Escalera al cielo... o al infierno. - Rivkin/Ziva/Tony

Jun 18, 2009 00:36


Fandom: NCIS
Título: Escalera al cielo...  o al infierno.
Personajes: Michael Rivkin, Ziva David, Tony DiNozzo, Ari Haswari
Shipper: Rivkin/Ziva, Ziva/Tony.
Notas mías: ¡regalito de cumpleaños para lamagaliz! Tu culpa por darle carta blanca a mis musas. Tiene contenido Tiva, pero no es un Tiva propiamente. No sé si te gustará, espero que sí, salió de mis dedos casi sin pensarlo.... aunque hacía algún tiempo había pensado que sería interesante hacerlo, ahora apareció. Supongo que porque quería ser para ti. ¡Felicidades, y espero que lo disfrutes!
Advertencias: referencias de contenidos de 3x02 Kill Ari 2, 3x04 Silver War, 4x01 Shalom, 5x19 Judgment Day 2, 6x01 Last man standing, 6x05 Nine lifes, 6x22-23 NCIS: Legend, 6x24 Semper Fidelis, 6x25 Aliyah. Realmente no es necesario recordar específicamente los capítulos, sigue la trama general de Ziva, es sólo que me gusta ser específica XD


La primera vez que la vio estaba en el campo de tiro. Tenía el pelo recogido en una cola alta, las mejillas sonrojadas por la emoción y la mirada brillante, cargada de adrenalina. Había un chico a su lado, mucho más moreno y sombrío, quien tenía toda la atención concentrada en ella. La corregía en algunos momentos, pero el orgullo se le desbordaba por los poros.

Ella hacía lo que él le decía, pero para Michael, era poco lo que tenía que corregir. Ella era perfecta.

-En el centro de la frente, Ziva. -escuchó que decía el chico, que era unos años mayor que ella - Siempre en el centro de la frente, y nunca fallarás. Recuérdalo.

-Lo recordaré, Ari.

Ziva. Le gustaba el nombre. Lo recordaría también.

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No tardó en escucharlo de nuevo. Ziva David. En la Academia de Mossad se hablaba mucho de ella. La hija de Eli David, un fuerte candidato a escalar puestos en la estructura de poder de la agencia de inteligencia israelí.

La vio en la Academia muchas veces más. Él iba unos años por encima, y coincidió en varias clases con el chico que había estado junto a ella el día que la había visto la primera vez. No le agradaba. Haswari, un apellido muy parecido al del enemigo. A veces lo miraba como si lo fuera. Michael estaba seguro de que el desagrado era mutuo.

Lo único bueno de compartir clase con él, era ver a Ziva cuando llegaba a buscarlo y con un simple “Ari” lo hacía ir con ella.

Un día Michael tuvo el valor de saludarla a la entrada de la sala de ejercicios de lucha cuerpo a cuerpo. Ella le sonrió, y la manera en que lo miró de arriba abajo produjo un escalofrío en su columna vertebral.

Una sensación muy diferente a los golpes que le dio Ari Haswari esa tarde, mientras le hacía jurar que se alejaría de Ziva.

-No creas que no sé que la buscan para escalar hacia su padre a través de ella. Pierdes el tiempo, Rivkin. Ziva no es una escalera, ella es la meta.

-¿Crees que la tienes para ti?

Las carcajadas de Ari antes de golpearlo por última vez nunca las olvidó.

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Las recordó perfectamente cuando besó a Ziva por primera vez, detrás del viejo almacén donde se guardaban las municiones de las prácticas. Fue un beso ardiente, tal como habían prometido todas las sonrisas que ella le había regalado. Le acarició las mejillas, el cuello, los brazos y la cintura, antes de que ella se alejara, sonriendo y sin decir si aquello sucedería de nuevo.

Sucedió muchas veces más, hasta que un día, en la parte de atrás de un camión de municiones, Ziva lo dejó hacerla suya por primera vez. El sonrojo en sus mejillas al descubrir caricias que no conocía y lugares que nadie antes había explorado le hizo el hombre más feliz del mundo.

-Creí que Ari me habría ganado.

Ziva rió. Rió tanto que en su memoria las carcajadas se mezclaban con las de Ari.

-¡Oh Michael, no sabes nada!

Lo había besado de nuevo. Suave, despacio, con una ternura que no esperaba en ella.

Tres días después, Tali David murió en una explosión.

No hubo más de aquellos encuentros cuando Ziva entró al escuadrón más letal del Mossad.

Su único consuelo fue que Ari no entró con ella. Había sido enviado a Inglaterra unos meses atrás.

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Se volvieron a ver varios años después, en una misión en París. Ella tenía otro compañero, ese hombre, Namir Eschel. Había salido de la Academia antes que Michael, y parecía entenderse muy bien con Ziva.

-Has cambiado - le dijo ella evaluándolo de arriba abajo.

-¿Para mejor?

-Para mayor - sonrió con picardía - Me gusta la barba…

-Tú no has cambiado. Aún eres perfecta.

Ziva rió y lo invitó a ir esa noche a su habitación.

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Tampoco esa misión duró demasiado. Eschel quemó el lugar donde él y Ziva habían estado operando, y la vio marchar otra vez. No podía seguir la vida dependiendo de las coincidencias, de encontrarla en algún lugar furtivo y vivir con el temor de que otro haya llegado primero esa vez.

Ari… Ari le seguía atormentando. Escuchó que Eschel había muerto, que Ziva estaba ahora como Oficial de Control de una operación de infiltrados en Hamas. Quiso entrar, pero se lo negaron.

-Tengo al agente perfecto para ello - había dicho Eli David.

Tenía que ser Haswari. Michael siempre había sentido que era más árabe que israelí.

Recordaba todavía las risas. En su piel habían marcas mucho más visibles y profundas, pero Michael seguía recordando los golpes de Ari, y sus palabras.

“No creas que no sé que la buscan para escalar hacia su padre a través de ella. Pierdes el tiempo, Rivkin. Ziva no es una escalera, ella es la meta”

Ziva es la meta. Su padre es la escalera.

Rivkin supo entonces cuál era su camino.

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Michael estaba en el aeropuerto cuando Ziva llegó con el cuerpo sin vida de su hermano. Su mirada apagada, su rostro pálido, su pelo alborotado y descuidado le dolieron más de lo que había esperado. Ziva estaba destruida. Era volver años atrás, tras la muerte de Tali. Distante, lejana, desapegada de todo.

Una Ziva adolorida era lo peor que Michael había visto en su vida, y había visto muchas cosas malas.

Se acercó a ella, pero ella no quería a nadie. Trató de hablarle, quiso consolarla, pero ella lo golpeó y lo dejó hablando solo. La siguiente vez que preguntó por ella, Eli David le informó que había vuelto a Estados Unidos, para trabajar como enlace con NCIS.

Había muerto, y hasta en sus últimos momentos, Ari Haswari le había fastidiado la vida. Había dejado a NCIS el legado de interponerse entre él y Ziva.

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Le escribió varias veces. Al inicio no contestaba nada. Probablemente seguía de luto, tal vez no quería hablar con él nada más… Pero por lo que sabía, no estaba en contacto con nadie.

Como si quisiera olvidar de dónde venía, como si quisiera esconder la cabeza en Estados Unidos y olvidar a Israel.

Eso era imposible, igual que para él lo era olvidarla.

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No se hablaba mucho de Ziva David. Michael había aprendido a no tocar el tema más de lo necesario, porque una extraña línea aparecía en la frente de Eli cuando se hablaba de su hija.

Michael conocía los murmullos en los pasillos del Mossad. El director había perdido a su mejor espía con Hamas, y a su hija con Estados Unidos. Muchos se burlaban y aseguraban que lo mejor para ella sería no volver. Después de un año de jugar a agente gringa, no sabría siquiera cómo cortar una garganta.

Él nunca se sumó a esas burlas. Sabía que si Ziva volvía, sería capaz de cortar las gargantas que quisiera.

Cuando el Mossad extendió una orden de captura para ella tras el desagradable incidente de la bomba, Michael pidió ser enviado.

-Hay oficiales allá que se encargarán. - le había dicho Eli. Luego lo había mirado profundamente, y con un deje de diversión había preguntado - ¿Te interesa mi hija?

Era imposible mentirle.

En ese momento, Michael no sabía que Eli tenía sus motivos para preguntarle. Unos motivos que habían llegado en un sobre enviado por Bashan unas semanas antes.

Un nuevo hombre que estaba allí para fastidiarle la vida, con un nombre que seguiría oyendo hasta el día de su muerte.

DiNozzo. Anthony DiNozzo.

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Michael era un hombre paciente. Salió con otras mujeres, se acostó con muchas otras, y mató a todas las personas que se le indicó matar. Sabía que Eli lo usaba para sus trabajos más sucios y no le importaba. Hacía siempre lo que Eli decía, fuese lo que fuese.

Eli era la escalera, Ziva era la meta. Ya no estaba tan seguro de que Ari hubiera vivido bajo esa premisa, pero él lo seguía haciendo, y con Ari bajo tierra hace casi tres años, empezaba a odiarlo menos y agradecerle entre burlas por haberle enseñado el camino. La gente hablaba sobre Ari todavía tanto tiempo después, pero Michael no escuchaba. Nunca quería oír hablar de nuevo de él.

La oportunidad que estaba esperando llegó justamente tres años después. Ziva fue devuelta por NCIS a Mossad. Para entonces Michael era un hombre de confianza para Eli.

La noche anterior a la llegada de Ziva a Tel Aviv, Eli lo invitó a tomar una copa en su casa.

-Tengo una misión para ti - había dicho.

-Lo que sea.

-Es una misión peligrosa, puede terminar con tu salud mental.

Michael había sentido pánico en ese momento. ¿Lo enviaría lejos? ¿Había jugado mal sus cartas, lo alejaría ahora que Ziva llegaba?

-Lo que sea - repitió, sin que su voz titubeara a pesar de su miedo - ¿Cuál es mi objetivo?

-Mi hija.

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No sabía cómo reaccionaría Ziva al verlo. La última vez ella le había dejado hablando solo, se había ido del país sin siquiera avisarle y no había contestado más que un par de correos por año en toda su estancia en Estados Unidos.

La encontró cambiada cuando fue a recogerla al aeropuerto. Ahora llevaba el pelo lacio, peinado de manera distinta, y tenía algo en la mirada que Michael estaba seguro que no estaba ahí antes.

-¡Bienvenida a casa! - le había dicho con una alegría sincera.

Ella había asentido, le había sonreído y había subido al auto.

-Es bueno ver que aún usas esa barba. ¿Papá está muy ocupado?

-Te espera en la casa. Espero que no te importe que sea yo quien te lleve.

-No, no me importa - respondió ella distraídamente.

No hubo sonrisas pícaras ni miradas sugerentes. Estaba como ausente.

Un escalofrío de miedo recorrió a Michael al pensar que Ziva había dejado parte de ella en América.

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Los primeros días no fueron fáciles. Ziva siempre lo recibía, pero seguía sintiéndola ausente.

-No tienes que fingir conmigo - le dijo un día, sobresaltándola.

-¿Por qué dices eso?

-Porque no estás siendo tú.

Ziva había fruncido el ceño.

-Tú no sabes quien soy.

Michael había tomado su mano.

-No es cierto. Lo sé.

Había leído en sus ojos que no le creía, pero no retiró la mano.

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-Ven esta noche a casa.

La frase se había repetido una y otra vez en su mente. Ella lo estaba esperando cuando llegó. Él llevaba un vino y ella se rió.

-Vino es algo formal, pero igual podemos tomarlo viendo una película.

-¿Una película?

Ella asintió y lo hizo pasar. Vieron una estúpida película inglesa de espías, tan irreal que le hacía rodar los ojos, lo que hacía a Ziva reír.

-¿Qué te hace tanta gracia?

-Que así reaccioné yo la primera vez que la vi y él no lo entendió.

-¿Él? ¿Quién?

Ziva dejó de reír y miró el teléfono. Michael la había atrapado viéndolo una y otra vez a lo largo de la película.

-Nadie. - contestó al fin - Allá, nadie entendía de dónde vengo.

-Ahora estás en casa - le dijo Michael con un tono calmado, lleno de confianza.

Ziva lo besó, y él lo disfrutó, aunque su instinto le decía que lo había hecho porque no quería hablar del tema.

Sin embargo, habló mucho más varios días después.

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Siempre había un comentario cortado. Algo como “Oh, McGee habría amado esto si…” o “Gibbs me golpearía por haber preguntado si…”. Incluso “¡Abby estaría tan emocionada con…!”

Pero pocas veces lo nombraba a él.

“Anthony DiNozzo” había dicho Eli David “hay algo sobre él, averigua”.

No quería espiarla, no quería que Ziva lo descubriera y le perdiera la confianza, pero tampoco podía arriesgarse a perder el apoyo de Eli.

-Esto me recuerda el final de “El Padrino” - dijo Ziva mientras se aseguraba de que sus armas estuvieran listas antes de ir a matar a la familia que les habían asignado en esa misión.

-¿Qué cosa? - preguntó Michael sin entender.

Ziva abrió los ojos horrorizada.

-Acabo de sonar como Tony.

-¿Tony?

Michael lamentaría el día en que Ziva dejó de temer a hablar sobre Tony con él.

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No estaba seguro de cómo lo había logrado. La primera noche que se acostó con ella de nuevo sabía que era simple entretención. Era sexo, gemidos y sudor, pero ninguna conexión. La mente de ella seguía lejos, y cada vez que Michael lo notaba se estremecía de odio. NCIS era quien la tenía ahora. ¿Es que nunca estaría completamente con él?

Así fueron todas las noches que siguieron hasta que él lo dijo, suavemente, como si no fuera pecado pensarlo.

-Quisieras estar en Washington.

Ziva había suspirado y no había contestado. Sin embargo, esa noche no lo dejó marcharse.

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Siguieron muchas noches. Mucho sexo, mucho sudor, pero también mucha conexión. Ziva estaba hablando, y Michael estaba seguro de que estaba presenciando momentos únicos, porque ella no era así.

Todas las noches hablaba hasta el cansancio. De Abby y su vestimenta gótica. De Ducky y sus historias. De McGee y las computadores, de Gibbs y las reglas… Y de Tony. Siempre acababa en Tony, y no porque fuera de quien más hablaba. De alguna manera todos los temas llevaban a él, y eran siempre el final de la conversación de la noche.

-Me desesperaba tanto que a veces quisiera tenerlo todavía cerca para golpearlo en la nuca una vez más. Si llamara aunque fuera una vez, se lo diría.

La confesión lo tomó desprevenido, igual que la cuchillada que sintió en el corazón.

La conocía lo suficiente para saber que Ziva amaba a ese hombre.

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Michael tenía una ventaja sobre Tony DiNozzo, y no pensaba desaprovecharla: él tenía a Ziva. Le hizo el amor cada noche de una manera que no sería capaz de olvidarla. Se entregó devotamente y se convirtió el confidente que ella nunca había tenido.

Estaba dolida, estaba confundida, y casi parecía estar nuevamente en tierra extraña. Y Michael se coló bajo las heridas que la separación había dejado. Entró los vacíos que DiNozzo nunca había llenado y los que había hecho con su indiferencia. Las viejas marcas que los errores del agente habían creado en ella, y las esperanzas nunca florecidas que ella sabía que no debía haber albergado.

Se metió bajo su piel y la hizo suya. Había esperado tanto que no le pareció deshonroso aprovechar su estado vulnerable.

Si estaba así era por culpa de ese hombre, y él iba a salvarla.

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Solos en Marruecos. Nada unía más que una misión encubierta donde tu vida pende de las manos del otro. Ziva había olvidado ya las reservas. Le hablaba de sus experiencias en NCIS, y él no paraba de hacer reportes sin que ella supiera. Eli David quería saberlo todo casi tanto como él. Quizá más.

A Michael no le importaba hacerlos mientras significaran que seguiría junto a ella.

-Te amo - le dijo una noche antes de su actuación en el club.

Ziva lo miró con los ojos muy abiertos y luego frunció el ceño.

-No digas esas cosas.

-Es verdad.

Ella lo besó, lo miró a los ojos y sentenció.

-Esto no llevará a nada bueno.

Esa noche estalló la bomba en el bar.

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No se separó de su lado ni un minuto. Los doctores decían que estaría bien, pero aún no había despertado. Él sostenía su mano y ella estaba bajo los efectos de los tranquilizantes que le dieron para calmar el dolor.

-¿Papá? - preguntó ella entre su sueño inquieto. Michael se removió incómodo. Eli había llamado, pero no había ido a verla todavía.

-Sh… duerme - le había dicho con suavidad.

Pero ella insistió con otro nombre.

-¿Ari?

Michael soltó su mano y se alejó un par de pasos. ¡Siempre volvían a Ari!

Las últimas palabras que dijo antes de que la enfermera se acercara a sedarla de nuevo fueron casi un sollozo.

-Por favor, Tony…

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La llevó a casa después de que atendiera esa llamada de NCIS en la oficina. Desde el primer momento que escuchó la voz de Gibbs lo odió. Tal vez lo había odiado desde antes. Si ese hombre no se hubiera obsesionado con Haswari, nada de eso habría pasado.

Y para colmo, ella lo había hecho de nuevo. “Los extraño a todos, incluso a Tony”, eso había dicho. Con una sonrisa que Michael conocía.

La ayudó acomodarse en la cama para descansar, y entonces notó una foto que no había visto antes. Probablemente no había prestado atención.

-¿Quiénes son? - preguntó señalándola.

Ziva sonrió.

-Tali y Ari.

-¿Ari? ¿Tienes una foto de Ari y tú de… niños? - Michael sintió que su sangre se sulfuraba un poco más - ¡Todavía Ari! ¿No puedes superarlo?

No esperó el golpe que recibió, y cayó fuera de la cama. Ziva estaba lívida cuando le ordenó irse y no volver.

A Michael le dolió irse. Odiaba NCIS, pero ella parecía quererlos, y después de esa conversación sabía que esa noche ocupaba la compañía.

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Volvió la noche siguiente, preparado para ser despedido como el día anterior, pero Ziva lo dejó entrar.

-No debí decir lo que dije.

-No, no debiste. - dijo ella mirándolo con dureza.

-Es sólo… Ari me vuelve loco de celos. Siempre lo ha hecho.

La risa volvió. Esa misma risa burlona de Ari cuando lo había acusado de pretender a Ziva. Pero ahora tenía una nota de histeria y dolor que no había esperado.

Fue cuando se dio cuenta de que Ziva se estaba quebrando frente a sus ojos y se adelantó para atraparla entre sus brazos.

-¡Ari es mi hermano! ¡Deberías saberlo ya!

Notó que ella hablaba de su hermano en presente, pero no le dio importancia entonces. El fantasma que lo había acosado por tantas noches no era más que una mentira.

La besó, sin esperar ninguna señal de si sería bien recibido o no. Pero lo fue. Hicieron el amor de una forma que no debía ser recomendable para una mujer que acababa de sobrevivir una explosión, pero Ziva no era cualquier mujer.

Esa noche se quebró en sus brazos. Lloró la cercanía con la muerte de los días anteriores, maldijo a Tony por no llamar ni una vez en cuatro meses, exclamó cuánto odiaba estar de vuelta en Israel, sollozó que quería volver, que quería estar segura bajo la mirada de Gibbs. Y luego, habló de Ari. De su infancia, de su héroe, de cómo la había traicionado… y cómo lo había traicionado ella.

-Lo maté, ¡yo lo maté! - el dolor era tan fuerte que aunque fuese sólo un recuerdo los laceró a ambos.

Michael no pensó entonces que tendría que decirle todo eso a Eli, pero eventualmente lo hizo.

Estuvo seguro de que Ziva agradeció dejar Israel dos días después para volver a Estados Unidos. La dejó en el aeropuerto, y la besó tan fuerte que se hizo daño, pero no le importó. Ella volvía con NCIS, y aunque aún no estaba allí, estaba seguro de que DiNozzo también lo haría.

No quería perderla de nuevo.

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-Tendrás una asignación en Estados Unidos. - le dijo Eli David - Y no perderás contacto. Pero antes, ella vendrá a verte a Israel.

-No dejará NCIS para eso - masculló Michael con un resentimiento que hizo sonreír al director del Mossad.

-Lo hará si yo lo digo.

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Fue una visita de una semana. Se besaron, compartieron horas de caricias y se perdieron en su habitación por días. Ella estaba radiante. Tanto que a Michael le dolía verla, porque sabía que eran los americanos los que le habían dado ese brillo. Ella volvía a ser la chica perfecta del campo de tiro.

-DiNozzo está de vuelta con tu equipo ya, ¿cierto? - le preguntó una noche antes de salir a cenar.

-Sí - contestó ella sin ocultar una sonrisa - Todo es como antes.

Era el peor temor de Michael. Si todo era como antes, era que él no había significado nada.

Haría su misión lo mejor posible para asegurarse de que ese no fuera el resultado.

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Michael nunca había estado seguro de los sentimientos de Ziva. Bueno, eso era mentira. Siempre supo que reverenciaba a Ari Haswari de una manera enceguecedora. También, que a pesar de su porte de mujer dura, era una niña que buscaba la aprobación de su padre. Tampoco era un secreto para él que estaba enamorada de Anthony DiNozzo.

Lo que era una total incógnita para Michael Rivkin, era qué sentía por él.

Por eso no sabía como interpretar sus correos. Preguntaba una y otra vez por su misión. Cada una de sus palabras destilaban preocupación, inquietud, un deseo profundo de saber lo que hacía.

“No me ruegues, por favor” era lo que le quería decir en cada respuesta “No puedo decirte. Porque si quieres la información para dársela a NCIS, Mossad te acusará de traición. Y si te lo digo y no le dices a NCIS por protegerme, me odiarás por hacerte traicionar lo que amas”.

Pero los correos no paraban.

Iba a volverse loco.

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No parecía feliz de verlo de nuevo. No había esperado un efusivo recibimiento, pero tampoco que estuviera tan aparte.

¿Era por no haber contestado claramente sus preguntas?

No, claro que no. Cuando DiNozzo la llamó lo entendió todo.

-No quiero mentirle - le había dicho Ziva.

Toda su vida había estado entre mentiras. Con DiNozzo quería que fuera diferente.

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Cuando su misión le hizo cruzar el camino con NCIS, algo dentro de Michael le dijo que el final se acercaba. Las cosas iban a cambiar para siempre. Y sin embargo, no pudo evitar la satisfacción de escupirle a NCIS en la cara que Ziva David lo respaldaría.

Y lo hizo. Al menos, en un principio.

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Gibbs. Al fin lo tenía al frente, declarando que ella trabajaba para él. Con esa arrogancia que Ziva había descrito con admiración.

“No sea estúpido” quiso decirle Michael “Trabaja para usted, pero es una de nosotros. Es una como yo”.

Le habría gustado estar lo suficientemente seguro de ello para gritárselo.

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Cuando Michael volvió a ver a Ziva, la sensación de cambio y final se hizo más fuerte en su pecho. Había cambiado de nuevo. Estaba tan sensible que parecía a punto de explotar si la tocaba, y como en todas las ocasiones importantes de su vida, la vio enterrarse en si misma y distanciarse.

Ni siquiera la última vez que le hizo el amor sintió que estuviera realmente con él.

-¿Estás teniendo problemas con DiNozzo? - le preguntó a la mañana siguiente.

-No tengo idea de qué te hace pensar eso.

La fuerza con la que cerró la puerta al salir hacia el trabajo le dio una respuesta más sincera.

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Cuando la había llamado al trabajo había creído que no aceptaría salir para verlo, pero finalmente lo hizo. Odiaba ponerla en esa posición, pero Eli había insistido.

“No dejarás Estados Unidos hasta que NCIS te obligue. Entonces veremos qué posición toma Ziva”.

No quería hacerla sufrir. Odiaba su mirada ausente, su aire preocupado, la manera en que lo miraba. Como si se debatiera entre echarlo de ahí o mantenerlo a su lado.

Michael descubrió con horror que eso era lo que hacía. Pero no pudieron terminar la conversación. DiNozzo, para variar, los interrumpió.

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Tardó unos segundos en procesar que realmente lo tenía frente a él. Anthony DiNozzo en persona, con una actitud territorial y autoritaria propia de los agentes de su país. Probablemente aprendida del soberbio Leroy Jethro Gibbs.

“No es tuya” le quiso gritar. Quiso darle la paliza que en su día Ari Haswari le dio a él, y poder reír como Ari había reído, poseedor de una verdad que escapaba a su comprensión. “¡Ella está conmigo, ella me quiere a mí, tú la dejaste ir!”. Sería capaz de romperle la cara hasta dejarlo irreconocible, pero Ziva no lo perdonaría.

Entonces dijo las palabras letales.

-Empaca tus cosas y vete.

El momento que Eli había deseado estaba llegando.

La comprensión cayó sobre Michael como un balde de agua fría. Era imposible que ella al final no se enterara.

No, Ziva jamás lo perdonaría.

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-Michael, escúchame. Viste a Tony, él te vio, te dijo que salieras del país. Tienes que irte.

-Está celoso. - contestó Michael al teléfono, algo tomado para controlar sus palabras - Cree que tiene algún derecho. Que aún tiene algún derecho. Dile que no, Ziva.

Sabía que a ella le dolía que le dijeran que DiNozzo sentía algo por ella. Pero, ¡era tan obvio que no tenía sentido negarlo más!

-Gibbs te dijo antes que te fueras. Olvidaste mencionar ese detalle cuando volviste de Los Ángeles.

El tono acusatorio lo hirió. ¿No podía ignorarse a Gibbs? ¿Así eran las cosas? No por favor, Ziva, no…

-Tu padre me dijo que me quedara aquí, y aquí me quedo. Estoy a salvo en tu casa, ¿no es así?

-¡Ese no es el punto! - la voz de Ziva resultaba tirante y fría al otro lado del teléfono - Vas a ir a casa y a empacar tus cosas. NCIS te ha pedido que te vayas.

-¡Y Mossad quiere que me quede!

Michael agradeció que la conversación fuera por teléfono. No habría podido hacerlo mirándola a los ojos.

-Escúchame bien, Michael. - la voz grave de Ziva le avisó de antemano que no le gustaría lo que ella iba a decir - Tony está sobre tu pista. No te dejes engañar por su comportamiento. Es listo, es astuto… no te dejará así no más.

-¿Puedes manejarlo, no?

-¡Ese no es el punto! - se oía arrinconada, él le estaba haciendo eso. No quería hacerlo. Dio otro sorbo a su trago mientras la escuchaba - Tal vez pueda controlar sus celos, pero no puedo hacer nada si esto llega a oídos de Gibbs, y es el próximo paso de Tony, lo sé. Mi padre puede querer que te quedes, pero NCIS dice que te vayas. Yo no voy a hacer nada. Te vas.

Michael colgó sin responder. Sus manos temblaban, y el mundo se derrumbó sobre él.

Ziva había elegido a NCIS.

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Había perdido la cuenta de cuánto había bebido desde que había vuelto a su apartamento, y tampoco tenía muy claro cuánto había sido lo consumido en aquel bar.

Todo su magnífico plan se había desboronado ante sus ojos en las últimas horas. Eli David nunca había sido la escalera para llegar a Ziva. Él había sido la escalera de Eli hacia ella. Alguien a quien le importaba lo suficiente como para acercarse y tender un lazo alrededor de ella, sin pensar claramente en las consecuencias.

¿Qué haría Eli David cuando se lo dijera? ¿La castigaría? ¿La acusaría de traición? ¿La llevaría de vuelta a casa?

Para Ziva ninguna de las opciones era buena, y estaba seguro de que ninguna implicaba su permanencia en NCIS. Era su culpa. Ella lo odiaría por espiarla, por usarla… por haberla separado de lo que más quería.

Cuando pensaba eso no podía más que beber. Tal vez si había tomado lo suficiente, cuando Ziva volviera le confesaría todo.

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No esperaba verlo de nuevo. No ahí. Le miraba y no podía pensar claro. La cabeza le latía, y la sangre en sus venas estaba encendida.

Anthony DiNozzo, el verdadero causante de todo ese desastre. El hombre con el que había peleado desde antes de que supiera de su existencia.

A él se voltearía Ziva cuando lo descubriera todo. A él y su estúpida agencia, su maldito equipo, ¡¡el maldito NCIS!!

Cuando se dio cuenta estaba peleando con él. Iba a demostrarle que no podía vencerlo. Que era ridículo que pretendiera una rendición voluntaria y pacífica en su territorio. Él no iba a ceder ante ese maldito agente americano en el apartamento de Ziva.

Antes muerto.

No sabía si ese pensamiento llegó antes o después de sentir el vidrio lacerar su espalda, y el dolor agonizante lo invadiera por completo.

Ziva volvería. Lo encontraría herido, vencido por un ridículo ex policía. Lo expondrían, descubriría su misión, sus engaños, sus motivos. Lo odiaría, y se giraría hacia DiNozzo en busca de consuelo. Y él ahora se lo daría.

Porque en medio del dolor de la agonía, Michael era conciente más que nunca de que había sido él quien causó que Tony tomara conciencia de sus sentimientos.

Todo había salido mal, ¡todo!

Buscó el vidrio con la mano y lo encontró. El dolor que sintió al sacarlo de su cuerpo casi lo hizo desmayarse, pero tal vez el alcohol servía para mantenerlo, pues lo resistió.

Miró el vidrio, miró a Tony, y supo lo que tenía que hacer, aunque fuera con su último aliento.

-¡¡No lo hagas, por favor, no lo hagas!!

¡Estaba rogando! ¡Anthony DiNozzo le estaba rogando! ¿No se daba cuenta de lo que pretendía? Se iba a dejar matar por su mano.

Ziva no podría olvidarlo. El Mossad tampoco.

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La muerte lo estaba rodeando. Acogiéndolo en sus fríos brazos. No habían pasado ni dos segundos desde que él último disparo había sonado.

El aroma de Ziva llegó a sus sentidos que estaban apagándose. Quizá lo imaginaba, quizá quería tenerla al lado al dejar este mundo.

Luego sintió sus manos en el pecho, luchando contra lo inevitable. Se forzó a abrir los ojos, y allí la encontró. Lívida de miedo.

“¡Qué he hecho!”

Lo pensó, pero no lo dijo. Sólo estrechó su muñeca con fuerza, y dijo lo último que quedaba por decir.

-Lo siento Ziva…

Pudo haber dicho “te quiero”, pero no lo hizo.

Al final, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca había merecido llegar a la meta.

En sus últimos segundos de conciencia, escuchando a DiNozzo hablar torpemente por el teléfono pidiendo una ambulancia para él, se preguntó si sería el afortunado que llegaría.

Se preguntó si al final, lo único que había logrado, era hacer la vida de Ziva un infierno.

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