El Juego - I "Piezas de Juego"

Aug 11, 2012 21:07




Fandom: Sherlock BBC
Título: El Juego (1/6)
Capítulo: I - Piezas de Juego
Personajes: Irene Adler, Greg Lestrade, Sherlock Holmes, John Watson, Stanley Hopkins (adaptación al universo de la BBC del personaje de los cuentos de Sir Arthur Conan Doyle), Violet Norton (OC).
Parejas: Greg/Irene, con elementos Sherlock/Irene y Violet/Irene referido.
Advertencias: ninguna. spoilers 2x03 lo más.
Notas: continuación de “ Extraños en la noche” (Greg/Irene). Toma elementos de “ El regreso” (Gen-Lestrade!centric) y de “ La muerte les sienta bien” (Sherlock/Irene). Dedicado a aglaiacallia porque sin ella nunca lo hubiera escrito. Gracias a aradira por el precioso banner :D 
Notas personales: esta historia me tomó buena parte del tiempo al inicio del año, aglaiacallia fue un sol estando conmigo en todo el proceso. La historia se compone de 6 partes. Sé que cada una es bastante larga, por eso daré una semana entre cada una. No vale la pena dividirla, lamento la extensión pero cada parte fue pensada como una unidad. La historia cambia de un POV a otro entre los personajes que aparecen y como dice el banner... No es romance. Es un juego del que todos son piezas ;)

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I

Piezas de juego

Irene Adler se había instalado con total comodidad en Baker Street a pesar de ser algo provisional. Su reincorporación a la sociedad londinense era condicionada y tomaría su tiempo. John no sabía exactamente cómo se había determinado que se quedaría con ellos. Tenía entendido que Mycroft quería que se quedara en otro lugar elegido por él, pero ella se había escapado de su guardia y se había instalado en Baker Street mientras encontraba por sí misma una instalación más apropiada.

Sherlock había tenido a continuación una de sus infantiles rencillas con su hermano, lo que había tenido por resultado a Irene Adler en el 221B de Baker Street.

Para fastidio de John, la encontraba a cada rato por el pequeño apartamento a pesar de que saliera con frecuencia. Ella solía hacer sus tres comidas del día fuera, para lo que tardaba horas arreglándose entre el baño y el cuarto de Sherlock. Se había instalado allí, le encantaba la cama y de cualquier forma, Sherlock casi nunca dormía. Si él retomaba su territorio, ella solía pasar la noche fuera. Igual, a pesar de que implicaba en muchas ocasiones encontrarse con el baño del apartamento ocupado, John lo prefería a cuando la mujer no salía. Entonces era normal encontrársela por allí, generalmente usando alguna de las camisas de Sherlock. Parecían ser su prenda de vestir favorita.

A Sherlock le resultaba absolutamente indiferente que usara su ropa, su cama, su cuarto y su baño mientras no se metiera con sus experimentos, su violín ni sus casos. Tampoco parecía alterarlo verla por allí con solo su camisa o incluso alguna vez desnuda, mientras caminaba por el apartamento mientras busca alguna prenda o accesorio que había dejado por ahí.

-¿Cuánto piensas quedarte? -Preguntó John a los tres días mientras se sentaba a la mesa con un bollo de pan que acababa de traerse de la panadería y una taza de café. Tres días que parecían una eternidad.

Irene acababa de entrar a la cocina llevando una camisa blanca de Sherlock con los puños arrollados, el pelo suelto y los pies descalzos. Insistía en no llevar muchas cosas suyas al apartamento porque se iría pronto.

La mujer se inclinó sobre la mesa, tomó su bollo de pan y le arrancó un pedacito con naturalidad, como si lo hiciera a diario.

-No lo sé aún.

John miró su pan como si no pudiera creerlo, mientras ella se comía el pedazo que había tomado.

-Creí que estabas acostumbrada a cosas más… lujosas.

Irene se encogió de hombros y se incorporó buscando a Sherlock con la mirada.

-No tiene idea de los lugares en los que puede estar uno cuando está muerto, doctor Watson.

Sherlock salió del baño en ese momento, envuelto descuidadamente en su bata y con el paño blanco al cuello.

-Necesito esa camisa -declaró al mirar a Irene. Ella lo miró con fastidio y se la quitó, tendiéndosela con desgana. John desvió la mirada mientras apuraba su café y Sherlock tomó la camisa imperturbable.

Definitivamente, John Watson no se acostumbraba a eso.

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-¿Cuándo se irá? -insistió John mientras regresaban hacia Baker Street.

Sherlock se talló el abrigo, con las manos dentro de los bolsillos. Era la tercera vez que su compañero abordaba el tema durante su salida. Le habría gustado que John se mantuviera enfocado. Necesitaba pensar en el caso, no en la mujer.

-Pronto.

-¿Por qué no la ayudamos a buscar un lugar para irse? -Propuso John con ímpetu- Tiene que haber algo.

-Ya tiene un lugar -replicó Sherlock frunciendo ligeramente el ceño. A veces olvidaba que John no captaba las cosas con la misma rapidez con él.

Era evidente que ese era el caso. John se detuvo un momento antes de seguirle el paso.

-¿Qué quieres decir? ¿Algo más que un depósito para sus cosas?

-Evidentemente -replicó Sherlock mirando a ambos lados de la calle. Tenían que volver pronto al apartamento. Lestrade llegaría en cualquier momento y no quería dar explicaciones sobre su implicación anterior en el caso para el cual iba a llegar a solicitarle ayuda.

John parecía molesto. Lo estaba desde la llegada de Irene. Le habría gustado que se contuviera más. Si bien él había mantenido una apariencia indiferente a la presencia de la mujer, todo el arsenal que ella estaba utilizando para alterarlo estaba haciendo mella en su compañero de apartamento.

-¿Cómo lo sabes?

Sherlock resopló con fastidio.

-Si observaras lo sabrías también.

Por supuesto que él sí que sabía observar. Cuando Irene caminaba desnuda a su alrededor, le dejaba algo absolutamente claro: en algún lugar de Londres, la mujer tenía un lugar acondicionado para su detallado y elaborado cuidado personal. Había intentado deducir el lugar a partir de su ropa, pero siempre regresaba impecable, con rastros tan comunes e ínfimos que podían pertenecer a cualquier lugar. Sabía por ello que no podía ser un lugar lejano ni fuera del casco de la ciudad.

Pero no iba a detallarle a John cómo sabía sobre el cuidado personal de Irene. Si bien su compañero parecía enterado de que había visto a Irene durante la época en que ambos estaban legalmente muertos, era una época sobre la que nunca hablaban. No tenía mayor sentido abordar el tema. Pero sí que recordaba la cantidad de complementos y aparatos que usaba la mujer, según había observado entonces.

John frunció el ceño y por la manera en que apretó el paso, Sherlock reconoció evidentes signos de enojo. Había esperado una aclaración que no había llegado.

-De cualquier forma, ¿por qué sigue en el apartamento entonces?

-Se irá -le aseguró Sherlock-, sólo está jugando.

-Contigo -señaló John, no era tono de pregunta.

-Por supuesto -respondió él embocando ya en la calle de su casa-. Aunque los resultados los está obteniendo contigo. No deberías dejar que te afecte.

John no se tomó bien su comentario.

-Oh, claro, debo tomar como normal tener a esa mujer caminando por el apartamento. Con tu ropa. O sin ropa. O como quiera andar.

Sherlock le dirigió una mirada hastiada de incredulidad.

-Deberías haberte acostumbrado ya.

La risita irónica de John no tardó en presentarse.

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Irene miró el reloj una vez más. Sería ideal que sus provisionales compañeros de piso se atrasaran, pero estaba segura de que no lo harían. Probablemente, Sherlock no querría que el inspector Greg Lestrade supiera que estaba involucrado en el caso mucho antes de que lo buscara.

Porque evidentemente, ella se mantenía informada de lo que estaba haciendo el único detective consultor del mundo.

Era divertido estar allí. Aparte de las reacciones del doctor Watson, que eran siempre interesantes, le apasionaba la aparente frialdad e indiferencia de Sherlock ante su presencia. Ella sabía que estaba atenta a cada uno de sus pasos. En apariencia le daba igual lo que ella hiciera, pero tenía a buen recaudo todos sus documentos importantes y su computadora estaba blindada a cualquier posible revisión que ella quisiera hacer. En teoría se concentraba en algún experimento, pero ella podía ver lo lento que avanzaba. Si bien no levantaba la vista del microscopio o de los tubos de ensayo, sabía que sus oídos estaban atentos y que notaba cualquier cambio en la posición de las cosas del apartamento.

Pero no estaba dispuesto a ceder y echarla de allí, aunque tenía que saber de sobra que ya tenía un lugar acondicionado para vivir. Después de todo, él sí conocía en qué lugares había estado mientras estaba muerta y sabía perfectamente que ella siempre encontraba comodidad donde fuera.

Sabía que podría sacarlo de quicio muy fácil: fastidiar sus experimentos, tocar su violín, o inmiscuirse en sus casos. Pero precisamente el hecho de que fuera fácil era lo que hacía que no utilizara esos recursos. No. Después de todo, su época en Baker Street era provisional y pensaba disfrutarla.

Miró por la ventana y vio a Sherlock y John acercándose. Parecían estar discutiendo. El doctor al menos, quien estaba alterado. Sherlock llevaba las manos dentro de los bolsillos del abrigo y el cuello del mismo levantado.

Irene se mordió el labio inferior, le encantaba que hiciera eso.

Se sentó de espaldas a la ventana y retomó la computadora. Mandó unas últimas instrucciones a Violet, su actual asistente, para que preparara su cena de esa noche. Luego se preparó para la entrada de ambos habitantes del apartamento. Estaba segura de que no esperarían encontrarla allí, no solía estar ya a esa hora. ¡Rutinas establecidas en tan poco tiempo! Incluso ellos serían vulnerables a la rutina: uno a tenerla y el otro a creer que todos los demás la tenían.

Efectivamente, al entrar al apartamento ambos se callaron. Sherlock la observó un momento antes de quitarse el abrigo, mientras que el doctor se quedó mirándola un momento más.

-Estás aquí -comentó John, ella sonrió ante lo innecesario del comentario. Él parecía sorprendido-. Y bien vestida.

Tuvo que evitar reír para levantar la mirada hacia él con expresión de educada curiosidad.

-¿Es esa una queja?

Era cierto, había decidido que para aquella situación sería mejor estar vestida apropiadamente. En lugar de una camisa de Sherlock entreabierta o alguna salida de cama transparente, se había vestido por completo. Sin embargo, tampoco había optado por algún elegante vestido. En su lugar, llevaba unos pantalones ajustados a su figura y una blusa camisera con los dos botones superiores abiertos y los puños arrollados. Tenía que admitir que empezaba a acostumbrarse a las camisas, eran cómodas.

Sherlock había vuelto a fijar la atención en ella. Podía notar en la tensión de su rostro que no le gustaba nada el hecho de haberla encontrado allí en ese momento.

-¿Es esa mi computadora? -replicó el doctor, ignorando la pregunta de Irene y la tensión entre las otras dos personas en la habitación.

La mujer miró el aparato como si le extrañaba la pregunta.

-Oh sí, tiene unos problemas de seguridad terribles, doctor Watson. Pensé que podría ayudar a mejorarla.

El doctor Watson avanzó hacia ella, parecía dispuesto a arrebatarle la computadora, pero era muy caballero para hacerlo. Ella le sostuvo la mirada, divertida.

-No, gracias -dijo él finalmente, sin que las palabras educadas escondieran su enfado-. No la quiero en la seguridad de mi computadora.

Ella se encogió de hombros y la cerró, devolviéndosela.

-Como prefiera.

Finalmente, Sherlock habló. Sonaba serio, probablemente sospechaba algo.

-¿Qué estás esperando?

Ella lo miró como si no comprendiera a lo que se refería, aunque lo entendía perfectamente.

-Nada, me apetecía un día calmado -sus ojos brillaron con malicia-. Pensé que si acababan el caso, tal vez quisieras cenar conmigo esta noche.

La seriedad de Sherlock se acentuó si eso fuera posible. Irene escuchó la puerta de un carro cerrarse en la calle frente al edificio de apartamentos. Bien.

-No te gusta la calma -replicó Sherlock ignorando la invitación, como hacía siempre.

Irene ladeó la cabeza, mirándolo con interés. No se equivocaba, no le gustaba la calma. En eso eran iguales. Por eso era que aquello funcionaba.

Mientras esperaba, estaba sentada en el sillón, con las piernas recogidas sobre este. Llevaba el cabello sujeto en un moño alto y un maquillaje cuidadosamente calculado para la ocasión. Pero no era sólo su aspecto lo que hacía en ese momento que Sherlock la viera así. O tal vez sí, pero no porque le gustara lo que veía.

El detective empezaba a darse cuenta que ella sabía que su presencia en el apartamento no era un arma que pretendiera utilizar con él realmente, solo una entretención.

Se escucharon los pasos en las escaleras y finalmente, Greg Lestrade apareció en la puerta del apartamento que los hombres habían dejado entreabierta al llegar.

-Sherlock, no sé si estarás ocupado, ¡pero tienes que venir!

Parecía que había corrido más que llegado en auto, considerando lo agitado de su aspecto. Estaba un poco más delgado que la primera vez que Irene lo había visto, pero parecía más atlético y repuesto. La atención del doctor Watson había gravitado hacia el recién llegado, pero la mujer notaba la mirada de Sherlock todavía en ella.

Por su parte, Irene se concentró en el recién llegado, a quien le tomó tan solo un momento darse cuenta de que había algo distinto en el apartamento.

Alguien distinto.

Sus ojos se encontraron con los de ella y pudo ver la duda en ellos. El parcial reconocimiento. La mente esforzándose por pasar a través de la neblina del alcohol y el tiempo para aclarar su imagen. Fueron solo un par de segundos, pero Irene estuvo segura de que el inspector estaba seguro de que le resultaba conocida.

-Buenos días -saludó el hombre algo inseguro, como si no tuviera claro lo que veía. Seguramente era así.

-Buenos días -replicó ella con tranquilidad.

La atención de Sherlock se dividió entonces entre el recién llegado y ella. Antes de que el doctor Watson intentara presentarla, desconocedor, al contrario de Sherlock, de que Greg y ella ya se conocían, el detective tomó su abrigo de la percha y se dirigió a la puerta.

-Vamos, puedo ver que no hay tiempo que perder.

El doctor parpadeó confundido y se dirigió hacia la puerta cuando Greg, aun algo confundido, salió tras despedirse con un movimiento de cabeza. Siguía a Sherlock hacia la salida cuando el detective consultor se giró y lo encaró con seriedad.

-Quédate con ella -le indicó con un tono que no daba lugar a réplicas.

Irene sonrió complacida aunque Sherlock no le diera la satisfacción de girarse a verla. Finalmente había anotado el punto que había estado esperando.

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Irene se asomó a la ventana para verlos alejarse. Subieron al auto y se alejaron a toda la prisa que era permitido. Claro, Greg Lestrade no iba a romper los límites de velocidad. Era un tipo legal. Sonrió para sí ante la idea. No había tratado con mucha gente legal en su vida. Gente buena sí, la mayor parte sin embargo con oscuros secretos, deseos, indiscreciones, morales grisáceas… Gente problemática, gente liberal, gente retorcida… En realidad había conocido a muchas personas en su vida.

Miró de reojo a John. Se había acomodado en el escritorio y estaba encendiendo la computadora. Contuvo la sonrisa antes de entrar en papel. Como sospechaba, el doctor no sabía nada de lo ocurrido durante la muerte de Sherlock.

-¿Quién era ese?

-Un inspector de Scotland Yard -respondió de mala gana. Estaba enojado porque Sherlock lo dejara allí, evidentemente.

-Oh, ¿acostumbra Sherlock irse con ellos así de fácil?

John lanzó una mirada hacia la ventana que daba a la calle.

-Es Lestrade, con él suele acudir.

-¿Solo? -Preguntó sin poder evitar la pulla. Pudo ver al doctor erizarse.

-No, generalmente voy con él.

El reproche en sus palabras era evidente. Irene le lanzó una mirada arrepentida y se acercó, utilizando su mejor expresión de arrepentimiento que era una mezcla de seriedad con la mirada baja.

-No necesito una niñera -le señaló con un tono entre defensivo y de disculpa.

El doctor Watson mantuvo la mirada fija en la pantalla. Irene sabía que en opinión del hombre lo que necesitaba era algo como un equipo de seguridad exclusivo que la vigilara. De cualquier manera no se hubiera ofrecido para el trabajo.

Pero su enfado en ese momento no era con ella. Era con Sherlock. Pudo verlo hacer ese razonamiento mientras su ceño se fruncía viendo el monitor que continuaba en la página de entrada. John Watson no era un hombre legal en el sentido que Greg. Estaba segura de que estaría dispuesto a romper la ley mil veces por Sherlock. Pero era un hombre justo.

-Lo sé -dijo finalmente. Lo vio dar unos clics sin obtener la respuesta que esperaba. Tecleó algunas palabras sin conseguir nada.

-Bueno, supongo que este… Lestrade será de confianza -dijo ella asomándose por la ventana al lado del escritorio.

El doctor Watson estaba tecleando de nuevo.

-Sí, lo conoció mucho antes que a mí.

Irene alzó ambas cejas, aunque el doctor no estuviera viéndola.

-Ya veo. ¿Cómo dijo que se llamaba? Creo que capté solo el apellido.

La pregunta le hizo gracia. Pudo escuchar su risa.

-Greg -Se giró a mirarla como si hubiera dicho algo muy gracioso-. Sherlock tardó seis años en averiguar su nombre.

Ella sonrió con aire cómplice.

-Eso suena muy propio de Sherlock.

El doctor Watson pareció recordar de repente que no pretendía tener complicidad con ella. Se giró de nuevo a la computadora y frunció el ceño.

-¿Qué le hiciste a esta cosa? -Preguntó molesto.

Irene se inclinó por encima de su hombro para ver la pantalla. Se aseguró de que su pelo le hiciera cosquillas en la mejilla y pudo sentirlo alejarse. Contuvo una sonrisa.

-Se lo dije: un mecanismo de seguridad. Mire -dijo haciendo ademán de ayudarlo.

-No -se negó de inmediato, mirándola a la defensiva de nuevo.

-Ya tiene una clave -le señaló ella-. Puede esperar a descifrar la clave que le puse, o dejarme ayudarlo. Sherlock podría ayudarlo, aunque la última vez tardó algunos meses en descubrir la clave que yo había utilizado, como recordará.

Pudo verlo cerrar los ojos un momento. Era uno de sus métodos de autocontrol, lo había observado.

-De acuerdo -dijo finalmente.

Ella extendió los brazos para escribir por encima de él. Lo sintió removerse incómodo antes de levantarse para darle el campo. Ella se sentó y tecleó algo con rapidez. Un menú se expandió delante de ella.

-Listo. Ahora sólo tiene que poner su propia clave. Le recomiendo algo muy personal.

El doctor la miró con incredulidad.

-Tenía entendido que lo mejor era algo al azar.

Irene se levantó de la silla, de manera que podía verlo frente a frente.

-Según se vea.

El doctor pareció interesado en su respuesta.

-Aunque tardó meses, Sherlock pudo adivinar su clave. ¿Era algo personal?

No le había dicho la clave. Irene contuvo la sonrisa aunque estaba segura de que sus ojos habían brillado al escuchar la pregunta.

-Sí -admitió-. Lo era.

El hombre frente a ella frunció el ceño.

-No parece molestarle.

Irene ladeó la cabeza, encogiéndose de hombros.

-Cuando alguien es capaz de descifrar una clave muy personal, es porque ha logrado acercarse lo suficiente para saberla.

Sonrió ligeramente y se apartó de la computadora. Tomaría un libro y más tarde volvería a las preguntas. Sentía que era mejor darle un espacio al doctor en ese momento.

-Sherlock podrá adivinar mi clave de cualquier forma -señaló el doctor en voz alta.

Irene puso una expresión de suficiencia al girarse a verlo.

-Exactamente a eso me refería.

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Aquel caso no tenía ni pies ni cabeza. Hopkins se había quemado las plantas de los pies caminando por los distintos sitios haciendo interrogatorios sin sacar nada en claro. Lestrade había dudado si ir a buscar a Sherlock. Sabía lo mal que se tomaba que lo buscara por un caso en el que no lo hubiera invitado a la escena del crimen originalmente, pero no tenía otra opción.

Sin embargo, no se lo había tomado mal. De hecho parecía algo distraído y molesto, cosa bastante inusual tratándose de Sherlock. Lo distraído, no lo molesto.

-¿Pasa algo? -Preguntó Lestrade finalmente, cuando había terminado de describir el caso. Sherlock lo miró de reojo, como si quisiera saber a qué se refería-. Pareces distraído. John no vino… Estaba esa mujer en el apartamento…

La expresión de Sherlock le indicó que había estado esperando que sacara el tema y le fastidiaba. Siempre sucedía cuando se salían del tema del caso que investigaban. Pero tenía que admitir que la curiosidad estaba justificada.

En especial porque estaba seguro de que a esa mujer la conocía.

-John estaba ocupado -replicó Sherlock finalmente, como si quisiera zanjar el tema sin importancia.

Lestrade frunció el ceño. ¿Sería eso lo que sucedía?

-¿Tiene una novia nueva?

Sherlock giró la cabeza hacia él más rápido de lo que hubiera esperado, aunque su expresión se mantuvo inalterable.

-¿Su novia? -Por el tono de voz, parecía que la idea le resultaba extraña, sino insultante. Lestrade se reprendió mentalmente: estaba pasando demasiado tiempo con Hopkins.

-Era solo una idea -se apresuró a aclarar. Sherlock parecía disgustado ahora-. ¿Es una cliente?

-Algo así -masculló Sherlock. Le dirigió una mirada irritada-. ¿Por qué el interés?

Lestrade fijó la mirada en el camino.

Recordaba a esa mujer. No podía precisarlo exactamente, pero su imagen se relacionaba con Sherlock. No había sido parte de ninguno de sus casos en común, podía estar seguro. El problema es que fuera de los casos, tampoco había tenido mayor interacción con el mundo de Sherlock, excepto por aquellos oscuros lugares de su pasado con los cuales sabía que el detective ya no tenía relación.

¿Había un mundo de Sherlock fuera de los casos? Claro, estaba Mycroft. Pero no, esa mujer no parecía del tipo de las escoltas y mensajeras que utilizaba el mayor de los Holmes.

Tal vez el propio Sherlock podía sacarlo de dudas.

-Creo que la conozco.

-¿De dónde? -Preguntó el detective con indiferencia.

Lestrade frunció el ceño. ¿Podía relacionar algo más con ella?

-No lo sé -replicó con fastidio-. Pero estoy seguro de que la he visto antes.

Sherlock torció el gesto antes de concentrarse en la calle que acaban de entrar, en la cual estaba el lugar al que se dirigían.

-No creo que frecuentes sus círculos sociales -señaló. Al llegar al lugar bajó del auto y miró el apartamento donde se encontraba la escena del crimen aún acordonada, a pesar de haber sucedido un par de días antes-. Concentrémonos en lo que importa. Veamos si las pisadas descuidadas de todos los policías dejaron alguna prueba que valga la pena.

Lestrade se alegró de que al menos Hopkins hubiera supervisado la recolección de pruebas. En palabras de Sherlock era menos inepto que la mayoría, lo que en sí quería decir que más de una vez se había fijado en lo correcto aunque no tuviera la menor idea de qué se trataba.

El detective consultor se sumió en el análisis del lugar. A Lestrade siempre le había gustado verlo moverse por las escenas del crimen. Todavía ahora, tiempo después de su reaparición, se sentía agradecido por su regreso y por la manera en que la culpa que había arrastrado durante los 3 años de su supuesta muerte hubiera sido perdonada.

Culpa. ¿Por qué pensaba en ello?

El recuerdo de los ojos de la mujer en el apartamento de Sherlock reapareció en su mente.

Aquella brusca irrupción del pasado le valió un estremecimiento que debió ser visible. Al menos, por un momento, le pareció que Sherlock se había detenido y lo observaba.

Salió de la escena antes de comprobarlo. No tenía aun un recuerdo concreto pero empezaba a sospechar de dónde la recordaba. ¿Pero por qué? ¿Qué hacía en el apartamento de Sherlock?

Le gustaría tener la capacidad de Sherlock para lograr que nada más importara. Sabía que esa era siempre la solución: centrarse en el trabajo. Tenía que controlarse y concentrarse en el caso. Era lo que había hecho toda la vida, pero costaba.

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John suspiró y miró por encima de la pantalla de la laptop. Irene estaba sentada en el sillón, leyendo con aspecto concentrado un libro. Casi hubiera parecido inofensiva de no haberla conocido. Sin embargo, estaba convencido de que incluso aquella posición tan ajena a lo que sucedía a su alrededor era calculada: la curvatura de su cuello, la inclinación de la cabeza sobre su lectura, la mano reposando en su regazo con los dedos extendidos mostrando la manicure perfecta. Todo. Desconfiaba instintivamente de ella.

Sin embargo…

Si John tenía algo claro sobre Irene Adler, era que Sherlock significaba algo para ella. Qué cosa, no podía estar seguro. ¿Un reto, un igual, un juego, una némesis? No lo sabía. Pero le resultaba claro que todo lo que estaba haciendo giraba alrededor de su compañero. A veces, John tenía la sensación de que lo que Irene quería era asegurarse de tener la atención de Sherlock. Sin embargo, podía hacer cosas increíblemente peligrosas o arriesgadas para ello.

Tal vez, como su amigo, se aburría demasiado de otra forma. Pero la última persona que veía a Sherlock como el único capaz de ser su compañero de juegos había sido Moriarty y recordaba perfectamente cómo había terminado eso.

Sin embargo, no tenía la sensación de que Irene fuera tan peligrosa como Moriarty. Más que una psicópata deseosa de arrasar con todo por la diversión de destruir y enredar, la tenía por una egoísta indiferente a arrasar con lo que hiciera falta para alcanzar su placer personal.

Se preguntaba qué tan delgada era la línea que separaba eso. También le inquietaba en ocasiones qué tanto le importaba a Sherlock aquello. ¿Le gustaba lo que fuera que tenía con ella? Eso parecía. ¿Confiaba en ella? No, no lo creía. Y aun así, en cierta forma lo hacía. ¿Por qué seguía alimentando aquello?

¿Y qué había pasado en la época en que habían estado “muertos” ambos? Sherlock no había soltado prenda al respecto.

La idea que cruzó por su mente era peligrosa. Lanzó otra mirada a la mujer, quien continuaba concentrada, acababa de dar vuelta a la página. Después de todo, Sherlock quería mantenerla cerca.

Se restregó la cara con las manos. No quería inmiscuirse en eso, pero mientras ella estuviera en Baker Street estaba entre dos fuegos. No sabía que pensar además de su último intercambio. ¿Había intentado ser amable? ¿Quería averiguar algo?

De cualquier forma, no podían seguir viviendo bajo el mismo techo en pie de guerra y después de todo, tenían algo en común: Sherlock significaba algo para ellos. De una manera muy diferente, estaba seguro, pero continuarían teniendo en él un punto de unión que no podía ignorar. Frunció el ceño al recordar sus insinuaciones hacía mucho tiempo sobre la similitud entre ambos con respecto a su compañero.

-¿Necesita algo, doctor Watson? -Preguntó Irene finalmente, sin levantar la vista del libro. Seguramente había sentido que la observaba mientras él se había sumido en sus propios pensamientos-. ¿Le está dando algún problema la computadora?

John respiró profundo y se levantó del sofá, dirigiéndose hacia el otro sofá. Irene levantó la vista del libro y lo siguió con la mirada.

-No, está bien -replicó él. Se sentó frente a ella y supo que le faltaba decir algo más-. Gracias.

Irene asintió. No dirigió la atención al libro, sino a su reloj.

-Sherlock se tarda -comentó.

John se encogió de hombros.

-En realidad no, está en un caso.

La mujer lo miró con interés, apoyando una mano en el libro para que no se cerrara.

-¿No le preocupa?

-Sherlock sabe cuidarse -replicó él tras pensarlo un momento.

-Estará con ese inspector además, ¿no? -preguntó ella volviendo a su libro.

John miró su reloj también. No le extrañaría que Sherlock ya se hubiera ido sin explicarle nada a Greg y estuviera siguiendo una nueva pista.

-Tal vez -replicó aun con todo de duda-. Greg suele darle independencia para trabajar, Sherlock solo le lleva resultados.

-Oh, suena a que confía con él -comentó la mujer con interés. Seguramente le resultaba extraño pensar que Sherlock se relacionaba con más personas.

-Sí, se conocen desde hace mucho -contestó el doctor-, se entienden, supongo. Tienen objetivos comunes. Aunque Greg tiende más a buscar hacer justicia con la resolución de los casos, llevar pruebas sólidas a juicio. Sherlock se centra más en el problema en sí.

Generalmente le resultaría violento hacer una declaración así sobre su amigo porque entendía que no sonaba particularmente halagador. Sin embargo, tenía la sensación de que Irene podía comprenderlo perfectamente sin juzgarlo de manera negativa.

-Una pareja hecha en el cielo -replicó ella con una expresión de interés-. Pero el inspector no parece un soltero casado con el trabajo.

John desvió la mirada, tema delicado.

-No, no está soltero -contestó guardándose para sí que sería mucho mejor que lo estuviera.

-Oh -Irene lo miró con mayor interés-, eso va a favor de mi teoría. Diría que es un hombre en un matrimonio infeliz.

Lo había dicho con la misma propiedad que él y sus colegas diagnosticaban enfermedades. Ella pareció notar que el comentario lo había impresionado.

-Por favor, doctor, en mi campo de trabajo adquirí mucha experiencia para distinguir esas cosas.

Doctor. Sentía que Irene iba por terminar de gastarle el título. No estaba acostumbrado a que lo trataran así fuera del trabajo.

-¿Entonces? ¿Acerté, cierto? -Preguntó devolviéndolo a la conversación-. No lo vi lo suficiente para precisar más.

John desvió la mirada otra vez. Era un tema delicado. Él prefería enterarse lo menos posible.

-Sí, supongo que sí -aceptó-. Greg está más centrado en su trabajo.

Irene había dejado el libro de lado, parecía más interesada en la conversación. Suspiró con aire de entendida.

-Sí, conozco muchas mujeres con esposos por el estilo. Deteriora la relación. Claro, se pueden tomar algunas medidas…

John frunció el ceño. La idea de atañerle a Greg toda la responsabilidad de la infelicidad en su matrimonio le parecía increíblemente injusta, considerando que su esposa era una arpía.

-Espera un momento, no conoces a Greg -declaró con un tono defensivo que no intentó suavizar-. Su esposa no es ninguna mártir, créeme.

Aquello pareció avivar su interés. Puso el libro en la mesita de la sala y se inclinó hacia él. Resultaban algo inquietantes sus ojos fijos en él.

-¿Esposa infiel?

John se reprendió por estar revelando esa información, pero Irene era un auditorio muy interesado.

-Algo así.

-¿Algo así? -Repitió ella con extrañeza-. ¿Es un matrimonio abierto?

-Ella parece pensarlo -replicó él antes de pensar si era apropiado decirlo. Resopló, no iba a contarle toda la vida privada de Greg que él ni siquiera conocía, pero notaba que no iba a querer dejar el tema con facilidad. Su mirada atenta e insistente le estaba destemplando los nervios-. Mira, es una historia privada y dolorosa para él, ¿de acuerdo? Infidelidades, abandonos, reconciliaciones, es cosa suya. El punto es que Greg es una buena persona. Quizá demasiado comprometido con su trabajo, sí. Pero eso no lo hace malo.

Irene asintió lentamente, como si estuviera procesando la información. Se hizo hacia atrás, recostándose en el sillón de nuevo.

-No, no lo hace malo -repitió. Luego pareció reparar en que él la continuaba observando-. Es usted buen amigo de sus amigos, doctor Watson.

Ahí estaba otra vez el calificativo. John se contuvo para no rodar los ojos.

-¿Por qué siempre se refiere a mí por mi profesión y apellido? -Propuso precipitadamente. Supo de inmediato que se arrepentiría.

Irene lo miró divertida. Pudo ver sus ojos chispear con picardía y ese aire de seducción que siempre la envolvía se hizo presente de nuevo.

-Vaya, no sabía que teníamos tanta confianza para tutearnos, doctor.

John suspiró. Sí, se iba a arrepentir de eso.

-Creo que la he visto las suficientes veces desnuda como para que me llame por mi primer nombre -replicó de mala gana.

Irene lo miró entre pensativa y divertida.

-En ese caso, no sé si yo lo he visto a usted las suficientes veces, John.

-No me ha visto nun… -John se detuvo al ver su expresión y frunció el ceño. No quería saber por qué parecía burlarse de él. Vivían en el mismo apartamento por unos días, eso no significaba que hubiera podido verlo. ¿Verdad?

Irene se levantó y se dirigió hacia la ventana.

-No se preocupe, John. Su virtud sigue intacta a mis ojos -podía sentir la burla en sus palabras, aunque le llamaba más la atención que siguiera usando el usted a pesar de usar su nombre de pila. Tal vez ella también quería mantener la distancia. La vio sonreír al mirar por la ventana-. Vaya, aquí tenemos al detective consultor de vuelta y no parece nada contento.

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John notó como la atención de Irene lo abandonaba y se concentraba por completo en el recién llegado. Su postura también cambió. Del aspecto relajado y familiar que mantenía hasta momentos antes, su lenguaje corporal se tornó todo a la defensiva. Sin embargo, un inicio de sonrisa difícil de descifrar bailaba en sus labios.

Cuando el doctor vio la cara de Sherlock al entrar supo que algo andaba mal. La seriedad con la que veía a la mujer en ese momento no tenía nada que ver con la fría indiferencia con la que la había tratado los días anteriores. John alternó la mirada entre uno y otro. Irene también lo notaba y no parecía preocupada o intimidada al respecto.

Sherlock fue el primero en hablar.

-Te dije que él no.

Irene alzó ambas cejas, fingiéndose sorprendida por la acusación. De hecho, no pretendía lucir sorprendida. Era una burla muy clara.

-Me dijiste que no volviera a ese bar y no lo hice.

John notó como su compañero apretaba los puños. Solía hacerlo en situaciones muy intensas, no era algo común.

-Tienes alguien dentro de la policía -declaró en tono de certeza absoluta-. Alguien te avisó que vendría para acá. Por eso el maquillaje y el peinado como el de aquella noche, para estimular su memoria.

¿De qué demonios estaban hablando? John no entendía nada e iba a preguntar, pero la reacción de Irene lo detuvo. Esta vez sí estaba sorprendida, y de una manera grata, a juzgar por la manera en que sus labios se curvaron con satisfacción.

-¿Recuerdas eso? Me siento halagada.

Sherlock avanzó hacia ella, acortando considerablemente la distancia entre ambos. Estaba rígido, los músculos de su cara se veían tensos y sus ojos refulgían de una manera que John sabía reconocer como enojo. Un enojo que rallaba con la furia.

-Conoces a alguien en la policía -repitió, ignorando su pregunta.

-Conozco lo que le gusta -replicó Irene con descaro, un brillo malicioso en la mirada.

La tensión entre ambos crecía a cada instante. John tenía la impresión de que ni siquiera recordaban que él también estaba allí.

-Esperen -interrumpió John con voz fuerte, apelando a su sentido militar. Allí se estaba cociendo algo grave y tenía que entenderlo-. ¿Qué pasa aquí?

Sherlock giró la cabeza hacia él.

-¿Te preguntó algo sobre Lestrade?

John parpadeó, confundido.

-Sí -replicó sin entender aún la pregunta, ni cómo había podido saberlo su amigo-. ¿Por qué?

Sherlock volvió a girarse hacia Irene y John pudo notar cómo se inclinaba ligeramente hacia ella, amenazante.

-Déjalo fuera de esto.

Lestrade. Irene había estado averiguando sobre su vida privada. Sus relaciones. ¿Era posible que…? ¿Pero de qué noche hablaban Sherlock y ella?

Un silencio tenso se formó después de la orden de Sherlock. Orden, porque no había otra forma de interpretarlo. John notó el peligro brillar en los ojos de Irene al elevarse ligeramente en las puntas de sus pies para acercarse un poco más a la altura del detective.

-¿Fuera de qué? -Preguntó en un susurro que antecedió a una expresión satisfecha ante la ausencia de respuesta. Volvió a bajar a su altura habitual con la tranquilidad de quien ha dado un golpe maestro.

En ese momento, John podía saber lo que Irene estaba sintiendo. Lo veía en el brillo de sus ojos, en la sonrisa contenida, en la postura de triunfo. Era claro como solían serlo pocas cosas para él, pero sabía lo que sentía: absoluta satisfacción.

Nunca, en todo el tiempo que tenía de conocerlos, Sherlock había permitido que lo viera alterado. No sabía cómo habían sido las cosas cuando su amigo había descifrado la clave de su teléfono, pero en todos esos días Irene había tratado de alterar a su compañero y finalmente, lo había logrado.

-Él no puede jugar a tu nivel -señaló el detective finalmente, y esta vez, su tono era de advertencia.

John notó como el rostro de Irene se suavizaba un poco.

-Oh, pero qué es esto… ¿Preocupación? ¿Sentimiento? -Había un rastro innegable de burla en sus palabras-. No te preocupes: me agrada Greg.

John sabía que el inspector de Scotland Yard era lo suficientemente importante en la vida de Sherlock para que Irene tuviera razón. El detective volvió a ignorar la pregunta.

-Tienes que tener cuidado con lo que hagas con Lestrade -remarcó el detective.

-¿Por ti? -Replicó Irene entrecerrando los ojos.

-Ten cuidado -repitió él, sin lugar a réplica.

John se dio cuenta de que sentía la boca seca. No entendía bien de qué estaban hablando ni de dónde había salido todo eso, pero en resumen sacaba algo en claro: Irene iba tras Lestrade. ¿Por qué? ¿Desde cuándo? No lo sabía. Pero sí sabía algo: una mujer como Irene podía causar estragos en la vida del inspector.

Notó como Sherlock e Irene se sostenían la mirada todavía, ambos desafiantes pero dando por terminado ese encuentro. Irene se apartó del detective y dirigió su mirada hacia John, para sobresalto de este.

-No se sienta mal, doctor -declaró la mujer-. Ya sabía casi todo lo que pregunté. Sólo quería saber si había algo nuevo.

Los reclamos se trabaron en la garganta de John. No le daría la satisfacción de acusarla de haberlo utilizado, sonaba ridículo, en especial porque siempre había pensado que la mujer no era de fiar. Era su culpa haberse dejado usar.

-Greg es una buena persona -dijo buscando el apoyo de Sherlock con la mirada, encontrándose con que este continuaba mirando a Irene de la misma manera que conjugaba enojo y advertencia.

Irene sonrió ligeramente.

-Lo sé -replicó con certeza. Luego giró la cabeza ligeramente hacia Sherlock-. Supongo que esto cancela las posibilidades de cenar juntos esta noche. Una lástima, porque me voy a mi propio lugar a partir de hoy.

Por supuesto que Sherlock había tenido razón en cuanto a que la mujer ya tenía un lugar en el cual establecerse. Sin embargo, John dudaba que su amigo hubiera previsto que se iría de esa manera.

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Cuando Irene llegó a su casa le pidió a Violet que cambiara la cena por una comida ligera, no tenía mucha hambre. La joven se puso en ello de inmediato. Kate había sido su mejor asistente antes de desaparecer bajo el disfraz de la muerte, pero le gustaba muchísimo esta nueva chica. Se había tomado mucho trabajo para elegirla y no se arrepentía. Era lista, tenía un gusto exquisito y una conversación siempre interesante. Sobretodo, era discreta y no hacía preguntas ni juzgaba. Por eso y otros atributos físicos en particular, parecía hecha a su medida.

Sin embargo, no quería su compañía en ese momento. Se acostó en su nueva cama, mucho más grande y cómoda que la de Sherlock, y vio su reflejo en el espejo en el techo. Una sonrisa triunfadora se expandió en sus labios al encontrarse con sus propios ojos.

No necesitaba siquiera cerrarlos para remontarse a la sensación orgásmica de ver a Sherlock alterado. Ella lo había alterado. Había pulsado los botones correctos para sacarlo de quicio. Aunque fuera contenido, había podido apreciarlo. Había sentido la tensión en su cuerpo, el enojo que latía en sus ojos y sus deseos de poder dominarla para que no hiciera lo que él no quería.

“Déjalo fuera de esto”.

Un estremecimiento de placer la recorrió solo recordarlo. Estaba segura de que incluso John Watson había entendido perfectamente lo que había ocurrido en ese momento.

Ese día se quedaría en casa. La sensación de triunfo le duraría todavía mucho más. Sin embargo, ya se pondría en marcha al día siguiente. Era hora de continuar con su vida. Su reinstalación en Londres estaba completándose, y con sus acciones de ese día había vuelto a poner tierra de por medio entre Sherlock y ella, algo de vital importancia para trabajar con tranquilidad.

Sin embargo, se había asegurado de que le seguiría la pista de cerca.

Oh sí, había sido una muy buena jugada.

La pregunta era cómo realizar la siguiente. Si se mantenía alejada de Greg, Sherlock creería que había aceptado su advertencia. No quería eso. Por otra parte, había dicho algo que era cierto: Greg le agradaba. Además, la advertencia del detective parecía incluir algo más que la mera preocupación de un amigo. ¿Qué riesgos implicaba acercarse al inspector? Tendría que averiguarlo.

Efectivamente, Sherlock tenía razón, aunque no se lo diría: debía ejecutar con cuidado su próximo movimiento.

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Abordar el tema de Irene había sido imposible durante las siguientes 24 horas aproximadamente. Sherlock se había sumido en absoluto en el caso que estaba llevando y había logrado que él hiciera otro tanto. El doctor trató de encontrar a lo largo de todo ese tiempo alguna señal en el detective que le indicara cómo se sentía con lo sucedido con la mujer, pero sin éxito. Tampoco notó nada diferente en Lestrade, quien estaba totalmente volcado con el caso. Hubiera intentado averiguar por medio de Hopkins si le había notado algo extraño, pero el joven inspector estaba muy entusiasmado con la investigación, como siempre que tenía oportunidad de trabajar directamente con Sherlock.

Cuando regresaron al apartamento, sin embargo, el tema los estaba esperando. Concretamente, John encontró una nota sobre la mesa con su nombre en el sobre. Solamente su nombre de pila.

Miró a Sherlock, pero él había tomado su violín y miraba por la ventana, sacando notas del instrumento distraídamente.

Abrió la nota, seguro de su remitente:

“Querido John, volveré a recoger el resto de mis cosas en otro momento. Probablemente a la hora del desayuno algún día, me encanta el pan que compras. Irene.”

El doctor tuvo que leer la nota un par de veces para creerse que era real. Parecía realmente la nota de una ex compañera de apartamento, como si nada hubiera sucedido más que un simple traslado de residencia. Resultaba extraño que dejara una nota, acostumbrada como estaba a los mensajes.

Aunque bien pensado, nunca se había comunicado por esos medios con él.

-¿Qué dice la mujer? -Preguntó Sherlock todavía mirando por la ventana.

John se sobresaltó, claro, ¿acaso pensó que no lo notaría?

-Nada -replicó guardándose la nota en el bolsillo-. Que vendrá luego por sus cosas.

Sherlock sacó una nota larga al violín. Estaba inusualmente calmado, considerando lo sucedido.

-¿Qué te preguntó sobre Lestrade? -Preguntó mirándolo un momento, mientras acomodaba de nuevo el violín en su hombro.

-No mucho. Si estaba casado, si era un matrimonio infeliz... ¿Qué es lo que ocurre, Sherlock?

El detective se tomó un tiempo más antes de contestar. John empezaba a sentirse alarmado por su calma.

-La mujer tiene curiosidad.

-No -replicó John acercándose-. Lo que oí sonaba… peligroso.

-La curiosidad puede ser peligrosa -replicó Sherlock mirándolo de reojo.

Aquel era un buen punto, aunque John se preguntó si lo decía por Irene o por él. Sentía que la curiosidad iba a acabar con sus nervios. No había preguntado nada hasta entonces, pero ahora estaba justificado.

¬-¿De qué noche hablaban? -Preguntó al fin tras dudarlo unos momentos. Sherlock lo ignoró, lo que acrecentó la sensación de malestar que había venido creciendo en él desde el enfrentamiento que había presenciado-. Los oí, hablaban de una noche en específico.

-Así es -replicó Sherlock, pero no añadió nada más.

-¿Tengo que descifrarlo? -Preguntó John entonces-. ¿Es eso? Bueno, es obvio que ustedes tienen más historia de la que yo conozco. Sé que se vieron durante la época en que ambos estaban convincentemente muertos y supongo que en algún momento Irene se encontró con Greg y te diste cuenta. ¿Voy bien?

Sherlock dejó el violín a un lado y lo miró serio.

-Bien -replicó con ese tono serio y formal tan característico suyo que se tornó sarcástico al continuar hablando-. Muy útil.

-Ahora ella quiere sacarte de quicio usando a Lestrade -añadió John, sintiendo como se acrecentaba en su interior la sensación de alerta que tenía cuando Irene estaba cerca-. ¡Tenemos que hablar con él!

Sherlock hizo un gesto de disgusto y se dirigió al sofá, llevando el instrumento con él.

-¿Qué pretende la mujer? -Preguntó en voz alta, como si quisiera que él le ayudara a descifrarlo.

-Sacarte de quicio -respondió John de inmediato-. Fue muy obvio.

El detective entrecerró los ojos, dejando que sus dedos vagaran por las cuerdas del violín.

-Vayamos más allá de lo obvio, ¿quieres, John? ¿Qué crees que desea?

John resopló.

-A Lestrade -replicó-. Debemos hablar con él.

Sherlock negó, mientras volvía a levantar el arco del violín.

-No sería la primera mujer disfuncional en su vida.

-Bueno, ya sabemos cómo le va con solo una -replicó John sin poder creer las palabras de Sherlock ni el tono calmado que estaba utilizando-. ¿Es que no te preocupa? ¡Te preocupa! ¡Yo estaba aquí ayer cuando te enfrentaste a Irene!

El rostro de Sherlock se endureció.

-Estaba buscando una reacción en ella.

-¡Oh, ella sí que encontró una en ti! -Replicó John de inmediato. A él no podía engañarlo: la mujer lo había alterado-. Tienes que hablar con Greg.

-¿Y qué? ¿Prevenirlo? -Preguntó con un ligero tono de burla.

John empezaba a perder la paciencia. Se puso de pie junto al sillón, de manera que tenía que ver hacia abajo para encontrarse con la mirada de Sherlock.

-Irene Adler es peligrosa. Te gusta exponerte al peligro, bien. Pero Greg no tiene por qué hacerlo.

El ceño de Sherlock se acentuó un poco y su mirada se apartó de la de John, concentrándose en el cielo que se veía a través de la ventana.

-Este juego no es sobre él.

John cerró los ojos y respiró profundo.

-No es un juego, Sherlock. No puedes sentarte ahí a esperar el próximo movimiento de Irene si Greg puede resultar mal. Tienes que tomar precauciones.

El detective continuó en la misma postura.

-No basta con prevenir un movimiento. Hay que conocer la estrategia -susurró levantando el arco del violín.

John se dio cuenta de que era tiempo perdido. Se pasó una mano por la cara pero ni siquiera así podría despejarse. Estaba cansado por el caso y las emociones acumuladas desde el día anterior. Era mejor irse a su habitación y dejar al detective solo con su violín.

Sin embargo, cuando llegó al cuarto, empezó a escuchar las melodías poco uniformes del instrumento y tuvo claras dos cosas: Sherlock no estaba tan tranquilo como aparentaba y era mejor que él se resignara a que no iba a poder dormir.

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Próximo capítulo: El juego de la curiosidad

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