RE: marvel ; rhodey (& o / tony)rhea_carlysseApril 3 2017, 23:39:54 UTC
[2 y 3] ii. nueva york (cuartel general de los vengadores)
Veinte son muchos años para ser amigo de Tony Stark.
Jim le dice esto la noche que llega el aviso de fuga de sus antiguos compañeros, cuando los brazos le arden y las prótesis le han dejado marcas en las piernas, y Tony tiene esa sonrisa tersa en la comisura de los labios, irreal y que se mezcla con algo de desprecio. Hace tiempo que no bebe, no desde Pepper, y se nota en la manera en que las ojeras se acumulan y habla más despacio, menos. Tiene el labio partido y el ojo amoratado. Veinte años y Jim sigue viendo al crío desgarbado que entró en su habitación en MIT por un error informático, un Tony Stark sobrio parece quedarse pequeño en su ropa y desaparecer ante los golpes.
-Espero que un año más, al menos -hay algo de duda en la voz de Tony, y Jim se ríe contra su botellín de cerveza.
No bebe, pero apoya la cabeza contra la pared y gira el rostro.
Sentados en el suelo del taller, casi a oscuras, están más cerca de lo que es necesario. Tony se niega a abandonar el cuartel de los Vengadores, y Jim ha llevado una bolsa allí. Duerme, desayuna, ejercita, se ducha allí; vigila que Tony no use ese estúpido teléfono, porque veinte años de amistad con Tony Stark le dan a uno derechos de gestión y control de impulsos.
Su mirada vaga y en el momento en el que está seguro de que sus manos le van a traicionar, que le agarraré del cordón de la sudadera y le reabrirá la herida del labio, se entretiene sujetando de nuevo la cerveza.
iii. k.n.o.w.h.e.r.e.
Visión es el primero en morir.
Rogers tiene que sujetar a Tony mientras Jim maniobra el caza lejos de Titán, miles de kilómetros lejos.
No dice una palabra hasta que deja de escuchar los gritos de la sala de conferencias del edificio. Ha decidido preguntar lo menos posible sobre el lugar, la única respuesta coherente viene por parte de un mapache y coherencia no es lo que más abunda en ella. “Estamos en una cabeza, tío.”
No le da tiempo a responder, porque Tony sale y sus primeras palabras son hacia el mapache.
-Me han dicho que hay un bar por aquí.
Jim quiere zarandearle mientras Rogers mira desde la puerta.
Y hay un bar en la estación, pero Tony no está en él. Le encuentra con los brazos hasta los codos en lo que parece el motor de una nave Kree. A su lado Peter toma notas y camina de un lado a otro, señalando piezas.
-¿Podemos hablar?
Tony sacude la cabeza.
Jim resopla, las piernas de la armadura le sostienen y lo odia, el dolor punzante que se extiende desde sus omóplatos hasta la cintura y el cansancio y los músculos en constante tensión.
-Ahora -dice, señala la habitación contigua y Tony se toma medio minuto antes de dejar su tablet en el suelo y seguirle.
Jim se acerca al borde de un sofá, aporrea la armadura hasta que los cierres se abren y el cojín del sofá se hunde bajo su peso. Cuando alza la mirada el rostro de Tony es otra cosa, más suave y difusa. “¿Estás bien?”
-No -se le escapa una carcajada incrédula y sacude la cabeza-. Estoy jodidamente cansado, Tony, y necesito saber que cuento contigo para mantener la cabeza despejada, porque estamos tan fuera de nuestra liga que no sé qué hago aquí.
No se da cuenta de lo agitado de su respiración hasta ese momento, el corazón le martillea en el pecho, irregular y víctima del cansancio. Apoya los puños contra los muslos y nota el sofá hundirse de nuevo cuando Tony se sienta a su lado.
-¿Opinión honesta? -Por favor, no -Jim contesta con una risa seca. -Todo bajo control.
Jim aprieta los labios, porque las sonrisas de Tony, las afiladas que salen en los peores momentos, se expanden como la pólvora y a estas alturas del día, de la semana, le duele cada milímetro de la piel.
-Estaba haciendo planes para la vuelta, de hecho. -Me imagino. -¿Cómo tienes el fin de semana? -¿Suponiendo que no muramos? -Suponiendo que no muramos.
“Suponiendo que no muramos”, paladea cada sílaba y se deja caer contra el respaldo, el nudo en su pecho continúa allí y le cuesta mantener las manos quietas. “Tengo una cita.”
Un latido.
Dos.
-Rhodey -y Jim abre los ojos, no era consciente de haberlos cerrado-, sabes que siempre soy bienvenido en casa de tu madre. Este secretismo me hiere.
ii. nueva york (cuartel general de los vengadores)
Veinte son muchos años para ser amigo de Tony Stark.
Jim le dice esto la noche que llega el aviso de fuga de sus antiguos compañeros, cuando los brazos le arden y las prótesis le han dejado marcas en las piernas, y Tony tiene esa sonrisa tersa en la comisura de los labios, irreal y que se mezcla con algo de desprecio. Hace tiempo que no bebe, no desde Pepper, y se nota en la manera en que las ojeras se acumulan y habla más despacio, menos. Tiene el labio partido y el ojo amoratado. Veinte años y Jim sigue viendo al crío desgarbado que entró en su habitación en MIT por un error informático, un Tony Stark sobrio parece quedarse pequeño en su ropa y desaparecer ante los golpes.
-Espero que un año más, al menos -hay algo de duda en la voz de Tony, y Jim se ríe contra su botellín de cerveza.
No bebe, pero apoya la cabeza contra la pared y gira el rostro.
Sentados en el suelo del taller, casi a oscuras, están más cerca de lo que es necesario. Tony se niega a abandonar el cuartel de los Vengadores, y Jim ha llevado una bolsa allí. Duerme, desayuna, ejercita, se ducha allí; vigila que Tony no use ese estúpido teléfono, porque veinte años de amistad con Tony Stark le dan a uno derechos de gestión y control de impulsos.
Su mirada vaga y en el momento en el que está seguro de que sus manos le van a traicionar, que le agarraré del cordón de la sudadera y le reabrirá la herida del labio, se entretiene sujetando de nuevo la cerveza.
iii. k.n.o.w.h.e.r.e.
Visión es el primero en morir.
Rogers tiene que sujetar a Tony mientras Jim maniobra el caza lejos de Titán, miles de kilómetros lejos.
No dice una palabra hasta que deja de escuchar los gritos de la sala de conferencias del edificio. Ha decidido preguntar lo menos posible sobre el lugar, la única respuesta coherente viene por parte de un mapache y coherencia no es lo que más abunda en ella. “Estamos en una cabeza, tío.”
No le da tiempo a responder, porque Tony sale y sus primeras palabras son hacia el mapache.
-Me han dicho que hay un bar por aquí.
Jim quiere zarandearle mientras Rogers mira desde la puerta.
Y hay un bar en la estación, pero Tony no está en él. Le encuentra con los brazos hasta los codos en lo que parece el motor de una nave Kree. A su lado Peter toma notas y camina de un lado a otro, señalando piezas.
-¿Podemos hablar?
Tony sacude la cabeza.
Jim resopla, las piernas de la armadura le sostienen y lo odia, el dolor punzante que se extiende desde sus omóplatos hasta la cintura y el cansancio y los músculos en constante tensión.
-Ahora -dice, señala la habitación contigua y Tony se toma medio minuto antes de dejar su tablet en el suelo y seguirle.
Jim se acerca al borde de un sofá, aporrea la armadura hasta que los cierres se abren y el cojín del sofá se hunde bajo su peso. Cuando alza la mirada el rostro de Tony es otra cosa, más suave y difusa. “¿Estás bien?”
-No -se le escapa una carcajada incrédula y sacude la cabeza-. Estoy jodidamente cansado, Tony, y necesito saber que cuento contigo para mantener la cabeza despejada, porque estamos tan fuera de nuestra liga que no sé qué hago aquí.
No se da cuenta de lo agitado de su respiración hasta ese momento, el corazón le martillea en el pecho, irregular y víctima del cansancio. Apoya los puños contra los muslos y nota el sofá hundirse de nuevo cuando Tony se sienta a su lado.
-¿Opinión honesta?
-Por favor, no -Jim contesta con una risa seca.
-Todo bajo control.
Jim aprieta los labios, porque las sonrisas de Tony, las afiladas que salen en los peores momentos, se expanden como la pólvora y a estas alturas del día, de la semana, le duele cada milímetro de la piel.
-Estaba haciendo planes para la vuelta, de hecho.
-Me imagino.
-¿Cómo tienes el fin de semana?
-¿Suponiendo que no muramos?
-Suponiendo que no muramos.
“Suponiendo que no muramos”, paladea cada sílaba y se deja caer contra el respaldo, el nudo en su pecho continúa allí y le cuesta mantener las manos quietas. “Tengo una cita.”
Un latido.
Dos.
-Rhodey -y Jim abre los ojos, no era consciente de haberlos cerrado-, sabes que siempre soy bienvenido en casa de tu madre. Este secretismo me hiere.
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