El viento de la tormenta hace crujir las vigas que sujetan el tejado de la taberna. Es noche cerrada: el salón está vacío, las piezas de loza en su sitio detrás del mostrador, todas las lámparas apagadas. En la oscuridad, el olor a ron derramado que ha calado en las planchas del suelo es más fuerte, más orgánico: tiene presencia. Es un habitante más del edificio, dulzón y penetrante, y ni siquiera el monzón que amenaza con derribar la puerta y arrancar de cuajo las contraventanas puede hacer nada contra él.
Max está en la vieja habitación del segundo piso, repasando las cuentas de la taberna a la luz trémula de una lámpara de aceite. Ha llegado a un punto en su vida en el que ese es ya el trabajo de otros, pero la costumbre es un refugio. Los números son o no son, y, aunque le duelen los ojos y el calor húmedo de la habitación cerrada le pega el camisón a la espalda, hay días que necesita esa certidumbre para sentirse en el presente y seguir hacia el futuro. El pasado, como el olor a ron, que sube desde el salón y se cuela entre las rendijas de la puerta como la niebla, es algo que está en la madera de la taberna: y Max pasa muchas horas allí, durante el día, negociando y adulando, pero la noche y la soledad y la tormenta la convierten en un lugar distinto. Una ventana a otro tiempo, más fácil y a la vez infinitamente más complicado.
El pequeño despacho ha cambiado mucho desde la época en la que Eleanor Guthrie hacía y deshacía desde allí. Los españoles arrasaron con todo durante el ataque, y ni siquiera aquella silla infame sobrevivió. El papel de las paredes es nuevo: no había manera de borrar el hollín, ni de limpiar las manchas de sangre. La silla en la que está sentada Max, también nueva y la única de la habitación, es mucho más cómoda.
Cuando el ruido de patas contra la madera del suelo resuena en la habitación, Max levanta un segundo la vista. No hay nadie más con ella, pero sigue escribiendo: la estaba esperando. Primero es el chirrido, luego tiembla la llama de la lámpara, y luego el olor a algodón y cuero se mezcla con el del ron.
Max inspira hondo, y luego sigue leyendo, pluma en mano. Los números son o no son; el pasado, sin embargo, es y no es a la vez.
RE: Black Sails ; Max/Eleanoryuki_sagaraApril 5 2017, 10:18:11 UTC
joder, para nada, también me encantan este tipo de escritos y te ha quedado precioso. Además me gusta mucho cómo describes el espacio y digo lo mismo que malale VOY A LLORAR, PERO SABÍA A LO QUE VENÍA. Muchas gracias infinitas ❤❤❤
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La silla
El viento de la tormenta hace crujir las vigas que sujetan el tejado de la taberna. Es noche cerrada: el salón está vacío, las piezas de loza en su sitio detrás del mostrador, todas las lámparas apagadas. En la oscuridad, el olor a ron derramado que ha calado en las planchas del suelo es más fuerte, más orgánico: tiene presencia. Es un habitante más del edificio, dulzón y penetrante, y ni siquiera el monzón que amenaza con derribar la puerta y arrancar de cuajo las contraventanas puede hacer nada contra él.
Max está en la vieja habitación del segundo piso, repasando las cuentas de la taberna a la luz trémula de una lámpara de aceite. Ha llegado a un punto en su vida en el que ese es ya el trabajo de otros, pero la costumbre es un refugio. Los números son o no son, y, aunque le duelen los ojos y el calor húmedo de la habitación cerrada le pega el camisón a la espalda, hay días que necesita esa certidumbre para sentirse en el presente y seguir hacia el futuro. El pasado, como el olor a ron, que sube desde el salón y se cuela entre las rendijas de la puerta como la niebla, es algo que está en la madera de la taberna: y Max pasa muchas horas allí, durante el día, negociando y adulando, pero la noche y la soledad y la tormenta la convierten en un lugar distinto. Una ventana a otro tiempo, más fácil y a la vez infinitamente más complicado.
El pequeño despacho ha cambiado mucho desde la época en la que Eleanor Guthrie hacía y deshacía desde allí. Los españoles arrasaron con todo durante el ataque, y ni siquiera aquella silla infame sobrevivió. El papel de las paredes es nuevo: no había manera de borrar el hollín, ni de limpiar las manchas de sangre. La silla en la que está sentada Max, también nueva y la única de la habitación, es mucho más cómoda.
Cuando el ruido de patas contra la madera del suelo resuena en la habitación, Max levanta un segundo la vista. No hay nadie más con ella, pero sigue escribiendo: la estaba esperando. Primero es el chirrido, luego tiembla la llama de la lámpara, y luego el olor a algodón y cuero se mezcla con el del ron.
Max inspira hondo, y luego sigue leyendo, pluma en mano. Los números son o no son; el pasado, sin embargo, es y no es a la vez.
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