Título: Ordinario Autor: reimfane_li Beta:fanfikerfan Fandom: Sherlock BBC Personajes: Sherlock y John; otros más cuando avanza la historia. Raiting: PG-13 Resumen: Siguieron adelante con tal de decirle al mundo: te equivocaste al decir que yo era la persona que esta haciendo daño a la sociedad, esa sociedad que me repudió por el simple hecho de ser distinto. Advertencia: Al menos ninguna, hasta donde sé. Pero es PG-13 debido al desarrollo de la trama. Nota: Escrito para el fandom_insano el BigBan
Te diré mi nombre, tal vez no completo para evitar la identificación, pero no para que me juzgues, no, qué va, eso a mí no me interesa para nada. Me puedes llamar Art, así, sin género; puede que me llame Arthemius como el de Antioquía conocido como "megalomártir", quien fuese militar y prefecto del imperio romano en Egipto o Arthemisa como aquella diosa que lleva su arco en el hombro y las flechas en el otro, esa mujer que rige la luna, melliza de Apolo.
Te contaré que hace unos ayeres hubo un tiempo en que observaba todo a mi alrededor, bueno, aún hago eso, pero en ese entonces yo era joven, muy joven. Después solo me enseñaron cómo observar, ver cada detalle que había, identificar el tono de voz con que respondían, analizar todo rápidamente y dar una conclusión veraz.
¿Que quieres conocer mi edad? No, lo siento, no te puedo dar ese dato, lo que sí puedo decirte, es que no paso de los setenta años y soy mayor de quince.
Hace mucho o poco tiempo, en realidad no recuerdo muy bien cuánto ha transcurrido de eso, pero saber si en realidad ocurrió, te diré que fue cierto, hasta lo puedes encontrar en ediciones de periódicos de hace mucho tiempo, o más fácil, lo puedes buscar por la red; solo tienes que saber de qué estoy hablando, claro, eso te lo diré un poco más adelante.
Tal vez hayas oído sobre el caso de The Reichenbach Fall, todo un escándalo que ningún otro ha podido superar en medio siglo; si deseas saber mi opinión has llegado al lugar correcto -aunque habrá otras polémicas, pero esas a mí no me interesan,-ya que la verdad de todos esos escándalos simplemente… no tienen que ver conmigo. ¿Para qué interesarme en algo que no tiene fundamentos para incitarme a investigar?
No era mi estilo, ni lo sigue siendo.
El cómo empezó no te lo podré contar, solo lo que pasó después del escándalo, porque en cierta forma es irrelevante, en cierta forma, no es que realmente lo sea, pero como ya dije antes, lo puedes buscar por la red y te sabrán explicar mucho mejor que yo.
Yo solo te contaré lo que sucedió después.
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Capítulo único.
La terapeuta estaba sentada en el sillón enfrente de su paciente con las piernas cruzadas.
-¿Por qué hoy?-preguntó ella.
-¿Quieres oírme decirlo?-preguntó el paciente.
-Dieciocho meses desde nuestra última cita-le respondió ella, esperando a que diera el primer paso.
-¿Lee los periódicos?-él le contestó dando un suspiro.
-Algunas veces.
-¿Ve la TV?-dando rodeos para no llegar a lo que verdaderamente importa.
-Tú sabes por qué estoy aquí-le volvió a decir él.
-Estoy aquí porque…-continuó con una voz que se oía que se le desgarraba, no quería admitirlo en voz alta, porque sabía que, de hacerlo, sería un hecho y no era lo que quería.
Su terapeuta supo que ya era hora de que soltara la verdad más horrible pero verdadera, por ello es que descruzó sus piernas, se aparto del respaldo del sillón inclinándose hacia adelante, juntando sus manos, demostrando que le prestaba más atención que anteriormente.
-¿Qué pasó, John?-lo hizo suavemente, supo que eso sería duro para él, admitir algo tan doloroso.
Suspiró, cerró los ojos… y tragó duro.
Se quedó viendo un punto cualquiera, tratando de encontrar algo para no sentir, para no pensar, pero sabía que eso no sucedería, así que lo único que le quedaba era la resignación. Cuando creyó que ya estaba listo, volvió a cerrar los ojos, bajó un poco la cabeza tocando su barbilla en el pecho, trató de decir algo, trató de no hacerlo también.
-Sherl… -tragó saliva, sabía que no podía decirlo en voz alta, pero ya era hora de que lo hiciera.
-Necesitas sacarlo -ella trató imprimirle fuerzas para animarlo a continuar.
-Mi… mi mejor amigo… Sherlock Holmes…-cerró los ojos, tragó duro, abrió los ojos,-está muerto-. Bien, lo había dicho, y al decirlo no se sintió como si le quitaran un peso de encima, ni se sintió bien, no, nada de eso, lo único que sintió fue más dolor, un dolor muy desgarrador desde su pecho, como si fuera un monstruo que estaba ahí listo para salir en cualquier momento, sentía lágrimas acumularse en sus ojos, pero no debía ceder al llanto, eso solo debería caer en su cuarto, en el cuarto de Sherlock.
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Desde el departamento de enfrente le observaba.
Cada noche.
Toda la noche.
El sueño no le visitaba.
Y sentirse miserable, ojeroso y cansado era solo uno de sus pequeños problemas, tenía otros mucho más graves e importantes que el dormir, o el preocuparse por sí mismo.
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Estaba hablando por teléfono, sabía desde el momento en que lo dejó en la morgue, que algo estaba ocultando, pero como siempre no le decía nada, absolutamente nada, al final él sabía lo que hacía; si quería que él se enterara, seguro que Sherlock se lo diría.
Pero no, esta vez lo dejó de lado para ir a resolver el caso, esta vez lo dejó para que no se involucrara más de lo necesario, pero se equivocó, si no seguía lo que decía Moriarty, sus tres amigos morirían.
John.
Sra. Hudson.
Lestrade.
Por más que intentó Sherlock que no lo siguiera, siempre iba detrás de él, muchos lo verían como un perro tras su dueño, pero no era así, pocos o tal vez nadie sabía lo que ellos dos ocultaban.
Cada uno tenía su propio francotirador, si Sherlock no moría, entonces lo hacían ellos. Sacrificó su vida por la de ellos.
Y decían que solo se preocupaba por sí mismo.
Siempre le calificaban de sociópata, que llegado el momento iba a cometer crímenes para tener algo en qué entretenerse, solo porque no le interesaban las cosas mundanas como a casi toda esa gente tan simple alrededor del mundo, aunque había personas verdaderamente excéntricas como él, pero no por eso menos patéticas, lo cual no quería decir que no sintiera, aunque se empeñara en afirmar que los sentimentalismos eran algo sin importancia, que no eran bienvenidos, pero la realidad era otra.
Mycroft solo le confirmó lo que ya sabía, pero que en su momento no había podido ver, estaba en shock y nadie lo culpaba, ver a tu amigo saltar de un edificio no es muy agradable de ver, expresado en palabras menores.
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A pesar de que el tiempo estaba pasando muy aprisa, para él no parecía transcurrir.
Solo en algunos momentos, cuando la noche caía, sentía que su verdadero ser estaba a flote, porque era cuando dejaba de fingir, donde dejaba la máscara que traía siempre puesta para que los de alrededor no estuvieran detrás de él, donde cada minuto que pasaba era eterno. Ese ser tan oscuro que habitaba en las profundidades de su ser, solo esperaba la oportunidad de volver a apoderarse del cuerpo y poner fin a la tormenta que había ido formándose, pero no por sus propias decisiones; y ese oscuro ser, se quedaría controlando el contenedor sin poder dar marcha atrás, porque solo en las noches era libre y en los días los minutos resultaban eternos.
Trataba de estar consciente y de no dejarse dominar por ese monstruo que residía para quedarse en su interior; ninguna de las personas que lo rodeaban sabían lo peligroso que podría ser si en algún momento llegaba a explotar, el único que pudo haber afirmado algo así -ya que en cierta manera no le iba afectar ese cambio de ánimo - estaba bajo tres metros de tierra, nunca pensó que fuera a conocer otra parte de sí mismo que podría aterrarlo incluso a él.
Después del funeral, en el que junto a la Sra. Hudson se quedó hasta no haber nadie alrededor de la lápida, no demostró que estaba perdido sin Sherlock, que estaba quebrado, sin algún motivo por el cual estar ahí presente en el 221B de Baker Street, no se dio cuenta de en qué momento llegó a ese hogar en el que sus vidas habían cambiado, para los tres residentes de ese edificio, pero los que más cambiaron fueron dos de sus ocupantes, los que vieron esas permutas casi efímeras fueron la Sra. Hudson y Mycroft, que siempre cuidaba a su hermano menor a su muy extraña manera.
Cuando llegó del panteón, ese lugar donde había ido a dejar a su mejor amigo, colega, y… bueno, solo subió las escaleras de manera muy calmada, tratando de no dar signos de debilidad, más de lo que ya había demostrado. Introdujo la llave en la cerradura, con el silencio que reinaba claramente se pudo oír cuando esta se abrió, empujó la puerta, se adentró a ese cuarto demasiado lúgubre, oliendo a reactivos que Sherlock había dejado por algunos experimentos que estaba realizando antes del suceso; el aire demasiado pesado, o tal vez era él el que no podía respirar normalmente. Cerró la puerta tras de sí y esta vez los pasos que estaba dando eran arrastrados, sin energía, la espalda encorvada y lágrimas amargas se deslizaban por sus mejillas, algunas caían de la mandíbula al suelo. Otras tantas se deslizaban por el cuello y se perdían entre los botones de la camisa, caminó otro poco más y se dejó caer.
No estaba sentado, pero tampoco acostado en ese sillón que no le pertenecía, yacía de la manera más incómoda que te puedas imaginar, con su cara enterrada en un cojín y los cabellos cubriendo alguna parte a la que se aferraba como si fuera su salvavidas. Cada cierto tiempo tenía unos movimientos no acordes con la respiración, esta era una de esas ocasiones en que le faltaba el aire, sacudía los hombros e intentaba ser uno con el sillón, ya que ese sillón solía ocuparlo el de cabellos rizados, aún tenía impregnado su olor.
No supo cuánto tiempo había transcurrido cuando la Sra. Hudson subió a verlo, tal vez habría sido el día siguiente, o el siguiente a ese, eso no importaba, no cuando el tiempo dejó de tener algún sentido cuando no estaba precisamente él. La Sra. Hudson intentó hacerlo razonar, pero no logró mucho, esta vez intentaría actuar como Sherlock, le enseñó todo lo que pudo, porque desde un principio había querido tener algún aprendiz sobre esto, quería creer que todo estaba planeado, pero su miedo a no ver la realidad le bloqueaba cualquier idea que pudiera tener sobre ello.
En algún momento, su propio cuerpo decidió que ya era justo que se levantara y afrontara la cruel realidad, al llegar al espejo se dio cuenta de que se había estado dejando morir lentamente, tenía ojeras, su piel se veía blanquecina y sus labios estaban cortados y cenizos, marcas de lágrimas le recorrían y había adelgazado mucho. No conocía esa persona que le regresaba la mirada muy apagada, sin ganas de vivir, sin ganas de nada.
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La señora Hudson estaba hecha un mar de lágrimas, se paseaba de un lado a otro en el departamento de sus "niños", si a pesar de todo, ella les tenía mucho cariño y pasaron de un día a otro a ser sus niños, no había querido rentar el otro cuarto que anteriormente ocupaba Sherlock. En ese preciso momento estaba en el de John, sosteniendo un pañuelo blanco tratando de secarse las lágrimas derramadas, el que la estaba mirando siguiendo solo sus pasos no era otro que Lestrade. Le había ido a visitar para cerciorarse de cómo estaba el militar, sin embargo, no lo encontró, ya que había salido desde temprana hora a quién sabe qué lugar. Aunque se lo podía imaginar, seguro que estaba visitando la tumba del detective consultor único en el mundo. Y era único porque no creía que alguien más pudiera tener esa ciencia para la deducción como lo hacia él.
El motivo del por qué la señora Hudson estaba llorando, era simple: unas personas le habían hablado cuando Lestrade ya llevaba alrededor de una media hora de visita.
-Buenos días, departamento del doctor John Watson-contesto la señora Hudson.
-No creo que sean tan buenos, señora Hudson-le dijo aquel que estaba del otro lado de la línea.
-¿Quién habla? -preguntó ella.
-Nadie importante, pero lo que sí es importante es que tenemos al Doctor Watson con nosotros…
-Eso no es cierto, señor-le interrumpió ella.
-Mire señora, si no quiere ver a su inquilino en muchos pedazos, es mejor que mantenga la boca cerrada, ¿entiende?-ella, por el miedo, no contestó-. Bien, me ha entendido, tengo condiciones, necesito un millón de libras esterlinas en menos de una hora, en la esquina de su calle. Ah, por cierto, no avise a Scotland Yard.
-Pu... pue… puedo hablar con él, ¿por favor? -sollozó la señora Hudson.
-Esta bien, puede hablar con él - al otro lado se podía oír que estaban forcejeando y tumbaban cosas - ¿Señora Hudson? Soy yo, John. Necesitaré su ayuda… -después solo hubo silencio.
No quería creer que eso fuese posible, John no podría haber dejado que lo atraparan sin poner resistencia, pero ya había antecedentes de que eso podía suceder, aquella vez en que Moriarty lo había atrapado para hacerlo estallar junto con su amigo, cosa que no logró.
Lestrade, obviamente, se había enterado, sin embargo no avisó a su división, en primer lugar porque no había pruebas de que en realidad hubiera sido secuestrado y en segundo, los de su división ya consideraban a John alguien de mentalidad malsana, decía y afirmaba que Sherlock no estaba muerto, que lo había visto en varias ocasiones pero que durante segundos, ya que cuando volvía a mirar, él ya no estaba.
Solo en dos ocasiones les había hablado sobre ello, al menos que había gritado como un poseso en el cuartel, las demás ocasiones simplemente se quedaba callado. Lestrade siempre iba a ver cómo seguía, también a preguntarle si había visto a Sherlock, tardaba en decirle que sí, en qué calle lo había visto, cómo iba vestido, aunque sospechaba que no le quería decir alguna otra cosa, pero lo dejaba pasar, al menos tenía a alguien con quien hablar.
Estaba a punto de concluir el tiempo acordado para entregar el dinero del rescate a cambio de la libertad del militar, sin embargo, ninguno de los dos se había movido de ahí, afortunadamente después de que colgaran, el teléfono volvió a sonar y era nada menos que Mycroft Holmes, el hermano mayor de Sherlock, el cual les había informado que la llamada era falsa, que no tenían que hacer ninguna entrega como esa, que no se preocuparan para nada, que a John lo tenían vigilado para evitar que cometiera alguna locura.
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Estaba harto, quería decirle al chofer de turno que se fuera por donde vino, ya que desde hace unos dos meses era tan evidente que lo seguían, le frustraba porque así siempre sabían dónde iba, a quién saludaba, cuántas respiraciones estaba dando, solo le faltaba saber a cuántas pulsaciones por minuto latía. Era el colmo, como si fuera a hacer algo tan estúpido como quitarse la vida, solo había sido una vez, sin embargo, su mismo cuerpo se había negado a dejarse morir, sin haber luchado primero, él siempre sería de los que morirían en batalla, no de aquellos que se rendían sin ni siquiera intentar algo.
Como si no supiera quiénes eran los encargados de estar custodiándolo: eran seis, cada cierto tiempo cambiaban de personal y aun así volvían a ser seis detrás de él. Mycroft no era tan frecuente como Lestrade, pero le agradaba más él que el propio Mycroft, aún no perdonaba lo de Sherlock, porque ese mismo fatídico día descubrió lo que había hecho, los tratos insulsos que tenía con Moriarty. Llegaba al departamento, entraba, se paseaba por todo el lugar, observaba, hacía la prueba del guante blanco, pero nunca, nunca se sentaba, una vez le preguntó el motivo y solo respondió "No te agrado, ¿por qué habría de hacerlo?", y seguía dando vueltas por el lugar con ese bastón que le carcomía más que las pisadas del mayor de los hermanos Holmes, ahora único.
Intentaba pensar que todavía no se estaba enterado sobre los asuntos "turbios" como les llamaba Sherlock, pero no creía eso posible, sabía cuanta turbiedad había en ello, pero no importaba, lo habían prometido, haría que todo quedara en regla para que los tuviera él. La Sra. Hudson sabía de qué iban también esos asuntos, ella se ofreció para el cuidado de ambos, por lo que también apoyaba su decisión, ya que su autocontrol fue haciéndose mas manejable, tal vez había días en los que se sentía perdido, pero era normal, o al menos lo que había leído en esos libros de psicología. No confiaba mucho en ello, pero bueno, si era para lograr esos dos objetivos, entonces les creería. En la última visita que realizó, le habían dicho que pronto estaría listo, debido a sus antecedentes: que bueno, venía de una familia alcohólica, por lo tanto tal vez John podría recaer, y eso era muy malo para el "negocio" que quería implementar.
Bien podría tenerlo ya en ese momento, pero quería arreglar lo que todavía le quitaba el sueño, tenía que encontrar al culpable.
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Ya no sabía cuantas veces le pasaba lo mismo, pero siempre lo secuestraban; y no, esta vez no era Anthea o alguien que trabajara para Mycroft, estas eran otras personas, de otra nacionalidad, se les podía notar en el acento que trataban de ocultar pero que aún era evidente. Con ellos era la tercera vez que lo llevaban sin pedir permiso a su persona, sin embargo las dos últimas veces solo llegaban a la esquina y él ya había salido huyendo para perderse en el gentío, esta vez el plan a seguir resultó diferente.
Se subió al taxi que pasaba enfrente de Baker Street 221B a esa hora de la mañana, le dijo al chófer a dónde quería que lo llevara, y no era nada menos que al panteón, a las afueras del corazón del centro. Llevaban conduciendo un tiempo, cuando de repente observó que un carro les cortaba el paso, se bajaron varias personas con pasamontañas, abrieron las puertas, al conductor lo sacaron y lo arrojaron al suelo; en la parte trasera, se subió un maleante en cada lado, lo habían dejado en mitad de ambos, mientras otro tipo era el que conducía, y el último se subió de copiloto.
Conforme iban avanzando, a los pocos metros solo pudo oír los disparos que habían hecho los que se quedaron con la camioneta, habían matado al chofer del taxi.
No podía hacer nada, ya que lo habían agarrado de las manos y lo tenían apuntado por ambos lados con las pistolas, habían seguido el mismo camino que llevaba al cementerio, al llegar ahí enfrente de las grandes puertas de color negro, lo bajaron a punta de pistola y lo metieron a la cajuela, le golpearon en el estómago, dejándolo sin aire, dolorido como estaba lo único que pudo hacer fue doblarse, y le cerraron la compuerta, afortunadamente no hubo más golpes.
Estaba tratando de recuperarse, tenía que hacerlo, no podía morir, al menos no aún, disponía de algo por lo que luchar, y eso era limpiar el nombre de Sherlock.