El Juego - II El juego de la curiosidad (Parte 1)

Aug 18, 2012 23:13


 

Fandom: Sherlock BBC
Título: El Juego (2/6)
Capítulo: II - El juego de la curiosidad
Personajes: Irene Adler, Greg Lestrade, Sherlock Holmes, John Watson, Stanley Hopkins (adaptación al universo de la BBC del personaje de los cuentos de Sir Arthur Conan Doyle), Violet Norton (OC).
Parejas: Greg/Irene, con elementos Sherlock/Irene y Violet/Irene referido.
Advertencias: ninguna. spoilers 2x03 lo más.
Notas: continuación de “ Extraños en la noche” (Greg/Irene). Toma elementos de “ El regreso” (Gen-Lestrade!centric) y de “ La muerte les sienta bien” (Sherlock/Irene). Dedicado a aglaiacallia porque sin ella nunca lo hubiera escrito. Gracias a aradira por el precioso banner :D 
Notas personales: ¡segundo capítulo arriba! Aquí reaparece Stanley Hopkins, adaptación del detective creado por sir ACD que ya utilicé en su momento en "El regreso". Vemos un poco más de Lestrade por tanto, y empiezan a moverse las piezas del Juego...

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Habían tenido un día tranquilo, como solía suceder después de un caso lo suficientemente interesante para tener a Sherlock trabajando con ellos. Hopkins tenía que admitirlo, un día de calma no le caía mal a nadie. Se quedaban en la oficina haciendo papeleo, lo cual era bastante aburrido, pero implicaba descansar los pies adoloridos, los golpes recibidos en las persecuciones o cualquier otro contratiempo. Incluso daba tiempo de robarle algunos minutos al día y dormirse en la silla en medio informe.

Solo esperaba que la quietud no se extendiera más allá de dos días. Sabía que era políticamente incorrecto, pero nadie podía reprochárselo si no lo decía en voz alta: no se había hecho inspector para tener días calmados.

Sin embargo, con solo un día de reposo no estaba con ánimo de quejarse. Además, para celebrar el éxito del caso, Lestrade y él irían a comer fuera.

-También podríamos salir más tarde -le comentó mientras bajaban las escaleras. Podían usar el ascensor, pero había que esperarlo. Ambos preferían moverse con fluidez y bajar gradas era bueno para la condición física que nunca estaba de más, aunque Hopkins sabía que él tenía mucha más que su jefe y compañero. Cosas de la edad-. Creo que un grupo de inspectores van para ese bar nuevo del que estaban hablando. ¿Quiere ir? Yo podría llevarlo a casa después.

Lestrade sonrió de medio lado al escucharlo. A veces Hopkins no sabía si le molestaba o si apreciaba sus atenciones, pero en realidad le gustaba mucho trabajar con él. Lo admiraba y lo respetaba. ¿Era extraño que quisiera ayudarlo en lo posible? De todas maneras él era así: siempre quería ayudar.

-No puedo -declaró Lestrade viendo su reloj, seguramente para calcular a qué hora tenían que volver-. Le prometí a mi esposa que cenaría con ella si el día era tranquilo.

Claro. Su esposa. Hopkins se limitó a brindarle su expresión apenada por el rechazo de los planes, pero se mordió la lengua. No saldría nada bueno de decirle que su esposa no dudaría en irse de fiesta.

Siempre olvidaba considerar a la señora Lestrade dentro de la ecuación cuando pensaba en su jefe. El olvido era justificado, o eso creía él. Cuando lo había conocido en persona, estaba separado desde hacía algún tiempo. Había escuchado a Anderson y a Donovan hablar sobre los problemas maritales de Lestrade, pero generalmente se referían a la repulsión que la esposa le tenía a su trato con Sherlock.

Después de todo, Anderson y Donovan tenían una extraña fijación con Sherlock Holmes incluso cuando se creía que estaba muerto.

Cuando él empezó a trabajar con Lestrade, era un tipo solitario y apartado. No era de extrañar considerando los problemas que había tenido dentro del cuerpo después de la caída en desgracia de Sherlock. Tras el regreso del detective consultor algunas hipócritas inspectores habían vuelto a acercarse a Lestrade poco a poco en busca de tomar contacto de nuevo con el reaparecido.

Sin embargo, con el regreso de Sherlock se había dado otro cambio en la vida del inspector: su esposa había regresado también. No era que Lestrade le hubiera contado lo sucedido a Hopkins. Simplemente un día le dijo que tenía que irse temprano porque su esposa lo esperaba. En otra ocasión los escuchó discutiendo por algo tan trivial como un color de pintura y de repente se vio trabajando con un compañero casado.

Luego todo había sido muy confuso. Lo que era mucho decir, considerando la propia experiencia de Hopkins en lo que a mujeres y relaciones se refería. Lestrade solía responder a cualquier pregunta sobre el tema que su esposa y él estaban “decididos a arreglarlo”, “trabajando para salvar lo suyo”, “mejorando”.

Tiempo después Hopkins se enteró de que no era la primera vez que aquello sucedía, ni la segunda. Simplemente era la vez que había durado más tiempo separado.

-Podríamos ir solo un rato -insistió Hopkins-. Estará divertido.

Lestrade le dirigió una mirada que solía usar solo con él, como si no se creyera que en verdad se estaba portando de esa manera.

-Puedes ir solo -le recordó.

Claro, pero esa no era la gracia, pensó Hopkins. Le hubiera gustado hacer algo para animar a su jefe. Desde el caso que habían estado trabajando con Sherlock parecía pensativo e incluso algo distante, como si pensara en algo que requería la mayor parte de su concentración.

-Entonces yo estaría trasnochado mañana y usted no, ya sabemos cómo resulta eso para mí -señaló Hopkins con tono ligero.

Al salir del edificio de Scotland Yard, se estremeció. No era invierno todavía, pero no era posible ignorar el frío. Tampoco salir sin abrigo.

Lestrade rió al verlo mirar hacia dentro del edificio con el arrepentimiento escrito en la cara por no haberse llevado su abrigo. El inspector ya se había ceñido el suyo y lo miraba con una chispa de burla amistosa en la mirada.

-¿Le importa? -Preguntó Hopkins mirando hacia el interior del edificio de nuevo.

Lestrade negó mientras miraba a su alrededor. Todas las personas en la calle andaban abrigadas. De repente, Hopkins notó como su mirada se fijaba en algo en el pequeño café al otro lado de la calle.

-Ve por tu abrigo -le indicó sin girarse a verlo. Hopkins intentó descifrar en qué o quién había fijado su atención. En las mesas de afuera solo había una mujer guapa cuyo rostro le era difícil de descifrar desde donde estaba. Se le hacía familiar aunque no podía decir de dónde-. Te esperaré en el café del frente. No corras.

Hopkins asintió y corrió al interior del edificio. Luego recordó las palabras de Lestrade e intentó no correr demasiado.

Tal vez aquella indicación se había referido a alguien o algo que su jefe había visto en el pequeño café frente al edificio.

Tal vez necesitaba algún tiempo para algo.

A Hopkins le hubiera gustado que en ocasiones, Lestrade le hablara más claro.

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En un inicio, Greg había pensado que su vista lo engañaba. Bueno, más que su vista, su percepción. Había pensado tanto en esa mujer en los últimos días que verla de repente allí, al otro lado de la calle, tomando tranquilamente un café, parecía una visión.

Mientras Hopkins entraba al edificio, él cruzó la calle hacia el local. Al entrar, la mujer no levantó la vista del libro que tenía en la mano. Un estremecimiento lo recorrió, aunque no pudo definir a qué se debía: ¿expectación de encontrarla de nuevo? ¿Miedo de descubrir cuáles razones había llevado a la misteriosa mujer del bar en el apartamento de Sherlock? ¿O era acaso el recuerdo en sí de aquella mujer pidiéndole que se marchara con él en un bar oscuro y sombrío años atrás?

Le había costado recuperar el recuerdo en un inicio. Tampoco ahora lo tenía demasiado claro. Había bebido, pero además se encontraba inmerso en un ciclo de culpa y tristeza por el que nadie podía haber reprochado a su esposa por decir que estaba insoportable en esa época. Sin embargo, el recuerdo de aquella mujer había sido perturbador por mucho tiempo: la mano suave sobre su hombro, los labios sobre su mejilla, los ojos que lo invitaban a salir con ella de allí.

Si no la había reconocido de inmediato era probablemente porque su recuerdo resultaba tan inquietante que le costaba precisarlo como algo real. En su memoria, sus palabras, su voz y su tacto eran más claros que su rostro.

Aunque siendo sincero, había intentado olvidar esa conversación muchas veces.

Cuando le dieron su café para llevar, muy caliente para tomarlo de inmediato, lo sostuvo entre sus manos y se dirigió a la salida.

Se encontró entonces con la mujer mirándolo directamente. Ahora, teniendo la casi absoluta certeza sobre quién era y una distancia más corta entre ambos, no tenía dudas.

Era ella.

-Greg Lestrade, ¿cierto? -Preguntó la mujer antes de que él hablara.

El inspector asintió, acercándose un paso y quedándose frente a ella, sin tocar la mesa en medio de ellos.

-Me gustaría recordar su nombre mejor -replicó él.

La mujer sonrió y Lestrade se dio cuenta de que si bien los detalles eran confusos en su mente, seguía teniendo la capacidad que él recordaba para eclipsar el resto de cosas a su alrededor.

-Irene -respondió ella sin mostrar la menor seña de molestia-. ¿Quiere acompañarme?

Lestrade miró hacia el edificio de Scotland Yard.

-Estoy esperando a mi compañero.

Ella le restó importancia al comentario agitando la mano hacia un lado.

-Puede esperarlo conmigo.

Lestrade dudó un momento y ella empujó con suavidad la silla hacia él con un pie, por debajo de la mesa. Miró una vez más hacia el edificio y no encontró rastros de Hopkins. Se sentó en el lugar ofrecido, obteniendo una sonrisa complacida de la mujer que se había identificado como Irene.

Se miraron a los ojos un momento, hasta que Lestrade no pudo evitar reír un poco y ella hizo otro tanto. La situación era extraña. Era distinto verla a la luz del día, aunque sus ojos seguían teniendo una luz particular, incluso sin fuego y velas de por medio.

-Supongo que me recuerda -declaró Irene con seguridad-. Me preguntaba si lo haría. Hace algún tiempo ya.

-Bastante tiempo, pero la recuerdo -declaró él sin hacer referencia a sus razones para hacerlo-. Aunque no volvió por aquel bar…

Ella le dirigió una mirada enigmática antes de beber del líquido transparente que tenía en su copa.

-Usted dejó de ser un asiduo también -le señaló.

Lestrade tenía que admitir que se enorgullecía de haber vuelto poco a esos lugares. Solía hacerlo en aquella época para encontrar algo de tranquilidad en el anonimato. Ahogar penas y culpas. Ella había tenido razón con el diagnóstico que le había hecho en su momento.

-¿Vive en Londres? -Preguntó Lestrade lanzando otra mirada hacia el edificio de su trabajo.

-Por un tiempo -declaró ella dejando a un lado su copa. Su mirada se fijó en la mano de él que sostenía el café-. Veo que sigue casado.

Lestrade levantó un momento el dedo anular sin soltar el vaso de café y sonrió ligeramente incómodo.

-Sí, así es.

La mujer entrecerró los ojos y se inclinó sobre la mesa, como si quisiera verlo mejor.

-Me pregunto si debería felicitarlo por eso -musitó, y Lestrade notó como sus labios se quedaban entreabiertos al terminar la oración.

Desvió la mirada. ¿Qué tanto tiempo le tomaba a Hopkins recoger su abrigo?

-Qué casualidad encontrarnos aquí -comentó ignorando su comentario.

Notó como la mujer sonreía con cierto aire de malicia que le llamó la atención.

-Es un policía… no puede creer que coincidencias.

Lestrade tuvo una extraña sensación de ahogo mientras las palabras hacían eco en su mente. ¿No era casualidad? ¿No era coincidencia encontrarla ahí? Pero eso significaría que estaría allí a propósito. ¿Por qué? Y si eso no era casualidad…

Su rostro reflejó una expresión de desconfianza.

-¿Tampoco es coincidencia que estuvieras en la casa de Sherlock hace unos días?

La mujer se puso rígida ante la pregunta. Parecía incómoda.

-Sherlock y yo nos conocemos de hace un tiempo -declaró con reticencia.

Lestrade frunció el ceño ligeramente.

-Había tenido la impresión de que no lo conocías.

La mujer se mostró un poco turbada ante la aseveración. Desvió la mirada un momento.

-Cuando se ha recurrido a Sherlock Holmes nunca ha sido por algo particularmente agradable -lo miró entonces a los ojos, se notaba que se sentía segura de lo que decía-. No me apetecía hablar de ello el día que nos conocimos. Aunque sabía que tenía razón: no podía ser un fraude.

Tenía sentido. Después de todo habían sido dos extraños hablando en un bar. Que él hubiera estado en un estado deplorable como para hablarle de su vida, no significaba que ella hubiera hecho lo mismo.

-¿Lo comprendes? -Preguntó ella inclinándose ligeramente sobre la mesa, como si su reacción al respecto le preocupara. Había dejado de hablarle de usted y parecía a punto de pasar la mano por encima de la mesa para tomar la de él.

Lestrade asintió.

-Claro, se entiende. ¿Ahora buscabas su ayuda de nuevo?

Irene se mostró aliviada ante su respuesta, como si le hubiera preocupado realmente obtener una respuesta negativa por su parte. De cualquier manera, él mismo tuvo una sensación de alivio al ver que el rostro de la mujer se relajaba. No le hubiera gustado disgustarla.

-Sherlock y John me ayudaron en algunos detalles de mi reinstalación en Londres.

La idea le hizo gracia y no pudo esconderlo. La idea de Sherlock llevando cajas para alguien más cruzó su mente haciéndolo reír. Irene lo miró intrigada.

-Lo siento -replicó él a su mirada-. Es solo que no debes conocer a muchas personas en Londres. Sherlock no es la primera persona a la que le pediría ayuda con algo que no sea un caso.

Irene sonrió entonces, probablemente había entendido su punto.

-No he mantenido contacto con muchas personas en la ciudad, es cierto -contestó al tiempo que hacía un lado el vaso del que había estado tomando y buscaba su cartera-. Espero cambiar eso en el futuro.

La significativa mirada que le dedicó hizo a Lestrade pensar que debía darle su número de teléfono. Tan solo tenía que meter la mano en su abrigo y sacar una de las tarjetas que le daban a los testigos para que se comunicaran con ellos si sabían algo más en algún caso.

Eso era todo lo que tenía que hacer. Sacar la tarjeta.

-Oh, aquí viene tu compalero -declaró la mujer antes de que se decidiera a hacerlo. Se giró y vio en efecto a Hopkins esperando para cruzar la calle. La mujer se levantó y él hizo otro tanto. Ella rodeó la mesa y lo miro frente a frente-. Te dejo, tengo mucho que hacer todavía. Fue un placer verte de nuevo, Greg.

Él sonrió ligeramente y ladeó la cabeza un poco hacia la derecha, mirándola con duda.

-¿Esta vez te veré de nuevo?

Irene sonrió con complicidad.

-Creo que sí.

Se giró y se alejó de él con paso rápido y firme. Ahora que la veía de pie notaba que llevaba un vestido celeste claro, corto pero elegante.

Vio como Hopkins se detenía para dejarla pasar y cómo su expresión se transformaba. Una vez desaparecida la mujer de su vista, el joven detective se acercó a él con rapidez.

-¿Estaba hablando con ella? -Preguntó aceleradamente.

Lestrade lo miró con extrañeza.

-Sí. ¿La conoces?

Hopkins lanzó una mirada incrédula hacia la puerta.

-No estoy seguro, pero se parecía mucho a… -se interrumpió y lo miró de nuevo- ¿La conoce?

Lestrade se cruzó de brazos, no entendía la actitud del joven inspector.

-Se llama Irene.

El nombre pareció aclararle las cosas y alterarlo todavía más. Por un momento, Lestrade tuvo la extraña sensación de que el hombre se arrepentía de no haberle pedido un autógrafo o algo.

-¡Irene Adler! Creía que había muerto o… al menos no se sabe de ella hace años en Londres.

¿Hopkins sabía quién era? Había dicho el nombre con total seguridad, y ahora, por su expresión, notaba que él no tenía idea de qué hablaba.

-¿En serio no sabe quién es? Todo el que es alguien en Londres sabía de ella -le aseguró con aire de entendido.

Lestrade alzó las cejas.

-¿Y tú eres alguien en Londres?

Hopkins negó con la cabeza al tiempo que sonreía con burla ante la idea.

-No, pero leo sobre los que son alguien. Irene Adler estuvo inmersa en un par de escándalos sexuales sonados. Uno de un político y el otro de un escritor y su esposa con quienes mantuvo un romance a la vez. Se decía que era una dominatrix de mucho prestigio entre la clase alta aunque nadie admitiera abiertamente utilizar sus servicios.

Lestrade no se había esperado esa declaración.

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La próxima vez que estuviera en alguna residencia de la mujer, Sherlock estaba decidido a robarle una muestra del perfume que utilizaba. John podría interpretar aquella determinación de muchas maneras, todas sentimentales y equivocadas. Lo que realmente quería era hacerle un análisis químico. Tenía que tener alguna sustancia particular que hiciera el olor tan increíblemente resistente. La señora Hudson había lavado esa bata ya varias veces, habían limpiado los sillones, lavado las sábanas y John había puesto todas las pertenencias de la mujer en una caja para que su visita a recogerlas fuera breve. Y sin embargo, ahí estaba el rastro de ese olor.

Lo peor era que tras el tiempo en que Irene se había quedado con ellos, casi se había acostumbrado. No era un olor desagradable, al contrario. Pero era demasiado persistente.

Estaba acostado en el sofá y si no sucedía algo pronto, le pediría a John su revólver. Aunque creía haber notado a John salir. O tal vez estaba en su habitación. Le mandaría un mensaje de cualquier forma si llegaba el momento.

Sin embargo, sus cálculos no podían estar tan errados. Ya habían pasado dos días desde la marcha de la mujer. Ya tenía que haber hecho su movimiento.

Finalmente escuchó pasos en la escalera. Sonrió para sí. Bien, al fin algo de acción. Aunque hubiera preferido que se tratara de un caso. Tal vez así era.

De cualquier forma, era Lestrade, sabía distinguir sus pasos.

El inspector entró con paso normal al apartamento, saludó y preguntó por John. Sherlock lo miró de reojo para darse una idea general: día en la oficina, almuerzo con Hopkins, vería a su esposa para la cena. Había pasado desconcentrado toda la tarde, estaba preocupado y había estado realizando búsquedas en Internet.

Hum. Menos mal que la página de La Mujer ya no existía.

-¿Qué haces aquí? -Preguntó tras unos incómodos minutos para Lestrade, quien miraba a su alrededor decidiendo cómo empezar a hablar.

John probablemente le habría dicho que era maleducado, pero en realidad le estaba ayudando a ir directo al tema.

-Pasaba por aquí -comentó con ese tono suyo de broma nerviosa que no solía aliviar ningún ambiente-. Quería preguntarte algo.

-Eso es obvio -replicó Sherlock con fastidio.

Lestrade estaba mostrando todo su repertorio de gestos ansiosos. Humedecerse los labios, pasarse la mano por el pelo, apretar los puños, todos. Predecible. Aburrido.

-Sobre una conocida en común -dijo finalmente. Se metió las manos en los bolsillos y lo miró fijamente, de pie frente a él.

-Oh -dijo Sherlock girando la cabeza para mirarlo pero aun sin levantarse.

-Justo hablamos de ella el otro día -continuó Lestrade. Seguramente lo había preparado de camino-. Estaba aquí cuando vine a buscarte para el último caso.

Sherlock asintió y esperó. No iba a adelantar más que aquello que Lestrade fuera a preguntar. El inspector por su parte hizo una pausa, esperando una respuesta. Sherlock podía calcular el tiempo en que tardaría su ceño en fruncirse.

De hecho, no se hubiera equivocado.

-¿Y bien? -insistió Lestrade. Parecía de mal humor. De hecho, estaba enojado pero se estaba conteniendo-. Hablo de Irene. Irene Adler, creo.

-Lo sé -replicó Sherlock con calma-. Pero no has preguntado nada.

Lestrade chasqueó la lengua y pareció molestarse más, aunque Sherlock no estaba seguro si con ella o con él.

-La vi hoy -declaró tras un momento-. Hopkins la vio también.

Oh. Eso Sherlock no lo había esperado y sospechaba que la mujer tampoco. ¿Qué relevancia podía tener el joven inspector en todo aquello? Interesante. Hopkins siempre era una variable importante a considerar de la cual Irene no sabía nada.

-Ella no suele pasar desapercibida -comentó Sherlock con impaciencia.

-Hopkins la reconoció. Dice que es una dominatrix de clase alta que estuvo desaparecida por años.

Vaya. Esa era una variable interesante. Irene probablemente no había querido revelar esa faceta tan pronto. O tal vez esperaba que le tocara revelarla a él cuando el inspector lo confrontara. Se incorporó en el sofá con un movimiento perezoso y miró a su alrededor con desgana.

-No estaba trabajando aquí, si es lo que quieres saber.

Lestrade resopló disgustado.

-No, sé que no. Me preguntaba más bien cómo te habías relacionado con una mujer de su clase.

Sherlock lo miró entonces, frunciendo el ceño.

-No tengo criterios de clase para aceptar clientes.

El inspector lo miró con desconfianza.

-¿Fue una cliente?

-Buscó mi ayuda -replicó Sherlock de inmediato. Aquello empezaba a aburrirlo en serio-. Si tienes una pregunta sería mejor que la hicieras.

Lestrade solía ser más paciente, pero Irene ya había estado jugando con su cabeza, era evidente. Aquel breve intercambio lo estaba sacando de quicio.

-De acuerdo, aquí tienes una pregunta -dijo finalmente, adelantando un pie adelante, inclinándose hacia él-: ¿por qué una dominatrix de clase alta relacionada contigo se acercó a hablar conmigo cuando tú estabas presuntamente muerto y aparentemente ella también? ¿Por qué apareció de nuevo? ¿Quién es realmente?

Sherlock lo miró a los ojos. Podría decirle la verdad allí mismo.

-Esas son tres preguntas.

Lestrade lo fulminó con la mirada pero él lo ignoró. Miró de nuevo a su alrededor sin inmutarse.

-¿Tienes tu teléfono? -Lestrade lo miró sin entender. Sherlock extendió una mano hacia él-. Tu teléfono. No encuentro el mío y John no está aquí. Lo necesito.

Tras unos momentos de duda en los cuales Sherlock estaba seguro de que Lestrade se planteaba decir algo más, le extendió su teléfono. Perfecto. Tecleó con rapidez.

-Aún no me has contestado -le recordó Lestrade tras unos momentos.

Sherlock resopló y le tendió el teléfono de vuelta.

-Irene Adler es una mujer peligrosa. Aparte de ser una profesional en su área, tuvo otras implicaciones y en una ocasión necesitó ayuda.

Lestrade asintió. Recibir información parecía calmarlo un poco.

-¿Por eso desapareció todo ese tiempo?

Sherlock desvió la mirada con fastidio.

-No puedo hablar de eso.

-Ese es el tipo de respuesta que obtendría de tu hermano -el tono de fastidio de Lestrade fue claro.

Sherlock levantó la mirada hacia él con expresión indolente. Lo último que quería era que Lestrade contactara a Mycroft.

-Mi hermano ni siquiera la conoce -replicó con un tono acorde a su expresión aburrida-. No creerás que tiene tiempo para considerar algo como el sexo en su vida. De cualquier forma, ¿por qué te importa lo que pase o haya pasado con Irene?

Le interesaba realmente la respuesta. No sabía qué tipo de influencia tenía la mujer sobre Lestrade en ese momento. Por una vez, la nociva presencia de la esposa de Lestrade podía estar siendo de alguna utilidad. Sin embargo, conocía a la mujer y ella sabía usar sus propios métodos.

Lestrade pareció incómodo con la pregunta. Caminó hacia atrás en el salón y finalmente se dejó caer en uno de los sillones.

-Dijo que no estaba ahí por casualidad. Dijo que como policía no podía creer en coincidencias.

Sherlock volteó los ojos hacia el techo un momento.

-Ahora tomas consejos de Irene Adler sobre cómo ser un policía. Muy listo.

Lestrade lo ignoró. Se incorporó en el sillón, apoyando los codos en las rodillas para inclinarse hacia él.

-No fue casualidad que me hablara esa noche.

Tenía que reconocer que la lógica de Lestrade estaba funcionando. Una vez empujado en la dirección apropiada por la propia Irene, las cosas iban cayendo por su propio peso. De hecho, la intervención de Hopkins había resultado más un distractor que un clarificador.

Eso quería decir que la próxima vez que el inspector viera a Irene, ella podría revelarle el resto. Ante esa opción, Sherlock prefería hacerlo en sus propios términos.

Se inclinó hacia él también.

-No, no lo fue. -Reconoció la chispa de comprensión en los ojos de Lestrade, pero también un rastro de decepción. La mujer había rasgado ya la superficie entonces-. ¿Perdiste algo esa noche?

Lestrade frunció el ceño, intentando recordar. Era evidente que su memoria de ese día no era muy buena, pero de hecho era mejor de lo que él había calculado en su momento. El efecto de Irene en los simples mortales.

Pudo ver cómo el recuerdo tomaba forma frente a sus ojos. Lestrade lo miró con alarma.

-Mis llaves, una placa, una identificación… -Pudo ver la incredulidad escribirse en su rostro-. ¿Me lo robó?

Sherlock desvió la mirada y se levantó del sillón. Se dirigió hacia el escritorio y verificó que la caja con las cosas que Irene había dejado en el apartamento seguía allí.

-Yo lo necesitaba.

Probablemente Lestrade había supuesto todo ese tiempo que él era suficientemente bueno forzando puertas para entrar a su apartamento sin dejar una sola marca la noche anterior a su reaparición. Sin embargo, había tenido una llave de gran utilidad. Los otros elementos habían servido su propósito en su momento también.

Le dio un tiempo a Lestrade de procesar lo que acababa de escuchar. Pudo ver su ceño fruncido, la mirada perdida en el suelo, los puños apretados.

Tras unos momentos, Lestrade lo miró de nuevo.

-Me enviaste a robar y espiar.

Sherlock negó mientras buscaba la vieja identificación en el escritorio. Ya no le servía pues habían cambiado el diseño hacía un tiempo. Por supuesto, se había hecho con una nueva ya.

-Sólo robar. Irene es curiosa por sí misma.

Se acercó y le tendió la identificación. Lestrade se levantó sin tomarla.

-¿Por qué lo hiciste?

Creía que aquel punto había quedado claro bastante tiempo atrás, por lo que se agitó con impaciencia.

-Resultó útil que lo hiciera, ¿no es así? -Insistió con la tarjeta de identificación y Lestrade la tomó. Bien. Sabía que no haría demasiado escándalo al respecto. Con el paso del tiempo había aprendido a tolerar sus métodos y en cierta forma, aquel robo no era más que una seña de que había intentado protegerlo. Sabía que el recuerdo de ese hecho hacía a Lestrade ahora incluso un poco más tolerante.

El inspector miró la tarjeta y la golpeó un par de veces en la otra mano antes de guardársela en el bolsillo.

-¿Por qué reapareció ahora? -Preguntó finalmente.

Sherlock restó importancia a la pregunta con un gesto.

-Curiosidad, posiblemente.

Lestrade tomó su respuesta seriamente. Pudo verlo reflexionar, con la mirada baja. Sherlock le puso cuidadosa atención antes de interrumpirlo.

-Irene es el tipo de mujer que siempre sabe lo que quiere y va por ello -le señaló-. Ten cuidado mientras no sepas qué es lo que quiere.

Lestrade pareció meditarlo un momento antes de repetir su tercera pregunta.

-¿Quién es realmente?

Sherlock lo miró con fastidio.

-¿Importa?

Lestrade no supo replicarle. Tampoco valía la pena prevenirlo de mucho más. Casi podía leer en su expresión que estaba deseando verla de nuevo para encararla. Para pedir explicaciones.

Sherlock temía que Irene sabría darlas.

Cuando John regresó una media hora después como respuesta al mensaje que le había enviado, ya Lestrade no estaba allí y él se había alistado con cuidado.

-¿Qué sucede? -Preguntó con agitación John al verlo listo para salir.

-Toma la caja de cosas de la mujer -señaló él sin explicaciones previas-. Es hora de visitarla.

Tenía que hablar con ella sobre Lestrade. Aunque él tenía muy claro que todo aquello no se trataba del inspector.

Mentira. No se trataba solamente del inspector.

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