Sep 07, 2007 21:56
La caridad
Pensé que era el único lugar donde estaba a salvo, el único lugar donde mi lectura no podía ser interrumpida, por eso, no dudé ni un segundo y decidí tomar el Metro.
Es cierto, los nuevos buses parecían más limpios, incluso ordenados, sin embargo mantenían aquello que no pudo ser borrado de sus precursores.
Bastaba que uno de ellos entrase pidiendo disculpas, (porque para empezar ya creían que estaban molestando) teniendo la oportunidad así, de ofrecer lastimosamente su mercancía, la cual compraban compasivamente los pasajeros.
Me equivoqué, porque hasta en el Metro entran vendedores ambulantes.
Relevancia circunstancial
Recuerdo que sucedió en San Felipe, iba por una calle cualquiera y una mujer me rozó el brazo accidentalmente. Nunca lo olvidaré, es el tipo de situación donde extrañamos aquella ciudad contaminada y bulliciosa que nos vio nacer, donde las personas no son más que viento que choca y retraza. Al casual evento no le tomé importancia, y ya tenía decido continuar caminando cuando me detuvo su voz pidiendo disculpas. Definitivamente me incomodó y no supe que decir, para mí no significaba nada. Y ahora que lo pienso, debo haber quedado como una maleducada o quizás peor, como una santiaguina.
Reviviendo la ciudad
Estoy en Vicuña, adelante están Las Torres. Me acompaña el Cristo, el Pancho e incluso el Simón. Nos desviamos, elegimos mal porque encontramos a Los Leones: El Pedro y el Manuel. Y como un Salvador, en la confusión del trasbordo aparece la Lucía. Meto las manos en mis bolsillos y cae una Moneda. Poco importa, estoy impaciente por bajar del Metro, así que alzo la vista como mirando hacía Neptuno. Juraría que veo Pajaritos, adelante Rejas y un poco más cerca, al Alberto que viene de la Uni.
Llegamos a Estación Central, y entramos a la universidad.