¡Feliz Amigo invisible hazy_kenyer! 2/3

Dec 29, 2012 11:11

Título: Detective… Sherlock

Para: hazy_kenyer

Personaje/pareja(s): Sherlock Holmes/John Watson ; Un poco de Moriarty/John Watson (One-sided).

Clasificación y/o Género: NC-17 Realismo mágico. Romántico.

Rating: R

Resumen: Cuando Sherlock entra en la piscina, solamente le espera Moriarty. Jim quiere jugar un nuevo juego donde John es la presa. Y el premio final.

Disclaimer: Todos los personajes reconocidos públicamente, etc. son propiedad de sus respectivos propietarios. Los personajes originales y trama son propiedad del autor de esta historia. El autor no está de ninguna manera asociado con los propietarios, creadores o productores de cualquier material con derechos de autor previos. No se pretende ninguna infracción de derechos de autor.

Advertencias: Slash: Sexo consentido entre dos hombres adultos. Blow Job.

Notas: Hola amiga invisible, espero que te guste la historia. Como me has dado mucho margen, he decidido arriesgarme. He visto que te gusta el manga, así que espero que esta especie de crossover/inspiración salga bien y te guste. ¡Feliz Navidad!









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-¡Mycroft! ¡Mycroft!

Los gritos llegaban desde su despacho. Otra vez. Sherlock se pasaba el día observando las imágenes que las cámaras le traían del número 221B de la calle Baker. Se había convertido en su obsesión. Incluso no las apagaba cuando el doctor no estaba, y ni siquiera la imagen estática de una estancia en reposo le aburría.

-¿Qué ocurre esta vez, Sher? -le preguntó su hermano.

-¡John ha guardado mis cosas! ¡Todas mis cosas! El violín; el cráneo de la pared; Lucy…

-¿Lucy? ¿Llamaste a la calavera como el primer homo sapiens? -El hombre se limitó a mirarle reprobadoramente con sus ojos de un niño de seis años-. Está bien, ¿qué quieres? ¿Envío a buscar tus cosas?

-¡No! ¡Es John! -Mycroft suspiró, armándose de paciencia. Siempre se trataba de John-. Parece como si pensara que no voy a volver. Está… afectado. Está despidiéndose. ¿Por qué está despidiéndose? ¿Le dijiste que yo pensaba que era brillante?

-Sherlock…

-¡No se lo dijiste!

-No lo recuerdo… pero eso no importa -El niño le miró con rencor. Mycroft intentó que se sentara a su lado, sin conseguirlo-. Mira, tú sabes que Moriarty no cejará hasta que consiga su propósito.

-¡No puede! ¡John es mío!

-Sher, intenta centrarte. Por mucho que intentáramos ponerlo a salvo, el criminal llegaría hasta él. Tiene muy buenas y vastas conexiones. Hay que aprovechar que está centrado en el doctor Watson, para estudiarle nosotros. Untar la tela de araña de miel para atraparle. Mientras tanto podemos buscar sus debilidades, sus puntos flojos. Y acabar con él de una vez por todas.

-John es la mosca -señaló Sherlock, que se había quedado con la idea de la telaraña.

-Exacto -respondió Mycroft, contento de ver que su hermano lo hubiera entendido tan pronto.

Entonces el niño se acercó al sofá donde estaba su hermano y le dio una fuerte patada en la espinilla. Después salió corriendo de la sala. Mycroft suspiró, se frotó la pierna, y salió a buscar a su hermano. A ver lo que tardaba en encontrarle esa vez. El récord lo seguía teniendo la vez que se escondió detrás de una librería, cuando tenía seis años. La primera vez que los había tenido…

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John escuchó el timbre por segunda vez. Suponiendo que la señora Hudson ya se había retirado, bajó él mismo a abrir la puerta. En la oscuridad de la noche, primero pensó que no había nadie. Al momento notó una presencia entrar en casa, rozándole la pierna. ¿Un animal? Se giró con suficiente celeridad como para ver a un niño subir las escaleras a toda velocidad. ¡Pero bueno! ¿Vandalismo infantil?

Subió rápidamente tras él, tan agitado que olvidó cerrar la puerta de la calle, que dejó entornada. Una vez en su piso, se encontró con una visión totalmente irreal. De pie ante él, en medio de la sala, había un Sherlock Holmes en miniatura. El cabello oscuro ondulado, esos ojos indefiniblemente claros, hasta llevaba un largo abrigo, obviamente hecho a medida. Parecía que unos… ¿cinco? años atrás su compañero de piso había usado su cuerpo para algo más que para transportar esa genial mente suya.

-Hola -ofreció John, dando un paso adelante. El niño no se asustó, pero tampoco le contestó-. ¿Estás bien? -Tampoco obtuvo respuesta-. ¿Dónde están tus padres?

-Muertos -contestó, esta vez sí.

Su impasible voz afianzó a John en la idea de que ese pequeño era todo un Holmes. No parecía afectado de ningún modo, ni por esa trágica noticia ni por estar solo en casa de un desconocido. El doctor se acabó de acercar a él y se arrodilló para ponerse a su altura.

-¿Quieres que llame a alguien? -El niño negó con la cabeza-. Seguramente estarán preocupados por ti-. De nuevo negación-. Puedo llevarte donde tú quieras.

-Quiero quedarme aquí -respondió, enigmáticamente.

Acostumbrado a lidiar con Sherlock, John suspiró y se puso en pie.

-¿Te apetece un vaso de leche?

-Con cacao -requirió el pequeño.

-Lo siento, no tengo cacao. Pero sí unas ricas galletas de chocolate que puedes mojar en la leche, ¿qué te parece?

Como única respuesta, el niño fue a la cocina y trepo a una silla, a esperar que le sirvieran. Una vez tuvo el vaso delante, se puso a comer como si no hubiera nada fuera de lo corriente en entrar en una casa a la fuerza. John se sentó enfrente y se le quedó mirando, fijándose maravillado en el parecido de ese pequeño con su ex compañero de piso. Estaba tan abstraído que no se fijó en que alguien había entrado en el piso, hasta que vio a Mycroft en la puerta de la cocina, apoyado en su sempiterno paraguas. El hombre miraba del uno al otro, intentando discernir qué había pasado allí. Cuando al fin llegó a una conclusión, sacudió la cabeza en su acostumbrado gesto desaprobador.

-Sher, no hace falta que te diga el peligro que corres aquí…

-¿Sher? -preguntó John, sorprendido. El niño ni siquiera apartó su atención del vaso.

-¿Podríamos hablar un momento, John? Si no te importa -ofreció Mycroft, señalando el salón con su paraguas.

Una vez sentados frente a frente en sendos sillones, el doctor no pudo evitar exponer su estupefacción.

-Así que Sherlock tiene un hijo -expuso. Ante la cara de confusión de Mycroft, aclaró-: El parecido es incuestionable. Y el nombre…

-Sher… rrinford. Se llama Sherrinford. Su padre es un primo nuestro, hijo del hermano de mi padre -explicó. John le miró con incredulidad.

-¿Y está aquí, precisamente ahora, por…?

-Porque está en peligro. Este asunto de Moriarty… su seguridad se ha visto comprometida. Lo he sacado de su colegio. Está bajo mi tutela.

-¿Y sus padres? Me ha dicho que están muertos.

-Lo están. Hace tiempo, nada que ver con este asunto. ¿Te ha dicho algo más? -John negó con la cabeza-. Está algo afectado por toda esta situación.

De pronto los dos se giraron. El niño había llegado silenciosamente hasta el sillón en que el doctor estaba sentado, donde se había quedado quieto, observándole.

-¿Quieres ver dibujos animados? Podemos buscar algún canal…

Los Holmes intercambiaron una resabiada mirada.

-Sher…rinford tiene seis años, pero no es un niño corriente. Su inteligencia casi roza la de mi hermano -al decir eso, recibió un pisotón del pequeño-. Está bien, la iguala. Harías bien en tratarle como lo harías con Sherlock.

-No, creo que no -repuso John, incomodado ante la propuesta de tratar a un pequeño como lo haría con el irritante adulto. Aunque este soliese comportarse como tal. Entonces se dirigió a Sherrinford-: ¿Quieres ver algún documental?

El niño sonrió y asintió. Su hermano sospechó que únicamente para congeniarse con él. El paciente doctor se levantó y buscó un canal donde estuvieran retransmitiendo alguno. A esa hora, le costó un buen rato dar con algo educativo.

Después de dejar al niño instalado frente al televisor, con sus pequeñas piernecitas colgando del sofá, volvió junto a Mycroft. Aún tenía varias cosas que explicarle.

-¿Y cómo es que se ha escapado para venir precisamente aquí? -reclamó, constatando lo evidente.

-Ya sabes cómo son los críos, les gusta la aventura, las historias de detectives. Sherrinford adora a Sherlock -y realmente creía lo que estaba diciendo. Porque era verdad, antes del doctor Watson, habría jurado que su hermano no apreciaba a nadie más que a sí mismo.

-¿Y la escuela? Has dicho que la ha dejado, ¿estaba internado? -Mycroft simplemente asintió- ¿Y tú te encargas ahora de su educación?

-Es algo transitorio. Además, se aburría en la escuela, desde casa es más… autodidacta -y como si remarcara sus palabras, indicó hacia la mesa, donde Sherlock estaba de puntillas, leyendo los libros de texto que John había dejado allí encima.

-¿Por qué tienes estos libros? -preguntó, curioso-. ¿Vas a operar a gente? ¿Vas a alistarte en el ejército? ¿Vas a trabajar en un hospital?

-Eh, una pregunta después de otra. Sí, voy a trabajar en un hospital. No, no voy a operar a nadie, solo voy a dar clases. ¿Y por qué me preguntas lo del ejército?

-Obvio, todos estos libros tienen en común intervenciones de urgencia en lugares no debidamente habilitados. ¿En qué hospital vas a dar clases?

-En el Saint Bartholomews.

Sherlock corrió hacia el sillón de John, desde donde se quedó mirando a su hermano fijamente.

-Quiero quedarme aquí -declaró con firmeza.

-Sher, no es lo más apropiado -dijo Mycrof intentado que desistiera. Aunque sabía que si antes era difícil convencerle de algo, ahora que se había convertido en un niño caprichoso era poco menos que imposible-. El doctor Watson tendrá que trabajar mañana.

-No, no trabaja. Tiene los libros sobre la mesa, pero no ha empezado a leerlos. Todavía no ha empezado las clases, necesita tiempo para leer el temario. Mañana no tiene consulta o los habría apilado ordenadamente.

-Es verdad -John no pudo sino asentir. Se quedó mirando al niño con un peso en el pecho. Era como ver al mismísimo Sherlock en pleno ejercicio de deducción.

-Precisamente, Sher, tiene que ponerse al día. No serías más que una molestia -le intentó convencer su hermano.

-No te molestaré, lo prometo -rogó el pequeño, haciéndole ojitos al doctor.

-Si a tu… tío no le importa… puedes dormir en la habitación de Sherlock. Aún no he encontrado un nuevo inquilino.

Mycroft se tensó al mismo tiempo que lo hizo su hermano.

-¿Y por qué ibas a buscar otro inquilino? ¡Tienes a Sherlock! -reivindicó él mismo.

La tensión se adueñó también de John. Los tres esperaban a que alguien diera alguna explicación.

-Verás… Sherlock se ha ido -explicó el doctor.

-Pero va a volver -insistió el niño.

-Sher, tienes que entender que John no puede esperar sin saber cuánto va a tardar en regresar. O si lo va a hacer.

-¡Lo va a hacer! ¡Va a volver! Tú tienes dinero -le dijo a su hermano-. Tú puedes pagar la mitad del alquiler hasta que él vuelva.

-No se trata solo del dinero -declaró John, molesto.

Sherlock se lo quedó mirando fijamente; leyéndolo. Le conocía tan bien… esa mirada ensombrecida, los dedos juguetones, la lengua asomando antes de morderse el labio inferior…

-Tú no quieres que vuelva -comentó, incrédulo.

Después cogió carrerilla y le pegó una patada en el gemelo.

-¡Auch! -se quejó John, frotándose la pierna. Cuando levantó la vista de nuevo, el niño había desaparecido por el pasillo.

-Déjalo. Yo hablaré con él -insistió Mycroft al ver que el doctor pretendía seguir a su hermano.

Aprovechó el camino hacia la habitación para pensar en una estrategia. No sería fácil explicar a Sherlock por qué John no le esperaba de vuelta. No sin exponerse a recibir él mismo otra de esas dolorosas patadas.

Se lo encontró sentado en su cama, con los brazos rodeando sus piernecitas y la cara enterrada en sus rodillas. Estaba sollozando. Al escuchar el suave clic de la puerta al cerrarse levantó la cabeza y miró a su hermano con impotencia.

-Ayúdame -le pidió, avergonzado al verse incapaz de controlar el llanto.

-Ssshhh… -intentó calmarle Mycroft. Se sentó a su lado y le pasó uno de sus largos brazos por encima de sus pequeños hombros-. Piensa, razona lo que has visto. Deduce. John está engañado. Cree que estás con Moriarty, que te has asociado con un criminal.

-Un asesino. Le afectó mucho cuando murió aquella señora mayor -recordó Sherlock, sorbiéndose los mocos y restregándose el dorso de su manita contra sus húmedos ojos. Mycroft hizo un gesto de desaprobación y sacó un pañuelo del bolsillo. Totalmente concentrado, el pequeño detective se dejó limpiar sin protestar-. Moral. Es un problema de moral. John no quiere volver a vivir conmigo porque cree que mi alma se mancillará al trabajar con Moriarty.

-Algo así.

-¡Perfecto! -replicó, animado-. ¡Solo tengo que decirle la verdad y me dejará volver!

-Cuando todo esto acabe. Recuerda, no puedes romper la regla que te impuso o el doctor correrá peligro.

-¡Bum! Lo sé, no puedo olvidarlo. Pero me quedo aquí. Tú vete.

-Sher, no puedes quedarte…

-Sí que puedo. No soy tonto, sé por qué va a trabajar de pronto en Barts. De algún modo él le ha conseguido el puesto, tiene muchos contactos. Lo quiere cerca. Y yo también.

-Es muy arriesgado. ¿Y si descubre quién eres en realidad?

-Tendré cuidado. Además, John es muy realista, un hombre de ciencia, difícilmente creerá que existe una droga capaz de causar una regresión temporal. Solo hoy, por favor…

-Está bien -accedió Mycroft, incapaz de resistirse a esos ojos entornados y esos morritos fruncidos-. Mañana te recogeré a media mañana.

Eso puso tan contento a Sherlock que no pudo evitar darle un beso a su hermano en la mejilla. Después, avergonzado una vez más por sus impulsos infantiles, se quitó los zapatos y se metió en la cama, dispuesto a atrincherarse en ella si era necesario. Necesitaba sentirse “en casa”, aunque fuera por solo unas horas.

-My -le llamó, antes de que este saliera por la puerta-. No le dijiste que yo pensaba que es brillante, ¿verdad? -le preguntó, frunciendo el ceño.

Mycroft sonrió apurado y se encogió de hombros, sin dar más explicación.

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Aunque John había aceptado de buen grado quedarse con el pequeño Sher… rinford, y la seguridad del piso de la calle Baker 221B estaba más que reforzada, Mycroft no se acostó tranquilo. Encomendó a su equipo que hubiera siempre alguien vigilando las cámaras de vigilancia, e insistió en ser despertado a la menor incidencia.

Fue despertado por una llamada de aviso pasada la medianoche. No había tenido una noche en paz desde que su hermano había sido miniaturizado.

Se dirigió a su despacho y accedió al sistema de vigilancia. Por un momento se sobresaltó al ver vacía la cama de Sherlock. Al momento le localizó en otra imagen. Estaba atravesando el comedor. Se recordó a sí mismo que debía reforzar el número de cámaras cuando desapareció por la escalera. Seis segundos después volvió a descubrirle en la habitación del doctor. Este dormía a pierna suelta; boca arriba, los brazos estirados y las piernas abiertas. Sherlock se lo quedó observando durante un rato, de espaldas a la cámara. Mycroft podía imaginar el curso de sus pensamientos. Efectivamente, poco después el pequeño cuerpo trepó a la cama y se movió por ella con el más absoluto cuidado. Apoyó lentamente la cabeza en el hueco de la axila de John, y se acurrucó a lo largo de su costado, buscando su calor.

A pesar de no tener cámaras de visión nocturna, el fulgor de la luna permitió que Mycroft distinguiera el rostro de su hermano. Estaba sonriendo angelicalmente.

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John despertó con un peso en su pecho que le recordó inmediatamente a su antigua herida. Pero no era tensión, sino una cálida presión. Sherrinford. Sonrió al ver la maraña de pelo negro. Había visto el mismo desarreglo en Sherlock, en las pocas mañanas en que el presumido detective se sentía demasiado perezoso como para acicalarse. La ruleta genética era caprichosa, realmente el parecido era mucho más patente con este pariente lejano que con su propio hermano.

-Buenos días -dijo suavemente, al notar que el niño había abierto los ojos.

No quería desorientarle; era obvio que se había levantado en medio de la noche y se había metido en su cama, quizás no del todo despierto. Le complacía el hecho de que el niño hiciera cosas propias de su edad, era triste ver en él a un pequeño Holmes, con la seriedad con que seguramente habrían convivido los dos hermanos.

Sherrinford se incorporó. Se quedó observando a John un buen rato, grabando en su memoria cómo se veía recién levantado. Su rostro lleno de marcas, las bolsas de sus ojos algo inflamadas, el pelo despeinado… el pijama de algodón arrugado y desaliñado. Era la imagen de la comodidad y el descanso, de la relajación y de… del hogar. Antes de que su cuerpo le traicionara mostrando la emoción que sentía, gateó por la cama y observó su pierna enrojecida. Acarició el gemelo como única disculpa, en suaves círculos como recordaba hacía su madre cuando se caía.

-Está bien, no duele… mucho -comentó John, sonriendo. Le removió el pelo y plantó un sonoro beso en su coronilla, antes de levantarse. Sherlock se quedó inmóvil, absorto, decidido a grabar también la sensación que le habían producido esos labios-. Voy a ducharme. Cuando te escapaste no pensaste en traer ropa contigo, ¿no? -preguntó con sorna-. No te preocupes, iremos a comprar algo para que estés cómodo hasta que llegue Mycroft. Y algo de cacao, ¿vale?

El niño, que había fruncido el ceño ante la mención de ropa cómoda, sonrió ante la promesa de chocolate.

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La mañana pasó veloz, el intervalo que más rápido había corrido desde su regresión infantil. Y eso que Sherlock sabía que el tiempo siempre medía lo mismo.

Pero no era igual ver a John tras una pantalla que disfrutar de su compañía en persona. Además, le estaba dedicando su total atención. Habían ido a Tesco a comprar el cacao y a Primark a buscar un chándal que a Sherlock le había horrorizado, pero que había accedido a ponerse cuando John le amenazó con no permitir que se quedara más en su casa. Adujo que no era higiénico dormir con la ropa que uno vestía de día. Aprovechando sus propias palabras, Sherrinford insistió en que le comprara también un pijama, como promesa de futuras visitas. Por supuesto, eligió uno con el rostro de Conan Edogawa, el detective infantil por excelencia. Eso lo había aprendido en casa de la señora Hudson, que amablemente se había ofrecido a prepararle un suculento desayuno antes de las compras. Según ella, un niño de su edad no podía salir de casa con el estómago vacío.

Cuando finalmente Mycroft llegó a recogerlo, se encontró con todo un espectáculo. Sherlock, por supuesto, ocupaba la pista central. Estaba tirado en el suelo junto a John; los dos intentaban montar un puzzle realmente inmenso que parecía formar el mapa de Londres. Su hermano llevaba una pieza de ropa indescriptible, de color azul eléctrico, indigna de un Holmes. Tenía la boca manchada de chocolate, por culpa de las galletas que acababa de hornear especialmente para él la señora Hudson, que se los miraba sonriente desde una silla.

Suerte que ya había dado la orden de reforzar la seguridad de aquella casa. Estaba fuera de toda duda que Sherlock querría pasar allí todo el tiempo que pudiera…

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-Profesor Watson, ¿es verdad que sirvió en Afganistán?

John sonrió, mientras recogía sus cosas del pupitre y las metía en la cartera de piel que le había regalado Jim. Era su primer día de clase y en la presentación había admitido haber pertenecido al ejército. No había hecho más comentarios al respecto, pero por lo visto los rumores corrían rápidos hasta en un hospital universitario.

-Sí, es cierto -contestó-. ¿Tienes pensado alistarte?

El joven se ruborizó y negó con la cabeza, azorado. Se rascó nerviosamente la nuca, sin saber qué más decir. A John le hizo gracia. Los típicos aduladores se veían diferentes cuando tu punto de vista era el de un maestro.

De pronto se escuchó un carraspeo desde la puerta. Allí estaba Jim, mirando censurador al chico que le hostigaba.

-Oh, bueno… me voy entonces. Excelente clase, profesor. Adiós, profesor Watson. Hasta la próxima sesión.

-Adiós, Starling -correspondió John.

El joven pasó al lado de Jim sin prestarle atención, con una sonrisa enorme, alagado de que el nuevo y atractivo profesor hubiera recordado su nombre. El criminal se grabó ese apellido en la mente, para buscar información más tarde.

-No les des cuerda, o tendrás todas las horas de despacho ocupadas -le dijo Jim, acercándose a su mesa ahora que el aula estaba vacía.

-Y eso nos quitaría tiempo para tomar café, ¿verdad? -le contestó, bromeando.

Entonces Jim se puso a aplaudir teatralmente.

-Permítame que ahora le felicite yo, profesor Watson -ofreció, con un tono de voz provocador. John se quedó mirando esa media sonrisa antes de contestar. A veces no sabía si el informático le estaba tomando el pelo o es que era así de ocurrente-. Magistral lección.

-¿Y tú cómo lo sabes? -Como única respuesta, Jim miró hacia una cámara que había en una esquina del techo, de la que el doctor no se había percatado-. Maldición. Podrías haberme avisado…

-Entonces hubieras estado todo el rato mirándola. Te conozco -John chasqueó la lengua, pero no lo negó-. ¿Celebramos tu primera clase?

-Estoy agotado -replicó, para contrariedad de Jim, que perdió la sonrisa al escucharle-. Pero podemos cenar en casa, si quieres. Tengo comida en la nevera, para variar. O podemos pedir algo…

-Genial -respondió el informático, extático. El doctor todavía no le había llevado a la calle Baker. Era todo un paso hacia su objetivo. Correspondió con una de sus sonrisas ilusionadas, las que hacían que los ojos de John se iluminaran. Cada vez le salían más espontaneas y con más naturalidad-. Lo decidimos por el camino. ¿Cogemos un taxi?

-¿Por qué no? Ahora me lo puedo permitir.

Cuando salieron del hospital, casualmente, les esperaba uno en la puerta.

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Sherlock había ido más allá en reforzar la vigilancia del 221B de la calle Baker. Había insistido a Mycroft en añadir micrófonos a todas las cámaras, y añadir algunas en sitios estratégicos, como sobre la puerta de entrada.

En esos momentos estaba viendo salir a John de un taxi. Con Moriarty. Los dos reían, mirándose con complicidad. El asesor criminal llevaba una botella de vino en la mano. Obviamente iban a celebrar el primer día de clases del flamante nuevo profesor de Barts.

Precisamente él había estado observando la entrada durante un buen rato, esperando que llegara John para leer en su rostro cómo le había ido. Odió que Moriarty sí hubiera podido compartirlo con él.

Les vio entrar en su casa. El criminal observaba su entorno con una curiosa ansiedad que le revolvió el estómago. Ya no vestía como “Jim de IT”. Tampoco llevaba un traje de seiscientas libras. Su ropa era casual, sin ser ramplona como la de John. A él le gustaba cómo vestía su compañero de piso, pero eso era porque así era su John, cálido y acogedor. Las prendas de Moriarty eran más parecidas a las suyas, aunque no llevara un traje. Pantalones de hilo y una camisa delicadamente estampada, todo de buena calidad.

-¿Pedimos comida a domicilio o nos aventuramos con lo que tengo en la nevera? -Sherlock escuchó la voz de John a través de los micrófonos instalados en el piso.

-Me fio de ti -ofreció Moriarty con una voz que a Sherlock se le antojó falsamente melosa. Los dos se metieron en la cocina y ojearon el contenido de la nevera, demasiado juntos para la tranquilidad del detective-. Con esto podemos hacer un estupendo plato de pasta. ¿Tienes pasta?.

-Espagueti y raviolis -comentó John mirando los armarios. Sherlock nunca los había visto tan llenos. De comida, claro.

Dolía ver lo bien que se manejaban juntos, preparando la cena a medias sin apenas tener que darse muchas instrucciones. Moriarty había servido el vino en dos copas que iban sorbiendo mientras mezclaban ingredientes.

Sherlock rechazó la cena que Mycroft, preocupado sabiendo lo mal que lo estaría pasando su hermano ante aquella “cita”, le había servido en una bandeja. Ver como John comía relajadamente con su némesis le había quitado el hambre. No recordaba haberle visto tan cómodo en una velada. Claro que él pocas veces comía su parte cuando cenaban juntos, normalmente estaba; o demasiado ocupado con un caso; o mortalmente aburrido sin él. Ahora se daba cuenta de que habían otras cosas que disfrutar, como dormir juntos o jugar tirados por el suelo. No que tuviera oportunidad de repetirlas cuando todo se arreglara…

Cuando acabó la cena se tomaron un té en la salita. No en los sillones que solían usar, sino en el sofá, uno al lado del otro. Sherlock estaba inquieto, sin saber por qué. John parecía estar demasiado cómodo con el criminal. No se esforzaba en reír como hacía con las chicas con las que salía, su sonrisa surgía fácil y repetidamente, como solía ser con él cuando comentaban a posteriori alguna de sus aventuras.

Su conversación era totalmente insulsa y aburrida, según Sherlock. Hasta que se pusieron a hablar de Barts.

-…ya sabes cómo son, frikis que no quieren adaptarse al resto de departamentos. De hecho con la única persona con la que me relaciono, de todo el hospital, es con Molly. Su predecesor era un tipo rarísimo, apenas hablaba y te miraba con ojos siniestros. De hecho, un día me tiró los tejos.

-Será por la ropa -se burló John.

-Justamente ese estilo es lo que mantiene a la gente apartada. Y así lo prefiero, muchas gracias. Además… -comentó seductoramente, cerniéndose sobre John de un modo que irritó a Sherlock-…que me disfrace de gay en el trabajo no significa que no lo sea en realidad.

-¿Lo eres? -preguntó John algo tenso, aunque sin apartarse un ápice de ese acosador.

-¿Te importaría? -dijo a su vez, poniendo de nuevo ese gesto melifluo que Sherlock sabía era totalmente falso.

-No. Realmente no. Mi hermana es lesbiana -replicó, algo que su ex compañero de piso no le había visto hacer nunca. Sacar a colación la sexualidad de su hermana era tan cliché… de hecho, los dos se quedaron mirando durante unos segundos, de muy cerca y en total gravedad, hasta que no aguantaron más y rompieron a reír-. Sí, la típica frase, ¿no? Tengo un amigo, un familiar, un conocido gay… El tema es que en mi caso es verdad. Ella lo es, yo no.

-¡JA! -gritó Sherlock en el despacho de Mycroft. Había tardado tanto en decirlo, que le estaba empezando a preocupar.

-No, tú no. Porque no solo te gustan los hombres, también las mujeres. Bisexual, lo llaman. ¿Verdad, Johnny?

Tanto John como Sherlock a kilómetros de distancia se quedaron impactados por la frase. Si no fuera por eso, quizás el doctor se hubiera percatado del modo en que le había llamado el informático, un nombre que no oía desde aquella horrible noche en que le habían convertido en una bomba humana. Su insinuación era suficientemente turbadora como para haberse fijado en esa última palabra.

-Solo he salido con mujeres -comentó John apartándose por fin del criminal. Sherlock soltó la mesa que no se había percatado de estar agarrando con fuerza.

-Puede que únicamente hayas salido con ellas… pero sabes dónde mirar a un hombre, ¿no? -Hasta Sherlock vio a través de la cámara cómo John se ruborizaba furiosamente.

-No es… no es que te mire el… Uf. Verás, es que Sherlock hizo un comentario sobre tu indumentaria, y…

-John, tranquilo. Era broma. Puedes mirar todo lo que quieras, no me molesta -bromeó. El médico le dio un manotazo y se rieron, quitándole importancia al asunto. Sherlock miraba fijamente la mano de John, que no se había apartado del brazo del criminal-. Así que… ¿bateas hacia los dos bandos?

-Tuve algún… asunto en el ejército. Nada serio. De todos modos se trataba de una situación muy límite, muy extrema. No sé si en la vida civil podría…

-John, no te apures, era broma, de veras. Solo quería probar mi Gaydar.

-Ah, ¿pero el radar gay realmente existe?

-He acertado contigo, ¿a que sí?

Sherlock se abstrajo de la conversación, ahora que parecía que no hablaban en serio. El corazón le palpitaba velozmente, y su cabeza trabajaba regada al ritmo de esas pulsaciones. Se había equivocado. De nuevo había cometido un error de cálculo con el criminal asesor. Había confundido la motivación del juego. Sabía la regla y el objetivo. Pero Moriarty tenía pensado llegar hasta John de un modo que él no había previsto siquiera. ¡Oh! ¡Claro, claro! Ahora entendía la ventaja que había conseguido al convertirle en un niño, sexualmente inmaduro. Porque ese era el modo en que deseaba a John. Un modo que él nunca había pensado que pudiera estar a su alcance.

Pues bien, puede que no tuviera un cuerpo para tentar a su compañero de piso, pero para él era mucho más que eso. Era su blogger, su compañero de aventuras, la voz que le acompañaba cuando se aburría, el oído que escuchaba sus teorías y deducciones. Era John, y no iba a permitir que Moriarty lo tuviera de ese modo. No cuando él lo había deseado antes, cuando había pensado que no podría tenerlo si no fuera platónicamente.

Cogió su móvil y envió el primer mensaje que escribía en días y no iba dirigido a su hermano.

En el 221B de la calle Baker sonó el pitido de recepción del móvil de John. Aunque el sonido llegaba amortiguado por la tela del bolsillo de la chaqueta, la conversación se vio interrumpida bruscamente.

-Oh, lo siento. No sé quién puede ser; no suelo recibir muchos mensajes, y menos a estas horas. Podría ser Sarah, por alguna urgencia…

-Tranquilo, cógelo. No importa

John cogió su teléfono y se sentó de nuevo antes de abrir el mensaje. Su rostro empalideció al leerlo. Moriarty lo ojeó disimuladamente, aprovechando la cercanía. Sus labios se cerraron con fuerza y su nariz frunció en gesto de desagrado. Si John se hubiera girado en ese momento, habría notado que Jim no era quien realmente pretendía ser. Pero John estaba absorto mirando las palabras iluminadas en su móvil.

“Eres brillante. SH”

-¿Algo importante? -preguntó finalmente Moriarty, harto de ser ignorado.

-¿Eh? No, no. Es… Sherlock. Es Sherlock. O eso creo… no había dado señales hasta ahora -comentó John, visiblemente afectado. Cerró el móvil y se lo guardó en el bolsillo, sin mostrárselo a Jim. O eso creía él-. Puede… puede que no sea de él. Él no diría… eso. Se lo habrán cogido. Seguramente, eso habrá pasado.

-¿Quién? -. Inquirió Jim, sabiendo perfectamente la respuesta.

-Ya sabes. Moriarty. No tendrá bastante con enredar con su cerebro, también querrá jugar con el mío. No pienso dejar que lo haga.

-¿No crees que en realidad pueda ser de Sherlock?

-No, él nunca diría eso. Al menos de mí no. Moriarty sí es brillante, yo… yo soy corriente.

Sherlock tragó saliva y se limpió una pequeña lágrima de impotencia. Si pudiera decirle realmente lo que pensaba de él… lo que importante que era en su vida… lo mucho que le echaba de menos…

-Tú no eres un hombre corriente, John Hamish Watson. -declaró Jim, con una intensidad palpable. Sherlock, que ni siquiera sabía que aquel era el segundo nombre de su compañero de piso, volvió a cerrar sus manitas en el borde de la mesa.

-Lo siento, se ha estropeado el ambiente -se disculpó John, sonriendo. Tenía las mejillas rojas, rubor causado por la lisonja del informático-. Lo estaba pasando tan bien…

Moriarty sonrió cálidamente. Se inclinó sobre el doctor lentamente, dándole tiempo a reaccionar. John no se movió, tratando de enfocar sus pupilas en ese rostro que cada vez se acercaba más al suyo.

-Nada se ha estropeado, y yo también lo he pasado muy bien esta noche -comentó dulcemente. Sherlock había soltado la mesa y se estaba mordiendo la mano para no gritar. No quería que Mycroft presenciara esa escena, ya estaba siendo suficiente afrentoso el ver él solo cómo Moriarty hablaba a escasos centímetros de la boca de John. ¡Debía estar sintiendo su aliento! Y además ahora… había llevado la mano hasta su pelo, como si le estuviera apartando un mechón invisible-. Pero creo que tú has tomado más vino que yo. Y de todos modos yo mañana tengo que trabajar. Será mejor que me vaya.

-Yo… bueno, claro, como quieras. Yo también tengo turno por la mañana -balbuceó John, que realmente estaba notando los efectos del alcohol.

-¿Me das ese libro que me has comentado? preguntó Jim, levantándose y dirigiéndose a la silla donde había dejado su chaqueta.

-Sí. Sí, ahora mismo te lo bajo.

Cuando John desapareció hacia su cuarto, Moriarty levantó las manos y giró trescientos sesenta grados, aplaudiendo suavemente con sus palmas sobre la cabeza.

-Bravo Sherlock. ¿Ya te has decidido a jugar?

El criminal volvió a su papel al oír cómo John bajaba los escalones.

-Oh, gracias. Seguro que me gustará. Pensaré en ti cuando lo lea -comentó sugerentemente. Cuando el doctor, ruborizado y no por el ejercicio, le tendió el libro, lo cogió asegurándose de rozar suavemente sus dedos. Además se inclinó y le besó la mejilla en un gesto a la vez común y a la vez demasiado íntimo para dos amigos como ellos lo eran-. Buenas noches. Gracias por la cena. Lo he pasado genial.

-Repetimos cuando quieras. Después de todo has hecho casi toda la cena tú.

Sherlock no respiró aliviado hasta que Moriarty salió por la puerta de la calle. Se aseguró que se alejaba por la calle desde la cámara de la puerta. Después volvió a la escena del comedor. Para su tremendo alivio, John estaba estático en medio del comedor, mirando de nuevo el mensaje de su móvil.

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-No creas que porque he accedido a traerte, vas a quedarte aquí. El pacto era si el doctor estaba en casa -declaró Mycroft.

Los dos estaban en el número 221B de la calle Baker, gracias a la señora Hudson, que les había dado acceso al piso de John. La mujer había ido a hacerle un buen tazón de cacao a Sherrinford. Subía desde su casa cuando se detuvo entre dos escalones, escuchando la conversación. No le gustaba el tono que Mycroft estaba usando con el pequeño.

-Quiero ver cómo me lo impides. No eres mi padre -replicó el niño. A la señora Hudson se le partió el corazón por el pobre huérfano pasando por manos ajenas, no apropiadas para la educación de un menor. No le extrañaba que le hubiese cogido tanto cariño al afectuoso doctor.

-No, no lo soy. Nuestro padre ni siquiera se hubiera molestado en escucharte, mucho menos te hubiera acompañado.

¿Nuestro padre?, se preguntó la señora Hudson. No podía ser, habían dicho que era hijo de un primo… ¡Oh! El tazón tembló peligrosamente en sus manos, un par de gotas cayeron sobre la escalera. Era increíble, pero con las cosas que se inventaban esos días… Con razón el crío pareció adorar a John desde un principio. Y esa marca junto a la comisura del labio inferior… Si dejaba de lado lo sobrenatural del asunto, todo cuadraba.

-Te odio, Mycroft.

-No le hables así a tu hermano… Sherlock -comentó ligeramente la señora Hudson al entrar en el piso-. La cara de Mycroft se tensó ante el fruncido de su entrecejo. El pequeño detective, o mejor… el detective pequeño, simplemente sonrió con orgullo ante la deducción de su casera y se levantó para coger el cacao-. En la mesa, jovencito.

-No puede revelar nada al doctor Watson -impuso Mycroft, viendo peligrar su plan magistral.

-Por supuesto que no diré nada. No soy yo quien debe hacerlo -replicó la mujer, con severidad-. Y puesto que Sherlock parece tener edad suficiente para tomar sus propias decisiones, es justo que se quede a esperar a John. Yo puedo cuidarle hasta la tarde -la sonrisa que le dedicó el niño valía por todos los problemas en que seguramente le pondría.

-Está bien. Pero no se quedará a dormir -cedió Mycroft. Un poco.

-Sí me quedo.

-No, y es mi última palabra. Estaré aquí alrededor de las seis de la tarde.

-¡Pero el turno de John acaba a las cuatro!

-En ese caso vendré a las siete. Ni un minuto más -declaró, inflexible-. El doctor puede tener planes -aventuró, pensando el El Plan. Sherlock entendió perfectamente porqué lo decía. Dejó su cacao a medias y salto de la silla para darle una de sus patadas, cuando Mycroft (que ya estaba aprendiendo a esquivarlas) la detuvo cubriéndose con su paraguas, plantándolo en diagonal delante de sus piernas-. Gracias, señora Hudson. Sher… -saludó, antes de irse para evitar más discusiones.

-¿Me vas a contar qué has hecho para acabar así? -preguntó entonces la señora Hudson, una vez quedaron solos los dos.

-¿Por qué tiene que ser mi culpa? Me obligaron a tomar APTX 4869, una droga sintética. Los hombres de Mycroft están buscando un antídoto. Lo hice para salvar a John. Moriarty… el hombre de las bombas… me quiere lejos de él. Por eso no puede decirle quién soy realmente.

-Oh, cielo, eso es terrible -comentó la mujer. Aunque supiera que en realidad no hablaba con un niño de seis años, dolía ver ese gesto de angustia en una carita tan dulce.

-Lo es. Y sí es un poco mi culpa. Si no hubiera ido solo… si me hubiera quedado con John…

Para animarle, la señora Hudson le dejó utilizar el ordenador del doctor. Sherlock le prometió que tenía su permiso, y por eso se sabía su contraseña. Mientras tanto aprovechó para hacer la comida. Fue una delicia observar cómo el detective comía con apetito por una vez. Le sirvió un buen filete con patatas fritas, de los que no quedó ni rastro.

Sherlock tuvo entonces la idea de hacerle un pastel con mermelada a John, y tener el té preparado para su llegada. Por supuesto, se trataba de su “competición” con Moriarty, pues a él nunca se le hubiera ocurrido agasajar de ese modo a su compañero de piso. Ahora se arrepentía de no haberlo hecho nunca, después de presenciar cómo esa noche el criminal asesor había cocinado para John. Eso le hizo recordar las numerosas veces en que él mismo había sido servido por su doctor, disfrutando de sus atenciones sin darle la importancia que ahora veía que tenía.

Entre los dos hornearon un buen bizcocho, que el niño insistió en rellenar de mermelada. La señora Hudson se rió al comprobar que el detective no tenía el mismo dominio de sus manos en ese estado. Acabó casi tan rebozado él como la tarta. Cuando escucharon la puerta de abajo, Sherlock corrió hacia la entrada y allí se quedó, esperando su llegada.

-¿Señora Hudson? -preguntó John al ver luz en su piso-. ¡Sherrinford! -exclamó, perdiendo de pronto el cansancio que había portado en su rostro hasta entonces.

-La chaqueta -insistió el niño, obligándole a quitársela con prisas-. Yo la guardo, tú tómate el té -insistió, antes de desaparecer con su carga escaleras arriba, para guardarlos en la habitación del doctor.

-¿A qué se debe esto? -preguntó John a la señora Hudson, que sonreía apoyada en el quicio de la cocina. Se dirigió hacia ella y entonces reparó en la mesa, dispuesta con el pastel además del juego de té de las visitas-. Uau. ¿Lo ha preparado usted?

-A medias con Sher… rinford. Él ha rellenado la tarta -dijo orgullosa, señalando al niño que ya bajaba por las escaleras.

-¡Tienes que sentarte! Yo te sirvo… -exclamó eufórico, apartando una de las sillas para que el doctor se sentara.

-No, no con mi juego de porcelana, he visto cómo manejas esas manitas. Yo le serviré, caballerito. Tú puedes partirle una porción de ese bizcocho de mermelada.

-¡Me encanta la mermelada! Además, la de moras es mi preferida -admitió John, provocando una sonrisa luminosa en el pequeño.

La merienda fue espectacular para el doctor. Nunca se había sentido tan bien servido. Sherrinford hasta había corrido a por una servilleta, para que él no tuviera que levantarse. Y todo estaba delicioso.

La señora Hudson se tomó el té con él y luego bajó a su casa, dejándoles solos.

-Mycroft ha dicho que puedo quedarme a dormir -declaró Sherlock en cuanto la mujer hubo desaparecido.

John sonrió, asintiendo aprobador. Aunque por dentro no se sentía tan sereno. Le extrañaba que el mayor de los Holmes confiara tanto en él, cuando aparentemente era el responsable del niño al tener su custodia temporal. Pero le dolía la cara de ilusión del pobre niño, así que por eso le sonrió, ocultando sus preocupaciones. El pequeño debía de estar ávido de atención si ansiaba la compañía de un viejo doctor como él.

Le propuso acabar el puzzle que habían empezado el otro día y que estaba guardado sobre una tabla ligera. De nuevo lo colocaron sobre el suelo y allí pasaron un buen rato, él intentando descifrar los nombres de las calles que se intuían por partes en las piezas, y Sherrinford, haciendo gala de una memoria tan proverbial como la de su tío Sherlock, le indicaba en qué zona de Londres tendrían que colocarla. A ese ritmo no tardaron en acabarlo.

-¿Quieres que lo enmarque y te lo llevas, o prefieres hacerlo otra vez? -propuso John.

-¡Lo deshacemos para el próximo día! -exigió Sherlock, pensando en volver más que en hacer una actividad repetitiva que no ofrecía ningún desafío intelectual para él. Entre los dos desarmaron el inmenso puzzle con mucho menos esfuerzo de lo que les había costado montarlo-. Voy a ponerme el pijama -anunció el niño.

-Si apenas son las seis y media… -dijo John, sorprendido. Había pensado que a los críos les costaba prepararse para ir a dormir, no al contrario.

-Quiero estar cómodo -repuso Sherrinford, que como siempre llevaba su traje hecho a medida de su pequeño cuerpo.

-Puedes ponerte el chándal -propuso el doctor.

-Me gusta mi pijama -insistió, saliendo sin más hacia su cuarto.

John suspiró y meneó la cabeza. Se alegraba de no tener hijos. Aunque tener uno como Sherrinford, con su adorable timidez, su extraña inocencia mezclada con su soberbia inteligencia… Sonrió al pensar que Sherlock era en parte así, solo que al contrario. El detective era un adulto excepcionalmente inteligente que mantenía una inocencia infantil.

Su boca perdió la sonrisa al sentarse ante su portátil. El cual estaba encendido. Y desprotegido.

-Sherrinford -le dijo al niño, cuando este apareció todo complacido con su pijama de Detective Conan-, ¿has entrado tú en mi ordenador?

-Sí -confesó el niño, sentándose en el sofá, con las piernas colgando.

-Has sorteado mi contraseña -exclamó John, soliviantado.

-Era fácil -repuso calmadamente, como explicación.

Después de tomar aire un par de veces para calmar su enfado, John se levantó y se dirigió al sofá para sentarse al lado de Sherrinford. Puede que él no fuera el indicado de educar a ese niño, pero si iba a pasar tiempo a su lado era justo que se tomara en serio su aprendizaje. De todos modos, si Mycroft era el responsable de su educación, el pequeño muy bien podía acabar con la destreza social de Sherlock.

-No se trata de que sea fácil o no. Se trata de que si hay una contraseña, es por algo. Debes de aprender a respetar la propiedad de los demás. Verás, si hay una puerta cerrada con llave, es para mantener la privacidad dentro. O si encuentras una caja con un candado. ¿Qué harías?

-Depende de lo que tuviera dentro.

-No, Sherrinford. Las cosas no son así. Si esa caja no es tuya…

-¡Pero el ordenador es tuyo! Vamos, John, ya sé que no está bien… -dijo el niño, con un tono para nada infantil. Inmediatamente corrigió sus modos-… lo siento. No lo haré más. Pero el ordenador es tuyo -insistió-, tú eres… John.

-¿Qué quieres decir con eso? ¿Que yo no merezco mi privacidad?

-No de mí. Bueno… tú eres… diferente. Eres John.

-Sherrinford… ¿has leído mi blog? -preguntó, encontrando la razón que había estado buscando para el extraño comportamiento del niño.

-Un poco -admitió el niño, intentando parecer contrito. No comentó que también había leído su correo, y su historial de conexiones.

John volvió a tomar aire. Se mordió el labio y se frotó los ojos, intentando concentrarse en buscar las palabras adecuadas. Lidiar con niños estaba resultando más difícil que hacerlo con su ex compañero de piso. Intentaría recordarlo la próxima vez que le comparara con… aunque no habría próxima vez. Apartó la dolorosa idea para concentrarse en el problema que tenía entre manos.

-Tienes que entender que las prohibiciones están por algo, tienen una razón de ser. Ese blog… esas historias no son adecuadas para tu edad.

-Yo no tengo… mi inteligencia…

-Lo sé. Y creo que te puedo explicar lo que hayas leído. Pero puede que otro día leas cosas que no entiendas. Y entonces puedes confundir…

-Tú última entrada.

-Eso no te lo puedo explicar -repuso John, por miedo a desmoronarse.

-Por favor… -rogó el niño, abriendo imposiblemente sus ya de por sí enormes ojos en esa carita alargada. Además, se puso de rodillas en el sofá y puso sus manitas a ambos lados de sus mejillas.

Ante esa presión, John no se pudo negar.

-¿Qué quieres saber?

-¿Por qué no vas a publicar más?

-Porque ese blog sin Sherlock no tiene sentido.

-Pero Sherlock va a volver…

-Sherrinford… escucha. Hay cosas que tú aún no puedes entender.

-Sí que puedo.

-Está bien. Sabes que hay cosas que están bien, y cosas que están mal -planteó John, con paciencia.

-Eso no es correcto. Hay diferentes variables. Como lo que me has dicho de tu ordenador. No está bien, pero entre tú y Sherlock no teníais problemas en compartir…

-El que no tenía problemas era él, no yo. Y esa es la cuestión de que no sigas las reglas, Sherrinford. Hay cosas que no se pueden hacer y punto. No cuando pueden hacer daño a otras personas. Sherlock… él ha elegido hacer cosas… que no están bien. Porque cree, como tú, que la moral es relativa. No, escúchame -le pidió, al ver que el niño iba a debatirle-. No le estoy juzgando. Él es muy listo, casi tanto como tú -añadió en broma, intentando relajar al niño, que estaba visiblemente tenso-. Puede que él vea la realidad de otro modo. Pero yo no. Hay cosas que no puedo olvidar, ni pasar por alto. Sherlock ha ido por un camino donde yo no puedo seguirle. Pensaba que podría seguirle siempre, allá donde fuera… pero es obvio que no puedo.

-Lo siento -dijo el niño, a punto de llorar. Las emociones de ese cuerpecito embargaban esa mente que no estaba acostumbrada a sentirse tan afectado por los sentimientos de otro-. Lo siento mucho.

-¡Eh! No es tu culpa. Ven aquí -le dijo, abrazando el pequeño cuerpo, que se amoldó al suyo inmediatamente, como si envuelto en ese conocido calor fuese a encontrar la respuesta a la terrible situación en la que se encontraba. Pasaron así un rato, hasta que se escucharon pasos subiendo por la escalera-. Mira, viene la señora Hudson. A lo mejor te sube algo -dijo para animarlo.

Sherlock, que conocía los pasos de su hermano, se aferró con más fuerza a John y apretó su rostro contra el hueco de su cuello, escondiéndose allí de la realidad.

-Buenas tardes.

-¡Mycroft! No te esperábamos -contestó John, intentando apartarse del niño, que aún se agarró a él con más fuerza.

-Ya lo veo -comentó este, observando con su habitual postura crítica, desde su considerable altura-. He venido por tu mensaje, John.

-¿Mi mensaje? -preguntó este-. ¿Qué mensaje?

-El mensaje que recibí hace poco más de dos horas: “Sherrinford se queda a dormir en 221B Baker. Recógelo mañana a la misma hora, tengo todo el día libre. JW”.

Sherlock apretó con sus manitas la camisa de John. Estaba colorado de vergüenza y no quería que su hermano le viera así. No era como si se arrepintiera de haber suplantado a su… amigo.

El doctor notó esa tensión y sonrió a Mycroft. Ahora entendía esa insistencia en llevarle la chaqueta a su habitación. El muy sinvergüenza había cogido su móvil y enviado un mensaje a su tío para quedarse a dormir. Estaba mal. Y aún así el gesto le enterneció… y más teniendo en cuenta que la jugada se la había hecho a un hombre tan estirado como Mycroft.

-¿Y qué quieres saber sobre ese mensaje? -le preguntó, sabiendo por su mirada que los dos sabían perfectamente que no era él quién lo había enviado.

-John… tendrás cosas que hacer en tu día libre. Preparar tus clases, gente con la que ponerte al día…

-¡Estará conmigo! -gritó Sherrinford, aún enterrado en el cuello del doctor.

-No te preocupes, Mycroft -comentó, esta vez con total sinceridad-. Estaremos bien. ¿Tiene que hacer alguna lección? ¿Estudiar…?

-No -suspiró el hombre, rindiéndose-. Su… tutor dice que va adelantado. Puede descansar un día. Un día, Sher. No te acostumbres.

El niño se incorporó al fin. Sin soltarse de los brazos que aún le rodeaban, se giró para sacarle la lengua a su hermano. Este correspondió arrugando la nariz en un gesto desagradable.

-Mañana a la seis. Buenas tardes, John. Y gracias.

-Buenas tardes, Mycroft -ofreció. Cuando escuchó cómo se cerraba la puerta de abajo, miró a Sherrinford a los brillantes ojos y dijo-: Sabes que eso que has hecho no está bien. Te has salido con la tuya por una vez, pero otro día no voy a cubrirte, ¿sabes?

-OK -contestó el niño, que esos días estaba viendo demasiada televisión-. ¿Pedimos comida india para cenar?

-Demasiado especiada para tu estómago. ¿Qué tal una pizza? -ofreció John, admitiendo que le cambiara de conversación. Después de todo, tampoco era su padre, por mucho que se preocupara por él…

Parte 3

pareja: john/sherlock, personaje: mycroft holmes, personaje: james moriarty, pareja: john/moriarty, personaje: john watson, personaje: sherlock holmes, !amigo invisible 2012

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