Después de media hora, te resignas. El auto no marcha y no tienes señal. ¿Qué vas a hacerle? Al menos suena la radio y puedes distraerte jugando con el móvil, esperando que alguien pase, o algo.
Esperando.
Muy a lo lejos se divisa un pueblo, kilómetros y kilómetros dentro del desierto. Hay helicópteros sobrevolandolo, como una portada alarmista acerca de medio oriente.
Recuerdas ese momento cuando eras poco más que un bebé y aún te escondías bajo las mantas: Si no los ves, no pueden verte. ¿Pero por qué piensas eso? Te ríes. Seguro están muy tranquilos, en ese pueblito.
Al menos tienes la sombra del auto.
En algún momento debes haber comprado agua, porque hay una botella en tu mano y quizá el calor te esté afectando, así que te tragas la mitad y acabas con la sensación de estar tosiendo tus pulmones.
Oh, Dios, ojalá llegara alguien pronto. ¿Qué harás si no pasa nadie? El pueblo no está tan lejos...
La radio pierde la señal cada tanto, va y regresa, con un zumbido desagradable. Logras escuchar, y ahora, el clima... antes de que suene una canción desconocida. Tarareas el coro. De pronto estás seguro de haberla oído antes. Hace muchos años.
(Cuando eras pequeño y pensabas que los monstruos existían y te esperaban, esperaban...)
La señal se va. El auto suena como si estuviese lleno de abejas y aunque quites el volumen, el zumbido no se detiene hasta que has sacado la llave.
Sigues tarareando el coro. Tienes el nombre de la canción en la punta de la lengua. Lo recordarías si no fuera por el ruido de los helicópteros. ¿No te parece que están más cerca? ¿No se escucha como si miles de figuras caminaran sobre la arena? ¿No te parece que el pueblo está más lejos?
Que estupidez. Te estás mareando (o se sacude el piso sin que se mueva el auto). Oh, Dios. Qué calor hace. ¿Qué harás si nadie viene? ¿Esperar para siempre?
Asomas la mitad del cuerpo sobre la arena y te echas el resto del agua en el cabello. sacudes la cabeza y te quedas mirando.
Hay una nube sobre el pueblo, ahora que te fijas. El sol la tiñe de varios colores. Ya no se ven helicópteros ni se oyen estruendos. Sólo se ve la nube.
Sabes que estás a varios metros de tu auto, caminando sobre el desierto, cuando una camioneta se detiene en la carretera y un hombre grita-- no tu nombre, no puede ser tu nombre, nunca lo has visto en tu vida.
Agitas la cabeza y regresas, arrastrando los pies.
El hombre tiene una sonrisa amable y dice vivir a unos cuantos kilómetros, apuntando la carretera. Hace aparecer otra botella de agua como por arte de magia y te arrastra hasta el asiento de su auto. Tiene ese tipo de caras, como un abuelo cariñoso en el cuerpo de un padre de cinco niños.
Que bueno haberle encontrado, dice, sonriéndote mientras cierra la puerta. El seguro es automático y el ruido te sobresalta. Night Vale no es un buen lugar para turistas.
Le dices que te puede dejar en una gasolinera. Sólo necesitas un teléfono. Tienes seguro, dices, un poco avergonzado.
No hay ninguna gasolinera en el camino, sonríe con todos los dientes. Pero en cuanto lleguemos, no tendrá problemas en encontrar lo que busca.
Agitas la cabeza y sabes que no logras reflejar más que una mueca. Das las gracias, esperas no ser una molestia. El hombre se ríe más y acelera.
A lo lejos y borroso, se comienza a divisar una millonada de casas, todas iguales y ordenadas. Es el tipo de sitio que da la impresión de haber sido construido por la mano de Dios para una revista patriótica.
No parece que estuviese tan lejos. ¿Cómo se llama? Se te ocurre preguntar, un poco adormilado por el movimiento serpenteante de la camioneta. El pueblo, corriges, y luego de un momento, agregas: y usted, por supuesto. Usted.
Mi nombre es Kevin, dice el buen samaritano, con la boca llena de risa. Te da la impresión de que se está riendo de ti. Aún peor es el ridículo impulso de que deberías cubrirte la cara, para que no te vea. Y en veinte minutos estaremos en Desert Bluff. Está más lejos de lo que parece (lo más lejos de Night Vale posible, si me entiende), pero le aseguro que en cuanto lo conozca, no querrá irse. No querrá irse jamás.
Te das cuenta de que la camioneta no tiene radio. No sabes exactamente porqué eso te perturba, pero ya te has dado cuenta que la cabeza no te anda muy bien.
Incluso te parece aún oír ese zumbido, familiar y extraño (como un desconocido tratando de advertirte o la textura de tus mantas en la oscuridad), aunque se va quedando atrás.
No sabes cuánto te agradezco esto :') ¡Creí que nadie me iba a contestar! WTNV tiene un universo y una dinámica muy interesantes (y divertidas) como para NO hacer fic <3 Estuvo muy bien, te incito a que escribas más del fandom en algún momento. :)
Esperando.
Muy a lo lejos se divisa un pueblo, kilómetros y kilómetros dentro del desierto. Hay helicópteros sobrevolandolo, como una portada alarmista acerca de medio oriente.
Recuerdas ese momento cuando eras poco más que un bebé y aún te escondías bajo las mantas: Si no los ves, no pueden verte. ¿Pero por qué piensas eso? Te ríes. Seguro están muy tranquilos, en ese pueblito.
Al menos tienes la sombra del auto.
En algún momento debes haber comprado agua, porque hay una botella en tu mano y quizá el calor te esté afectando, así que te tragas la mitad y acabas con la sensación de estar tosiendo tus pulmones.
Oh, Dios, ojalá llegara alguien pronto. ¿Qué harás si no pasa nadie? El pueblo no está tan lejos...
La radio pierde la señal cada tanto, va y regresa, con un zumbido desagradable. Logras escuchar, y ahora, el clima... antes de que suene una canción desconocida. Tarareas el coro. De pronto estás seguro de haberla oído antes. Hace muchos años.
(Cuando eras pequeño y pensabas que los monstruos existían y te esperaban, esperaban...)
La señal se va. El auto suena como si estuviese lleno de abejas y aunque quites el volumen, el zumbido no se detiene hasta que has sacado la llave.
Sigues tarareando el coro. Tienes el nombre de la canción en la punta de la lengua. Lo recordarías si no fuera por el ruido de los helicópteros. ¿No te parece que están más cerca? ¿No se escucha como si miles de figuras caminaran sobre la arena? ¿No te parece que el pueblo está más lejos?
Que estupidez. Te estás mareando (o se sacude el piso sin que se mueva el auto). Oh, Dios. Qué calor hace. ¿Qué harás si nadie viene? ¿Esperar para siempre?
Asomas la mitad del cuerpo sobre la arena y te echas el resto del agua en el cabello. sacudes la cabeza y te quedas mirando.
Hay una nube sobre el pueblo, ahora que te fijas. El sol la tiñe de varios colores. Ya no se ven helicópteros ni se oyen estruendos. Sólo se ve la nube.
No sabes cuánto tiempo te la quedas mirando.
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Agitas la cabeza y regresas, arrastrando los pies.
El hombre tiene una sonrisa amable y dice vivir a unos cuantos kilómetros, apuntando la carretera. Hace aparecer otra botella de agua como por arte de magia y te arrastra hasta el asiento de su auto. Tiene ese tipo de caras, como un abuelo cariñoso en el cuerpo de un padre de cinco niños.
Que bueno haberle encontrado, dice, sonriéndote mientras cierra la puerta. El seguro es automático y el ruido te sobresalta. Night Vale no es un buen lugar para turistas.
Le dices que te puede dejar en una gasolinera. Sólo necesitas un teléfono. Tienes seguro, dices, un poco avergonzado.
No hay ninguna gasolinera en el camino, sonríe con todos los dientes. Pero en cuanto lleguemos, no tendrá problemas en encontrar lo que busca.
Agitas la cabeza y sabes que no logras reflejar más que una mueca. Das las gracias, esperas no ser una molestia. El hombre se ríe más y acelera.
A lo lejos y borroso, se comienza a divisar una millonada de casas, todas iguales y ordenadas. Es el tipo de sitio que da la impresión de haber sido construido por la mano de Dios para una revista patriótica.
No parece que estuviese tan lejos. ¿Cómo se llama? Se te ocurre preguntar, un poco adormilado por el movimiento serpenteante de la camioneta. El pueblo, corriges, y luego de un momento, agregas: y usted, por supuesto. Usted.
Mi nombre es Kevin, dice el buen samaritano, con la boca llena de risa. Te da la impresión de que se está riendo de ti. Aún peor es el ridículo impulso de que deberías cubrirte la cara, para que no te vea. Y en veinte minutos estaremos en Desert Bluff. Está más lejos de lo que parece (lo más lejos de Night Vale posible, si me entiende), pero le aseguro que en cuanto lo conozca, no querrá irse. No querrá irse jamás.
Te das cuenta de que la camioneta no tiene radio. No sabes exactamente porqué eso te perturba, pero ya te has dado cuenta que la cabeza no te anda muy bien.
Incluso te parece aún oír ese zumbido, familiar y extraño (como un desconocido tratando de advertirte o la textura de tus mantas en la oscuridad), aunque se va quedando atrás.
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