Capítulo 5. El sonido del silencio

Aug 28, 2009 22:02

 We’ve been through this
Such a long, long time
Just tryin’ to kill the pain
Yeah…

El infierno está abierto de par en par y todos los monstruos que viven en él se han escapado, como si fuera una caja de Pandora inmensa, oscura e inacabable. Es el fin del mundo. No es la fiesta de Halloween; es el miedo, el de verdad. Criaturas crepitando, riendo en la oscuridad y también a plena luz del día, seres de ultratumba y cosas que hasta a tu imaginación le cuesta entender. El Apocalipsis ha empezado despacio, sin prisas, arrasándolo todo como el magma tranquilo de un volcán que vuelca vida y muerte a su paso. La humanidad todavía no sabe. Las noticias especulan que ha sido una lanzada una bomba en el lago Clinton, Kansas. Un enorme desnivel en el terreno, como si hubiera caído un meteorito. Hay cuerpos; cadáveres destrozados, irreconocibles. Hay brotes de luz entre la hierba que han ido consumiéndose lentamente hasta desvanecerse sin dejar rastro. Buenos y malos muriendo por igual. En la guerra nadie gana.

×××

Denver, comparada con los lugares a los que suelen ir, parece salida de una película de ciencia ficción; de esas situadas varios años por delante del presente. Hay montones de rascacielos compitiendo entre sí, alzándose entre grupitos de edificios más bajos, la gran mayoría cubiertos de ventanales. Es una ciudad geométrica, de formas rectas y carreteras nuevísimas, y miles de luces. No es que nunca hayan ido a una gran urbanización. Simplemente es raro. El punto de reunión, sin embargo, es el piso número trece del barrio más pobre de la ciudad.

Cuando llegan allí, no muy tarde, las calles están casi desiertas y hay adolescentes de pupilas dilatadas tirados en los portales, fumando con desidia. Tocan el timbre del edificio que les ha dicho el viejo cazador; no obtienen más respuesta que la vibración eléctrica que indica que la puerta está abierta. Suben rápido, por las escaleras, encontrándose con botellas de alcohol y restos de pastillas. Un par de rellanos después hay una puerta entreabierta, con la absurda cadenita puesta. Bobby está ahí, apuntándoles con un rifle. Los claroscuros hacen que parezca todavía más viejo de lo que es y desesperanzadoramente más cansado. Se observan mutuamente un par de segundos, evaluadoramente (comprobando si a primera vista todo está bien; ¿seguís siendo los Winchester?, ¿sigues siendo Bobby?). Cierra sin decir nada y se oye el tintineo de la cadena al ser apartada. La puerta vuelve a abrirse y el cazador se echa hacia atrás, la mirada brillante y amenazadora bajo la gorra azul deshilachada.

-Es el mejor recibimiento de mi vida -musita Dean, sarcástico, avanzando hacia dentro del apartamento sin incomodarse.

Sam se fija en el sello contra demonios del techo, reprimiendo media sonrisa, y en la sal en los resquicios de las puertas. Desde luego está preparado. Bobby les indica con un gesto que pasen, y les guía por un pasillo oscuro hasta el salón, tan sobrio como el resto de la casa. Hay dos sofás color grisáceo y una mesa redonda con tres sillas. En el centro de ella hay dos vasos oscuros, con un líquido transparente. Es obvio que es agua bendita.

-Bebeos eso -gruñe, abriendo la boca por primera vez. Sigue pareciendo desconfiado.

Dean bufa, sin oponer resistencia. Coge un vaso entre los dedos, apoyando la otra mano en una silla, y se lo acerca a los labios. Los aprieta un instante.

-Necesitamos algo más fuerte que agua -murmura-. Al menos podrías haberla mezclado con cerveza.-Bébetelo.

Dean gruñe ‘vale’ entre dientes, exasperado, y se bebe el agua de un trago. Sam le imita, al mismo tiempo. Hay una pequeña diferencia entre ambos: el primero deja el vaso de un golpe sobre la mesa, sin inmutarse; han repetido ese ritual durante mucho tiempo, casi como si fuera un simple protocolo entre cazadores. Sam, en cambio, nota una sensación extraña: la garganta comienza a arderle y tose, con los ojos lagrimeando de dolor. Se lleva una mano al cuello, sintiendo que se ahoga, y le cuesta volver a respirar con normalidad. Por unos instantes pierde el control de sí mismo: percibe una sensación, una pulsación ajena, maligna, bajo el cráneo. Recuerda vagamente que sintió lo mismo cuando mató a Lilith. Pasa enseguida y alza la vista entre confuso e incrédulo. Ambos le observan como si acabara de surgir un extraterrestre de tres cabezas de debajo de entre las patas de la mesa.

-¿Qué coño…? -exclama Bobby-. Solo es agua bendita.
-No me miréis así -espeta con cierta agresividad, incómodo, después de un momento sin saber qué decir, y quiere justificarse-. He estado bebiendo sangre de demonio durante meses. Si me ha afectado el agua bendita solo es por eso.

Puede escuchar el aliento contenido de su hermano a mil kilómetros de distancia, al otro lado de la mesa, y lo mira un segundo, la humillación vibrando en su pecho, esperando ver un inmenso y doloroso ‘te lo dije’. En lugar de eso descubre enfado y decepción. Está horriblemente herido bajo la máscara de tío duro. Le brilla la duda y el miedo en los ojos, transparentes. Ahoga todo a miles de millas. Hunde las emociones en los huesos.

-Eso es lo de menos -susurra el viejo cazador. Baja la gorra con el pulgar, haciendo que una suave sombra le cubra las arrugas de la cara-. Tus ojos estaban negros.

Sam aparta la mirada, sin entender. Sabía que algo estaba equivocado en él, y cuando algo puede ir mal, irá peor. No se siente demonio. Es menos inocente y más gris que meses atrás pero nunca en la vida haría el mal por el simple hecho de hacerlo. Ha hecho cosas cuestionables, sí, pero por un motivo, por un fin correcto.

-Te lo dije, Bobby -dice Dean de repente, sacudiendo la cabeza y gesticulando-, te lo…
-Recuerda lo que yo te dije -interrumpe con brusquedad, con un tono que no admite réplica-. Y tú -mira a Sam; habla a gritos- ¿qué cojones estás haciendo, chaval? Para salvar el mundo primero tienes que salvarte tú.

Parece más decepcionado que enfadado. Sam siente encogerse un poco y parpadea, mirando el suelo. La culpa le corroe las entrañas, desgarrándolo por dentro como si fuera la mandíbula de un monstruo invisible. También supura la rabia, un enfado hinchado en el pecho que quema. Suspira, y piensa que a lo mejor vale la pena intentar hacerle entender lo que ha estado haciendo estos últimos meses.

-Intentaba parar el Apocalipsis, Bobby, yo no pretendía…

Bobby resopla y hace un ademán con la mano, como desechando sus explicaciones. Camina por la habitación hasta la ventana y vuelve a girarse hacia él. Su silueta se recorta contra la luz a través del cristal.

-Eso ya lo sé, ¿pero y los medios, chico? ¿El fin justifica los medios? ¿Vas a ahuyentar a los fantasmas convirtiéndote en uno? -Hace una pausa, irritado-. No existen las guerras santas, Sam, ¡y tú crees luchar en una!

Dean está a punto de interrumpir. Se siente como cuando su padre y su hermano discutían, salvo que esta vez Sam no dice nada: mira a Bobby con expresión de desconcierto y arrepentimiento. Duele verlo. Sus miradas se cruzan un instante e intenta decirle sin hablar que está ahí, que no se preocupe. Sam no le sostiene la mirada. Bobby se sienta frente a él y suspira.

-Esto es muy fácil, Sam -dice-. ¿En qué lado estás? ¿En el hipotéticamente correcto, en el honesto o en el malo?

Las palabras de Bobby se filtran a través de la piel, llegando hasta los huesos, siendo catarsis y horror al mismo tiempo.

-Qué pregunta -murmura él, como si estuviera muy claro; Dean se contiene para no preguntar quién pertenece a cada bando en una broma algo retorcida-. En el vuestro…
-Bueno, chico, ese es el malo.

Le arranca una sonrisa quebradiza y cálida que no llega a sus ojos pero ilumina la habitación como el fuego de una vela movida por el viento. Se consume en el tiempo de un parpadeo. El silencio cae como una losa. Dean se pasa una mano por la cara, suspirando, y se deja caer en el sofá más cercano. Le cuesta encontrar palabras.

-¿Qué haces por aquí, Bobby? -pregunta con sequedad.
-Vacaciones -repone irónicamente, más calmado-. ¿Tú que crees? He estado removiendo cielo e infierno para encontraros.
-Es un decir, ¿no? -bromea. Bobby le lanza una profunda mirada.
-No del todo, si tenemos en cuenta que el infierno está aquí arriba.

Sam se hunde un poco en la cazadora, la vista gacha. Dean tiene ganas de gritarle y abrazarle a partes iguales. No hace ninguna de las dos cosas; inquiere:

-¿Hay alguna forma de detenerlo?
-No tengo ni idea -responde con voz áspera, pensativo, toqueteando la gorra-. Seguro que pasa algo bueno si acabamos con Lucifer.
-No me jodas…

×××

La prioridad es encontrar información, como sea, y evitar que todo se vaya al diablo (nunca mejor dicho). Bobby propone que hagan alguna cacería por la ciudad buscando peces gordos. Les explica que, a diferencia de ellos, ha estado trabajando, y que ha descubierto que la ciudad está literalmente infestada de demonios. No han ocasionado demasiadas muertos (se podría decir que sospechosamente pocas en una semana) y se mantienen discretos, ocultos, quizá esperando órdenes del líder. Hay un posible local donde está seguro que se reúnen. Los hermanos se dirigen hacia allí armados hasta los dientes después de recoger el Impala.

Así que ahora están frente al mismo, espiando agazapados tras un coche, emocionales. A Dean le bulle la sangre como el agua hirviendo en una olla a presión y la tapa que lo contiene vibra incapaz de contenerlo. Sam bufa a su lado, acomodándose de rodillas en el asfalto, y apoya el rifle por encima del capó para tener mejor visión. No dejan de entrar personas al local; en media hora ya han visto más de una veintena y contando. A alguno han conseguido verle los orbes de los ojos completamente negros, pero no hay manera de saber si todos los del interior son demonios.

-Esto es estúpido -susurra Sam, crispado-. No podemos hacer nada aquí parados.
-¿Alguna idea, listillo?
-Podría… -Se remueve, sin mirarle, y Dean sabe que se avecina algo que no le va a gustar- usar los poderes. 
-Ni de coña, lo has prometido, ¿recuerdas? -Hace un gesto brusco con la mano-. Si quieres volver a ser normal debes dejar de hacer… eso. Además, pensaba que se te habían acabado con lo de Lilith.-Bueno. No del todo.

Dean siente que se irrita. ‘No me lo habías dicho’, piensa.

-¿Qué coño significa no del todo, Sam? -Su hermano se encoge de hombros.
-Todavía los siento, pero no estoy seguro de qué puedo hacer.
-Ni tampoco vas a saberlo -espeta- porque no vas a usarlos. Y cállate ya, que nos van a oír.

Sam resopla. Una mujer sale del local entonces y se aleja balanceándose sobre los tacones. Sam le golpea el pecho con la palma, buscando su atención, y la señala con la cabeza. ‘Voy a seguirla’, murmura muy rápido, ‘y consigo información, ¿vale?’. Hace ademán de alzarse pero Dean le detiene, formando un ‘no’ sin hablar.

-Ya vale -exclama Sam, brusco, deshaciéndose de él con agresividad, y sale del escondite. Se aleja a grandes zancadas por un callejón. Dean masculla una maldición y lo sigue, guardando la pistola.
-Sam -grita, cabreado-. ¿Dónde coño vas?

Su hermano se detiene y se da la vuelta, estirando los brazos. Esboza una mueca que intenta ser una sonrisa fría, pero la ira apenas le deja.

-¿Por qué? ¿Tienes miedo de que vaya a reunirme con mis amigos los demonios?

Dean siente una punzada. Quiere contestar ‘tengo miedo de que te vayas’ pero sisea ‘puede’, buscando hacer daño. Y lo hace: una sombra cruza el rostro de Sam. La mirada se le agudiza como el filo de un cuchillo.

-Bien -dice, fingiendo indiferencia, dos metros de dolor evitando mirarle-. Lárgate. Nos vemos después.

Dean repite ‘¡bien!’ a gritos y se da la vuelta, dispuesto a marcharse. Se lo piensa mejor. Se da la vuelta, avanza hacia Sam y le da un puñetazo en el pómulo. Sam le devuelve el golpe y buscan hacerse daño (no demasiado) pero Dean está convencido de que no le hace ni la mitad de daño que podría y siente que se le evapora un poco la rabia, dejando tras de sí una estela de cansancio, de ganas de que las cosas vayan bien. Le empuja, brusco, aferrándola del cuello de la cazadora y lo estampa contra la pared. Siente la piel cálida de su hermano a través de la ropa. Aprieta la mandíbula, sin saber si pegarle.

-¿Qué, Dean? -espeta, casi provocador, tan enfadado y dolido y triste como él-. ¿Por qué no me dices lo que piensas? Oigo tu desconfianza a millones de kilómetros de distancia. ¿Te preguntas si deberías acabar conmigo? ¿Por qué no lo haces?

Dean afloja un poco el agarre.

-Porque no puedo -dice entre dientes-; porque no quiero. Porque a veces eres tú y a veces no.

Sam no intenta separarse, confuso. Se siente vulnerable cuando su hermano se quita la máscara y solo queda Dean, Dean y sus pensamientos, Dean y su corazón que siempre llora un poco al más puro estilo Winchester. Alza una mano, con el puño cerrado, hasta su hombro, y la deja ahí. Está cansado de discutir, de pelear, de equivocarse.

-¿A veces no? -pregunta bajito.
-Apocalipsis -se limita a decir. Palabras que duelen más que los golpes porque es como si gritara es tu culpa-. Sangre de demonios. Que confiaras en Ruby más que en mí. Que casi me mataras aquella vez. Tus ojos. No hay nada de ti, de Sammy, en todo eso.

No se le ocurre nada que decir. Salvo una cosa.

-No iba a matarte -protesta.
-No lo sé, Sam. Ya no lo sé.

Le suelta. Sam lo detiene aferrándole de la camiseta con el puño cerrado y tira de él, con brusquedad, haciendo que trastabille contra sí.

-¿Qué?
-¿También piensas que no soy yo cuando te beso? -pregunta en voz baja.

Lleva la otra mano a su nuca, arrepentido de muchas cosas menos de lo que está haciendo. Dean se acerca solo un poco y entreabre los labios, invitante, sin oponer resistencia. Sam duda un instante (es tu hermano, es Dean, el mismo Dean que te ha cuidado desde que no levantabas dos palmos del suelo) y ladea la cabeza, rozándole. Suelta un suspiro leve contra su boca. El puño se relaja y desliza la mano a la curva de su cuello. Dean musita ‘no lo sé, Sammy’ con voz ronca y mirada transparente, vulnerable como nunca. Sam responde ‘está bien’, apartándose un poco, herido sin querer. Le suelta despacio, realmente sin querer soltarle.

Dean cambia el peso de una pierna a la otra, mirándole. Alza las manos de repente, sujetándole la cara, y le besa con hambre, mordiendo el labio inferior, marcándolo. Tiene la boca muy cálida y se pierden en la saliva del otro, hirviendo de excitación y necesidad. Sam suelta un jadeo de repente y Dean sonríe sin poder evitarlo, sonrisa despojada de cualquier connotación y tiene la sensación de que es un poco enfermizo porque quiere volver a oírlo (el resto de su puta vida) un poco más, un poco más, y desliza una mano un poco más abajo y Sam suelta ‘ah’ flojito contra su boca y el mundo se vuelve una puta bola que quema dentro de su estómago, el corazón vuelca hacia atrás y  se empalma en el tiempo de un latido.

Exhala el aliento despacio, entrecortadamente, apoyando una mano en la pared porque está seguro de que sino perdería el equilibrio. El pecho subiendo y bajando muy rápido. Besa el labio inferior de Sam, medio succionando medio lamiendo, y clava los dedos en el hueso de su cadera. Gime cuando lo nota, virgen santa: Sam le está tocando la polla por encima de los pantalones vaqueros y lo único que puede pensar es no pares y es joder, muy real y Sammy le quita el cinturón despacio, sin dejar de besarle, como si le estuviera pidiendo permiso con sus besos, y baja las manos para ayudarle, desesperado, jadeando como un animal en celo. Se siente culpable y caliente y cuando Sam baja una mano y le roza el vello bajo el estómago se le evaporan los pensamientos.

Se separa, respirando muy deprisa, las alarmas disparándose en su cabeza como una bomba de relojería y prácticamente vomita las palabras ‘y si no eres tú, Sammy, y si cuando despiertas, y si la sangre de demonio…’ y parece aterrorizado y joder. Sam piensa que tiene el puto mejor hermano mayor del mundo (no se equivoca).

-¿Crees que no soy yo, Dean? -murmura entrecortadamente.
-Sam, joder, no, no lo sé, esto es… eres mi hermano pequeño, me… no puedo, Sammy, no debemos, es enfermo.

En la vida lo ha visto tropezarse tantísimo con las palabras. Se humedece los labios, pensando qué decir, y por todos los demonios, le cuesta pensar. Quiere volver a sentir que todo va bien (y todo va bien cuando nos besamos).

-Escucha -dice en voz baja, atropelladamente-. A mí no… no me parece que esto sea… que esto esté tan mal.

Su hermano no responde.

-¿Qué vas a necesitar para saber que soy yo? -añade, insistiendo, agobiándose. Nota que le falta el aire, en parte porque todavía recuerda el tacto de su mano tocando en lugares que arden y en parte porque tiene miedo. A ratos no se siente él mismo; a ratos, con la desconfianza de su hermano, se siente irreal. Un títere al que incluso le ha cambiado el color de los ojos.

Entonces el mundo parece sacudirse y vuelve a medias a la normalidad, porque Dean sonríe, travieso, todavía nervioso, dándole una palmada en el hombro, y contesta mientras se aleja:

-Nada, pero voy a hacer que bebas agua bendita durante un mes.

Sam sonríe sin poder evitarlo y se rasca la nuca. Le sigue a paso lento, volviendo detrás del coche. Mientras, la ciudad comienza a consumirse; de las ventanas del rascacielos más alto surge humo espeso y negro como el carbón. Del local que vigilan surgen gritos aterradores que hacen que decidan entrar y con la puesta de Sol las tinieblas cubren el mundo en cualquier sentido posible, asfixiándolo.

Parecen haber estado esperando a atacar, así, de repente, desde dentro, desde el estómago de la ciudad, provocando bilis, destruyendo todo lo que tocan. Nada es más fácil que tirar los cimientos de algo desde su interior. El cielo es una promesa vana y lejana… y el infierno está muy dentro. 

serie: supernatural, fanfic: nuestra última carretera, wincest

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