Dentro de poco, mi pequeño primo Diego se bautizará. Es una gran ocación, dicen todos, comprando y preparando los mejores trajes para una fiesta como esa; estaremos allí lo más elegantes y sobrios posibles para recibir al que será nuestro hermano desde ahora en adelante. Una pequeña nueva personita.
Y claro, yo no podía faltar. Usar una linda falda, comprar un chaleco que haga juego con aquella falta, y por supuesto, zapatos...
Zapatos de tacón, y medias.
Hace unos años, esto era sólo un juego. Ponerse los zapatos de mamá, maquillarse, tomar una de esas lindas carteras con brillantes que guardaba para una ocasión especial, y jugar con tus amigas a ser damas de la alta sociedad: Tomabamos té en tasas rosas, plásticas; ibamos a fiestas donde los invitados eran pequeños peluches con corbata.
Y ahora nada de eso me parece un juego.
Plancharse el pelo para no desordenarlo, maquillarse para arreglar un poco la cara, pasar horas en el baño para poder salir presentable a algun lado; ahí me doy cuenta de que ya no tengo cinco años. Que aquellos días donde podía jugar horas y horas en la calle con mis amigos a la pelota ya han pasado, que ya mi rostro no posee una belleza natural, y que necesita mantenimiento periodico.
¡Y sólo tengo 18!
Los hermosos zapatos que compré el Domingo pasado lo demuestran: delicados, finos, con clase...y tacones.
Siempre he dicho que es posible mantener la infancia, intentando convencerme de que es posible, pero ¿Hasta qué punto? ¿Hasta cuando podré usar calcetines y no medias?¿Hasta cuando podré usar zapatillas para ir a todos lados? ¿Hasta cuando podré usar sólamente delineador para maquillarme? ¿Hasta cuando podré teñirme el pelo por simple capricho, y no por cubrir aquellas marcas de la edad? No quiero avanzar en el tiempo.
Quiero retroceder, escapar. Volver a esos tiempos donde podía comer dulces sin remordimiento alguno, donde podía ver TV todo un día, e ir al colegio por que sí, porque era un derecho. Porque aun podía distraerme en clases, y no hacer las tareas...
Ir a Neverland para perderme y no volver jamás.
Y creo que ver a ese pequeño que crece cada noche, a cada segundo, aprendiendo un lenguaje que le condenará en el futuro, y aprendiendo costumbres, siutiquismos que le harán tomar una camisa y una corbata que ahogará sus pequeñas alas de soñador, me deprimirá aún más.
Adios, pequeña muñeca.
-Ryuu