Se lanzan miradas furtivas durante una hora. Su mesa está en la esquina, y si Cora pasa las tardes ahuyentando a los adolescentes que acaparan uno de los pocos enchufes de la cafetería no es asunto de nadie. Si esa mesa está vacía cuando Lydia llega, con sus libros, Mac y resto de artillería pesada, significa que habrá propina, y es en beneficio de todos.
Erica apoya los codos sobre la barra, porque es una tarde lenta y porque le divierte ver cómo Cora se pelea para limpiar la cafetera.
-Sois adorables.
Lydia tamborilea en su taza con el esmalte rosado, y Cora resopla. “Voy a tomarme un descanso,” que hace que Erica se ría en su cara.
*
Se aclara la garganta y le tiende las treinta hojas, más arrugadas de lo que deberían. Cuando Lydia levanta el rostro es con desinterés, se reclina en su sofá y la examina de arriba a abajo. Cora le sostiene la mirada durante unos segundos, hasta que respira hondo y gruñe.
-Si no es tuyo lo puedo tirar a la basura, pero estaba en esta mesa. -Madre mía, la bestia habla. -Basura, entonces.
Lydia pone los ojos en blanco y le quita el artículo de las manos antes de Cora se gire por completo. Aprieta los labios para dejar escapar un “gracias” que apenas se escucha, y que hace que Cora se muerda una sonrisa de superioridad.
*
La cafetería se vacía alrededor de las diez, y Cora se sienta en un taburete con un libro y el teclear incansable de Lydia de fondo. Durante el verano, el local sobrevive a base de estudiantes neuróticos y horarios convulsos. A estas alturas, Cora ha olvidado lo que es un turno fijo, y a menudo da gracias por el casi inexistente flujo de turistas que visita Beacon Hills.
-Tienes mi edad, ¿no?
La voz le sorprende desde el fondo de la cafetería. Cora marca la página del libro con el pulgar y frunce el ceño.
-Mi edad, ¿eres de aquí?
Lydia parece impaciente. Se limita a dos cafés al día, pero su consumo de té y bebidas energéticas es ilimitado. Cora teme que la ataque con una cucharilla de no contestar. Que lo intente, al menos.
-Estudié fuera -se limita a decir y se encoge de hombros. -Eso lo explica -Lydia apoya los codos sobre la mesa-, creo que me habría fijado en ti en el instituto.
Ahoga un risotada y vuelve a abrir su libro, aunque Lydia no parece darse cuenta. En su lugar, se humedece los labios y apoya la barbilla sobre un puño cerrado. “Tienes las llaves del sitio, ¿no?”
*
Se lanzan miradas furtivas durante una hora. Su mesa está en la esquina, y si Cora pasa las tardes ahuyentando a los adolescentes que acaparan uno de los pocos enchufes de la cafetería no es asunto de nadie. Si esa mesa está vacía cuando Lydia llega, con sus libros, Mac y resto de artillería pesada, significa que habrá propina, y es en beneficio de todos.
Erica apoya los codos sobre la barra, porque es una tarde lenta y porque le divierte ver cómo Cora se pelea para limpiar la cafetera.
-Sois adorables.
Lydia tamborilea en su taza con el esmalte rosado, y Cora resopla. “Voy a tomarme un descanso,” que hace que Erica se ría en su cara.
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Se aclara la garganta y le tiende las treinta hojas, más arrugadas de lo que deberían. Cuando Lydia levanta el rostro es con desinterés, se reclina en su sofá y la examina de arriba a abajo. Cora le sostiene la mirada durante unos segundos, hasta que respira hondo y gruñe.
-Si no es tuyo lo puedo tirar a la basura, pero estaba en esta mesa.
-Madre mía, la bestia habla.
-Basura, entonces.
Lydia pone los ojos en blanco y le quita el artículo de las manos antes de Cora se gire por completo. Aprieta los labios para dejar escapar un “gracias” que apenas se escucha, y que hace que Cora se muerda una sonrisa de superioridad.
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La cafetería se vacía alrededor de las diez, y Cora se sienta en un taburete con un libro y el teclear incansable de Lydia de fondo. Durante el verano, el local sobrevive a base de estudiantes neuróticos y horarios convulsos. A estas alturas, Cora ha olvidado lo que es un turno fijo, y a menudo da gracias por el casi inexistente flujo de turistas que visita Beacon Hills.
-Tienes mi edad, ¿no?
La voz le sorprende desde el fondo de la cafetería. Cora marca la página del libro con el pulgar y frunce el ceño.
-Mi edad, ¿eres de aquí?
Lydia parece impaciente. Se limita a dos cafés al día, pero su consumo de té y bebidas energéticas es ilimitado. Cora teme que la ataque con una cucharilla de no contestar. Que lo intente, al menos.
-Estudié fuera -se limita a decir y se encoge de hombros.
-Eso lo explica -Lydia apoya los codos sobre la mesa-, creo que me habría fijado en ti en el instituto.
Ahoga un risotada y vuelve a abrir su libro, aunque Lydia no parece darse cuenta. En su lugar, se humedece los labios y apoya la barbilla sobre un puño cerrado. “Tienes las llaves del sitio, ¿no?”
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