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Ya habían pasado un par de semanas desde que los Pevensie habían cruzado el gran armario de madera que los comunicaba con Narnia; o así había sido anteriormente, pues ahora no había nada más que abrigos gigantes y llenos de polvo dentro de ese mueble.
Peter había estado evitando a Edmund todo ese tiempo. Intentaba que no se notase mucho, pero era evidente que el ahora niño se había dado cuenta, y se había molestado por eso. Pero Peter sabía que era lo mejor para ambos. Esto no era Narnia, era Inglaterra, y ahora volvían a ser niños, no reyes adultos que podían cargar con las consecuencias de sus actos.
Pero cada vez se le hacía más difícil recordarlo, incluso teniendo trece años de nuevo y siendo su hermano mucho menor que él. Lo que habían estado haciendo en Narnia era algo incorrecto, inmoral, malo. Nunca debería haber pasado, pero muy a su pesar, Peter no se arrepentía. Y su hermano, al parecer tampoco.
Por eso cuando Edmund se acercó a la biblioteca en donde Peter se encontraba leyendo, y lo tomó por la espalda, susurrándole al oído que él sabía lo que hacía y que quería hacerlo, él no pudo hacer nada, cerrando los ojos y disfrutando de la sensación que el cálido aliento de su hermano le producía.
Después de todo ellos ya no eran los niños que aparentaban ser. Y como los hermanos que eran, no dejarían que nada malo les sucediera. Al fin y al cabo, ese sería su pequeño secreto.