Ya tienes una respuesta, pero espero que otra no te siente mal, llevo como una semana con esto, enfermedad de por medio.
(1/3) -----------------------------
Enjolras está mal.
Grantaire puede verlo perfectamente y demonios, realmente desearía poder tomar un trago en ese momento. Uno no. Muchos. Los suficientes para perder la consciencia.
¿Qué se supone que pueda hacer él?
Nunca debió haberse despertado.
Debería ser otro el que estuviera ahora en esa maldita perrera con él. Seguramente esos horribles carros con cajones para transportar presos tenían un nombre pero él no los conocía ningún otro. De todas formas, Enjolras y él van en uno rumbo al infierno particular de los presos políticos.
Aquel no fue el plan nunca.
Ambos deberían estar muertos.
-----------------------------
Es hermoso e inquietante verlo impasible como el mármol del que siempre ha pensado que está hecho. Los soldados lo registran de maneras sucias e indecorosas, pero Enjolras no reacciona, altivo e imponente. Sin embargo, Grantaire puede ver que en sus ojos sólo quedan cenizas del fuego que lo alimentaba.
No lo mira a él aunque lo tenga al frente. Grantaire supone que en medio de la amargura y el dolor debe preguntarse por qué de todo el ABC era él quien había sobrevivido a su lado.
Combeferre. Courfeyrac. Cualquiera de ellos le hubiera ayudado más.
Lo lamentaba por Enjolras, tendría que conformarse con él.
Pero ni siquiera la estatua de mármol podía mantenerse indiferente a la sangre de sus amigos que cubría literalmente sus ropas y figurativamente sus manos.
---------------------------------
No los han separado. Lo normal habría sido aislamiento, interrogatorios, juicio y castigo. Los han aislado de los demás, pero siguen juntos.
Estarán vigilándolos. Esperando que digan algo que valga la pena.
Enjolras lo único que ha estado dispuesto a dar son los nombres de sus amigos para que devuelvan los cuerpos a sus familias.
Grantaire se limitó a pedir algo de tomar, pero lo más fuerte que le dieron fue un jugo de naranja que sabía agrio.
Tal vez es que aún tiene el sabor metálico en la boca de las veces que le pegaron al arrestarlos.
-¿Confortable, no crees? -comentó con ironía al ver el único catre maltrecho en la estrecha celda.
Enjolras lo ignora. Está sentado en el suelo, con la mirada perdida contra la pared. Grantaire decide sentarse a su lado. De todas formas le sigue ignorando. Cuando habla, no parece dirigirse a él.
-El pueblo no respondió.
A Grantaire le duele demasiado pensar que al fin Enjolras ha tenido que aceptar lo que él desde siempre le había vaticinado.
-------------------------------------
Le gustaría poder recordar algo. Por lo que pudo ver al despertar había sido una masacre. Pero no había escuchado las granadas, ni las metralletas, ni los disparos. Nadie en la barricada había estado preparado para la fuerza aplastante del ejército. Sus armas de contrabando parecían simples baratijas y juguetes.
Le había costado no detenerse al verlos, aunque se había cruzado con varios de sus cadáveres: Bahorel, Joly, Combeferre, Courfeyrac. Podía recordar sus rostros distorsionados por el miedo y el dolor. Sin embargo, había seguido. Se había resbalado en su sangre un par de veces y había saltado el cuerpo de Bossuet con tal de llegar a las escaleras.
Era odioso, lo sabía, pero en medio de la masacre sólo había tenido mente para buscar a una persona.
No lo había encontrado entre los cadáveres. Creyó haber llegado a tiempo de morir a su lado.
Pero el enemigo tenía otros planes.
Eso es todo lo que recuerda. No vio morir a ningún amigo. No vio como las calles se quedaban vacías. No vivió cómo el pueblo los dejaba solos, a merced de los soldados.
No tiene ninguno de esos recuerdos.
En cambio Enjolras, aunque se muestre frío y distante, él sí que recuerda demasiado.
Combeferre sabría qué decir. Por supuesto, ya no puede contar con él. Courfeyrac habría sabido cómo aligerar el humor pero… tampoco era una situación para un humor ligero. Grantaire habría dicho que era una situación para beber, pero aunque tuviera licor, tampoco creía que Enjolras hubiera estado de acuerdo.
Todas las situaciones eran para beber, en realidad.
Le gustaría saber qué pasa por la cabeza de Enjolras. Verle tan callado no es normal.
Siempre ha comparado a Enjolras con una estatua, pero con una llena de fuego y de vida. No una de hielo.
----------------------------------
Si su historia fuera una película o un libro y él fuera su héroe, esa es la situación en la que le probaría a Enjolras el valor que puede tener para él. Se quedaría a su lado, sería su roca, su apoyo inquebrantable… Le daría ánimos, le daría ideas, le devolvería la esperanza.
Pero Grantaire no es el héroe de ninguna historia. No está haciendo nada de eso. En su lugar está temblando como una gelatina, maldiciendo y retorciéndose en el catre demasiado pequeño. No va a resistirlo. Ya no quiere un trago.
Necesita un trago.
Enjolras es el que se sacude de su propia pena y caída para arrodillarse a su lado. Es quien le mira preocupado, quien se arranca un trozo de la manga de su camisa para secarle el sudor de la frente. Es quien termina por sujetarlo con fuerza contra la cama para contenerlo y gritar con palabras rabiosas para que alguien venga a atenderle.
Aún no está lo suficientemente mal como para no darse cuenta de que van a trasladarlo de la celda y ha perdido toda oportunidad de estar ahí para Enjolras.
Probablemente la mirada de tristeza que le dirige el líder cuando lo sacan de su celda es un inicio de las alucinaciones. Al menos le han salvado de tener que ver la decepción y el desprecio.
Prefiere quedarse con la imagen de sorpresa y aceptación que llegó a vislumbrar cuando ambos creyeron que iba a ser su momento de morir y Enjolras le dio permiso de hacerlo a su lado.
---------------------------------------
La muerte le está dejando claro que ni siquiera ella puede apreciarlo: es la segunda vez que renuncia a llevárselo.
Tras unos días sedado en la enfermería sabe que van a interrogarlo. No quiere pensar en lo que ha pasado Enjolras mientras tanto.
Quisiera poder verlo, aunque no cree que él le quiera ver.
Sin embargo, no tiene ocasión de comprobarlo. De la enfermería es llevado a una celda en aislamiento.
Los interrogatorios empiezan una semana después y en ellos nadie menciona a Enjolras.
----------------------------------------
Cuando le dicen que van a liberarlo tiene un ataque de pánico. Los guardias se ríen, entre burlones y confundidos, incrédulos de que no quiera salir de allí.
Pero no quiere.
Aunque tenga meses de no verlo, la idea de irse y dejar a Enjolras en aquel lugar lo rompe por dentro.
-No quiere irse y dejar a su novio aquí -dice uno de los guardias finalmente.
El otro se ríe con sorna y le da una patada para obligarlo a salir de la celda.
-No debería preocuparse por eso: aquí no deja nada.
El significado implícito de la ausencia de Enjolras es terrible. Si ha salido de allí no ha sido vivo, está seguro. Llegados a eso a Grantaire le da igual salir o quedarse. Está muerto por dentro.
Tiene que estar soñando. Tal vez de verdad ha muerto y ni siquiera sintió el momento de dejar la vida. La única certeza que tiene es que Enjolras es el hombre que espera de pie a la orilla de la reja. Está de espaldas, pero Grantaire podría reconocerlo incluso en la oscuridad.
-Aquí está -espeta con impaciencia el hombre de mayor rango de los presentes, el director de la cárcel, al tiempo que lanza una mirada reprobatoria a los guardias que arrastran a Grantaire, como si hubieran tardado demasiado.
Está de mal humor, se nota.
Pero Grantaire no tiene ojos para nadie más que para Apolo, quien le envía una mirada de reojo. Su estómago se retuerce al ver las marcas de golpes recientes en su hermoso rostro. Enjolras le sostiene la mirada un momento antes de volver a dirigirla al hombre al mando.
-Entonces, ahora sí -dice con la misma firmeza y dureza de siempre.
La mirada desdeñosa que el hombre les dirige a ambos está cargada de odio.
-Su abogado ha logrado sacarlos de aquí, pero las condiciones están claras: se irán para siempre. -El hombre escupe las palabras al tiempo que choca contra el pecho de Enjolras unos papeles. Grantaire ve que uno lleva su propio nombre. Enjolras no está esposado, pero a él apenas le están soltando las manos.
Enjolras arquea una ceja y todavía en medio pasillo de la cárcel, tras semanas y ya meses de interrogatorios es capaz de verse imponente.
-Exilio por nuestras ideas es un precio bajo.
Los hombres que le habían llevado hasta allí empujan a Grantaire con fuerza y desprecio, haciéndolo chocar con Enjolras.
-Ustedes son el cáncer da la patria -masculla el director. Grantaire puede sentir la tensión aumentar en todos los músculos de Enjolras y toma conciencia de lo pegado que está a él-. Si fuera mi decisión, sabría de mejores maneras de extirparlo.
Sin terminar de entender lo que pasa, Grantaire estrecha el brazo de Enjolras. No sabe si quiere animarle o advertirle que replicar no es buena idea. Él lo mira y guarda silencio.
Lo mira. Profundamente. Como si le importara.
Guarda silencio mientras busca su otra mano y entrelaza sus dedos.
Grantaire apenas y nota cuando abren la puerta tras ellos que lleva directo a la libertad.
-----------------------------------------------
Pontmercy ha hecho lo que ha podido para ser un abogado tan joven. La opinión internacional hubiera sido terrible para el régimen si hubieran muerto en cautiverio o los hubieran retenido por siempre. El exilio no les granjea el perdón del mundo tras el asesinato masivo de estudiantes, pero algún trato hay de por medio cuando son organismos internacionales los que les sacan para siempre del país a tierras vecinas.
Había quien piensa que estaban salvados.
Otros que ahí termina todo.
Grantaire sabe que no ha acabado nada. Enjolras sigue soñando con la libertad de su patria, con el regreso al seno de su tierra querida. En los derechos de las personas que seguían sufriendo en ella.
Todos sus amigos murieron el día de la revuelta; todas sus expectativas se vieron mancilladas y trituradas: pero Enjolras ha salido vivo para luchar todavía más.
Lo puede ver en sus ojos. El fuego empieza a encenderse de nuevo. Las cenizas se avivan y el dolor de la pérdida aviva la pasión que siempre lo había habitado.
Grantaire no intenta disuadirlo. Es un privilegio estar ahí a su lado para verlo nacer de nuevo.
----------------------------------------------
Estrecha su mano con la de él, entrelaza sus dedos y mira la bandera de su patria ondear aunque sea en tierra extraña.
Grantaire se limita a verle a él.
-Un día la veremos así en casa -dice Enjolras finalmente.
Hay nostalgia, ira contenida y promesas anhelantes en sus palabras.
Le gustaría decir que él ha influido en ello. Le gustaría haberlo ayudado, haberle animado o haberle inspirado. Le gustaría estarlo haciendo.
Pero no es así. Lo único que ha hecho mientras ha podido, es quedarse a su lado.
-Volveremos -añade Enjolras en voz baja mientras estrecha con más fuerza su mano.
Grantaire vibra al escucharlo. Hay fuego de nuevo, en su voz y en su mirada. Pero sobretodo, hay una verdad que no termina de creer ni asimilar: Enjolras quiere tenerlo a su lado.
(1/3)
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Enjolras está mal.
Grantaire puede verlo perfectamente y demonios, realmente desearía poder tomar un trago en ese momento. Uno no. Muchos. Los suficientes para perder la consciencia.
¿Qué se supone que pueda hacer él?
Nunca debió haberse despertado.
Debería ser otro el que estuviera ahora en esa maldita perrera con él. Seguramente esos horribles carros con cajones para transportar presos tenían un nombre pero él no los conocía ningún otro. De todas formas, Enjolras y él van en uno rumbo al infierno particular de los presos políticos.
Aquel no fue el plan nunca.
Ambos deberían estar muertos.
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Es hermoso e inquietante verlo impasible como el mármol del que siempre ha pensado que está hecho. Los soldados lo registran de maneras sucias e indecorosas, pero Enjolras no reacciona, altivo e imponente. Sin embargo, Grantaire puede ver que en sus ojos sólo quedan cenizas del fuego que lo alimentaba.
No lo mira a él aunque lo tenga al frente. Grantaire supone que en medio de la amargura y el dolor debe preguntarse por qué de todo el ABC era él quien había sobrevivido a su lado.
Combeferre. Courfeyrac. Cualquiera de ellos le hubiera ayudado más.
Lo lamentaba por Enjolras, tendría que conformarse con él.
Pero ni siquiera la estatua de mármol podía mantenerse indiferente a la sangre de sus amigos que cubría literalmente sus ropas y figurativamente sus manos.
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No los han separado. Lo normal habría sido aislamiento, interrogatorios, juicio y castigo. Los han aislado de los demás, pero siguen juntos.
Estarán vigilándolos. Esperando que digan algo que valga la pena.
Enjolras lo único que ha estado dispuesto a dar son los nombres de sus amigos para que devuelvan los cuerpos a sus familias.
Grantaire se limitó a pedir algo de tomar, pero lo más fuerte que le dieron fue un jugo de naranja que sabía agrio.
Tal vez es que aún tiene el sabor metálico en la boca de las veces que le pegaron al arrestarlos.
-¿Confortable, no crees? -comentó con ironía al ver el único catre maltrecho en la estrecha celda.
Enjolras lo ignora. Está sentado en el suelo, con la mirada perdida contra la pared. Grantaire decide sentarse a su lado. De todas formas le sigue ignorando. Cuando habla, no parece dirigirse a él.
-El pueblo no respondió.
A Grantaire le duele demasiado pensar que al fin Enjolras ha tenido que aceptar lo que él desde siempre le había vaticinado.
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Le gustaría poder recordar algo. Por lo que pudo ver al despertar había sido una masacre. Pero no había escuchado las granadas, ni las metralletas, ni los disparos. Nadie en la barricada había estado preparado para la fuerza aplastante del ejército. Sus armas de contrabando parecían simples baratijas y juguetes.
Le había costado no detenerse al verlos, aunque se había cruzado con varios de sus cadáveres: Bahorel, Joly, Combeferre, Courfeyrac. Podía recordar sus rostros distorsionados por el miedo y el dolor. Sin embargo, había seguido. Se había resbalado en su sangre un par de veces y había saltado el cuerpo de Bossuet con tal de llegar a las escaleras.
Era odioso, lo sabía, pero en medio de la masacre sólo había tenido mente para buscar a una persona.
No lo había encontrado entre los cadáveres. Creyó haber llegado a tiempo de morir a su lado.
Pero el enemigo tenía otros planes.
Eso es todo lo que recuerda. No vio morir a ningún amigo. No vio como las calles se quedaban vacías. No vivió cómo el pueblo los dejaba solos, a merced de los soldados.
No tiene ninguno de esos recuerdos.
En cambio Enjolras, aunque se muestre frío y distante, él sí que recuerda demasiado.
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Reply
Combeferre sabría qué decir. Por supuesto, ya no puede contar con él. Courfeyrac habría sabido cómo aligerar el humor pero… tampoco era una situación para un humor ligero. Grantaire habría dicho que era una situación para beber, pero aunque tuviera licor, tampoco creía que Enjolras hubiera estado de acuerdo.
Todas las situaciones eran para beber, en realidad.
Le gustaría saber qué pasa por la cabeza de Enjolras. Verle tan callado no es normal.
Siempre ha comparado a Enjolras con una estatua, pero con una llena de fuego y de vida. No una de hielo.
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Si su historia fuera una película o un libro y él fuera su héroe, esa es la situación en la que le probaría a Enjolras el valor que puede tener para él. Se quedaría a su lado, sería su roca, su apoyo inquebrantable… Le daría ánimos, le daría ideas, le devolvería la esperanza.
Pero Grantaire no es el héroe de ninguna historia. No está haciendo nada de eso. En su lugar está temblando como una gelatina, maldiciendo y retorciéndose en el catre demasiado pequeño. No va a resistirlo. Ya no quiere un trago.
Necesita un trago.
Enjolras es el que se sacude de su propia pena y caída para arrodillarse a su lado. Es quien le mira preocupado, quien se arranca un trozo de la manga de su camisa para secarle el sudor de la frente. Es quien termina por sujetarlo con fuerza contra la cama para contenerlo y gritar con palabras rabiosas para que alguien venga a atenderle.
Aún no está lo suficientemente mal como para no darse cuenta de que van a trasladarlo de la celda y ha perdido toda oportunidad de estar ahí para Enjolras.
Probablemente la mirada de tristeza que le dirige el líder cuando lo sacan de su celda es un inicio de las alucinaciones. Al menos le han salvado de tener que ver la decepción y el desprecio.
Prefiere quedarse con la imagen de sorpresa y aceptación que llegó a vislumbrar cuando ambos creyeron que iba a ser su momento de morir y Enjolras le dio permiso de hacerlo a su lado.
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La muerte le está dejando claro que ni siquiera ella puede apreciarlo: es la segunda vez que renuncia a llevárselo.
Tras unos días sedado en la enfermería sabe que van a interrogarlo. No quiere pensar en lo que ha pasado Enjolras mientras tanto.
Quisiera poder verlo, aunque no cree que él le quiera ver.
Sin embargo, no tiene ocasión de comprobarlo. De la enfermería es llevado a una celda en aislamiento.
Los interrogatorios empiezan una semana después y en ellos nadie menciona a Enjolras.
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Cuando le dicen que van a liberarlo tiene un ataque de pánico. Los guardias se ríen, entre burlones y confundidos, incrédulos de que no quiera salir de allí.
Pero no quiere.
Aunque tenga meses de no verlo, la idea de irse y dejar a Enjolras en aquel lugar lo rompe por dentro.
-No quiere irse y dejar a su novio aquí -dice uno de los guardias finalmente.
El otro se ríe con sorna y le da una patada para obligarlo a salir de la celda.
-No debería preocuparse por eso: aquí no deja nada.
El significado implícito de la ausencia de Enjolras es terrible. Si ha salido de allí no ha sido vivo, está seguro. Llegados a eso a Grantaire le da igual salir o quedarse. Está muerto por dentro.
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Tiene que estar soñando. Tal vez de verdad ha muerto y ni siquiera sintió el momento de dejar la vida. La única certeza que tiene es que Enjolras es el hombre que espera de pie a la orilla de la reja. Está de espaldas, pero Grantaire podría reconocerlo incluso en la oscuridad.
-Aquí está -espeta con impaciencia el hombre de mayor rango de los presentes, el director de la cárcel, al tiempo que lanza una mirada reprobatoria a los guardias que arrastran a Grantaire, como si hubieran tardado demasiado.
Está de mal humor, se nota.
Pero Grantaire no tiene ojos para nadie más que para Apolo, quien le envía una mirada de reojo. Su estómago se retuerce al ver las marcas de golpes recientes en su hermoso rostro. Enjolras le sostiene la mirada un momento antes de volver a dirigirla al hombre al mando.
-Entonces, ahora sí -dice con la misma firmeza y dureza de siempre.
La mirada desdeñosa que el hombre les dirige a ambos está cargada de odio.
-Su abogado ha logrado sacarlos de aquí, pero las condiciones están claras: se irán para siempre. -El hombre escupe las palabras al tiempo que choca contra el pecho de Enjolras unos papeles. Grantaire ve que uno lleva su propio nombre. Enjolras no está esposado, pero a él apenas le están soltando las manos.
Enjolras arquea una ceja y todavía en medio pasillo de la cárcel, tras semanas y ya meses de interrogatorios es capaz de verse imponente.
-Exilio por nuestras ideas es un precio bajo.
Los hombres que le habían llevado hasta allí empujan a Grantaire con fuerza y desprecio, haciéndolo chocar con Enjolras.
-Ustedes son el cáncer da la patria -masculla el director. Grantaire puede sentir la tensión aumentar en todos los músculos de Enjolras y toma conciencia de lo pegado que está a él-. Si fuera mi decisión, sabría de mejores maneras de extirparlo.
Sin terminar de entender lo que pasa, Grantaire estrecha el brazo de Enjolras. No sabe si quiere animarle o advertirle que replicar no es buena idea. Él lo mira y guarda silencio.
Lo mira. Profundamente. Como si le importara.
Guarda silencio mientras busca su otra mano y entrelaza sus dedos.
Grantaire apenas y nota cuando abren la puerta tras ellos que lleva directo a la libertad.
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Pontmercy ha hecho lo que ha podido para ser un abogado tan joven. La opinión internacional hubiera sido terrible para el régimen si hubieran muerto en cautiverio o los hubieran retenido por siempre. El exilio no les granjea el perdón del mundo tras el asesinato masivo de estudiantes, pero algún trato hay de por medio cuando son organismos internacionales los que les sacan para siempre del país a tierras vecinas.
Había quien piensa que estaban salvados.
Otros que ahí termina todo.
Grantaire sabe que no ha acabado nada. Enjolras sigue soñando con la libertad de su patria, con el regreso al seno de su tierra querida. En los derechos de las personas que seguían sufriendo en ella.
Todos sus amigos murieron el día de la revuelta; todas sus expectativas se vieron mancilladas y trituradas: pero Enjolras ha salido vivo para luchar todavía más.
Lo puede ver en sus ojos. El fuego empieza a encenderse de nuevo. Las cenizas se avivan y el dolor de la pérdida aviva la pasión que siempre lo había habitado.
Grantaire no intenta disuadirlo. Es un privilegio estar ahí a su lado para verlo nacer de nuevo.
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Estrecha su mano con la de él, entrelaza sus dedos y mira la bandera de su patria ondear aunque sea en tierra extraña.
Grantaire se limita a verle a él.
-Un día la veremos así en casa -dice Enjolras finalmente.
Hay nostalgia, ira contenida y promesas anhelantes en sus palabras.
Le gustaría decir que él ha influido en ello. Le gustaría haberlo ayudado, haberle animado o haberle inspirado. Le gustaría estarlo haciendo.
Pero no es así. Lo único que ha hecho mientras ha podido, es quedarse a su lado.
-Volveremos -añade Enjolras en voz baja mientras estrecha con más fuerza su mano.
Grantaire vibra al escucharlo. Hay fuego de nuevo, en su voz y en su mirada. Pero sobretodo, hay una verdad que no termina de creer ni asimilar: Enjolras quiere tenerlo a su lado.
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