún modo, su codo está en las costillas de Remus.

Parece que esta sería el tipo de cosa que molesta a Remus y aproblema a Sirius un poco por no molestarle, nada. Está bien con eso. Es bueno con eso. Es bueno en eso.

Por lo que se siente como mucho tiempo, Remus sostiene a Sirius. El único sonido es el aire en los árboles y las flores, y el sonido ocasional del aliento de Sirius.

Finalmente, Sirius dice, “Está bien. Suficiente. Está bien,” en un tono que parece ser más para él que para Remus, y pasa una mano por el brazo de Remus para presionarla sobre su propia nariz y boca. Por un momento se sacude de nuevo y luego lentamente se desenrolla del cuerpo de Remus. Sin su peso, Remus se siente extraño y de pronto inútil.

“Está bien,” repite Remus. Pasa su mano libre entre ellos, toca su propio cuello, y la deja caer como peso muerto sobre su regazo.

Sirius lo mira, los ojos dispuestos, fuertes.

Es el tipo de expresión que sugiere que algo importante podría pasar, o se puede perder en las distancias que existen, naturalmente, entre la gente más cercana.

Remus se lame los labios.

“¿Has estado practicando este tipo de cosa?” pregunta Sirius. “Oye, tengo-babeé en tu camisa.”

Remus mira. Ahí, claro, hay un parche transparente en su hombro y está mojado y duro en las orillas. “Tengo una chaqueta,” dice. “Está bien.”

“Has estado practicando,” dice Sirius. Su voz es algo gelatinosa. “No sé a qué funerales has ido, pero te ha pasado la cuenta.”

“He conversado con Lily,” dice Remus, “y pensamos. Ella pensó. Que-ya sabes, las cosas están... bueno, ya sabes. Todo esto,” hace gestos vagos, “no está...descartado. ¿Sabes? Más allá de la posibilidad. Como sea,” sintiéndose estúpido, “ella dice que tenemos que cuidarnos entre nosotros. Podemos hacer como que podemos andar solos, como los adolescentes normales lo hacen y luego se sientan amurrados sobre cómo no podemos. No hay punto en mentirnos así-no cuando-no cuando podemos-bueno, como dije. Cuidarnos.” Mira sus manos con cuidado. Ha sacado algunos de los pelos oscuros de Sirius y están enredados en sus dedos, lo que es bien desagradable.

Sirius está callado. Luego dice, “Bueno. Lo estás haciendo bien.”

“Tu también,” dice Remus, muy serio. “James-necesita que te enojes. Creo.”

“Lo sé.” Sirius se muerde el labio. “Sólo tengo que saber cómo.” Se frota la mejilla con su manga, luego frota la garganta de Remus. “Con chaqueta o no,” murmura. “Igual no es buena onda dejar mocos en un amigo.”

“No,” dice Remus, apenas.

“Como sea,” dice Sirius. “Nos cuidaremos. Es lo que hacemos, no? ¿Cuidarnos? No sé cómo no hacerlo. Creo que tienes uno de mis pelos en tu boca.” Se acerca sin pensar y lo saca, haciéndole cosquillas con los dedos en los labios de Remus. “Ahí.” Lo tira al pasto.

El labio de Remus pica. Se mueve para tocarlo y luego no lo hace, dejándolo una pestaña o una costra, una mancha curiosa de tinta.

“Sólo,” continúa Sirius, “sólo tenemos que descubrir con quién enojarnos.” Sus manos forman puños en su regazo. “Y luego me puedo enojar. Todos. No nos haremos daño,” dice firme. “Nos enojaremos, apropiadamente. Nos cuidaremos. Y tu,” apunta a Remus, mirada gris cariñosa y seria, “puedes aprender a enojarte, ya sabes, como una habilidad.”

“Yo me enojo!” protesta Remus. “Nosotros peleamos y todo-“

“No te enojaste,” le corrige Sirius, “te pusiste distante y frío y después te convertiste en hombre lobo, lo que creo estarás de acuerdo, es hacer trampa.”

“Sólo dices eso porque te da rabia que te haya sacado alquitrán a golpes,” dice Remus, dándole una sonrisa incómoda y torcida.

“Como sea,” dice Sirius. Su ojos están rosados y su nariz y boca hinchadas. Siempre se ve como una chica, sólo sus rasgos demasiado duros y hombros anchos le evitan la vergüenza de la femineidad, y debe verse más como una ahora, pero no es así. Se ve más muchacho que lo usual y probablemente tiene que ver con estar enojado y algo con haber crecido inesperadamente y algo que ver con Remus Lupin nunca entendiendo nada sin importar cuanto lo intente.

Remus se toca la boca finalmente. La picazón ya ha pasado.

“Está bien,” dice Sirius. “Vamos. Volvamos. Uno para todos y todos por terminar esto bien, no?”

Es una cosa silenciosa, piensa Remus, crecer. Puede pasar en un jardín o mientras alguien se suena en tu cuello, y puede que prefieras que pasara de otra forma pero luego pasa y nunca va a pasar y no hay nada que nadie pueda hacer al respecto. Se levanta y le ofrece una mano a Sirius, la que, para su sorpresa, Sirius toma.

“Una vez más hacia delante, querido amigo, una vez más,” dice Sirius, sonriendo hacia un lado y metiendo sus manos en sus bolsillos. “O a cerrar la pared con mi moco Inglés.”

“Claro,” dice Remus, “exagerado.”

Y se van.



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