Amigo invisible para nai_malfoy

Dec 19, 2012 14:15

Para: nai_malfoy

De: rojo3131

Título: Universo

Universo: Sherlock BBC

Personaje/pareja: John Watson, Sherlock Holmes, Sebastian Moran

Clasificación y/o Género: Pg-13

Resumen: Un John abatido por la muerte de su amigo, un Sherlock acosado por las drogas y la sombra de su amigo, un Sebastián Moran al acecho, mucho angst, con final feliz.

Advertencias: Mención al uso de drogas.

Notas: No tengo idea si lo del clavo funciona, pero me pareció factible! Jaja espero que te guste =) Y que no te parezca muy OoC!!!



M

Tirando con fuerza de la puerta, un poco atascada, del horno de la estufa logró sacar del fondo de la misma, después de poner a un lado varios sartenes y cacerolas, una bolsa hermética, llena al parecer, solo con clavo.

“Las armas de fuego siempre deben guardarse con el más absoluto cuidado” solía repetirle a Jim, cuando el genio criminal insistía en acompañarle desde el principio a algún trabajo.

Fueron pocas realmente esas ocasiones, pero Moran no puede negar que se divertía más con ese psicópata irlandés que con muchos otros que conoció como Coronel de las fuerzas armadas de su Majestad, en sus años más “dignos” (pero más controlados y amargos) o aun cuando le dieron su baja deshonrosa y empezó a trabajar en el sector privado.

Una vez con la bolsa plástica en la mano, el ex soldado metió todo de nuevo en el horno de la estufa y la cerró. Mantenimiento. El clavo debía ser cambiado con frecuencia y cada vez que utilizara su herramienta de trabajo, y el arma de fuego debía ser limpiada. No sería muy profesional correr el riesgo de fallar un tiro por ese tipo de detalles y Moran era todo menos mediocre. Eso y el sentido del humor negro y cambiante tenía en común con Jim…y tal vez la personalidad psicópata también, aunque por supuesto la genialidad era bendición de unos pocos y Moran no la obtuvo.

“Jim” soltó en voz alta Moran, mientras se sentaba en su salita de estar, en un pequeño pero agradable departamento en los suburbios de Londres. “Jim, Jim, ¿con quién cazaré ahora?” Suspirando, volvió a ensamblar el rifle rápidamente.

Jim o no Jim, había que ganar dinero; le aburría terriblemente robar. Y hablando de robar; tenia 3 días que no podía encontrar su maldito libro de anotaciones, y aunque las posibilidades de descifrar el significado de las anotaciones marginales era pequeñísima, no podía estar tranquilo.

Consideró por un momento la posibilidad de pedir un par de favores para investigar que había sido de ese librillo tan importante pero no tenía caso.

Solo 2 hombres sabían lo suficiente como para relacionarlo, de los cuales al primero le costaría mucho trabajo entenderlo y estaría muerto a tiempo para aparecer en la plana de las muertes inusuales para el día siguiente y el otro desperdiciaba su tiempo buscándolo en Ginebra o Austria, cuando en realidad estaba encargándose de cumplir las consecuencias del trato que Jim había pactado.

Río un poco y fue a buscar el aromatizante; el clavo era excelente para confundir narices sensibles pero después de tanto tiempo le asqueaba.
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J

Eran las 9 pm cuando por fin pudo darle vuelta al cerrojo de su departamento y meterse antes que siguiera siendo castigado por la horrible y congelante lluvia de enero de Londres. Como siempre, había olvidado la sombrilla - muy estúpido de su parte- y quien recordaba siempre atorarla en su brazo antes de salir ya no existía. Reconociendo la sensación que le producía recordar a su mejor amigo, se obligó a pensar en otra cosa mientras subía las escaleras lentamente. La pierna y la cabeza le dolían, y en general había sido un día bastante horrible en el hospital.

Pero claro, trabajar en Urgencias y esperar un buen día era como rezarle a un dios que no creía y esperar que Sherlock resucitara. Y eso lo hizo los primeros 3 meses, no había porque después de 1 año. Y muy bien por su esfuerzo de no pensar en Sherlock apenas llegara a 221B, para variar…

De pronto una voz lo detuvo justo en la mitad de las escaleras a su solitario departamento.

La señora Hudson.

-¡John, llegaste justo a tiempo! Toma, me ha sobrado un poco y sé que te gusta lo suficiente para comértelo…si si, sé que debes haber comido algo ya en tu trabajo o en la cafetería, pero ¡o te lo comes tu o se va a la basura! Y ¿te has mirado últimamente al espejo, querido? ¡Debes empezar a comer más seguido! Así me gusta, ahora ve a cambiarte que te ves como gato mojado. ¡Ah! Por cierto, llego un paquete para ti, lo deje encima de la chimenea

El doctor suspiró, sonrió a la Señora Hudson -una de esas pocas personas que podía dedicarle sonrisas honestas-, tomó el ofrecimiento de comida agradeciéndolo y terminó de subir las escaleras.

Después de ducharse y aceptar mentalmente que iba a tener un resfriado más, abrió el tupperware de comida; espagueti a la boloñesa, pan con especias para acompañar, vegetales en una salsa que parecía de queso y en una división, una más que generosa rebanada del pastel de 3 chocolates que vendían en Speedys. John se volteó a ver al espejo de la chimenea -el que Sherlock había roto y encontrado un repuesto en la misma noche- y se preguntó si realmente había perdido tanto peso como para que se le regalara un pastel que haría que se le cayeran los dientes espontáneamente en la primera mordida. Era cierto, estaba un poco más delgado, pero no le era tan fácil comer a horas regulares con su trabajo actual y francamente desde que dejó de molestarse por mantener a alguien más fuera de las garras del desmayo, se volvió algo flojo para prepararse comida solo para él.

Metió la pasta al horno de microondas y se puso a recoger la mesa mientras esperaba. De pronto, debajo de cuentas y revistas médicas, vio el libro que había encontrado en la cafetería del hospital (el día que asesinaron a ese pobre anciano del cuarto 445) “El Principito” y aunque ya lo había leído y estaba entre sus favoritos las notas marginales le parecieron completamente extrañas y un poco espeluznantes. Un par decían “La rosa con pétalos completos. Posible reunión con el Principito. Pendiente” y “Principito- a ser mordido- pronto”. Y había en la contraportada una lista de números, siempre 6.

Aunque el doctor no entendía nada de lo escrito, no quiso dejarlo nada más ahí tirado en una esquina de la cafetería, decidió encontrar su dueño, sin embargo, y como nadie lo reclamo, decidió aplicar corrector en todas las notas sinsentido que tuviera y donarlo a algún hospicio.

El pitido del horno de microondas le obligó a dejar de hojear el librito y prender la tele, mientras se preparaba a comer la pasta y volverla a meter un poco más al horno, (realmente odiaba comer las cosas frías) cuando de pronto sus ojos cayeron sobre el paquete que estaba sobre la chimenea.

Fue y lo tomó. El paquete era del tamaño de una fotografía antigua, rectangular y liviana. ¿Sería de Harry? Poco probable. ¿Sus amigos del regimiento? Tampoco, estaban todos muertos o en alguna parte del Reino Unido, y con quienes si mantenía contacto, lo hacía a través del correo, porque había decidido bloquear nuevos comentarios del blog.

Volvió a sacudir ligeramente la caja- No tenía ningún tipo de información sobre el remitente. Lo agito un poco pero o la caja quedaba a la medida o era algo muy liviano y en buen relleno para no moverse.

Empezó a romper el papel marrón que le cubría cuando alguien tocó a la puerta. Molesto, bajo la caja y fue a la puerta, a explicarle seguramente a otra persona más que el Detective Consultor estaba muerto y que no, el solo era su amigo, no su colega de trabajo, pero cuando se escuchó que trataban de abrir el cerrojo, bajo la caja, tomo su pistola y fue a la puerta preparado.

S

La sudadera le quedaba grande y se atoraba a cada rato con cualquier manija de la cual pasara cerca, pero era una necesidad, al igual que los guantes. Hacía frío, para variar, y si no trataba de mantener al menos algo de calor, pronto se le entumecerían los dedos y la experiencia le había enseñado lo útiles que son las manos no congeladas. Encendedores, cerillos, cuchillos, pistolas y jeringas, todo era más fácil cuando podía sentir las manos.

Correr en el aeropuerto de Londres a hora pico era toda una hazaña que debía tener valor curricular para cualquiera que fuera capaz, pensó, mientras evitaba una familia de asiáticos que se detenía a checar continuamente sus papeles y a una pareja de suecos recién casados que caminaban más lentos que los alemanes retirados en Austria. Por fin, por algún milagro de la ciencia, se despejo lo suficiente una parte de la terminal para correr sin golpear a mucha gente -no podía darse el lujo de llamar la atención- y se dirigió a la salida con velocidad.

Ya a metros de salir, le levanto limpiamente una gorra a un turista bajito y cruzó la puerta principal del edificio, entrando al primer taxi listo para salir.

“Hey, no amigo, hay gente espe-“ Empezó a protestar el taxista

“Cállate y conduce. Hay 300 libras para ti si llego a Baker Street en 20 minutos” dijo el detective, aventándole las primeras 100 libras.

El taxista no perdió tiempo respondiendo y arrancó. Sherlock sacó y encendió un cigarrillo mientras bajaba el vidrio. El taxista le miró por el retrovisor y estaba a punto de hacerle un comentario cuando Sherlock le mostró el resto del dinero. Sabiamente el conductor volvió completamente la atención al frente y aceleró.

Por fin llegaron a 221, Sherlock aventó los billetes arrugados al conductor y sin perder tiempo todo a la puerta con fuerza, mientras sacaba sus herramientas para abrir cerrojos, porque definitivamente no perdería tiempo en esperar que le abrieran, si ese tiempo significaba veneno en la sangre del único ser humano que le significaba algo.

Escucho pasos rápidos en las escaleras y antes que pudiera guardar sus herramientas. John Watson, antiguo capitán del ejército y actual doctor de la sala de urgencias, 10 kilos menos y 10% de canas más en su rubio cabello abrió la puerta con una arma en la mano izquierda ligeramente escondida tras la puerta. Típico John- pensó el detective.

Sherlock aceptaría cualquier cosa de John, golpes, gritos, odio, desprecio por haber caído en antiguos hábitos, todo menos una cosa; y antes que el doctor pudiera reaccionar más allá de ojos desmesuradamente abiertos, respiración agitada y taquicardia, tomó sus manos -quitándole fácilmente el arma- y levanto las mangas de la camisa y el suéter, examinándolo. Nada. Y en ese momento Sherlock respiro tranquilo, después de 2 días de preocupaciones y se permitió mirar por fin a su mejor amigo.

“Estoy demente” dijo por fin el rubio.

Sherlock rió un poco

“No John, soy yo, pelirrojo y sin estilo pero soy yo. Lamento todo esto, pero era-“ Pero Sherlock no pudo terminar de explicar porque era seguir hablando o atrapar y evitarle una contusión a su mejor amigo. “Siempre tan dramático, John”.

personaje: john watson, personaje: sebastian moran, *amigoinvisible2012, work: fanfiction, series bbc, personaje: sherlock

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