Título: El amor de los dioses
Personajes: Athelstan/Gyda
Advertencias:
1) No es una historia adulto/niña. Gyda crece a lo largo del fic. Está muy lejanamente inspirada en el Pájaro Espino. Más como que acordarme de esa historia me hizo pensar esta, no que se base ni siga la misma línea.
2) Fue escrito por ahí de la mitad de la serie, así que no se apega a los acontecimientos que se desarrollaron en la misma. Es un AU en ese sentido.
Summary: Él le enseñó sobre su fe. Ella le enseñó sobre el amor.
Notas: una revisión a lo largo de la relación de Athelstan y Gyda, desde la niña de sonrisa tímida llena de curiosidad sobre un dios desconocido hasta la mujer que reza a los dioses por lo que quiere.
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¿Cómo se llama tu Dios? ¿Esa mujer, es una diosa? ¿Es la mamá del hijo que dijiste? ¿Cómo tiene hijos un Dios con una mortal? ¿Por qué te quitas el pelo de la cabeza? ¿Todos visten igual de gracioso o sólo tú?
Gyda siempre tenía preguntas nuevas que hacerle y algunas lo dejaban pensando más de la cuenta. A veces deseaba ser más que un simple monje para poder contestarle. Eran dudas para un teólogo, no para él. Sin embargo, siempre respondía lo mejor que podía y ella escuchaba con atención. A su hermano no le gustaban para nada esas conversaciones, pero si era sincero, a Bjorn no parecía gustarle nada relativo a él. Lagertha no les ponía demasiada atención pero Ragnar, cuando tenía tiempo, se sumaba a escuchar las respuestas. Era evidente de quién ha heredado la curiosidad la niña.
A veces le explicaba algunas cosas de su propia religión y Athelstan tenía que confesar que realmente lo disfrutaba.
-¿Puedo acompañarte? -le preguntó una vez arrodillándose a su lado. Estaban a la orilla del río. Athelstan solía buscar momentos de soledad para la contemplación, para decir sus oraciones de memoria. No podía dejar de decirlas a diario: si las olvidaba, no había nadie allí que pudiera recordárselas.
Miró a la niña arrodillada a su lado mirándolo expectante. Athelstan dudó un momento.
-Dios es un Dios celoso. No admite que se le adore a él y a otros dioses a la vez -le dijo con suavidad.
Gyda arqueó ambas cejas.
-Si no cree que existan los otros, no debería importarle.
Athelstan tiene la impresión de que Gyda ha llegado a la conclusión de que “su Dios” existía de la misma manera que los dioses “de ella”, aunque no tuvieran relación entre ellos y negaran mutuamente su existencia.
Le había dicho que podía escucharlo. Sin embargo, Gyda no entendía latín. Fue entonces cuando Athelstan empezó a traducir las oraciones sólo para que ella las escuchara.
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-¿Por qué haces esto? -preguntó Gyda una vez trazando la línea vertical de la frente a su pecho y la horizontal de un hombro al otro.
-Es la señal de la Cruz -respondió él con tranquilidad.
-¿Cuál cruz? -fue su lógica respuesta.
Así fue como empezó a hablarle de Jesús. Sin embargo, a la mitad de la explicación ella rió con timidez y negó.
-¡Me estás empezando a contar la historia por el final!
Antes de que Athelstan se diera cuenta cómo, empezó a contarle la historia de la salvación completa, desde la creación de Adán y Eva. Le tomó tiempo. Mucho tiempo. Pero Gyda nunca se cansaba de escucharlo.
No le importaba contarlo. Tampoco tenía los textos con él y si no los repasaba, los olvidaría también.
Además, disfrutaba mucho de las reacciones de Gyda ante lo que consideraba una de las mejores historias de intrigas, traiciones y aventuras que había escuchado.
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Había tomado un poco más de práctica en realizarse la tonsura, aunque todavía se cortaba el cuero cabelludo más de una vez y las cicatrices habían empezado a acumularse. Cada vez lo hacía en intervalos más extensos pero de repente alguna crisis de fe lo lanzaba directamente a buscar algún cuchillo afilado para hacerlo.
La última vez que lo intentó, sin embargo, una mano delicada pero firme lo detuvo, tomando la mano en la que sostenía el cuchillo con suavidad. Levantó la vista para encontrarse con Gyda, quien le pidió permiso en silencio.
Él dejó el cuchillo en su mano y cerró los ojos, agachando la cabeza.
En esa ocasión no hubo sangre ni heridas, tan solo las hábiles manos de la chica cortando el cabello a su paso.
-¿No me vas a preguntar por qué hago esto? -preguntó él finalmente, rompiendo el silencio en el que la chica había realizado el rito que hasta entonces sólo habían hecho manos consagradas a Dios.
-Es una manera que tienes de decirle a tu Dios que le sigues siendo fiel -replicó ella, dando su propia respuesta. Se paró frente a él, parecía orgullosa por el resultado de su trabajo. Le tendió el cuchillo y le dedicó una breve sonrisa-. Aunque no creo que necesite que hagas esto para saberlo. Todos podemos verlo sin ser un Dios.
Athelstan se tomó unos momentos para procesar sus palabras antes de darle las gracias. Cuando lo hizo, no se refería solamente a la tonsura.
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El día en que Gyda enfermó, todo empezó a ir mal. Al inicio no parecía nada, pero luego empezó a empeorar con rapidez. Lagertha envió a Ragnar a buscar ayuda a toda prisa y Athelstan cayó de rodillas al lado de su cama para rezar. Tan sólo se levantó de allí para ayudar a Bjorn a traer agua fresca del río, pero ni siquiera entonces dejó de hablar a Dios en todos los idiomas que conocía.
Nunca había sido consciente de cuánta luz le daba Gyda a la casa hasta que amenazó con apagarse.
Ayudó a Lagertha con los paños de agua fría e intentó quedarse a velarla con ellos en la noche, pero Bjorn le hizo salir del cuarto. Insistía en que rezar a otros dioses no haría más que poner a los suyos en contra de Gyda.
Athelstan terminó desterrado de la casa, rezando solo en el pajar. No entró a la casa cuando llegaron a atender a Gyda y no entró tampoco a comer o a dormir. No sabía si Bjorn habría hecho un sacrificio a sus dioses, pero él sabía bien cómo hacer sacrificios para el suyo.
No probó bocado ni tomó líquido. Se dedicó a rezar por ella hasta que en algún momento, muchas horas después, cayó extenuado y dejó de hacerlo.
Cuando despertó, no podía saber cuánto tiempo después, eran unas manos pequeñas las que lo tomaban del rostro y unos ojos alegres y sinceros los que le miraban. Tenía el cabello algo mojado y el rostro demacrado, pero estaba despierta, fuera de la cama y lo veía.
Sonreía.
Tiempo después le diría que no la habían salvado los sacrificios de Bjorn ni los de él tampoco. Al menos no en exclusiva. Cuando le había preguntado por qué, ella había respondido con firmeza.
-Estoy convencida de que fue un trabajo conjunto.
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Había muchas cosas que antes de llegar a ese lugar, Athelstan nunca había hecho. Pelear con una espada y un escudo era una ellas.
Ragnar no le había dado mucho tiempo. Tenía que aprender a defenderse o no dejaría de ser peso muerto en cualquier situación de peligro. Sin embargo, no era fácil aprender o practicar solo.
Sus opciones no eran muy amplias. Ragnar le había enseñado lo básico. Se había divertido mucho a su costa. No lo culpaba, era particularmente torpe en aquello y aunque después de lo que había vivido hasta ese momento no le era ya tan impensable tomar un arma para hacer daño a otra persona, eso no aumentaba su habilidad.
Ragnar le había dicho que practicara con Bjorn, lo que había resultado ser un pequeño desastre. Pequeño, porque Athelstan tenía suficiente instinto de supervivencia como para no insistir después de que el pequeño Letbrock lo hiciera probar la tierra cinco veces seguidas sin lugar a contemplaciones.
A su regreso, Ragnar se enojaría con él por no practicar, pero al menos Athelstan estaría de una pieza.
-Necesitas aprender a pararte bien -le dijo Gyda con suavidad al día siguiente de su desastrosa sesión de práctica-. Si pones los pies firmes, no te pueden botar tan fácil. Si caes, estás muerto.
Athelstan sonrió con resignación. Por supuesto que ella sabía mucho mejor cómo defenderse que él. Se giró para agradecerle el consejo y se encontró con que ella le miraba sosteniendo un escudo y una lanza.
-Vamos -dijo Gyda con esa sonrisa tímida que solía dedicarle-. Yo también tengo que practicar.
Tardó un momento en recordar que Gyda no era cualquier niña indefensa destinada a casarse y llevar una casa. Después de todo, era la hija de Lagertha y Athelstan había visto suficiente para comprender que su hija querría crecer para ser como ella: una guerrera.
-No puedo atacarte -le dijo con sinceridad, a pesar de que lo conmoviera la oferta.
Gyda negó y le tendió el escudo que sostenía.
-No vamos a atacarnos. Vamos a ayudarnos a defendernos.
Athelstan dudó tan solo un segundo más antes de tomar el escudo y seguirla.
Ella lo hizo caer cuatro veces, pero en estas ocasiones las risas eran amigables y la complicidad era evidente. En la quinta, Athelstan logró mantenerse en pie y ella le sonrió orgullosa.
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A Athelstan no le gustaban las tormentas. Le recordaban la noche en que habían creído que terminaba el mundo. El día en el que habían muerto casi todos sus hermanos y toda la vida que hasta entonces había conocido.
Las noches de tormenta eran noches tristes en la casa cuando Ragnar estaba de viaje. Doblemente tristes si también lo estaba Lagertha. Bjorn insistía en hacer sus rituales, mientras que Athelstan se encerraba en sí mismo para rezar por su regreso a salvo.
-¿Crees que tu Dios sea lo suficientemente poderoso para traer a mis padres de vuelta? -le preguntó una vez Gyda sentándose en el suelo a su lado.
-Dios es todopoderoso -replicó él de manera casi automática. Ella frunció ligeramente el ceño, por lo que se apresuró a añadir-. Pero no siempre tiene para nosotros los planes que nosotros queremos.
Gyda negó, abrazándose a sí misma. Aquello no le había gustado.
-¿Tu Dios es culpable entonces de todo lo bueno y todo lo malo?
El ceño de Athelstan se marcó un poco más.
-Que no seamos capaces de intuir su plan, no quiere decir que no haga siempre lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos.
Ella pareció meditarlo un momento antes de levantarse y decirle que iba a buscar a Bjorn para pedir a Thor por el regreso de sus padres. Sin embargo, desde la puerta, bajo la luz de un fuerte relámpago, le habló de nuevo.
-Me alegra saber que eso quiere decir que para tu Dios que estés con nosotros es lo mejor para ti.
El trueno que siguió al rayo ahogó en Athelstan cualquier inicio de respuesta que de cualquier manera, no hubiera sido capaz de dar.
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A veces era Gyda quien le enseñaba sobre sus dioses. Athelstan había aprendido poco a poco, escuchándolos a todos. Sin embargo, Ragnar siempre estaba más dispuesto a utilizarle para saciar su curiosidad sobre el mundo externo que a enseñarle cosas del propio. Bjorn por su parte parecía ofendido cuando él se atrevía a mencionar a sus dioses. Con Lagertha no solía intentar hablar, no podía disimular que en cierta forma le imponía más miedo que el resto.
Gyda en cambio no tenía reparos en explicarle cosas. Le contaba las historias, tal como él le había contado a ella las del cristianismo. De alguna manera, en su voz, todo cobraba cierto sentido y Athelstan comprendía un poco más.
-¿Y qué piensan tus dioses de los extraños como yo? -preguntó Athelstan un día.
La chica ladeó la cabeza para mirarlo con atención, como si examinándolo fuera a encontrar la respuesta.
-No lo sé -dijo finalmente-. Pero si eres el primero que conocen, no podrán pensar nada malo.
Athelstan no podía evitar pensar que si los dioses de Gyda fueran ciertos, ese Loki se divertía mucho a su costa.
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A veces, Athelstan se preguntaba si terminaría por perder del todo su fe. Le costaba llevar la cuenta de hacía cuánto estaba con los vikingos. Desde entonces había dicho y hecho cosas que antes nunca hubiera creído posibles. Su mano había matado, aunque fuera en defensa propia. Sus labios habían injuriado. Su cuerpo lo había traicionado. El latín se había ido borrando de su mente y ahora las oraciones venían a sus labios en este idioma que antes le era apenas conocido y ahora era su día a día.
Curiosamente, su fe se había vuelto más clara aunque se hubiera alejado de todas las maneras que había tenido de entenderla hasta entonces. Todo lo accesorio parecía haber sido dejado de lado. Los ritos, los lujos, las imágenes, los instrumentos… La tonsura no había vuelto a hacerla desde hacía un tiempo ya. Las festividades se confundían en su mente porque allí el tiempo no se medía igual. Se había acostumbrado a los ritos vikingos, había aprendido sobre su fe, había acudido a sus templos. Sin embargo, a la vez, todo era más claro. El amor de Dios, su cercanía, lo personal de su oración. Las normas de la religión iban quedando atrás en cierta forma, pero no su fe en que había un único Dios que lo escuchaba.
Hacía tiempo había pasado la fase de la ira, aunque todavía, en ocasiones, se preguntaba para qué lo había llevado Dios hasta allí. También había pasado la fase de la negación y de la culpa.
Tenía que haber un plan. Incluso cuando él no podía verlo.
Una vez, sin embargo, lo vislumbró. Había ido caminando hacia la orilla del río. Le gustaba acercarse a meditar allí, después de que sus tareas del día habían llegado a su fin. Se había acercado despacio y tal vez por eso no lo había escuchado.
Se detuvo al ver a Gyda sentada en lo alto de una roca, quedita y pensativa. De repente, para sorpresa de Athelstan, levantó la mano derecha y trazó la señal de la cruz.
La sorpresa lo hizo trastabillar, haciendo ruido, lo que hizo que Gyda se girara hacia él y lo mirara directamente. Al hacerlo, sonrió y se bajó de la roca con agilidad, dirigiéndose hacia él. Era curioso notar como ahora se veían a la misma altura.
-¿Acabas de…? -se detuvo a la mitad de la pregunta. No era de su incumbencia. ¿O sí? ¿Era esto parte del plan de Dios de tenerle allí? La miró confuso y ella asintió sin esperar el resto de la pregunta.
-Hablaba con tu Dios -replicó ella con calma-. Dijiste que cualquiera podía hacerlo. ¿O yo no puedo por no ser como tú?
Athelstan negó sin dudarlo. ¿Cómo una persona tan buena y completa como Gyda no iba a ser escuchada por Dios, aunque creyera en otros dioses? ¿Cómo podría ser?
¿Estaba bien lo que decía?
-Claro que puedes -dijo, sonriendo ligeramente-. Pero no sabía que querías hablar con él.
Gyda se encogió de hombros y en sus ojos apareció un brillo particular que Athelstan no creía haber visto antes en ellos.
-Tenía que hablarle sobre ti -dijo en voz baja, en tono confidencial.
La sorpresa en Athelstan no podía aumentar más.
-¿Sobre qué? -preguntó intrigado, pero ella rió y negó son suavidad.
-Eso queda entre tu Dios y yo -replicó la chica, dedicándole una de sus tímidas sonrisas antes de dejarle solo allí.
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Bjorn y Athelstan no solían estar de acuerdo en prácticamente nada. Por eso era en parte sorprendente que ambos coincidieran tanto en algo: a ambos solían desagradarles los pretendientes de Gyda.
Pretendientes. Athelstan ni siquiera estaba seguro de cuándo había sucedido eso. Tras un viaje lejos al que Ragnar lo había llevado con Bjorn y con él, al regresar Lagertha había anunciado que el ritual estaba completo ahora y Gyda era una mujer. La chica se había sonrojado pero parecía orgullosa. Athelstan no había sabido mucho sobre las mujeres en su país de origen y aquí sabía todavía menos, pero hacer un regalo para la ocasión parecía apropiado. Le había regalado una pulsera que había trenzado y ella la había gustado. Eso parecía, puesto que la llevaba puesta cada día.
Al menos de algo servían todavía los finos oficios que había aprendido tiempo atrás en el convento.
Sin embargo, escuchar decir un día que Gyda era ya una mujer no era lo mismo a ver desfilar de repente por la casa a más de un chico buscándola. Bjorn solía maldecir diciendo que la mayoría no la buscaban a ella sino a la hija del conde Ragnar. Dentro de la organización de la sociedad en la que vivían era posible, aunque a Gyda no le gustara escucharlo decir eso. Sabía que el chico no lo hacía con mala intención: amaba a su hermana y se ponía sobreprotector ante todos los “idiotas ambiciosos” que según él la cortejaban.
Cuando Gyda le preguntaba por su opinión, Athelstan siempre se sentía incómodo. ¿Qué podía decirle? Generalmente no le agradaban, nada más. No tenía opiniones justificadas como las de Bjorn. Mientras Ragnar y Lagertha parecían disfrutar aquellos rituales de cortejo, a él le parecía que ninguno de los chicos era suficiente. Pero no sabía cómo poner eso en palabras.
-No lo conozco -solía decir evasivo. Luego la miraba y le hacía la pregunta que consideraba importante-. ¿A ti te gusta?
Gyda solía torcer el gesto. Tenía la impresión de que esa respuesta no le gustaba.
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Athelstan no era extraño en las celebraciones vikingas. Antes eso significaba que le tocaba viajar con un ceñudo Bjorn y una Gyda siempre dispuesta a hablar de algo. Ahora Gyda solía hablar con Lagertha en confidencias y al llegar a las fiestas se escabullía entre sus amigas. Solía verla luego riendo entre ellas, disfrutando de conversar con todos los que buscaban su diálogo, que no eran pocos. Bailando y riendo. Siendo feliz.
Él solía quedarse cerca de Ragnar de ser posible. Su posición como esclavo se había vuelto cada vez más flexible con el paso del tiempo. Se divertía en las celebraciones, aunque no participara activamente de ellas siempre.
Hubo una ocasión en la que no tuvo opción. Gyda se acercó con una sonrisa en los labios y tendió ambas manos hacia él. No comprendió lo que había hecho al tender las suyas hacia ella hasta que ella lo aprisionó por las muñecas y lo obligó a ir con ella.
Tomar sus manos y verse arrastrado a bailar.
Le pareció escuchar a Bjorn quejándose, aunque podía ser su imaginación. Vio las expresiones de desconfianza y resentimiento de otros hombres, en especial los que habían pasado cerca de Gyda toda la festividad. Notó la manera en que Ragnar y Lagertha secreteaban mientras los miraban de reojo.
Él era algo torpe, no se le daba bien en movimiento coordinado. Por suerte, la música sí que había sido siempre lo suyo. Cualquier músico que se preciara conocía del ritmo aunque no supiera los pasos que tenía que hacer para seguirlo.
Supuso que todos los que lo miraban se reirían, pero Gyda negó un poco con la cabeza cuando se colocó frente a él para empezar a guiarlo.
Aquello era ridículo, pero Gyda sonreía y eso siempre valía la pena.
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La primera vez que le rompieron el corazón a Gyda, Athelstan terminó obligado a guardar cama. Debió haberse quedado quedito y dejar pasar las cosas. Lagertha había advertido a Ragnar y a Bjorn que tenían que dejar a la chica resolver sus propios asuntos y los había amenazado si intervenían de alguna manera. Gyda también los había amenazado aunque con esa manera suya tan sutil y llena de tacto que tenía, aunque no por eso menos firme.
Debió haber pensado en todo eso antes de terminar en un enfrentamiento desventajoso y estúpido como ese. Ahora era capaz de defenderse, pero no era rival para un vikingo bien entrenado con un físico como aquel. De no haber sido porque otros de los presentes habían intervenido, Athelstan no hubiera sobrevivido para contar la historia. Ragnar se puso hecho una furia con él, por no decir de todo lo que había hablado Bjorn sobre el ridículo al que había expuesto a la familia.
Lagertha había dicho que la única que tenía que decir algo al respecto era Gyda.
La chica sin embargo, no había dicho nada. Sólo había llegado al lado de su cama y se había dedicado a cuidarlo ella misma, limpiando y curándolo con cuidado. Cuando él intentó articular una respuesta, notó que sonreía de medio lado, pero no supo entender por qué.
-De verdad lo lamento -repitió él decidiendo que era mejor dejarlo allí a seguir intentado justificarse con razones que él mismo no había procesado.
Gyda le acarició la mejilla con suavidad.
-Está bien -dijo con suavidad.
Athelstan fue consciente de repente con demasiada fuerza de que no era la mano de una niña la que lo acariciaba.
Sintió miedo.
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Encontrar a Gyda trenzándose el cabello sola no era algo nuevo. Cuando Athelstan regresó a la casa y la encontró en ello, no lo pensó dos veces antes de dejar a un lado la canasta que traía con él y deslizar las manos entre su cabello para hacer la trenza por ella.
Gyda se detuvo al reconocer el tacto de sus manos y retiró las de ella despacio. No era algo nuevo para ellos y sin embargo, por alguna razón en esa ocasión fue diferente.
Athelstan dejó cada haz de cabellos deslizarse por sus manos despacio, trenzando con cuidado, acariciando con delicadeza cada trecho de la trenza para fijarlo. Perdió la noción del tiempo y un silencio se instauró sin que mediara ni media palabra.
Casi se sintió decepcionado cuando llegó al final de la trenza y tardó un momento más del necesario en dejarla ir.
Igual que Gyda se tomó un momento más de la cuenta antes de volverse a mirarlo.
-Gracias -dijo en voz baja, justo cuando escucharon regresar a Ragnar y Lagertha a la casa.
Incomprensiblemente, Gyda se escabulló antes de que Athelstan pudiera decir nada.
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-¿Por qué ya no cantas nunca?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Estaba de rodillas a la orilla del río. Solía meditar allí, ya no estaba seguro de poder llamarlo oración. Hacía tanto que estaba alejado de todo… Allí no había misas en las que comulgar, sacerdotes con los cuales confesarse, rituales que seguir… Había caído ya tantas veces que no tenía de dónde asirse para volverse a purificar. El mundo vikingo lo había absorbido y le había quebrado.
Sin embargo, seguía sintiendo que había un Dios allí afuera con el cual hablar.
Se giró para encontrarse con Gyda junto a él. De niña tenía la costumbre de aparecer así en medio de sus oraciones, hacer preguntas y querer saber siempre un poco más. Sin embargo, en el último par de años eso había cambiado.
Pero ahí estaba de nuevo. Sólo que ya no era una niña. La miró un momento valorándola con atención. Ahora vestía como otras mujeres adultas, en una línea muy similar a la de su madre. Gyda tenía un punto dulce y misterioso, aunque no carecía de la fuerza de Lagertha.
Era hermosa.
Se obligó a concentrarse en su pregunta de nuevo.
-No lo sé -respondió Athelstan mirando hacia un lado, mientras buscaba una respuesta en su interior-. Cantar era una manera de orar en comunidad. Ya no tengo una comunidad para orar.
Se encogió de hombros. Prefería no pensar en todas las cosas que había ido dejando atrás de quien había sido.
-Me gustaba oírte -dijo ella con cierto aire de melancolía, interrumpido por una risita-, aunque no entendía nada. ¿Podrías cantar una de nuevo? ¿Para mí?
Athelstan la miró con duda. Las canciones que sabía eran oraciones para Dios, no medios de entretención. Sin embargo, no se sentía en posición de negarle nada. No a ella.
Abrió los labios y empezó a tararear una melodía sacra.
Se calló de inmediato.
El horror y el miedo lo invadieron. Lo intentó de nuevo con el mismo resultado. Desvió la mirada hacia el río de nuevo. Cerró los ojos. Buscó frenéticamente en su interior sin encontrar nada.
La mano de Gyda en su hombro lo sobresaltó.
-¿Athelstan? -ella casi nunca decía su nombre. Le pareció dulce y cariñoso. Se giró para verla lentamente y encontró en su semblante señas claras de preocupación-. ¿Qué pasa?
Su voz tembló al responder.
-Ya no las recuerdo.
Para no haberlas cantado en años, no hubiera esperado que descubrir que las había olvidado lo alterara tanto. Podría parecer una tontería.
Pero Gyda parecía entender lo grave que era porque con una expresión llena de compasión, se arrodilló junto a él y lo abrazó.
-Tal vez es una señal de que tienes que dejar atrás el pasado -susurró en su oído después de un largo rato.
Athelstan se estremeció.
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Sabía que era gracias a la mediación de Lagertha que Ragnar había accedido a llevar a Gyda a esa expedición. La chica quería demostrar su valía fuera de casa antes de pensar en casarse. No quería dar lugar a un marido que dudase de su capacidad de salir hombro con hombro junto a él, escudo en mano. Como su madre.
La única condición, tanto de Ragnar como de Gyda, había sido que no recibiría ningún trato especial de marchar con el grupo. Por eso, cuando los atacaron y se dispersaron, Athelstan estuvo seguro de que nadie se devolvería a buscarlos.
-Esperarán junto a la costa un día para los rezagados -dijo en voz alta, aunque Gyda lo sabía. Estaba quitándole a sus dos compañeros muertos las armas para que se las llevaran con ellos mientras Athelstan hacia guardia algo nervioso, esperando que no vinieran a atacarlos de nuevo. Se habían separado junto a cuatro personas más del grupo y sólo ellos dos habían sobrevivido.
-Nos dará tiempo si llevamos un buen ritmo -replicó Gyda atándose otra arma al cinto y girándose a mirarlo. Athelstan notó que tenía una herida superficial en el brazo. Él tenía una similar en la frente aunque había sangrado mucho más. Ella la había vendado antes de recuperar lo que pudiera ser de utilidad de sus compañeros muertos y ponerse en marcha.
Fue un día extraño. Tenían que cuidarse las espaldas, pero no aparecieron más amenazas. En lugar de eso, fue un día caminando juntos y a solas en parajes desconocidos. Turnarse para vigilar. Hablar en voz baja para no llamar la atención. Prender una fogata. Cazar algo para comer y prepararlo juntos.
Todo tan familiar y cotidiano que no parecía la primera vez que estaban así en el exterior.
-Deberíamos descansar un poco, si tenemos oportunidad -declaró Gyda con un suspiro. Probablemente no había esperado que su primera expedición con su padre fuera así.
Athelstan estaba seguro de que Ragnar no se marcharía sin ella de todas formas, pero calcular distancias y tiempos no se le daban mal y estaba seguro de que no estaban tan lejos ya. Podían permitirse un breve descanso y así se lo dijo.
-Bien -dijo ella mientras se acercaba a terminar de apagar el fuego. Se habían arriesgado para cocinar algo pero no iban a dejar una señal humeante de su presencia.
Athelstan se acostó boca arriba y cerró los ojos. No esperaba que Gyda se acercara y se acostara justo a su lado.
Giró la cabeza para encontrarla mirándolo.
-No me importaría pasar todos los días así -declaró ella en tono confidencial.
No sabía si se refería a salir de expedición, a tener que sobrevivir sin provisiones en medio de la nada o… Tragó grueso cuando sin mediar más palabras, Gyda se inclinó hacia él y se durmió con la cabeza apoyada en su pecho.
Athelstan no pudo dormir.
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Matrimonio.
Hasta ahora había sido una palabra que aparecía con distinta frecuencia en las conversaciones. Un concepto abstracto en el futuro de Gyda. Sin embargo, antes de que Athelstan se diera cuenta se había convertido en algo muy concreto y cercano.
Un objeto de discusión diario.
Era frustrante para todos. Oportunidades, alianzas, edades adecuadas… Todos tenían algo que decir. Excepto él.
¿Qué podía decir? Apenas se podía permitir pensar en el tema. ¿Cómo se suponía que pudiera articular algo al respecto?
-¿Qué hay de ti? -le había preguntado Gyda un día-. ¿Por qué nunca te has casado?
La pregunta lo tomó por sorpresa.
-No puedo -respondió de inmediato-. Hice votos a Dios que me lo impiden.
Alguna vez hacía ya mucho tiempo le había explicado a la chica qué eran los votos. Sacrificios que él había elegido libremente al entrar al convento. El modo de vida que había escogido.
En aquel entonces a Gyda le habían parecido cosas extremas, pero las había aceptado. No era aceptación lo que había ahora en su mirada. Tenía el ceño fruncido mientras lo miraba apoyada desde la puerta del establo donde él se estaba encargando de los animales.
-Hace muchos años que no vives de acuerdo a esos votos.
Aquellas palabras golpeaban, pero eran ciertas. Había roto sus votos de castidad ya en varias ocasiones, ¿cómo mantenerlos en ese ambiente cargado de seducciones y tentaciones? Había roto sus votos de pobreza participando en saqueos y recogiendo botines, aunque como esclavo en teoría no le perteneciera nada. Había roto sus votos de obediencia ante la ausencia de figuras de autoridad y dejar de lado casi todo lo que alguna vez le habían enseñado.
Sin embargo, había una diferencia entre todo eso y lo que Gyda le estaba diciendo. Dejó de prestar atención a los animales para centrarla en ella y tratar de dar respuesta.
-No es lo mismo -dijo lentamente-. He roto mis votos en más de una ocasión, eso es cierto. Pero casarme… sería optar definitivamente por un modo de vida opuesto al que prometí vivir.
Su respuesta pareció irritarla todavía más en lugar de saciar su curiosidad.
-Tal vez cuando tu Dios te mandó a este lugar era porque quería para ti un modo de vida distinto al que tú habías elegido vivir. ¿No lo has pensado así?
Le sorprendió que el tono de Gyda estaba cargado de algo muy parecido al enojo, pero no pudo comprobar si era así. Antes de que pudiera replicar, le había dejado hablando solo.
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La calma no regresó a la casa. En su lugar, la situación no hacía más que agravarse. Tras la mayor discusión que Athelstan podía recordar, Gyda había salido de la casa sin rumbo definido mientras Lagertha intentaba calmar a un Ragnar a quien lo superaba el hecho de tener problemas con su dulce y tranquila hija menor.
La chica no regresó para la hora de la comida. No hubiera resultado realmente preocupante de no ser porque al atardecer todavía no había regresado cuando se desató la tormenta.
Athelstan no podía precisar qué le impulsó a salir a buscarla bajo el aguacero que arreciaba, pero creía saber dónde podría encontrarla.
Cuando llegó al punto del río donde él solía retirarse a meditar, la encontró sobre la roca donde ya mucho tiempo atrás la había visto rezar. Estaba allí sentada, viendo el agua turbulenta por la lluvia, dejando el agua correr sobre ella, empapada de pies a cabeza. Verla bajo el brillo inquietante de los rayos resultaba impresionante.
Se acercó lo más rápido que pudo, con cuidado de no tropezar y caer al río. Si ella lo vio acercarse, no dio muestras de haberlo notado. Se impulsó con las manos para subir a la roca y sentarse a su lado.
-¡¿Qué haces?! -Le gritó para hacerse oír por encima del rugido del viento y los truenos ensordecedores de la tormenta-. ¡Te vas a enfermar!
El agua había aplastado el cabello de Gyda, dejando varios mechones empapados cayendo sobre su rostro. Él sentía su propio cabello igual de mojado y la ropa que llevaba estaba tan mojada que el frío se le colaba hasta los huesos; ella tenía que estar mucho peor.
Sin embargo, lo miró con una sonrisa.
-¡Tú también -replicó con voz fuerte para que lo escuchara- pero aquí estás!
Había algo extraño en el tono de su voz. Como si hubiera estado esperando que llegara. Frunció el ceño sin comprender.
-¡¿Qué haces aquí?! -insistió.
Gyda arqueó ambas cejas, mirándolo con incredulidad.
-¡Ya lo sabes! -Un rayo partió el cielo justo detrás de ellos. El brillo lo encandiló, lo que le obligó a cerrar los ojos. Sentir la mano de Gyda sobre su mejilla le hizo abrirlos de nuevo. Ella lo miraba con una mezcla de dulzura y tristeza-. Vengo aquí a rezarle a tu Dios. Y esto… ¿no es eso lo que pide tu Dios? ¿Sacrificarse personalmente, torturar el cuerpo, rezar con fe?
Athelstan la miró sin comprender.
-¡¿Para qué?! -preguntó finalmente cuando dejó de retumbar el trueno terrible del último rayo.
Ella acarició de nuevo su mejilla. Era un tacto cálido a pesar del frío de la lluvia que los invadía a ambos.
-Porque es él quien tiene que liberarte -dijo en voz tan baja que Athelstan no sabía cómo había alcanzado a escucharla.
Otro rayo partió el cielo antes de que ella acortara la distancia entre ambos y lo besara.
Athelstan se estremeció, aunque no fue por el frío. Antes de que pudiera pensarlo, le estaba correspondiendo el beso que ella guiaba. Fuerte, apasionado, lleno de una ansiedad y una espera que hablaba de que aquel momento había tardado demasiado. La lluvia arreciaba y no les importaba nada mientras instintivamente la rodeaba entre sus brazos y la acercaba más a su cuerpo.
Un trueno retumbó con fuerza ensordecedora y Athelstan se preguntó si eso significaba que Thor bendecía o desaprobaba lo que sucedía.
Cuando se dio cuenta de lo que acababa de pensar rió dentro del beso y se separó un momento de Gyda para verla a los ojos.
Pudo dar un vistazo a un semblante radiante antes de que ella lo besara de nuevo.
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La idea de plantarse frente a Ragnar y decirle que quería casarse con su hija era absolutamente aterradora. No importaba cuántas cosas hubieran sucedido desde su llegada allí, cuántas expediciones le hubiera acompañado, cuántas veces se hubieran salvado la vida mutuamente, cuántas veces le había tratado como parte de su familia y de su vida… Athelstan sabía que nunca dejaría de ser un esclavo traído del oeste.
La idea de Bjorn cuchillo en mano dispuesto a evitar que el esclavo pusiera en ridículo a su familia y a su hermana era más aterradora aún. En cuanto a Lagertha, no se atrevía siquiera a intentar prever cómo reaccionaría.
Sin embargo, así como estaba, con Gyda abrazada a su cintura mientras caminaban de vuelta hacia la casa, empapados en agua de lluvia pero con los labios enrojecidos de tanto besarse, se decía que ninguna de esas reacciones importaba.
Reacciones de humanos a situaciones de humanos. ¿Qué importaban a la par de desafiar a los dioses?
Cuando le comentó ese pensamiento a Gyda, ella rió, afianzando más el agarre de su mano en sus caderas.
-No, no los desafiamos -le aseguró con calma-. Les he pedido a todos ellos porque esto pasara desde hace mucho tiempo. Si los dioses tienen algo que ver, hicieron un trabajo conjunto.
No era la primera vez que Gyda decía algo por el estilo, pero era la primera vez que una parte de Athelstan al escucharla, realmente lo creía.