Fandom: Merlin
Título: Hijo de la magia
Personajes: Uther Pendragon (Uther/Gaius/Nimueh, Nimueh/Uther/Igraine)
Notas mías: ¡Feliz cumpleaños Cez! Este fic ha sido hecho con muchísimo cariño para ti!!!!!!!!!! Espero que te guste al menos un poco aunque sea nueva en el género y el fandom. Agradece a tu querida sis el beteado ;)
Camina con rapidez, cada paso resonando en las paredes, firme, autoritario. Los pasos de un rey. El eco vacío de sus pisadas lo acompaña desde la entrada al castillo, las sirvientas se corren a su paso, su imagen inspira miedo.
Esparcir el miedo ha sido su trabajo los últimos ¿meses, días…? quizá un año. No lleva la cuenta, no tiene idea de cuánto ha estado fuera, alimentando su espada con sangre mágica, saciando una sed de venganza que nunca se apaga.
Nada puede calmar el dolor que vive en su pecho. Por eso da miedo.
Por eso, y por la herida que cruza su frente, la sangre seca en su ropa, las huellas de lodo que deja a su paso.
Alguien le curará (Gaius. Necesita a Gaius). Alguien las lavará, alguien las limpiará.
Nada de eso importa.
No ahora.
El campo está lleno de vestigios de la batalla. Otro campamento destruido, más magos han muerto a su paso. Cuando se pelea contra poderes que no se tienen hay que ser más listo, más fiero, más rápido y más valiente. Uther lo tiene todo, por algo es el rey de Camelot. Pero sobretodo le guía un dolor y una rabia que los otros no tienen.
No hay mayor fuerza que la sed de venganza de un corazón destrozado que guía a un ejército de simples mortales a derrotar a los que son más (más poder, más ingenio, tal vez más razón). No hay mayor impulso que la locura de un dolor que no puede aplacarse. La pérdida que no puede reponerse.
No se detiene a ver los cuerpos en el campo de batalla en detalle. Solo le interesa una cosa: si es ella la que yace en la tierra. Pero una y otra vez no es el rostro que busca, y le llena la rabia (la rabia de sentir alivio).
Lo justifica pensando que ella debe morir por su propia espada.
Se consuela pensando en como cada uno de sus muertos es una daga en el pecho de la bruja. De la traidora. De la ladrona.
Sangre en sus manos, por la vida que le ha quitado.
-¿De verdad quieres matarme, Uther?
Levanta la vista y la encuentra allí, en medio de todo. Su piel de blanca palidez resalta en medio de la oscuridad de la destrucción de la batalla. Su vestido perfecto, su cara impasible.
Sigue siendo una reina sin corona.
Sangre noble pero maldita.
Magia.
-Todos ustedes morirán.
Ella no será la excepción. Ella menos que nadie (aunque sería la única que tal vez perdonaría si no fuera la culpable. Es culpable. Se lo repite para que no haya duda de ello).
Su sonrisa sigue siendo la misma. Con un deje de burla que le recuerda que él es solo un humano, y ella es mucho más.
-¿Dónde está Gaius? No te dejaría venir sin él. - hay malicia en su voz, ese montón de secretos no dichos pero por él conocidos. Compartidos tanto tiempo atrás.
-Traigo a un ejército conmigo y el que te importa es Gaius.
No es una pregunta, es afirmación. Los dos comparten recuerdos, comparten tal vez demasiado para estar en los extremos distintos de una espada ahora.
Pero lo están.
-Igual que a ti. No puedes de renunciar a la magia a tu lado.
Es el momento de saborear un pequeño triunfo, que al lado de la pérdida, se convierte en nada.
-Gaius ha dejado la magia.
Nimueh ríe, y sus dientes perlados se asoman tras sus labios rosados. Ella no reconoce su victoria, al contrario, la hace propia.
Para ella, Gaius no ha dejado la magia por él.
-Querrás decir que, la magia lo ha dejado.
Ella ha dejado a Gaius, y la magia es ella.
Caminos separados. Él ha decidido quedarse a su lado. Una parte de él quiere decir “lo siento Nimueh”, pero el resto de su ser desea haberle quitado algo que le doliera al menos la décima parte de lo que la pérdida -la verdadera pérdida- le duele a él.
Pero sabe que nada puede doler tanto.
Podrá ver a Gaius luego. Sabe que lo ha seguido, que también ha vuelto al castillo, aunque él ha partido con prisas, sin decir donde iba, sin dar más instrucciones que seguir peleando. Seguir matando.
Ha vuelto al castillo porque tiene que verlo a él. Porque tiene que estar seguro.
Ocupa respuestas. Antes se las habría pedido a ella, pero ahora, sólo le daba preguntas.
Preguntas y amargura. Tan distinto a cuando se conocieron. A las noches compartidas, las batallas libradas, la complicidad del respeto de dos mundos distintos que recelan pero sin evitarlo se encuentran.
Sube las escaleras recordando la primera vez que la vio en ellas. Perfecta, con el porte de una princesa, los labios de fresa curvados con suficiencia, la mirada azul llena de una sabiduría que no es capaz de medir.
Gaius estaba a su lado cuando la vio la primera vez fuera de Camelot. Igraine estuvo años después, cuando la recibieron en palacio.
Cuando le había prometido ser parte de su corte para servirle a él.
Nunca debió haber confiado en una bruja.
-Tienes que parar, Uther, o no podrás resistir la venganza que tomaremos. Te cazaremos hasta recuperar lo que te hemos dado.
Habla en plural, pero él conoce el verdadero significado. Ella lo cazará, ella se vengará. De la muerte, de la masacre, de la humillación cuando la lanzó fuera de la corte.
-No me habéis dado nada.
Entonces Nimueh ríe, y su risa desentona entre el hedor de muerte y temor, de magia terminada a punta de espada.
-Solamente a Arthur.
Trata de no pensar en eso. En todo ese tiempo, ha hecho lo posible por no pensar en él, pero desde que emprendió el regreso al castillo, nada más ocupa su mente.
Arthur. Arthur Pendragon. Su heredero, su hijo. El hijo de Igraine.
El sueño hecho realidad. El más grande anhelo de su vida.
El sueño que se tornó en pesadilla.
Cuando pasa por ese pasillo, recuerda la primera vez que escuchó su llanto en ese mismo lugar, fuera de la habitación donde el parto tuvo lugar. Recuerda los alaridos de dolor que habría dado cualquier cosa por parar, escucha claramente los sollozos fuertes y agudos del príncipe.
Luego el silencio de la muerte.
Es el más terrible de los recuerdos. Es imposible pensar en Arthur sin pensar en ello.
No sabe si llegará el día que al verlo no viaje su mente directamente a aquello. A Igraine, al silencio, a la muerte… a Nimueh.
Odia escuchar su nombre en sus labios. Ella que utilizó su nacimiento para arruinar su vida. La bruja que mató a su madre.
La falsa amiga que diciendo cumplir su deseo hizo su mejor movimiento para hacerlo sufrir.
-Deja a Arthur fuera de esto.
Nimueh ríe de nuevo, pero Uther puede ver que la risa estalla en sus labios, pero no visita sus ojos.
Fríos, rencorosos, cargados de dolor.
Así los quiere ver (no los puede dejar de ver).
-Arthur es el centro de esto. Tú lo quisiste así.
Odia la magia, pero detesta todavía más que Nimueh siempre le hable así. Como si lo leyera, como si supiera de él más ella que él mismo.
Como si él fuera el culpable de todo.
Él, que gustoso habría muerto antes que Igraine.
-Mataste a su madre.
-¡Yo le di a su madre un hijo! - replica ella, sus labios perdiendo la sonrisa, la furia latiendo en su mirada. - Ella pagó el precio que tú estabas más que dispuesto a costear.
-¿Cómo te atreves…? - sus palabras le recuerdan que en sus manos blande una espada. Una que ha matado tantos magos que no lleva la cuenta, y que está ansiosa de clavarse en esa bruja en particular. Sin embargo la blande y la levanta, pero no avanza.
No ataca, mientras ella lo sigue haciendo, pero sólo con palabras.
-Eres el rey, Igraine no podía tener hijos y lo sabías. ¡Pudiste repudiarla, tomar otra mujer, tener tu heredero! Pero con arrogancia exigiste que el niño llevara la sangre de tu esposa... Y lograste algo mejor: tu hijo tiene su vida.
Arthur por Igraine. Su anhelo por su pasión. Su heredero por su vida. Su príncipe por su reina. Su futuro por su presente.
Necesita ver a Arthur. Porque las palabras de Nimueh taladran su cabeza, porque la espada en su cinto vibra, y el miedo en su pecho se hospeda.
Camina sin parar por el palacio, sin que nadie le hable, sin que nadie le ignore. Porque el rey ha vuelto solo, ha dejado al ejército en la guerra, contra la magia, contra los magos, contra los asesinos de la reina.
Busca, seguro de que quiere verle. Busca, sin saber dónde puede encontrarle.
Igraine se ha ido, y Arthur es todo lo que le queda.
A él. Únicamente a él.
-Nunca habría tomado a otra mujer. No después de ella.
La sonrisa vuelve al rostro de Nimueh, esta vez torcida, forzada, con una carga sarcástica llena de amargura.
-Lo sé.
Sigue teniendo el porte de una reina, sigue siendo mágicamente envolvente, y está seguro sin probarla que aún es deliciosamente perfecta.
Pero sigue sin ser ella.
-E igual me la quitaste.
(Una parte de él quiere decirle “por eso me la quitaste”).
Hay algo más en sus ojos azules que presagian tormentas. Un destello de traición y dolor que no debe ser más que un reflejo del que él mismo siente.
-Te di a Arthur. No tendrías un hijo sin mí. - desaparece frente a sus ojos, y luego un frío extraño lo paraliza. Uno que se cuela por sus huesos y le roba cualquier movimiento. Uno que no es un hechizo pero es magia. La que hace el aliento de ella en el oído, impidiéndole huir de sus palabras - Yo te di el hijo que Igraine no podía.
Se gira con rapidez, la velocidad dominando el rápido movimiento de su espada, pero una vez más ella se ha ido. A unos pasos de allí, a una distancia segura.
-Eres injusto Uther, quitas vidas a cambio de la que te hemos dado.
-No, es a cambio de la que me has quitado.
-No habría tocado a Igraine. La magia cobró su precio, y el derramamiento de la sangre de quienes la llevan en sus venas también se te cobrará en su debido tiempo. No has pensado en que la magia puede quitar lo que antes te ha entregado.
Necesita ver a Arthur. Tiene que verlo ya. Sin pensarlo busca su llanto, limpio y fuerte guiándolo hasta él, anticipando la muerte.
Sin embargo, no lo escucha, e igual llega a la habitación del príncipe. Le inquieta más el silencio que el propio llanto de sus recuerdos.
Abre la puerta sin pedir permiso. Es rey, no lo necesita. La nana que dormita a su lado se sobresalta, y él la echa de la habitación. Ella intenta balbucear algo, pero él no la escucha. No soporta ver a otra mujer a la cabecera de la cuna real.
De su hijo.
Los últimos metros hasta llegar a su lado son los más difíciles.
Ha cabalgado sin parar desde entonces cuatro días y cuatro noches. Una carrera sin sentido, sin escolta, sin protección. El momento exacto para ser atacado. Cada paso que ha dado lo ha pensado, preguntándose si eso era lo que quería Nimueh.
No ser atacado solamente le hacía pensar que al llegar a Camelot encontraría algo peor.
Finalmente llega a la cuna, y mira a Arthur por primera vez.
Lo vio antes, cuando nació. Tuvo una fugaz visión suya antes de partir a la guerra, sus llantos están grabados en sus oídos.
Pero es la primera vez que se detiene solo a verlo. Al fin se atreve a hacerlo, aunque el miedo no le abandone. No sabe lo que espera.
Tal vez tema a la magia.
Tal vez a la culpa.
Pero no le espera nada de ello ahí. Al menos no a simple vista.
Es tan solo un niño. Pequeño, dormido, indefenso. Rubios cabellos, suave dormir. Tan pequeño que cuesta pensar que crecerá para ser rey.
Pero Uther se sorprende al descubrir que en ese momento el heredero no es lo que importa.
A quien está viendo, es al hijo de Igraine.
Igraine. No de la magia, no de los sortilegios, no de la guerra que agita Camelot. No de Nimueh.
-Es por eso que estás en esta guerra. - le acusa Nimueh, las palabras cargadas de maldad, dagas hirientes que no puede evitar - No quieres estar con él. Ver su rostro y recordar que vive en lugar de Igraine. Un engendro de la magia…
-¡Cállate! - quiere gritarlo, quiere decirlo una y otra vez hasta que sus palabras se apaguen y dejen de repetirse con esa voz insidiosa en su cabeza.
-Lo haré - promete Nimueh. El tiempo parece paralizado, el campo de batalla desierto - Pero antes te daré mi último consejo Uther. La última pista que la magia puede dar para ti.
No la quiere, no le interesa, no piensa atender a la magia una vez más, y sin embargo, no puede dejar de oírla. Tal vez por la magia, tal vez por Nimueh.
-La vida de Arthur está tan ligada a la magia como lo está a Camelot. Si quieres terminar con la magia en tu reino, tendrás que terminar con tu hijo… porque la magia está indisolublemente ligada a él.
Es un peso con el que su hijo no debe vivir. Uno con el que él no puede convivir.
-Mientes - repite.
Pero no está seguro de que esta vez lo haga.
Es un milagro que exista, y sin embargo está allí. Uther no entiende de bebés, y no sabe lo que debe hacer, pero a la vez está seguro de que necesita tocarlo. Sentirle, saber que es real y no un truco vil de la magia.
Que su hijo es un hombre de carne y hueso, y no el engendro de los hechiceros.
Un Pendragon.
Lo levanta con cuidado, y es ridículo ver a un rey sosteniendo con torpeza a un niño mientras usa esa gran armadura sucia y llena de sangre de la batalla.
El niño se despierta asustado. Se agita, lo mira a los ojos y llora.
Pero Uther no ve las lágrimas. Sólo ve el azul de los ojos de Igraine mirándole de vuelta.
-Fue creado con magia, nada podrá apartarla de su destino.
El miedo se cuela en su cuerpo como nunca lo ha sentido en las batallas, en lo desconocido, en los encuentros cercanos con la muerte.
Un miedo que le hiela las entrañas.
-¿Infectaste a mi hijo?
Puede ver que el verbo que ha usado la hiere. Le alegra.
-Tu hijo es un Pendragon, y nada más.
Dice su apellido como si fuera veneno. Como si fuera algo despreciable y horrendo.
Como si no hubiera querido alguna vez llevarlo.
Como si él no lo hubiera pensado (Antes. Antes de que Igraine hubiera llegado).
-Si tocas un cabello de mi hijo…
-Lo tendrás bien merecido. Estás acabando con mi mundo Uther. ¿Por qué no voy a acabar yo con el tuyo? Después de todo, también es mío.
Es entonces que él ataca. Porque no es de ella. Nunca podrá serlo.
Arthur es suyo, solamente suyo.
Es entonces que ella desaparece sin dejar más rastro que el dolor y el miedo en su pecho. Igual que él ha venido dejando terror y muerte a su paso.
Un solo pensamiento eclipsa su mente: Arthur.
El niño llora cada vez más fuerte, agitado, asustado, pero Uther está paralizado. El dolor, la incertidumbre y el miedo invaden su pecho. El dolor de la pérdida de su madre, la incertidumbre de cómo ser un padre, el miedo a la deuda con la magia que tiene su hijo.
La puerta se abre, pero no es la nana. Gaius ha llegado, tal como había esperado que hiciera.
-Sire, el niño… - su voz guarda el tono de respeto, pero sabe que está asustado. Sin embargo, no baja a Arthur, ni lo acuna, ni se lo entrega. Ni siquiera se gira a mirar al recién llegado. Sólo le ordena que cierre la puerta.
-¿Quién más sabe la verdad de su nacimiento?
Puedo sentirlo removerse nervioso, no necesita verlo, lo conoce, lo siente.
-Aparte de nosotros dos, sólo Nimueh… y a quien ella se lo haya revelado.
El miedo presiona su cuello, pero no lo dejará dominarlo. El camino se le presenta muy claro y algo de ello debe transmitirse a su hijo, cuyo llanto decrece.
-Arthur nunca deberá saberlo. Nadie debe saberlo… y quienes pudieran conocer el secreto, deben ser eliminados.
Sabe que Gaius encuentra repulsiva la guerra y la cacería de los que practican la magia. Por eso sabe que es fiel, porque a pesar de ello sigue a su lado.
-Estáis haciendo un gran trabajo con eso, sire.
Se gira de golpe, y Arthur deja de llorar. De repente curioso, de repente divertido, deseando que su padre le gire más, de salir de la cuna a pasear.
-El futuro de Arthur puede estar en peligro si la magia se acerca a él de nuevo, y no voy a permitirlo.
Entonces ve a Gaius a los ojos, y sabe que él conoce lo que sucedió. Tal vez lo dedujo, tal vez ella también lo visitó.
-Nimueh no dañaría a Arthur, a menos que no le dejarais otra opción. Además, no sabéis si en un futuro Arthur…
Uther niega, porque sabe la verdad, porque Gaius prefiere ignorar y engañarse con algo que no es así.
-Arthur recibirá una formación apropiada sobre lo que se refiere a magia. En un futuro ayudará a defender este reino contra ella.
-Pero sire, al conocer su origen…
-No lo conocerá.
No, no lo hará. Aquello ha sido una orden, un mandato, un secreto Real.
Mira de nuevo a los ojos a su hijo, quien sonríe un poco y extiende los brazos hacia él. La mirada de Igraine, llena de justicia y sabiduría se refleja en sus ojos.
Ha perdido a Igraine y ningún número de magos que mate se la devolverán. Pero le queda Arthur, y a él no lo perderá contra la magia.
No, está seguro de que no lo hará. Él va a protegerlo: no va a permitirlo.