- Antes de que lo olvide, creo que se impone una felicitación. Sobre todo a ti, amigo mío. No creo que hubieras podido encontrar una reina mejor para Rohan.
Me llevó un momento asimilar lo que Legolas estaba diciendo. ¿Reina de Rohan? ¿Qué reina de Rohan? ¿Acaso Eomer iba a…? Entonces caí en la cuenta del silencio tenso que había caído sobre el pueblo, de que Eomer todavía me tenía cogida de la mano y de que todas las miradas estaban clavadas en mí, salvo la de Aragorn que parecía estar decidiendo si asesinar o no a su amigo. Me quedé helada.
¿El elfo creía que yo…? Desde luego que lo creía. No necesitaba más que mirar a mi alrededor para darme cuenta de que, al parecer, los únicos que no estábamos enterados de lo que estaba sucediendo éramos Legolas y yo.
- Gracias,- conseguí decir por fin al ver al que al parecer nadie más tenía la intención de intervenir y Legolas empezaba a parecer preocupado por la mirada asesina del rey-. Espero estar a la altura. Todo esto ha sido un tanto… precipitado.
Desde luego mi sonrisa no estaba a la altura de lo que se suele esperar de una novia extasiada, pero dadas las circunstancias pensé que no se me podía pedir mucho más. Apreté la mano de Eomer y levanté la mirada hacia él en busca de ayuda. Después de todo él sabía lo que estaba pasando. Él me había metido en aquel lío. Lo menos que podía hacer era venir al rescate.
- Es cierto que ha sido precipitado,- respondió al cabo de un momento-, pero prometo compensarte. Y creo que voy a empezar a hacerlo con un paseo a la orilla del río, así que si nos disculpáis…
Sin esperar a que nadie le respondiese dio media vuelta y echó a andar hacia el río sin mirar hacia atrás. Al parecer tenía prisa por alejarse de oídos indiscretos, porque me costaba seguirle el paso. Pensé en pedirle que parase, pero al ver su ceño fruncido y la más que evidente preocupación en su rostro decidí que podía esperar hasta que nos alejásemos del grupo que nos seguía con la mirada desde la puerta de la posada.
Alcanzamos la orilla del río y comenzamos a caminar hacia el antiguo embarcadero sin que diese muestras de ir a detener la marcha y entonces caí en la cuenta de lo absurdo de la situación. Se me escapó una risita al recordar la cara de susto de Eowyn y Faramir al darse cuenta de lo que Legolas estaba a punto de decir. Cuanto más lo pensaba, más divertido me resultaba y de pronto me encontré riendo a carcajadas.
- ¿Qué…?- Eomer se detuvo a mi lado, al parecer sin saber muy bien qué decir. Parecía tan preocupado y la situación empezaba a resultarme tan ridícula que por mucho que lo intentaba era incapaz de dejar de reír.
- Lo siento,- dije entre carcajadas-. De verdad que lo siento. Pero es que vuestras caras… y el pobre Legolas…
Cuanto más intentaba controlarme menos capaz era de hacerlo. Empezaba a preocuparme de que se lo tomase a mal, después de todo parecía haberse tomado mucho trabajo para conseguir hacer las cosas bien y yo estaba a punto de llorar de la risa, cuando sin previo aviso me encontré entre sus brazos, sintiendo más que escuchando el retumbar de las carcajadas en su pecho.
Tardamos un rato en dejar de reír, sus manos tranquilizadoras recorriendo mi espalda hasta que lo único que alcancé a oír fue el suave sonido del río al deslizarse rozando la antigua roca oscura del embarcadero y el firme latido de su corazón bajo mi oído. Por fin me aparté lo justo para levantar la mirada hacia él, todavía sonriendo.
- Parece que has tenido una noche ocupada.
Tenía que haberlo sido. Nos habíamos separado tarde y aquella mañana Faramir había aparecido en casa tan temprano que, de no ser porque se trataba de un miembro de la familia, se habría considerado una absoluta falta de modales. Era evidente que mi primo había acudido a instancias de Eomer, por lo que tenía que haberlo despertado casi al amanecer.
- Eso me temo, sí,- levantó la mano para apartarme un rizo de la cara y de pronto pareció tan preocupado que me resultó irresistiblemente tierno.
- Entonces,- pregunté al ver que no parecía dispuesto a decir nada más-, ¿vas a explicarme lo que está pasando?
Sus brazos se tensaron a mi alrededor y su pecho se expandió en una respiración profunda antes de que se decidiese a responder.
-Quería decírtelo de otra manera, pero Legolas no me ha dejado muchas opciones,- dijo un momento después,- Mañana volvemos a Rohan.
El corazón me dio un vuelco, aunque no era una noticia inesperada. Era el rey de la Marca, después de todo. Debía asumir su trono en Meduseld y por lo que sabía debía haber tanto que reconstruir en Rohan como en Gondor. En justicia, no podía esperar que se quedara mucho más tiempo, pero de pronto el día me pareció mucho menos brillante. Bajé la mirada hacia su pecho, buscando inútilmente algo que decir.
- Me preguntaba,- su mano en mi mejilla me hizo alzar la cabeza hasta encontrarme con sus ojos verdes, de pronto muy próximos a los míos,- si tal vez querrías venir conmigo.
- ¿Ir contigo?- parpadeé, no del todo segura de lo que me estaba preguntando.
- Hace días que debería haber partido, pero retrasé la marcha porque Aragorn me lo pidió. Por ti me quedaría incluso más tiempo,- deslizó los dedos suavemente, recorriendo despacio la línea de mi barbilla-. El problema es que ya no puedo permitirme el lujo de esperar más, mi gente me necesita en casa y pasarán meses antes de que pueda volver. Meses antes de que pueda visitar Dol Amroth y hacer las cosas como debería.
Las palabras del elfo resonaron entonces de nuevo en mi cabeza y no pude evitar fruncir ligeramente el ceño.
- Has hablado con mi padre-. No me sorprendí cuando asintió con la cabeza. Aquello explicaba el inesperado cambio de actitud de Faramir. Seguí adelante, pronunciando muy despacio, sin saber muy bien cómo preguntar lo que quería saber sin que él me entendiera mal-. No le has pedido mi mano, ¿verdad?
Permaneció en silencio tanto tiempo que empecé a preguntarme si lo habría ofendido, pero finalmente agitó la cabeza.
- Lo pensé, pero no me pareció justo. Mereces mucho más que una proposición apresurada de un hombre al que casi no conoces y que además viene acompañado de más responsabilidades de las que tal vez quieras afrontar.
Sus dedos se deslizaron más abajo, hacia mi cuello, haciendo que casi perdiese el hilo de lo que estaba diciendo.
- ¿Entonces de que has hablado con mi padre? - pregunté finalmente con un hilo de voz.
- ¿Te ha dicho Faramir que Eowyn volverá conmigo a Edoras hasta que hayamos celebrado el funeral de mi tío y su boda? - deslizó su pulgar hasta rozar un punto inesperadamente sensible detrás de mi oreja. Incapaz de ocultar el estremecimiento que recorrió mi cuerpo asentí con la cabeza-. He pensado que tal vez te gustaría acompañarla. Vais a ser familia, después de todo, y estoy seguro de que a mi hermana le vendría bien tener una buena amiga en Gondor cuando vuelva para quedarse.
- ¿Y mi padre se ha creído eso?- contuve a duras penas un gemido, absorta en la forma en que el verde de sus ojos parecía oscurecerse por momentos mientras sus dedos se hundían entre mis rizos, deshaciendo a conciencia el recogido que tanto me había costado aquella mañana.
- No, en absoluto, pero no se opondrá si tú deseas acompañarnos-. Colocó una mano bajo mi barbilla, levantándome la cara, y se inclinó hasta que sus labios estuvieron tan cerca de los míos que casi los rozaban al hablar-. ¿Vendrás?
Tal vez fue él el que se inclinó para cerrar la escasa distancia que nos separaba. O quizás fui yo. No estoy demasiado segura de lo que sucedió, pero en lugar de contestar me encontré besándolo, de puntillas, los brazos ceñidos alrededor de su cuello, permitiendo sin dudar el acceso a su lengua mientras sus manos se deslizaban por mi espalda, moldeando mi cuerpo contra su pecho.
Sus labios se apoderaron de los míos con una lentitud que hizo que me sintiera temeraria y ansiosa. No era un buen momento para la lentitud. Deseaba un beso de verdad, como los que habíamos compartido la noche anterior. Gemí, impaciente, y entreabrí los labios para permitir que mi lengua asomase sólo lo suficiente para rozar la suya.
Su respuesta fue instantánea. Un gruñido escapó de su garganta, inclinó mi cabeza hacia atrás y dejó que su lengua penetrara profundamente, hasta casi cortarme la respiración. Era un beso ávido, exigente, que estaba a punto de conseguir que me ahogase. En sus labios tanto como en su calor, en el suave aroma a cuero de su coraza, en el sinuoso deslizarse de su lengua. Cuando por fin se detuvo y pasó la yema del pulgar sobre mis labios dejé escapar un suave jadeo y lo miré sin decir palabra.
- ¿Vendrás?- preguntó de nuevo un momento después.
Lo observé un momento más, fascinada por lo hermoso que resultaba allí de pie, a la luz del sol, con los labios entreabiertos y los ojos entornados por el deseo. Su mirada se desvió casi imperceptiblemente hacia mis pechos antes de volver a clavarse en mis labios. Me recorrió un escalofrío y respondí casi sin pensarlo.
- Sí,- susurré poniéndome de puntillas para cerrar de nuevo la distancia que nos separaba, y aunque esta vez fui yo la que tomó la iniciativa él no tardó en asumir de nuevo el control. Aquel era el tipo de beso del que había oído hablar entre risas a las sirvientas. Un beso exigente y terno que me robaba el aliento hasta dejarme ligeramente mareada, y cuando por fin nos separamos unos centímetros las rodillas apenas me sostenían.
Varios de los pretendientes que mi padre me había presentado el año anterior habían intentado besarme y había permitido que uno o dos lo hicieran, pero nunca había sido así. Nunca como esto. Sus besos habían sido siempre vacilantes, sus caricias inseguras. Una y otra vez me había sentido como si estuvieran cortejando a mi padre y n a mí. Tal vez para Eomer el matrimonio con la hija del príncipe de Dol Amroth resultase conveniente, pero al menos cuando me tenía entre sus brazos sólo pensaba en Lothiriel. De eso no tenía la menor duda.
- ¿Estás segura?- preguntó cuando por fin nos separamos para recuperar el aliento.
- He dicho que iré,- dije volviéndome. Lo cogí de la mano y empecé a tirar de él hacia las calles de Desembarco del Rey. Pero no prometo que vaya a quedarme,- concluí encogiéndome de hombres.
- Ya veo,- respondió poniéndose a mi altura y atrayéndome hasta sujetarme por la cintura-. Tu padre me avisó de que ibas a ser difícil.
- ¿Dijo eso?- fruncí ligeramente el ceño. En el fondo tampoco podía reprochárselo. El último año no le había puesto las cosas demasiado fáciles.
- ¿A dónde vamos?- preguntó Eomer con curiosidad al ver que caminábamos hacia el interior del pueblo, tan cerca el uno del otro que casi sentía el roce de mi falda contra sus botas al caminar. El pueblo no había cambiado mucho desde mi última visita. La vegetación parecía un poco más salvaje. Algunos muros había terminado de derrumbarse, pero todo parecía estar básicamente igual. Me detuve un momento para orientarme y luego me interné en una calle estrecha.
- Dejé algo aquí la última vez que vine. Pensaba que ya no podría recuperarlo, pero ya que hemos venido me gustaría comprobar si sigue donde lo puse.
-¿Cuánto hace de eso?- Ahora que sabía que lo acompañaría a Rohan parecía mucho más relajado. Ahora era yo la que empezaba a ponerse nerviosa. Había mucho que preparar si debía salir de viaje al día siguiente, pero tampoco quería dar la excursión por terminada todavía.
- Casi cinco años. Lo dejé bien guardado,- añadí al ver cómo arqueaba una ceja con cierto escepticismos-. Debería seguir allí.
Desembarco del Rey no había sido un pueblo grande ni siquiera en sus momentos de mayor esplendor, por lo que en cuestión de minutos estuvimos frente a la casa que buscaba. Al menos desde fuera parecía mantenerse casi intacta, salvo por la puerta inexistente, la maleza salvaje que se había apoderado del pequeño jardín y las desvencijadas contras de las ventanas, que chocaban una y otra vez contra los muros, empujadas por la brisa.
- ¿Aquí?- Asentí con la cabeza y eché a andar hacia la puerta. Una mano sobre mi hombro me detuvo antes de que hubiera podido dar dos pasos-. ¿Qué tipo de caballero sería si dejase que una hermosa dama se enfrentase al peligro antes que yo?
- ¡Oh, perdón!- retrocedí, dejándole libre el camino hacia la puerta, y me incliné en mi mejor reverencia-. Jamás se me ocurriría ofenderos de semejante manera.
- Eso pensaba,- se inclinó con seriedad fingida y cruzó la puerta con precaución. Lo observé desaparecer al otro lado del umbral como si realmente esperase encontrar algo peligroso al otro lado. Había visto a mi padre, a mis hermanos e incluso a mis primos hacer lo mismo una y otra vez, y aunque aquella vena protectora podía ser muy agradable, lo cierto es que en determinadas circunstancias llegaba a convertirse en algo sumamente molesto. Nada a lo que no estuviera acostumbrada, sin embargo. Caminé hacia la puerta justo cuando él asomaba al exterior.
- Está bastante peor por dentro que por fuera, pero no parece que vaya a caerse enseguida,- dijo tendiéndome la mano en cuanto me acerqué lo suficiente-. Pisa con cuidado.
La advertencia no estaba de más. El interior estaba oscuro. La maleza había empezado a crecer dentro de la casa y la mayor parte del suelo estaba levantada. No resultaba fácil avanzar sin que mi vestido se enganchase una y otra vez, pero tampoco necesitaba ir muy lejos. Por suerte, la chimenea seguía en pie.
Me acerqué con sumo cuidado y deslicé una mano en el interior, buscando el hueco que sabía que debía encontrarse detrás de uno de los ladrillos. Tanteé con cuidado unos segundos hasta encontrar la abertura. No me molesté en disimular una mueca de asco al apartar la telaraña que la cubría y rebusqué a toda prisa hasta que mis dedos se cerraron sobre la familiar bolsa de terciopelo.
- Lo tengo,- exclamé sacando la mano con cuidado, apretando la bolsita con fuerza en la palma de mi mano.
- Entonces salgamos ya,- resultaba evidente que Eomer no se sentía cómodo allí dentro y no podía reprochárselo. Ahora que ya tenía lo que había ido a buscar yo también prefería volver al aire libre.
Después de la relativa oscuridad del interior, la luz del atardecer resultaba casi deslumbrante. Me detuve un momento en el umbral, para permitir que mis ojos se acostumbrasen de nuevo a la claridad y un momento después levanté la mano y abrí los ojos lentamente.
- ¿Qué es?- preguntó Eomer mirando la pequeña bolsa de terciopelo azul, cubierta de polvo y telarañas, que sostenía en la mano.
- Deja que te lo enseñe,- rápidamente aparté las telarañas y limpié parte del polvo que la cubría. Los nudos estaban más apretados de lo que recordaba y tuve que pelearme un rato con ellos antes de poder abrirla.
- Siento interrumpir.- me sobresalto la voz del nuevo rey de Gondor apareciendo por detrás de Eomer-, pero me temo que tenemos que volver a la ciudad.
- ¿Ha pasado algo?- observé con curiosidad la repentina tensión que parecía haberse apoderado de Eomer.
- No, tranquilo. Nada grave al menos,- respondió Aragorn encogiéndose de hombros,- pero acaba de llegar un mensajero informándonos de que los carromatos que traen a los niños ya están a la vista de la ciudad.
- ¿Y?- la pregunta fue breve y llegó acompañada de un ceño fruncido.
- Y Faramir, Eowyn y yo podríamos arreglárnosla perfectamente para recibirlos y acomodarlos, pero tu futuro cuñado cree que no resultaría apropiado que Lothiriel se quede sola contigo,- el ceño fruncido de Eomer parecía divertirlo sobremanera.
- ¿Va a volver a empezar? Pensaba que ya habíamos resuelto ese tema,- ahora mi apuesto jinete parecía francamente exasperado,
- No ha dicho que a “él” no le pareciera bien, Eomer. Ha dicho que no resultaría apropiado. Tal vez allá en el norte no lo sepáis, amigo mío, pero aquí en el sur hay reglas muy estrictas sobre lo que se espera que hagan y dejen de hacer las jóvenes damas de la nobleza, especialmente en presencia de rudos guerreros extranjeros. Por lo que sé, quedarse a solas con ellos sin nadie más presente para asegurarse de que no se propasen resulta absolutamente inapropiado.
Consiguió terminar su discurso, pero resultaba evidente que cada vez le resultaba más difícil contener la risa.
- Muy bien. Ningún problema. Nos quedaremos ese mensajero tuyo. ¿Dónde lo has dejado?
Al levantar la vista el brillo de los ojos de Eomer me dejó claro que estaba divirtiéndose casi tanto como su amigo. Por lo menos, la sangre no amenazaba con empezar a correr en breve.
- Me temo que ya va camino de Minas Tirith. Sabía que me costaría convencerte y tu hermana quería enviar algunas instrucciones de última hora.
Aragorn abrió camino hacia la posada, volviéndose a mirarnos por encima del hombro.
- Podría pedirle a Legolas que os hiciese compañía pero te conozco, Eomer, y probablemente si lo hiciera su vida correría peligro si lo hago. No estoy dispuesto a arriesgarme.
- Sabía que tenía que haber acabado con él el día que lo conocí. Aquella mañana en la pradera cuando perseguíais a los uruks,- hablaba en voz baja, pero todos éramos perfectamente conscientes de que Aragorn podía escucharlo perfectamente-. Sabía que no iba a traerme más que problemas desde el momento en que lo vi por primera vez.
El rey y yo estallamos en carcajadas al mismo tiempo. Eomer nos fulminó a los dos con la mirada y entornó los ojos.
-Mañana,- me susurró esta vez tan cerca de mi oído que sólo yo alcancé a escucharlo. Enlazó los dedos en mi mano libre y echó a andar detrás del rey.
- Mañana, le respondí en voz igualmente baja mientras deslizaba la pequeña bolsita de terciopelo en el bolsillo interior de mi capa. De momento, podía esperar.