Fandom: NCIS
Título: Volver a comenzar
Personajes: Ziva David/LJ Gibbs, aparición especial de Franks.
Advertencias: no apto para quienes no les gusta el Zibbs shipper. Future fic.
Notas: ¡regalito para
lourch ! Siempre te quejas de que no pase más, bueno, este es un fic shipper con todas las de la ley. A ver qué te parece.
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El rápido todo terreno entró en la playa levantando arena a su paso. Amira corrió en busca de su abuelo, llamándolo. Cuando Franks salió, encontró el vehículo estacionando frente a su casa. De él se bajó una mujer que conocía, pero no había esperado ver por allí.
-¡Lady Ziva!
Estaba muy parecida a como la recordaba, pero iba vestida para aguantar mucho calor, apropiadamente en esa época del año: sandalias, shorts de mezclilla y una ajustada camiseta de tirantes con una blusa blanca abierta encima. El cabello lo llevaba suelto, sujeto con los anteojos oscuros que no llevaba puestos pero le hacían de diadema en la cabeza.
Su expresión delataba que estaba allí con un objetivo y venía dispuesta a cumplirlo.
-¿Está aquí?
Franks señaló una cabaña construida unos metros más allá.
-Tiene su propia guarida. Pero no está. Necesitaba materiales.
Ziva asintió y abrió la puerta del auto de nuevo.
-Puedes esperarlo aquí - ofreció Franks.
-No, gracias. - La mujer estaba decidida. - Iré a su encuentro.
Al exagente de NCIS no le pasó desapercibida la sonrisa pícara que había asomado a sus labios mientras volvía a subir al carro.
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Cuando se había dado cuenta, estaba en su casa sin pensarlo y bajaba las gradas del sótano. Él la encontró allí horas más tarde, echa un puño debajo de la armazón del nuevo bote.
No lloraba, pero temblaba de arriba abajo. El mundo tal y como lo conocía había terminado. Eli David estaba muerto. Vance, destituido. Ella despedida. No había esperado para ver qué sucedía.
Lo próximo que supo fue que Gibbs la tomaba en brazos y la levantaba sin que ella pusiera resistencia, como una muñeca de trapo vieja. La acomodó contra él, dejándola hundir la cabeza en su pecho. Podía sentir el calor y la seguridad que irradiaba.
Se abrazó a su cintura y aspiró su aroma. Aquel era el único lugar en el mundo en el que se sentía segura. Lo único que perduraba. Gibbs.
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No fue tan difícil encontrarlo. Aquel auto amarillo no pasaba fácilmente desapercibido. Lo alcanzó justo en la salida del pueblo. La calle era angosta, por lo que al estacionar a su lado en el semáforo de salida fue una hazaña.
Gibbs se giró a lanzar una mirada asesina al conductor imprudente, pero al verla, su expresión mutó por completo. Sorpresa, perplejidad, inquietud, todas las emociones pasaron precipitadamente por su cara mientras conseguía cerrar las murallas de su acostumbrado hermetismo.
Ziva sonrió e hizo sonar el motor de su auto. Apretó con fuerza el volante, y lo retó con la mirada.
Cuando apareció la luz verde, ambos motores resonaron, la estela de dos autos rumbo a la playa adornó el atardecer.
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No sabía cuánto había tardado en notar que Gibbs también temblaba. Sus brazos la estrechaban con más fuerza de la necesaria. No había dicho nada, y ella tampoco. Por primera vez se planteó qué había sucedido en la oficina tras su marcha.
Respiró profundo, tratando de controlarse. Luego levantó la mirada, buscando sus ojos. Pudo ver el enojo grabado a fuego en ellos. No contra ella, sino hacia toda la situación. También había algo más en su expresión. Si no lo conociera, habría pensado que era culpa.
Tal vez lo era. Gibbs podía considerar su deber haber evitado el injusto despido. Pero al nuevo director no le importaba su inocencia en la muerte de su homónimo del Mossad. No quería israelíes de confianza para Vance en su agencia.
Trató de balbucear que no era su culpa, pero la voz se le ahogó en la garganta. Levantó una mano hacia su rostro y le acarició la cara. Su pulgar se detuvo en su labio inferior, tembloroso y dubitativo.
Luego, sin explicarse muy bien por qué, Gibbs la estaba besando.
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Dos nubes de arena rodearon los autos al obligarlos a parar bruscamente en la playa, frente a la cabaña en la cual vivía él ahora.
No había señas de movimiento en la casa de la par. Probablemente Franks había decidido quedarse puertas adentro o marcharse con las chicas. Parecían tener la playa para ellos. Gibbs se bajó primero del auto. Parecía furioso.
Ella se bajó con calma y lo miró a los ojos, esperando a que se acercara.
-¿Qué haces aquí? -el tono de Gibbs era fuerte y golpeado, estaba cargado de reproche.
-Podría preguntar lo mismo. Yo fui la despedida.
Tras su regreso de Tel Aviv se había enterado gracias a Tony de que Gibbs había renunciado.
Para cuando fue a buscarlo, la casa estaba vacía.
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Aquello no estaba pasando. Ella no se sentía febril entre sus brazos, ni él la besaba como si tuviera una vida haciéndolo. No acariciaba su espalda con lentitud, marcando un ritmo tan pausado como intenso al movimiento de sus labios. No había soltado su cabello, perdiendo la otra mano entre sus oscuros y espesos cabellos. Ella no se aferraba a su espalda, no se vencía entre sus brazos, no se apegaba inconscientemente a su pecho, buscando su calor.
Si aceptaba que aquello sucedía, el frío cuando finalmente se separara de ella sería demasiado.
Sin embargo, después de que lo hizo, mientras la respiración entrecortada de ambos se acompasaba, él la abrazó con fuerza, y ella hundió la cabeza en su cuello. No esperaba encontrarlo momentos después buscando de nuevo sus labios.
No, nada de lo que ocurrió esa noche en aquella casa había sucedido.
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Gibbs no quería hablar del tema. No era de extrañar, nunca quería hablar. Apretó los puños, le dio la espalda y se dirigió a su casa sin descargar lo que había comprado. Ziva comprobó con una oleada de familiaridad y calidez que allí también mantenía abierta la puerta.
Lo siguió sin esperar invitación. Dejó los lentes oscuros sobre la mesita de la entrada, mientras veía a su ahora exjefe sirviéndose un trago de Bourbon. Lo bebió de golpe, mirándola.
-¿Por qué viniste aquí?
Ziva se encogió de hombros.
-Siempre corres en la misma dirección.
Gibbs caminó hacia ella girando el vaso en su mano de un lado hacia otro, aunque estuviera vacío. Parecía acorralado, pocas veces lo había visto así.
-¿Qué quieres, Ziva?
Directo al punto. No hubiera esperado menos de él.
-He aprendido que no debo dejar ir lo que realmente me importa.
Le sostuvo la mirada. Gibbs sonrió un momento con un gesto cargado de ironía, como si no quisiera creerle, pero no pudiera evitar hacerlo.
-Puedes empezar de nuevo donde quieras.
Ziva avanzó hacia él con seguridad. Ella no había sonreído. Le quitó el vaso y lo miró a los ojos.
-Eso hago.
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La luz se colaba en el sótano, dando fe de que la mañana había llegado. Los haces luminosos se filtraban por el casco aún sin sellar de la embarcación en la cual Gibbs estaba trabajando.
Ziva parpadeó dos veces. Se había dormido, agotada. Una sábana que no había estado allí antes la cubría.
Se incorporó con torpeza, mirando a su alrededor.
Estaba sola.
Escuchando con atención llegó a la conclusión de que Gibbs estaba arriba, aunque no podía precisar si en la cocina o un piso más arriba, en los cuartos. Se sentía aturdida.
Los recuerdos llegaron confusos a su mente. El despido, la tarde anterior. La noche.
Buscó sus cosas con sigilo por el piso del sótano. Luego subió lentamente las gradas hacia el piso superior.
Una vez allí, en lugar de ir a buscar a Gibbs, salió por la puerta principal.
Que no tuviera cerrojo era una ventaja tanto para entrar como para salir.
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La brisa fresca que anunciaba la llegada de la noche a la playa se colaba por las ventanas de la casa. Ninguno había dicho nada más, inmersos en un duelo de miradas.
Gibbs fue el primero en moverse, frunciendo el ceño y ladeando ligeramente la cabeza, como si quisiera cambiar de perspectiva para reevaluarla.
-Tú te fuiste.
Ziva asintió. No había acusado el golpe, venía preparada.
-Lo necesitaba. Tenía que arreglar algunas cosas. -Tragó grueso y lo miró con determinación-. Cuando regresé no estabas.
El exagente asintió.
-Era tiempo.
El silencio se instaló de nuevo entre ellos, haciendo más pesadas las miradas. Ziva sabía que estaba haciendo lo correcto. Lo había sabido desde aquella noche. En medio del caos de su vida, sólo había una constante con la que contaba a ojos cerrados. No podía perderlo.
Avanzó otro paso hacia él, invadiendo su espacio personal.
-No pienso irme -señaló.
Gibbs no parecía terminar de asimilar que ella estaba realmente allí. En su exilio particular. Dispuesta a quedarse.
El enfado no se había esfumado del todo de su rostro, pero habían otras emociones en él ahora, aunque ella no fuera capaz de identificarlas. El hombre estaba buscando argumentos en su mente con los cuales rebatir aquella afirmación, pero no encontró ninguno.
Sabía que contenerse no tenía sentido ahora. No era una opción. Suspiró levemente y con resignación pasó una mano por su hombro, haciéndole el cabello hacia atrás.
-¿Cuántas veces puedes empezar de nuevo? -preguntó con una mezcla de preocupación y admiración en la mirada.
Ziva sonrió ligeramente, curveando el cuello hacia atrás. Su padre estaba muerto, su trabajo en NCIS terminado, pero estaba lista para seguir adelante. Levantó la mano derecha y se aferró a la camiseta de Gibbs.
-Realmente espero que esta sea la última.