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Tengo serios problemas, serios problemas de confianza. El problema en realidad es que mis problemas de confianza me causan más problemas aún, y son problemas que me causo yo, no que causa alguien más. Son mis problemas. Problemas, problemas, problemas.
Nada sería tan terrible si yo supiera controlar mis arranques de desesperación, pero no sé hacerlo.
Ahora que acabo de terminar de comer cereal y pretendo ir a buscar una coca-cola light bien fría, me dedicaré a escribir sobre mis problemas.
Bien, volví, me tomó un minuto y medio, creo.
Bueno, para seguir con mi liberación de rage problemática, comenzaré con esa frase cliché, muy clásica: "No vale la pena odiar, eso sólo demuestra cuánta importancia le das a lo que odies".
¿Qué opino? Mis polainas.
Me acabo de dar cuenta de que no soy buena perdonando. No lo soy, jamás lo seré. Lamentablemente, por muchas veces que haya escuchado la palabra "perdóname", no, no perdono, no soy buena perdonadora y lo lamento mucho. Es más, a quienes me hayan pedido perdón, les daré el privilegio de ser odiados por mí. Ok, no me refiero a todos, me refiero a los que realmente me sulfuraron los sesos a tal grado que las consecuencias en este momento afectan tanto mis actos como mi lengua.
Ok, no odio. Pero sí, estoy resentida.
Desearía patear en el culo a quienes me causaron problemas, más a quienes me los causaron hace tiempo y ahora, que yo creía estar más desentendida de estos, siento que por el contrario, me hacen ser una persona amargada y llena de trabas.
En realidad, debo corregirme. No soy una persona amargada, por el contrario, trato de ver la vida feliz, pero de que tengo trabas, sí, y darían lo mismo si sólo me afectaran a mí, pero el problema es que al afectarme, afectan a quienes me rodean, y si algo me es insoportable, es sentir que estoy molestando.
En fin, los culpables saben perfectamente quiénes son, y ojalá que en este momento les ardan las orejas.