Parte Dieciséis
Halloween, 1976
***
Es una hora del té oscura y tormentosa. Remus Lupin, en la mitad de un bizcocho muy enmantequillado, deja caer su taza al oír el ruido de un trueno a través de los fundamentos de Hogwarts. La capa suena contra la alfombra y deja caer el té en una mancha café. “Maldición,” murmura Remus. Se agacha para secar la mancha, con una servilleta en la mano, la otra aun apretando el pan posesivamente. Dejar un bizcocho enmantequillado solo en la Sala Común de Gryffindor es despedirse de él para siempre. “Maldición,” dice Remus de nuevo, sólo que suena más como ma-cion con la boca llena de bizcocho.
La puerta se abre. “Hola, ¿qué es esto? ¿Bizcochos?” pregunta Sirius. Afuera los relámpagos iluminan el cielo oscuro. “Y hay más! Qué amable de su parte invitarme a tomar el té, Madame Lupin. Me encantaría acompañarla. Hasta me he lavado mis dedos. ¿Has visto la lluvia?” Remus se endereza para encontrar a Sirius sentado frente a él, completamente mojado y oliendo apenas a perro. Remus intenta no lucir demasiado desaprobador. “Bueno no salí cuando estaba lloviendo,” murmura Sirius. “Como que empezó de repente. Pásame la mantequilla, por favor?”
Remus deja su taza en la mesa y mira rápidamente a las hojas de té. Mejor prevenir que lamentar, siempre dice. “Hm,” murmura. “Eso es divertido.”
“¿Qué es?” pestañea Sirius. “¿La mantequilla? La mantequilla nunca es divertida, Moony. La mantequilla es extremadamente seria. Es la misma falta de diversión la verdad.”
“Las hojas de té,” explica Remus.
“¿Qué?” pregunta Sirius, quien, en ausencia de un cuchillo ha empezado a pasar su bizcocho sobre la mantequilla. “¿Es un Grim? Quizás soy yo. Estoy en tu futuro, Moony. Cuando quieras comer un bizcocho o intentar tomar té tranquilo en Halloween, ahí estaré acechando.”
“No,” dice Remus cuidadosamente. “No es el Grim. ¿Quieres ver?” Le entrega la taza. Sirius mira, alegremente llenando su boca con medio bizcocho.
Vas a MORIR, dicen las hojas de té.
“Huh,” dice Sirius, intrigado y toma otro mordizco. “Eso es nuevo y horrible.”
Sacude la taza. Las hojas se arreglan de nuevo: Sangre. Sangre y Perdición.
“Parece estar claro en lo de la perdición,” dice Sirius solemnemente, pasando la taza a Remus, quien la examina preocupado. “Puedo ver por qué. Sabe que ambos somos pésimos en Divinación. Tienes que ser muy claro si quieres pasarnos el mensaje.”
“Oh sí,” murmura Remus, golpeando la taza con su varita. “Eso debe ser.”
“No lo tomaría si fuera tu,” añade Sirius. “Con lo de, ya sabes, la sangre y eso.”
Tres intentos más y todo lo que las hojas ofrecen es un MIRA DETRÁS DE TI, un El fin está CERCA y un muy alegre Despídete AHORA. “Me dice que me despida ahora,” dice Remus. “Adiós, Sirius. Fue encantador conocerte. Hasta me gustaron los momentos cuando pusiste chocolate en mi cabello mientras dormía. Y cuando hiciste que me salieran bigotes de la nariz. Y cuando te robaste mi ropa interior y la escondiste en el lago.”
“Alegré a muchos renacuajos,” dice Sirius. “Les encantaron tus pantalones. Nadaron por los agujeros todo el día pensando que qué alma más amable debe ser Remus J. Lupin como para donar su ropa interior de un sólo color a su hábitat. ¿De verdad dice que te tienes que despedir?”
“Esto nunca ha pasado antes,” dice Remus. “Sí. Lo dice.”
Sirius se sirve una taza de té, con muchas hojas. Revuelve la taza, bebe el contenido, hace un sonido al quemarse la garganta y da vuelta la taza. Él y Remus se acercan. Remus huele a mantequilla. “Yum,” dice Sirius.
Las hojas de té dice, CUIDADO CON LOS PASILLOS.
“Bueno,” murmura Sirius. “ya sabía eso.”
“¿Por qué tu té es mucho menos amenazante que el mío?” pregunta Remus. Reconoce la injusticia cuando la ve. O cuando la bebe. “Cuidado con los pasillos-eso puede ser cualquier cosa. Podría ser absolutamente inofensivo. No como te vas a morir. Esa no está abierta a interpretación.”
“Basura,” dice Sirius cálidamente. “Eso podría ser ‘vas a morir... de alegría cuando veas la sorpresa que el destino tiene para ti!’ Podría ser algo maravilloso. Simplemente te niegas a ver el lado positivo de cualquier situación. Estoy seguro que no hay nada de qué preocuparse.”
El trueno remece el castillo como un puño. Las ventanas se abren, llenando la habitación con el aullido del viento y el igualmente pesado frío de la lluvia. Remus, sorprendido, mete sus pies bajo su silla y se cuida la nariz; Sirius, maldiciendo fluidamente en varios idiomas, atraviesa la habitación en dos pasos y fuerza las ventanas de hierro hasta cerrarlas.
“Ow,” dice Remus, enderezándose. Eso va a hincharse en la mañana.
“Eso es raro,” dice Sirius. “¿Solían haber demonios de hierro cerca de la ventana? Siento como si fuera, ya sabes, dibujos de plantas antes. Flores. Tréboles.”
“Ese sofá se va a poner mohoso,” gruñe Remus con un suspiro pesado. “Digo, ¿has visto al resto de la Casa? ¿Dónde están?”
***
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"Brilliante idea, Narcissa," Carmina Rosier dice contenta, mirando sus uñas verdes. “Fiesta de pijamas de chicas de Slytherin en los calabozos. ¿Cómo se te ocurrió? ¿Por qué se te ocurrió?” Se ríe nerviosamente. “Es terriblemente atrevido, no? ¿En Halloween? Ciss, sí me encanta tu camisa de dormir.”
“Es de París,” dice Narcissa. Sacude su pelo rubio y cruza sus pies elegantemente manicurados. “Lucius la compró para mí. ¿Quién tiene el vodka?”
“Deberías jugar a algo,” sugiere Ermine Parkinson desde el otro lado de la habitación. “¿A la verdad?”
“¿A la botella?” ofrece Bellatrix Black, examinando sus dientes en un espejo y entonces, viendo cómo Ermine la está mirando, “¿tienes un problema, Parkinson?”
“No vamos a jugar a la botella,” dice Narcisa fuerte, dándole un codazo a su hermana menor en las costillas. Bellatrix la mira y toma directamente de la botella de vodka.
“Bueno,” murmura Bellatrix, “pero podríamos.”
Carmina se ríe de nuevo, tocando sus rulos castaños. “Podríamos hablar de nuestros secretos más oscuros. Podríamos compartir nuestras fantasías más grandes,” sugiere. “Ya saben. No sé por qué dije eso!”
“Mi camisa se siente tan apretada,” informa Bellatrix a todo el mundo. “Creo que me la voy a tener que sacar.”
“Algo anda mal aquí,” murmura Narcisa. No puede decir qué, pero hay algo. Quizás es el modo en que Bellatrix está lamiendo la boca de la botella de vodka. ¿Ha hecho eso antes? O quizás es el modo en que Carmina está sentada, con su pecho hacia delante como la cámara de un barco. ¿Ha sido su pecho así de omnipresente? O quizás son las camisas, chifón verde todo enrollado con el mínimo toque de lazo. ¿Han usado antes camisas de dormir? ¿Alguna vez se han soportado lo suficiente como para pasar una noche juntas? ¿Y qué, en el nombre de Merlín, es ese sonido?”
“Pero Ciss,” murmura Carmina. “Todo se siente tan bien.”
“Sé lo que deberíamos hacer,” dice Ermine.
Un momento después una almohada de plumas cae en la cabeza de Narcissa.
Los calabozos eruptan una explosión de plumas, risitas, gritos y el sonido de la tela rompiéndose, brazos en el aire, uñas en los lienzos de terciopelo. Narcisa se olvida de lo que estaba pensando - no pudo ser muy importante, no?-y trata de golpear la cara maquillada de Ermine con un cojín de satín.
Se están riendo como ninguna chica de Slytherin se ha reído antes cuando el sonido del trueno es seguido por un sonido más fuerte y todas las luces se apagan.
"’Ciss?" Carmina susurra.
"No puedo ver," contesta Narcisa.
Ermine grita.
Y después, silencio.
"Lumos," dice Narcissa, encontrando su varita a un lado de la cama e intentando pensar claramente. Una luz amarilla hace círculos en la punta de su varita. Carmina se levanta y toma su brazo, su labio inferior tiembla.
Bellatrix y Ermine han desaparecido.
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”Y como pueden ver,” dice James, “el arte de tallar la calabaza no es tan estúpido como creen.” Esto no es, decide mientras saca unas semillas de calabaza de su nariz, como se supone que es ser Delegado.
Primero que todo, no hay tanto moco naranja en sus fantasías. Segundo, en estas fantasías, no estaba acompañado de tres prefectos de quinto año que se creen superiores. Tercero, Lily usualmente lo está mirando con adoración y no sacándose la pulpa de su pelo y siendo generalmente inútil.
“No servirá,” le informa. “Se queda ahí y tu pelo se pone todo duro.”
“Supongo que tu sabrías,” grita ella. Se ve, por primera vez en la vida de James que incluye a Lily Evans, algo roja y poco atractiva. Además, hay moco de calabaza en sus pestañas. Es extraordinariamente confuso.
“La verdad,” comienza, levantando un dedo, y podrían haber peleado de verdad, pero en este punto un prefecto de Ravenclaw-cuyo nombre James no se ha molestado en aprender-tose respetuosamente y dice “Lo siento, ehh, no quiero ser grosero pero las tallamos para, ehh, introducir a los de primero a la alegría de las tradiciones de Halloween y a las fiestas en general, verdad?”
“Sí,” gruñe James, metiendo su cuchillo en el ojo de la calabaza con demasiado entusiasmo. “Lo entendiste. Buen hombre. Sigue así, podrías ser Delegado un día.”
“Eh,” dice el Ravenclaw. “Y... les da recuerdos brillantes y les da un sentido de la maravilla de la infancia, no?”
“Así fue para mí,” dice James cansado, mirándolo. “Mira, es una parte importante del Banquete y sé que parece estúpido pero es divertido la verdad, y a los niños les gusta. Es un gran efecto.”
“...claro,” concuerda el Ravenclaw, muy lentamente. James se da cuenta, por primera vez, que las miradas de los Prefectos se han llenado de horror. El trueno suena fuertísimo. “Entonces... ¿para qué es la sangre?”
James se da vuelta. Del mango de su repentinamente brillante cuchillo, aparentemente saliendo de la piel naranja y herida de la calabaza misma, ha salido un montón de algo rojo y pegajoso. Está en los pantalones de James. Huele a carne. James lo mira, no entendiendo, y otro trueno remece las ventanas y las luces se apagan.
La cara tallada en la calabaza, congelada en la luz azul del relámpago, se ve de repente muy aterrorizadora. Hay un sonido como de sorpresa-y puede sentir a Lily, en medio de sacar un hilo de pulpa de su oreja, congelada tras él en la oscuridad.
“Oh,” dice James, cuidadosamente, al silencio repentino. “Eso. Niños! Ya saben. Malditos. Aman esto. Eh-“
Las velas lentamente vuelven a la vida. James mira alrededor. La sangre se ha juntado en sus zapatos ahora y llegado hasta los bordes de la falda de Lily y lo que es peor-
Los tres prefectos han desaparecido. Él y Lily están solos en una habitación llena de calabazas desmembradas, las que se ven muy grandes y muy oscuras en las esquinas.
“¿Qué pasó?” susurra Lily.
“Esto no está bien,” dice James con mucha convicción. “Para nada.”
“¿Qué hay dentro de la calabaza?” pregunta Lily, acercándose a James en la oscuridad. Sorprendentemente, James no está emocionado por estar cerca; está demasiado ocupado preguntándose cuándo su vejiga lo traicionará.
“Una vaca, aparentemente,” logra decir James. “eh.. Bueno. No debemos asustarnos.”
”No estoy asustada,” dice Lily. Le toma la mano. Se miran. “Simplemente estoy buscando conforte físico,” murmura Lily “No significa nada. No deberíamos compartir este momento íntimo como algo apasionado, revelador o interesante. La calabaza está sangrando y estoy sosteniendo tu mano. ¿Ya?”
“Bueno,” concuerda James. No tiene idea de qué intenta decirle ella. “Pero no deberíamos asustarnos.”
“Bueno,” dice Lily. “¿Qué debemos hacer?”
“Lo que sea que pase,” dice James, “no estamos desarmados!” Toma el mango de la talladora de calabazas y la menea sobre su cabeza con triunfo.
“James Potter,” dice Lily, “estás calificado para des-sembrar la maldad.”
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Peter está sentado tomando una rica taza de cidra cuando las luces se apagan. Afortunadamente, sus manos ya están en la taza de cidra. Toma lentamente, se seca el bigote de cidra de su labio superior y suspira felizmente.
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“Entonces, eh,” dice Sirius. “Esto como que da miedo, no?” Por supuesto, no suena como con miedo. Se ve mojado todavía, aunque ha estado sentado frente al fuego por quince minutos. “Es como estar en medio de un mal sueño, sólo que tiene más sentido, eh?”
“Creo que lo del relámpago fue demasiado, personalmente,” murmura Remus. Arregla el fuego. “Si cuentas los segundos entre ellos, vienen extraordinariamente rápido. No es natural.”
“Remus,” dice Sirius. “Moony. ¿Vas a morir y yo tengo que tener cuidado en los pasillos y estás discutiendo lo rápido que deberían venir los relámpagos o no?”
“Y los truenos,” añade Remus. “¿Has escuchado truenos así antes?”
“Hemos ofendido a los cielos,” razona Sirius. “¿No estás ni un poco emocionado?”
Remus mira una de las ventanas. La lluvia golpea el vidrio, las nubes están tan juntas que no dejan pasar la luz. Sólo el brillo fantasmal de las llamas en la chimenea deja a Remus ver sus dedos frente a él, y la cara de Sirius, en un ángulo duro en la luz. Es fantástico, tiene que admitirlo, aunque no se sienta real. No de verdad. Las hojas de té fueron la primera pista, aunque Remus no está seguro de cuál es el misterio. “Bueno,” dice, pensando en voz alta, “todos los demás están perdidos. A menos que seamos los que han desaparecido. ¿Es posible?”
“No puede ser,” dice Sirius, luciendo masculinamente valiente.
“¿Por qué no?”
“Bueno,” explica Sirius, “bueno, porque somos nosotros!” Y por lo tanto, presumiblemente, los héroes. En la obra moral que parece ser la vida de Sirius Black, solo tiene sentido que él sea el héroe. Remus, sin embargo, sabe más, y está más que conciente de que es el secuaz con los libros que anda en el fondo siendo una buena influencia con un acento elegante y luego es asesinado trágicamente justo antes del clímax. “Además, no hemos desaparecido, estamos en la Sala Común,” aclara Sirius. “Apuesto que están en una fiesta secreta. Malditos. ¿Vamos a buscarlos?”
Remus lo mira. Buscar a las personas perdidas puede ser la mejor manera de conseguir que los devoren. Sin mencionar que tendrán que pasar por los pasillos. Si el Dr. Frankenstein, por ejemplo, sólo se hubiese quedado en su sala común a comer sus bizcochos, probablemente hubiese evitado que mucha gente muriera en todo el asunto. “Apuesto a que volverán.”
“Moony!” lo reta Sirius. “Nunca hubiese pensado que tu serías supersticioso. Como una viejita.”
“No lo soy,” protesta Remus. “Es sólo-todo esto se siente raro, no? No quiero decir supertanuralmente raro, sino como una película. Como si todo fuera para el efecto. ¿No lo sientes?” Como si fuese su llamada, la brisa en la puerta mueve las cortinas en la ventana, que vuelan dramáticamente sobre la cabeza de Remus. Remus pelea con ella por un rato, preguntándose si será sofocado por las cortinas, si será su muerte dramática predecida por las hojas de té. Finalmente, Sirius lo rescata, tomando su cara con ambas manos y haciendo una cara de susto. “Te ves demente,” murmura Remus. “Hueles a mantequilla y a perro mojado.”
“Tu también,” dice Sirius. “Bueno, lo de la mantequilla. Vamos! Nada pasará si nos quedamos sentados junto al fuego, peleando cortinas asesinas. Tenemos que irnos. Tenemos que ser valientes. Tenemos que encarar nuestro destino y triunfar!”
“Tenemos que tirarnos de cabeza a la perdición,” lo corrige Remus. “¿Eso es lo que quieres, no? Leíste las hojas de té. Ya sabes lo que dijeron. Parece tonto cortejar al desastre así.”
“Cierto,” concuerda Sirius. “Sí las leí. Pero no me dijeron a mí que iba a morir, no?” Sirius sonríe. “Vamos, no lo crees, verdad? ¿Desde cuando las hojas de té lo escriben tan claro? Siempre es ‘esta mancha extraña que puede ser una vida completa de felicidad o morir por ronchas o explotar sin advertencia bajo la luna.’ Nunca es ‘Hola, muchachos, cómo les va, disfruten su muerte inminente.’”
“Bueno,” admite Remus. “Supongo.”
“Y como dije,” repite Sirius. “Todo lo que yo tengo que temer es el pasillo!”
“Espero que haya un monstruo gigante con pies hediondos en el pasillo,” murmura Remus, “esperándote. Espero que pases la eternidad entre sus dedos de los pies.”
“Siempre puedo dejarte aquí y volver,” ofrece Sirius.
El trueno suena grandiosamente.
“No,” le asegura Remus. “No, está bien. Te acompaño.”
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”De verdad es sorprendente,” dice Frank Longbottom, “cómo tu cabeza refleja la luz así.” Sostiene su varita, resplandeciendo apenas, sobre la cabeza rapada de Kingsley Shacklebolt y ve la luz irradiar.
“Eso me está molestando,” dice Kingsley.
“Claro,” dice Frank y la aleja. “Sólo hacía una observación. Sobre tu cabeza. Sabes, no creo que estés muy amigable hoy.”
“No me gusta que la gente haga brillar cosas sobre mi cabeza,” dice Kingsley.
“No veo por qué no,” dice Frank triste. “Qué desperdicio. Es prácticamente un espejo. Podría verme. Hola, Frankie!”
“Vete, Longbottom,” dice Kingsley.
“¿Adónde?” pregunta Frank, razonablemente. Hace un momento, los dos estaban en el campo de Quidditch rodeados de los otros capitanes para una reunión de pre-temporada; ahora, el campo está vacío y muy oscuro y las únicas cosas que quedan de su reunión son muchas notas, en todo el piso. Frank recoge una; Asegúrense de hacer trampa, dice. Trampa trampa trampa trampa.
“No me importa donde,” dice Kingsley, “ve a esa esquina.”
“Mira esto,” dice Frank. “Debe ser de los Slytherins.”
Kingsley inclina su cabeza, lo lee, y luego lentamente se levanta. Es un proceso impresionante, como ver una avalancha en reversa. “Voy a salir,” dice.
“No saldría,” advierte Frank. “Está lloviendo como nunca. Y recuerda que seis personas se acaban de desvanecer frente a nuestros propios ojos. ¿Eso no, ya sabes, te pone nervioso?”
“No,” dice Kingsley.
Frank tiene que admitirlo: tiene razón. Si él fuese Kingsley, tampoco estaría nervioso. Hay algo en Kingsley que sugiere que probablemente nunca se pone nervioso. Hace que los demás se pongan nerviosos. Alrededor de él, usan cada carga de nerviosismo mientras él se mueve entre ellos, perfectamente no-nervioso. “Entonces.” Frank traga. “¿Entonces te vas? ¿Y si te llega un rayo? ¿Si te derriba un trueno? ¿Si desapareces? ¿Si yo desaparezco? ¿Adónde iré? ¿Qué voy a hacer?”
“Frank, querido,” dice Kingsley, “me importa un rábano.”
Sale a la lluvia, que cae fuerte, e inmediatamente descubre que está mojado. Sosteniendo una mano sobre sus ojos, mira el campo de Quidditch. Rayos increíbles rompen el cielo en la distancia. El viento sopla como un perro moribundo. Se sostiene firme en el piso, los pies separados, y mira desde su gran altura hacia el mundo, el que parece haber llegado al Apocalipsis.
“Bueno,” decide Kingsley en voz alta, “el mundo se ha vuelto loco.” Pero no él.
Se vuelve y encuentra la puerta abierta, sin señales de Frank.
“Bueno,” le dice Kingsley a Severus Snape, quien parece haber tomado el lugar de Frank. “Tu no eres Frank.”
“Un hecho por el que le agradezco al destino tres veces al día,” dice el Slytherin, levantándose. Kingsley lo mira desde su nariz. Él, también, le ha agradecido a cualquier Poder Supremo que pueda existir por no ser Frank Longbottom; lo que no significa que le guste que un narigón de Slytherin lo haga.
”No me gusta que un narigón de Slytherin insulte a mi buen amigo Frank,” dice, impasivo.
Snape parece darse cuenta, por primera vez, quién le está hablando tan groseramente. Su vista viaja desde los pies de Kingsley hasta sus ojos. Se demora un poco.
“¿Comprende?” Kingsley ladea su cabeza. No es nada sino razonable.
Snape asiente sin palabras.
“Bien,” dice Kingsley. “Vamos. Vamos afuera.”
”Pero-“ comienza Snape y luego dice, en una voz chiquita, “¿afuera, dijiste?”
“Sólo está lloviendo.” La gente es tan idiota. Kingsley está conciente, en un modo distante, de que es menos escolar más que es una fuerza de la naturaleza, y por lo tanto no tiene nada que temerle a una tormenta o a una inundación. Lo que tiene más problemas para entender es que otra gente no tiene esta visión particular de la vida. Mira hacia la tormenta. Algunos árboles muertos, que de seguro no estaban ahí esa tarde, suenan contra el viento.
“Oh,” dice Snape. “No-no veo por qué debería ir contigo.”
“Porque,” dice Kingsley, lentamente, razonablemente, como si hablara con un niño. “Yo lo digo.”
Un flash de rayo se curva en la ventana. Probablemente rebota en el arco sobre la cabeza calva de Kingsley. Frank estaría contento.
“Oh,” dice Snape de nuevo. “Muy bien, entonces. Bajo coacción. Lo que digas.”
“Bien,” dice Kingsley.
El rayo pasa por su cabeza y se dirige de vuelta a la escuela.
***
"Sirius," dice Remus. Ninguna de las antorchas está encendida. Nadie se ríe, llora, grita por dolor o gusto o rabia. El único sonido es el que hace la tormenta, el viento al golpear las paredes del castillo, o la lluvia contra las ventanas, o las fundaciones del castillo crujiendo con la verocidad de lo que no puede ser un fenómeno natural. “Sirius.”
“No estás asustado, verdad?” susurra Sirius. Hay cierta reverencia en su tono por la situación. Están desafiando a las hojas de té. Sólo ahora lo están comprendiendo. La oscuridad se abre frente a ellos y tras ellos, arriba y abajo. “owoooooooooooo.”
“No,” dice Remus. “Tu deberías estar.”
“Pff,” dice Sirius. “No le temo a nada.”
Remus, quien apenas puede ver la varita de Sirius brillando al frente, hace algo tonto. Quizás es la lluvia o los rayos o el leve olor a calabazas podridas que pasa por el aire frío y húmedo. Quizás es la amenaza de la muerte. Quizás es la actitud de Sirius. Después, no recordará qué espíritu lo poseyó, sólo que ahora, apresura su paso silencioso, saca su varita y pone ambas manos en la espalda de Sirius.
"AUGH!" grita Sirius.
Se cae pateando.
Remus lo sigue, cuando los pies de Sirius se conectan con su pantorrilla.
“Augh,” concuerda Remus.
“AGH-oh.” Sirius, sus dedos han encontrado la muy distintiva nariz de Remus, se sienta, desordenado pero recobrado. “Eres un bastardo, Remus Lupin,” sisea, “un bastardo y un hediondo. Espero que lo que ande en el pasillo te coma la cabeza.”
“No lo hará,” dice Remus alegremente, “El Monstruo del Pasillo vive por ti y sólo por ti.”
“Espérate,” gruñe Sirius. De la oscuridad llega el sonido de un aristócrata arreglándose, los zapatos sonando contra la piedra y el pat-pat-pat de alguien energéticamente limpiando sus mangas. “Ya me vengaré de ti cuando menos te lo esperes. Oye, me hiciste perder mi varita, maldito quejón. Enciende la tuya.”
“Ya está,” murmura Remus, irritado, sentándose, y luego se da cuenta de que su mano está vacía. La mira, idióticamente, por un minuto antes de aceptar que simplemente no puede verla en la negrura.
“Oh-maldición.”
“No de nuevo,” gime Sirius. “Todo porque no pudiste resistir tus impulses infantiles! Malvado hombre lobo. Despreocupado, vicioso niño de la oscuridad.”
"Shh," Remus sisea.
“No hay nadie cerca!” grita Sirius, pero suena algo avergonzado.
Remus presiona sus manos en su cara. Piensa, Lupin, piensa. “No pueden estar lejos,” dice, más calmado. “Sólo las buscaremos y tenemos que inventar algo.”
“Tu mira,” dice Sirius. “Mi muerte está esperándome aquí.”
“Pensé que ‘le temías a nada’” recuerda Remus. “Bueno, yo buscaré.” Está contento porque no hay luces encendidas. Nadie se ve atractivo gateando en sus manos y rodillas con su trasero en el aire y polvo hasta en la nariz. No que este tipo de situación sea una que requiera verse atractivo; es la situación en que la suerte ciega y la desesperación deben mandar. Toca alrededor en la oscuridad, preguntándose si, en cualquier momento, una mano esquelética le tomará la muñeca. La muerte espera.
“Sigue hablando, Moony,” dice la voz de Sirius, a su izquierda, arriba. “Di algo. Lo que sea. Recita poesía. Ni siquiera me burlaré.”
“No puedo pensar en nada,” susurra Remus.
“Oh Dios Mío,” dice Sirius. “Vamos a morir, verdad? Esta es tu forma de decirme. No recuerdas nada. Moony, escucha, hay algo que quiero decirte antes de que estiremos la pata.”
“Asqueroso,” murmura Remus. “Hay algo mojado-¿estás goteando todavía?”
“Remus, escúchame, esto es muy importante-“
“Lo tengo!” Remus toma su varita triunfante, sosteniéndola sobre su cabeza. “Lumos!” La luz débil sale de su puño el que está, perturbadoramente, rojo y pegajoso. “Hola, ¿es esa sangre o jugo de frambuesa?” Se da vuelta para ver a Sirius, con la varita entre ellos. “¿Bueno? ¿Qué es?”
Sirius duda. “Manché tu sweater con chocolate,” dice, sin mirarlo a los ojos. “Tu favorito. Esa luz frente a tu cara hace que tu nariz se vea enorme. Como un delfín gigante que sale de tu cabeza.”
“¿Mi sweater favorito?” repite Remus, sorprendido. “¿No el verde? ¿El que tiene el agujero en la manga?”
“Oh,” dice Sirius débilmente. “¿Dije eso? Sabes, no estoy seguro de si vamos a morir de verdad, así que no creo que cuente-“
“¿Cuente?” grita Remus. “¿Como confesión? Mi sweater favorito!”
”Bueno, soy un bastardo,” concuerda Sirius. “¿Es jugo de frambuesa? De dónde pudimos sacar jugo… oh… Dios…”
Remus siente su estómago llenarse de algo frío y pesado. Sirius está mirando justo sobre su hombre, ojos grises llenos de terror, la luz bailando sobre su cara. Cuidado en los pasillos! Grita una voz en la cabeza de Remus. Despídete AHORA!
Lentamente, agonizadoramente lento, Remus se da vuelta.
Algo inmenso se lanza sobre él y entierra sus dientes en su garganta. Remus abre su boca como si fuera a gritar pero la cosa está en su garganta, en su espalda, gigante y pesado y vas a MORIR y-
“Quiedo chuparte la sangreeeeeeee,” sisea Sirius en un tono sepulcral, muy cerca de su oído.
“Vas a morir,” dice Remus.
“¿Según quién?” dice Sirius. “No, además de las tazas de té. Es relleno de frambuesa, por si acaso. Tengo un pastel bajo mi camisa. O lo tenía, antes que decidieras atacarme.”
“Acabo de vomitar por dentro,” dice Remus, la voz le tiembla. “Voy a vomitar por fuera. ¿Por qué tienes un pastel bajo tu camisa? No me importa. Oogh. Quítate.”
Sirius se aleja, los ojos le bailan malévolamente. Remus intenta mantener sus manos quietas mientras toca su trasero adolorido. Supone que se lo merece-venganza, después de todo-pero siente como si el corazón le fuera a explotar en la nariz. No hace falta mencionar que habría espacio suficiente.
“Vamos,” dice Sirius con cariño, dándole palmaditas en la espalda. “Al menos no te measte o gritaste como una niña o como James o algo vergonzoso como eso.”
“Arruinaste mi sweater y creo que me mataste,” dice Remus. No lo dice en serio. Nunca lo dice en serio, secretamente emocionado, por la aceleración de su corazón y el calor de la sangre en su sien. Lo que importa ahora es hacer un show grande al protestar por el tratamiento cruel. Es un prefecto, después de todo. Tiene una reputación que cuidar, futuras generaciones de hombres lobo narigones a los que facilitarles el camino. Tales heridas como un trasero adolorido y un corazón en exposición son parte del curso. Su aliento ya está normal, la luz en sus propios ojos, una llamada de un demonio lejano, apagándose. “Tal crueldad debería ser castigada.”
"Oogly oogly," dice Sirius, meneando sus dedos. “Da susto, no?”
“Das más susto que lo que intentas dar,” murmura Remus. “Mucho más.”
“Vamos,” dice Sirius. “Casi estamos en la cocina. Puedes tomar mi brazo si quieres. Puedo llevarte sobre mi hombro y mantenerte a salvo de cualquier daño.”
“Squish,” murmura Remus, bajando una mano como, espera, sea el pie de un monstruo hediondo.
“Bueno, necesito una damisela,” explica Sirius. “Una damisela en peligro. Sin duda que hay trampas puestas por manos invisibles ahora mismo. Estamos perdiendo tiempo! Podrían rodar cabezas! Quiero un trozo de pastel o algo, toda esta emoción me está dando hambre.”
“No necesitas más pastel,” murmura Remus. “Tienes pastel en tu camisa. Pareciera que te hubieran apuñalado. ¿Por qué siempre tienes que tener comida en tu ropa? Sabes, algunas personas las dejan en una alacena o una mochila o, al menos no en sus axilas, por el amor de dios.”
“Fácil acceso,” dice Sirius alegremente. “Whoops! A la izquierda aquí, Moony, no andes por ahí solo. Oggly boogly!” Pone una cara ridículamente torcida.
“Squish,” dice Remus. Junta sus cejas en lo que espera sea una forma intimidante y malvada. “Squish, squish.”
***
Peter está cansado de la cidra ahora. Es por eso que es afortunado que el elfo que lo atiende ha comenzado a traerle chocolate caliente y jugo de calabaza. Emocionado por el prospecto de tal entusiasta-y aparentemente sin fondo-ser humano que no es Sirius con quien probar sus variadas recetas, han hecho nada más que forzarlo a probar comidas interesantes por la última hora. Forzar puede ser la palabra equivocada. Peter muerde algo azul y asiente apreciativamente.
“Sólo voy al baño,” le informa al elfo jefe de la cocina, quien asiente y hace una reverencia tan grande que su cabeza toca el suelo, señalándole la dirección correcta.
Es el mejor día jamás.
***
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”Entonces,” dice James. Lily lo mira. “Bueno, no es mi culpa,” murmura, “no veo cómo esto puede ser mi culpa.”
“No lo es,” dice Lily. “No estoy enojada contigo. Tengo miedo.”
James la mira fijamente. No luce asustada. Se ve rosada en las mejillas y lista para pegarle a un bromista ofensivo. A él le sorprende aún estar con vida, la verdad, y no por los charcos de sangre sobre el piso o el hecho de que, por los últimos cinco minutos, las calabazas han comenzado a moverse. “Uhm,” dice James. Intenta mirar a otra parte pero se las arregla para mover sus labios de un modo atractivo. “De verdad no pareces tener miedo, sabes.”
“Estoy aterrada,” sisea Lily. “Confía en mí.”
“Y suenas enojada,” añade James. “¿Estás segura que no estás enojada? Podrías estar enojada. Eso es mejor que estar asustada. Aterrorizada.” Pausa. “No estoy asustado.” Se lame los labios. “Bueno, un poco, creo. ¿Te gustan los hombres sensibles o los fuertes y nobles?”
“James,” dice Lily. “Creo que estás entrando en pánico. “Lo que yo hago es intentar no entrar en pánico. Lucir enojada me ayuda.”
“Y es fácil, no?” dice James. “Ja ja, porque estoy aquí. Ja ja. ¿Ja?”
“La calabaza se movió de nuevo,” le informa Lily. Suena cansada. “La de la izquierda. Escucha, tengo semillas de calabaza en el cabello y en la nariz y en las orejas también, creo, y como te estás comportando es difícilmente masculino o reasegurador, y salir con Kingsley Shackelbolt fue como salir con un roble gigante-lo que, la verdad, es masculino y reasegurador, pero difícilmente algo con lo que una chica puede entusiasmarse-y ahora mismo, cuando necesito a alguien masculino y reasegurador, te tengo a ti, lo que es irónico, no, porque una chica puede entusiasmarse contigo, pero tu voz se ha elevado al menos una octava en la última media hora. Así que ves, ves, lo que me está pasando?”
James no tiene idea. “Por supuesto,” dice James. “Puedo ser masculino. Puedo ser reasegurador. Salvé la vida de Snape!”
“Nadie está más sorprendido que yo,” contesta Lily.
“La verdad, Snape,” aclara James, “él estaba muy sorprendido.”
“Probablemente,” dice Lily. “¿Sentiste algo? Creo que las plantas se están moviendo ahora.”
En la esquina de la visión de James, un tentáculo grande y verde de planta se pone en una posición curiosa y derecha. La lluvia golpea las ventanas.
“Así que estaban saliendo, tu y Kingsley,” dice James, de repente. “Llamaríamos a eso salir. ¿Pero en pasado?”
“Sí,” dice Lily con fuerza. “Fue, en pasado, como saliendo con el Monte Kilimanjaro. Te dije.”
“Oh,” dice James, intentando no sentirse intensamente complacido y fallando.
“¿Alguna vez me vas a decir lo que hiciste?” pregunta Lily, en una voz que pasa de la preocupación normal a algo más cercano a Puro Terror.
“No hay nada que me gustaría más, pero no,” dice James. “Podría inventar una historia si quieres.”
“Eso es mejor que nada,” admite Lily. Una de sus rodillas presiona la rodilla de James, completamente por accidente; él puede sentir sus latidos a través de la rodilla, lo que es raro y, más que bizarro, es reconfortante. “Inventa algo. Siempre podemos incendiar las calabazas si intentan moverse.”
“Bueno,” dice James, tragando. Las plantas se han acercado ahora, como si conversaran. “Eh. ¿Cómo quisieras que empezara?”
“Era una noche oscura y tormentosa,” dice Lily.
“Bueno,” dice James. Hay más rayos y Lily se mueve contra él, su cabello dulce apenas unos centímetros de su nariz. “Oscura y tormentosa noche. Estaba aceitando mis músculos abdominales en la Sala Común, atrayendo la atención de muchos transeúntes femeninos-“
“No tienes músculos abdominales,” le recuerda Lily y le pega en el estómago para probarlo. “¿Ves? Suave como una almohada.”
“Sí tengo,” insiste James. Se aprieta. Vamos, equipo Potter. “¿Ves? ¿Puedes sentirlo? Eso, ahí mismo. Ese es Stanley.” Lily apenas lo mira. “En todo caso, esta es mi historia, y en ella, mis músculos abdominales estaban siendo aceitados. Por mí. No hay para qué decir que no había quienes querían asistirme en la tarea.”
“Por supuesto,” murmura Lily.
“Por supuesto,” concuerda James. “En todo caso, con mis músculos abdominales frescamente aceitados y yo luciendo bronceado y fantástico-“
“Pálido y blancuchento,” añade Lily.
“-supe que Severus Snape estaba a punto de-ahogarse. Sí. Eso es. Ahogarse. Se estaba ahogando. En todo caso, todo lo que tienes que saber es que no fue culpa mía o de Remus o de Peter, y casi de Sirius, pero no fue su intención. Y Snape es un idiota en todo caso así que se lo merecía. No morirse. Así que me digo a mi mismo, me digo, es hora de ser el héroe que siempre has sabido que eres!”
“Hiciste una pose,” ofrece Lily. “Mostraste los dientes. Dejaste que la luz brillara en tus ojos.”
”Siete señoritas desmayadas,” dice James. “Mientras salía por la puerta en nada más que mi garbo aceitado-no había tiempo para ponerme mi traje de héroe-pensé, no puedo esperar a que Lily Evans sepa de mi heroísmo.”
“Oh Dios,” dice Lily. “Qué romántico.”
“Bueno, salvé su vida,” dice James. “Había serpientes y sanguijuelas y estaba oscuro y tormentoso y, ya sabes, rayos.” Los rayos golpean los árboles cercanos, o deben, por el sonido que entra por la ventana a la derecha, y un flash de luz demasiado brillante debe ser sólo madera rompiéndose con la fuerza del calor. “Raro, eso,” murmura James. “¿Me estás tomando la mano?”
“Eso creo,” dice Lily.
Sus ojos se encuentran por un momento incómodo. James no sabe si mirar con toda el alma sus profundidades esmeraldas o si mirar a otra parte y no parecer demasiado dispuesto. Si así es como va a ser el resto de su vida entonces quizás sea mejor que se de por vencido ahora sobre saber cómo no estar enamorado o, al menos, no mostrarle. Por qué las chicas con tan complicadas, se queja. ¿Por qué quiere estar cerca de esta chica cuando todo lo que pasa mientras está cerca de ella es completamente una locura? Estar loco por alguien no es agradable o apasionado o conmovedor; es, sorprendentemente, loco. En todo caso, no puede ver por qué se hace esto.
Lily le aprieta la mano.
Oh, piensa James alegremente. Por eso.
***
”No hay nadie en la biblioteca,” susurra Remus. Los estantes se ven amenazadores en las sombras, los libros como un ejército alineado frente a ellos, esperando. Se encoge, confundido y desorientado. Cuando todo el mundo se vuelve loco, la biblioteca es su cielo. Ahora, simplemente huele a libros viejos y apesta a oscuridad, con un plip plip plip en alguna parte de sus profundidades y quien-sabe-qué andando quien-sabe-por-donde.
“Moony,” dice Sirius, “nunca nadie está en la biblioteca. Por eso yo quería ir a la cocina.”
“Hay, a veces,” protesta Remus. “¿Cómo sabrías, en todo caso?”
Sirius guiña un ojo y se toca un lado de la nariz. “Esos son mis poderes naturales de deducción trabajando. Donde sea que pases la mayoría de tu tiempo está destinado a estar desolada de interacción humana. Tiene razón. También, honestamente, Moony: biblioteca.”
“Un día te haré entender,” murmura Remus. “Como sea, tienes que admitir que está extrañamente escaso de soldados de último minuto. Y no hay parejas en los pasillos o nada. Y dónde-“
Está a punto de decir Madam Pince cuando alguien de pronto, alguien se lanza frente a él, doblado como un árbol Viejo, los ojos quemando la oscuridad. Remus se cae de espalda.
“Anghh!” grita Sirius y lo toma de los hombros.
“Hola, chicos,” susurra la aparición en una voz como hojas secas. “No... le temen a la oscuridad, no?”
Remus toma un paso atrás. “Pero no es después de oscurecer,” dice seguro. “Era la hora del té hace una hora y sólo porque la tormenta vino no quiere decir que, técnicamente, es después de oscurecer porque está oscuro afuera. Hay una distinción. ¿Ves eso? Muy claramente, significa que es parte de la hora para que los sanos y razonables estén despiertos, mientras que el otro simplemente significa que está oscuro afuera porque es un fenómeno natural como la lluvia o un tornado.”
La aparición parece momentáneamente sorprendida.
Sirius toma la oportunidad por su valor. “YERAUGH!” grita, aparentemente, Remus decide, volviéndose completamente loco finalmente. Ni un momento después, sin embargo, Sirius se tira hacia delante, sacando el brazo de Remus del camino, y patea a la aparición en la pantorrilla. Su cara blanca con agujeros negros en sus ojos y boca, no parece tener dolor sino confusión.
“¿No le temen a la oscuridad, no?” repite.
“Tu cara parece cera derretida!” grita Sirius. “Y usas una sábana!”
“¿No le temen a la oscuridad, no?”
“De nuevo,” dice Remus. “De verdad debo insistir que encontremos otra terminología para esta hora del día. Ni hemos cenado todavía. No puede decirse que es tarde.”
“No le temen a oogk achhk oooghk,” escupe la aparición una última vez y luego desaparece.
“Bueno,” dice Sirius, batiendo sus manos en triunfo. “Somos un equipo excelente. Moony y Padfoot! Combatiendo apariciones un fantasma a la vez. Tu los confundes con frases largas y mientras están confundidos los golpeo como una niña. ¿Qué dices? Creo que podríamos convertirlo en una carrera.”
“Acabo de intentar razonar con algo que quería matarnos,” se da cuenta Remus. “Cierto.”
“No estoy seguro de que quería matarnos,” dice Sirius dudoso. “A menos que fuese a - repetirnos hasta matarnos. ¿Sabes qué? No me gusta este Halloween como me han gustado los Halloween en el pasado.”
“Se siente como uno de esos horribles libros de bolsillo,” concuerda Remus. “Con el nombre del autor escrito en letras sangrientas en la portada. Creo que deberíamos hablar con Dumbledore.”
”No necesitamos a Dumbledore,” grita Sirius dramáticamente, “porque somos Moony y Padfoot, exterminadores de fantasmas! ¿Qué puede hacer Dumbledore que nosotros no podemos? ¿Puede confundir? ¿Puede patear en las pantorrillas?”
“Oh,” dice Remus dudosamente. “De verdad creo que deberíamos. O sea, todo me parece como una broma no autorizada.”
Los ojos de Sirius se agrandan. “¿Crees? Nadie debería bromear en esta escuela solo nosotros! Después de todo, ¿quien sabe qué están planeando? Esto no debe permitirse! Es-es anti-sindicato, y debe ser detenido!”
“Si eso dices,” dice Remus.
“A la carga!” grita Sirius y camina.
***
La calabaza con especias, piensa Peter, es una de los mejores inventos en el mundo. El jugo de calabaza es incluso mejor. Se traga una taza entera sin respirar y exhala satisfacción de calabaza. “Oh, Winky,” dice, “eres sorprendente.” El elfo doméstico se pone de un raro color rosado.
“Winky nunca conoce a nadie que le guste tanto su Cabalaza como al director le gusta,” dice. “Winky te hace más!”
Peter se toca el estómago. “Oh, no, gracias, Winky,” dice. “Tengo que encontrar a mis amigos y ponerme el disfraz.”
Winky lo mira adorablemente mientras se va. “Le guardaré tostadas!” hace eco su voz tras él.
Qué día, piensa Peter. Qué día más espectacular. Hasta los pasillos están raramente oscuros.
***
***
“Bueno,” dice Kingsley, “parece que todos se han ido.” El salón principal está vacío y sospechosamente tranquilo. Sin fantasmas que pasen por él; sin idiotas de primer año tropezándose con sus piernas y cayéndose por el impacto; sin Frank tocándole los bíceps para asegurar a alguna muchacha de quinto año de que son, sin duda, más sólidos que rocas. Se siente raro. Agradable, y tranquilo, pero muy raro.
“Poderes impresionantes de deducción,” murmura Snape. “¿Cómo lo supiste?”
Kingsley da vuelta sus ojos oscuros y serios hacia la cara hundida de Snape. Hace sonar los nudillos de una mano sobre la palma de la otra. “Parece que todos se han ido,” repite en un tono que dice así que nadie te escuchará gritar.
“No hay nadie aquí,” concuerda Snape. “No hay nadie, nadie.”
“Exactamente,” dice Kingsley.
“Sabes,” dice Snape. “Estaba pensando en lo útil que me gustaría ser. ¿Qué puedo hacer para ayudar?”
“No creo que hables en serio,” dice Kingsley.
“No puedo imaginar qué te dio esa impresión,” dice Snape, ojos pasando de un lado a otro.
Desde el otro lado del pasillo, algo se rompe. Suena como si un guardarropa se ha venido abajo.
“Vamos,” instruye Kingsley.
“Oh,” dice Snape, “vamos, Shackelbolt, estás seguro? Slytherin no confiable! La última persona que quieres a tu espalda.”
“No necesito que me vigilen la espalda,” le recuerda Kingsley. Snape probablemente no podría bloquear la mitad de la espalda de Kingsley en todo caso. “Estoy vigilando tu espalda. Y el resto de ti. Vamos.”
“Oh,” dice Snape de nuevo, miserablemente.
Kingsley avanza con Snape tras él, enviando miradas furtivas hacia las ventanas.
“No te molestes,” dice Kingsley. “Quinto piso.”
***
”Entonces,” dice James. “¿Cuánto crees que tardará?” Las calabazas ni siquiera intentan ser sutiles ahora, pegándose en las mesas y en el piso con bocas bien abiertas y dientes muy filudos. James les dio esos dientes. Supone que deberían estar agradecidas, no intentando matarlo. “Antes de que nos coman y las ratas lleguen a nuestros restos, quiero decir.”
“Eso no va a pasar,” dice Lily. “No voy a ser asesinada por calabazas. Esto es ridículo. ¿Dónde está la gente? ¿Qué está pasando? ¿Por qué siento como si estuviera atrapada en una novela barata?”
“Podría haber destrozado tu ropa interior,” aclara James, “pero no lo he hecho, cierto.”
“Aún,” murmura Lily. “¿Quién sabe lo desesperado que te pondrás antes de que terminemos?”
“Siempre podemos saltar por la ventana,” sugiere James. “O sea, sé que es un salto largo y todo y probablemente nos romperemos todos los huesos, pero las calabazas han bloqueado todas las salidas posibles y de verdad me preocupan las plantas. Juro que no estaban aquí cuando llegamos.”
“Las calabazas no nos iban a matar cuando llegamos tampoco!” añade Lily, algo histérica. “Digo que empecemos a-no sé, prendámoslas con fuego! Matémoslas! Cortémoslas en pedacitos!”
Un gruñido colectivo sale de los soldados calabaza. “Creo,” susurra James. “Creo que las enojaste más.”
“Esto es ridículo,” grita Lily. “Tenemos varitas. Tenemos cuchillos para tallar calabazas. Somos-somos de Séptimo Año! Pensar que estamos aquí sentados, escondidos en una esquina, cuando podríamos-no, deberíamos tomar acción!” Se levanta, las mejillas coloradas, el cabello salvaje sino todavía lleno de semillas, alrededor de la cara. James se siente débil en las rodillas. “Vamos,” comanda, tomándolo de la mano y batiendo su varita frente a ella.
“Claro,” dice James. “Claro! Solidaridad! Fuerza! A la mierda con las calabazas! A toda velocidad!”
Algo bajo su pie hace squelch. Es una de las calabazas talladas por un alumno de primer año, con la cara torcida y nariz doblada. Una parte de su ojo izquierdo lo mira con reproche.
“La maté,” dice James, congelado. “La maté con mi pie.”
“Kingsley,” dice Lily, “habría matado veinte con sus pies desnudos sin batir un ojo.”
James mira la calabaza. Mira a su pie. Ambos son un desorden pulposo y con semillas. Mira a la calabaza de nuevo. Todo en la habitación se siente suspendido en el tiempo, en el límite de la grandeza, con total fallo. Hasta las calabazas lo miran con ojos vacíos, algunas hasta brillando con las velas dentro. “Bueno,” dice James finalmente, “no voy a pisar ninguna que tenga velas que me puedan quemar.”
“Deja de hablar,” dice Lily.
“Claro,” concuerda James. “Es hora de hacer pastel de calabaza.”
***
”Ow,” dice Sirius. “¿Siempre ha habido armaduras aquí? Juro que estaban junto a la muralla, no en la mitad del maldito pasillo!” Remus se inclina hacia abajo para ayudarlo, tomando un codo de metal desde su cabeza y buscando entre una pila de escudos para encontrar la mano de Sirius y ayudarlo. “No ha estado siempre ahí,” insiste Sirius. “No ha estado.”
“La verdad,” dice Remus, “creo que se estaba moviendo. Hacia nosotros. Te metiste en su camino, por supuesto. Heróico. Brillante. Deberíamos buscar a Dumbledore inmediatamente. Hay sólo una cantidad de suerte que nos puede salvar.”
“Cuidado con los pasillos, el trasero de mi Tía Agnes,” murmura Sirius. “Cuidado con las malditas armaduras acercándose con espadas. Podría haber deletreado eso para nosotros, pero no.”
“Hojas de té,” recuerda Remus. “Nunca son útiles, cierto. No supongo que hay suficiente espacio en la taza para todas esas palabras.”
“Podría haberlo escrito pequeño,” dice Sirius, “si-ya sabes, creo que hay tres armaduras más y creo que vienen para acá, si me ayudas a sacar mi pie de este casco para poder correr como un niño, estaría muy agradecido-“
“Está sonando,” susurra Remus. “Omniosamente. Honestamente, esto es absurdo. ¿Cuánto puede seguir esta tormenta? ¿Ya es hora de cenar? Vas a tener que renunciar a ese pastel-si lo dejas ir entonces podrías usar tu mano para sacar tu pie-vamos, tienes que ayudarme!”
“Hacha!” sisea Sirius. “Tiene un hacha gigante! Moony--- yaugh!” Con estas dolorosas y no distinguibles últimas palabras, se estrella magníficamente con una armadura y cae de cabeza--- o, mejor dicho, de casco-hacia atrás en el pasillo, llevándose a Remus con él.
***
”Narcissa, tengo miedo,” dice Carmina, presionando su cuerpo contra el muslo de Narcissa. Sus dedos están juntos. Narcisa no puede evitar pensar que en una situación como esta, de verdad necesita más vodka. “Tengo tanto miedo. ¿Qué debemos hacer?”
“No sé” dice Narcissa irritada. “¿Cómo sabría?”
“Eres prefecto,” respira Carmina mientras la mira con ojos azules temblorosos. “Sabes tanto y-y siempre te he admirado, sabes?”
“Esto es ridículo,” grita Narcissa, sacando su mano de la cintura de Carmina, hacia donde había viajado. “Ni siquiera me caes bien. Ni si quiera te caigo bien.”
“Bueno, quizás por eso pasó esto,” aclara Carmina, acomodándose contra el lado de Narcissa. “Dos chicas con nada en común, que han pelado más de dos veces con agua o lodo, cuyas personalidades-y cuerpos-son diferentes pero complementarios, puestas en una situación donde pueden trabajar juntas. Quizás podamos hacerlo!”
Narcisa la mira. Hay algo más grande que Carmina aquí. Bueno, la mayoría de las cosas son más grandes que Carmina, quien, con metro y medio, se sube a tacones sólo para alcanzar su cama. Pero es más bien metafóricamente más grande que Carmina. Si Carmina dependiera sólo de ella, Narcisa haría algo desagradable, de baja clase, ligada con insultos creativos y amenazas, sobre cualquier otra chica en la escuela. Esto-el temblor de Carmina y su camisa de dormir y el pelo de Narcisa desordenado de su moño-esto no es normal.
“Creo que tenemos que irnos,” decide Narcissa. “Creo que tenemos que salir de aquí.”
“¿Pero qué nos pasará?” Los ojos de Carmina son grandes piscinas de color, sombreadas por largas pestañas, desesperadas por conforte, guía, quizás hasta amor. Narcissa siente algo familiar como repulsión en su estómago. Ella puede conquistar esto. Ella conquistará esto.
“Volveremos a la normalidad,” dice Narcisa. “Creo.”
“¿Y si alguien nos ve?” añade Carmina, casi pragmáticamente. “¿En nuestros-nuestras camisas de dormir?”
“Entonces haremos obliviate,” repite Narcissa. “Bueno, yo haré obliviate. Tu buscarás ropa.”
“Bueno,” dice Carmina. Extraño como es, su busto encabeza el camino.
***
Algo raro puede estar pasando, Peter comienza a darse cuenta. “¿Hola?” le pregunta al pasillo vacío. “¿Hooooola?” Nadie contesta. Su voz hace eco tras él, sonando solitario y vacío. “Qué extraño,” dice. “Muy extraño.” Se pregunta si, en cualquier momento, Sirius aparecerá de ninguna parte para ponerle su ropa interior en la cabeza. O si James saltará de una esquina con una máscara como en segundo año, para que Peter se haga pipí frente toda la escuela. Amigos. Siempre puedes confiar en ellos. “¿Hoooooola?” dice Peter de nuevo, abriendo la puerta del baño de muchachos del tercer piso. “Nadie aquí tampoco.” Se le ocurre que está hablando solo-una narrativa alegre para alejar los escalofríos que pasan por su espalda-y que, si alguien lo escucha, pueden pensar que está loco. “¿Hola?” Pregunta por cuarta vez. Hola, hola, hola repiten las paredes del baño. “Bueno,” decide Peter, “no hay nadie cerca que me escuche hablando solo así que puedo decirlo. Esto da miedo! Y todas las luces están apagadas!” Toca la muralla, buscando un inodoro familiar. Demasiado jugo de calabaza, se reta. Nunca más, Petey, y sin tu varita para iluminar el camino. “Ajá,” dice triunfante y abre a puerta. “Eso es. Whoops!”
Algo en el piso es resbaloso. Sale volando, de cabeza, hacia la muralla y se endereza sólo por la cadena del baño, tomándola fuerte. El baño suena fuerte y se hunde bajo el piso. “Huh?” dice Peter, muy elocuentemente. Entonces, la muralla frente a él se abre como una puerta.
“Hola, Sr. Pettigrew,” dice Albus Dumbledore.
“Eh,” dice Peter. “¿Qué?”
***
***
”Ow,” dice Sirius, no muy elocuentemente. “Moony, estás en mi cabeza, ¿vienen?”
Remus se estira para mirar sobre su hombro. No que necesita ver para saber la respuesta; el sonido acercándose y acercándose, le dice todo lo que necesita saber. Puede ver, sin tener que verlo, las caras impasivas de metal; la luz de la luna atrapada en el filo de la enorme hach-
No. No. Esto es completamente ridículo. Primero que todo, no hay luz de luna. Son cerca de las seis y media, y si fuera noche, está lloviendo tan fuerte que no habría luz de luna, y si hubiese luz de luna, no gotearía, eso es metafóricamente absurdo y-
“Esto tiene que parar!” insiste Remus, no muy seguro de a quien le habla.
“Necesitamos correr!” le recuerda Sirius. “Sal de mi cabeza!”
El ruido se acerca, inexorable, indetenible, realmente estúpido.
“Bueno,” dice Sirius miserablemente, “si no te vas a mover-adiós, viejo amigo. Echaré de menos tus comas.”
“No,” objeta Remus. “Esto es demasiado estúpido como para que pase.”
“Díles eso a ellos!” grita Sirius. Remus levanta la vista.
Las armaduras descienden.
***
”Ja!” grita James, tirándose hacia delante y atrapando una calabaza-una de las más chicas, de las que los papás de James le compraban cuando tenía cinco o seis años-bajo su zapato. “Di adiós, squishy!”
Desde el otro lado de la habitación, un sonido suave y un brillo rosado le recuerda mirar sobre su hombro. “¿Cómo te va, Evans?”
“¿No son adorables?” dice Lily feliz, apuntando su varita con mortal precisión a un espécimen particularmente amenazador al otro lado de la habitación y susurrando algo. La calabaza se detiene, se pone rosada y explora-convirtiéndose en un conejo.
“¿Conejos?” dice James con duda, tirándose a un lado y aterrizando con un satisfecho splat sobre otro guerrero pequeño.
Lily se encoge de hombros. “Transformación básica. Los estaba haciendo explotar pero me empecé a sentir culpable.”
“¿Cómo sabes que no se volverán malvados también?” pregunta James. “O sea-muere, muere, muere!-salieron de, obviamente, calabazas malévolas”
“Son conejos,” dice Lily. “Son conejos. ¿Cuán malos pueden ser?”
“’Cuán malas pueden ser las calabazas? Muere!” Es, tiene que admitirlo, muy masculino tirarse de cuerpo entero a las calabazas que intentaban matar a su amor. Es, sin duda, muy heroico. Cubierto en semillas de calabaza, oliendo perturbadoramente, y sin duda loco pero heroico. Ser heroico es muy diferente a lo que se imaginó antes, en su cama, muy joven, soñando con misiones valientes. Igual-calabazas o no calabazas-sus heroísmos no deben pasar desapercibidos.
“Eso,” dice Lily, justo cuando James aterriza en una calabaza con un sonido fantástico, “esa era la última.” Se saca el pelo de los ojos, guarda su varita en un bolsillo se ve, piensa James a través de lo naranja de las calabazas, muy linda a pesar de todo.
“¿Qué vamos a hacer con los conejos?” pregunta James, con algo de delirio.
”Bueno,” dice Lily. “Bueno, eso-no había pensado-son adorables,” termina lastimosamente. “O sea. Estoy segura que alguien los querrá.”
“Si las calabazas alguna vez deciden vengarse podemos ofrecerlos como sacrificios peludos. Sólo bromeaba!” añade James rápidamente, viendo la Mirada de alarma en la cara de Lily. “Una broma y eso. Te puedes reír ahora. De verdad.”
Lily dice nada. James se averguenza, levantándose. Su mejor camisa, arruinada, sin duda para siempre por el olor de calabazas muertas. Todo le duele- tendrá el color de uvas machacadas en la mañana. Todo parece que valió la pena, de alguna forma. Al menos nunca olvidará este día glorioso, imposible y de pesadilla como fue.
“Bueno,” dice Lily finalmente. “Eso sería entonces. Verdad.”
James se rota la mejilla incómodamente. “Supongo.”
“Escucha,” murmura Lily. “La pasé muy bien.”
James se ríe. ¿Se ve tan nervioso como se siente? ¿Tiene restos de calabaza colgando de la nariz? ¿Podría su ropa interior estar posiblemente mas pegajosa? “Siempre sé cómo, ja ja, hacer que una chica, jaja, no me olvide, ja. Ja.”
“En serio,” dice Lily.
Y se acerca.
***
”¿No habían armaduras junto a estar paredes?” pregunta Snape. Odia esta escuela. Odia la cabeza calva de Kingsley Shacklebolt. Odia a Kingsley Shacklebolt. Odia las armaduras. Odia a James Potter y a Sirius Black y a Remus Lupin y a Peter Pettigrew, porque sí. Odia su vida. Odia el brócolli. Odia Halloween. Odia esta escuela. Odia estar tan lleno de dio que repite un odio en su lista mental de cosas a odiar.
Kingsley se toca un lado de la nariz. “Sigue el sonido de las armas,” dice. “Smash, smash.”
***
"AGH," grita Carmina. "AGH, AGH."
"¿Qué?" demanda Narcissa, volteándose a verla.
"Me quebré una uña," dice Carmina.
Narcissa la mira. “Ahora recuerdo,” dice finalmente, “por que te odio.”
***
”Entonces,” dice Peter. “¿Sabe usted dónde están todos? Porque pasé por la cocina para ver el banquete, ya sabe, y ahora no puedo encontrar a nadie! Es muy extraño.”
“Están en mi pequeña fiesta, creo,” dice Dumbledore alegremente. “Siéntese. ¿Quiere un dulce?”
Peter entra a la habitación escondida y se sienta frente al pequeño escritorio de Dumbledore en una silla. Se siente como un gigante no muy feliz o como un elefante en una bicicleta. “Eh. ¿Bueno?”
Dumbledore empuja algo a través del escritorio hacia él. Está envuelto en papel Amarillo y las llamas de la pequeña chimenea de Dumbledore lo reflejan en las murallas. “Felicidades, Sr. Pettigrew. Resolvió el misterio.”
“¿Había un misterio?” dice Peter, profundamente confundido.
Dumbledore suspira. “Admito, así no es como esperaba que terminaran las cosas.”
“¿Qué?” dice Peter los ojos paseando nerviosamente por la habitación. “¿Quién? ¿Por qué está en un baño?”
Dumbledore suspira de nuevo. “¿Ha ido alguna vez al cine muggle, Sr. Pettigrew?”
“Oh, sí,” dice Peter. “Fui con James y Sirius el verano pasado pero mi mamá no quiere que ande con Muggles todo el tiempo así que sólo he visto unas pocas.”
“Bueno!” dice Dumbledore alegremente. “Entonces puede que entienda lo que he hecho este año para celebra la temporada. ¿Ha tenido la oportunidad de ver cómo andan las películas Muggle? ¿La fórmula con la cual operan?”
“Sí!” dice Peter automáticamente. No tengo idea de qué está hablando.
“Muy bien. Una película, como un libro, está basado en una historia- un encantamiento poderoso controla todo a medida que se desarrolla la historia. ¿Me entiende?”
“Sí!” dice Peter. Todavía tengo que hacer pipí.
“Asi que este año, pensé que sería divertido-eh-poner a Hogwarts es una historia; darle a los estudiantes algo de lo divertido que es experimentar un tipo de Halloween del que sólo han leído o visto en el cine. Bueno, la mitad de ellos. La otra mitad ha sido transportada al Salón Principal, donde ya está disfrutando de uno de los mejores banquetes que he visto en mis muchos, muchos años de observación.”
“¿Están comiendo sin nosotros?” dice Peter, escandalizado.
”Ah, sí,” murmura Dumbledore secamente. “Finalmente, Sr. Pettigrew: una causa que puede apoyar.”
***
”Despídanse!” gime Sirius. “Despídanse ahora!”
“No veo-por qué-debería hacer algo así,” respira Remus, intentando desenredar sus pantalones del visor del casco. “Esto-no va a-ooof-“
Sobre ellos, la armadura cruje. Lentamente, lentamente levanta su hacha. Un rayo de luz se refleja en el filo y brilla sobre él.
Sirius hace un sonido altísimo.
“Oi!” dice alguien desde el final del pasillo. “¿Qué es esto?”
La armadura se da vuelta.
***
Kingsley no está teniendo una buena tarde. Se le ha negado la primera práctica en el campo. Ha tenido que andar con Severus Snape por alrededor de cuarenta y cinco minutos. Frank Longbottom ha reflejado luz en su cabeza. Y ahora hay una armadura caminando aparentemente amenazando a su amigo Bateador y la diversión de Halloween se ha terminado oficialmente.
“¿Son Lupin y Black?” dice Snape, sonando encantado. “¿Están encima del otro?”
“Jódete, Snape,” grita la figura en el piso, que es definitivamente Sirius. “Kingsley, ayuda?”
“Claro,” dice Kingsley, y lo ayuda.
***