Número: 21/21
Título: Mio
Fandom: Kuroshitsuji
Claim: Sebastian/Ciel
Extensión: 718 palabras
Advertencias: Relación adulto-menor
Notas: NO
Mio
Lo primero que se sentía al entrar a aquel pequeño castillo de azulejos azules y blancos era el olor a jabón. El vapor que salía del agua caliente de la tina hacía que la visión fuera limitada. Entre todas aquellas burbujas de jabón y agua se encontraba el aristócrata. A un lado de la tina, el mayordomo de ojos rojos tallaba su cuerpo gentilmente con sus manos desnudas. El de ojos azules, recostado en la tina de mármol blanco inmaculado yacía con los ojos entrecerrados. Le adormecían el efecto del vapor sobre su cuerpo, y aquellas habilidosas manos acariciando su completa anatomía.
-Sebastian.-Lo llamó con un hilo de voz. El demonio lo miró aguardando por su orden.-Acaríciame el cabello-Ordeno en voz baja mientras el mayordomo acataba su pedido. Le gustaba que aquellas manos de uñas negras acariciaran su cabello. Le hacía recordar a su infancia, cuando su madre lo peinaba. El de cabello negro, mientras acariciaba los cabellos con una mano, aventuró la otra a masajear levemente la nuca del noble. Ciel largó un leve suspiro. Sebastian sabía perfectamente donde le gustaba que le toquen. Se sonrojó de inmediato por sus propios pensamientos, incorporándose de repente. El mayor lo miró intrigado.
-¿Sucede algo Bocchan?-Se atrevió a preguntar mientras el menor se volvía a recostar, esta vez de frente al mayordomo.-¿Mucho vapor tal vez?-Preguntó. Recibió una negativa de su amo. Suspiró casi de manera inaudible y siguió con su tarea. Puso una mano en el hombro del joven para que le sirviera de apoyo. Con la otra comenzó a tallar su pecho. Su piel blanca inmaculada, impregnada con aquel exquisito olor a rosas que el ya podía sentir. Noto que Ciel miraba hacia el suelo con las mejillas coloradas. Fingio sorpresa mientras elevaba su rostro para verlo con más detalle.El menor lo miró sorprendido y molesto a la vez. Dudo un segundo, y se acercó a aquellos labios del pecado. El demonio curvó una sonrisa mientras esperaba impaciente el próximo movimiento del conde. El joven aristócrata lo miró a los ojos, como buscando alguna respuesta en aquellos espejos rojizos. Al no encontrar ninguna se separó inmediatamente, fingiendo que nada había pasado.
Cuánto llevaban ya haciendo eso. Se pregunto el demonio. Meses, meses fingiendo que nada pasaba. Era más que obvio que algo más que amo y mayordomo pasaba entre ellos dos. No como una simple amistad, o un amor filial, ni mucho menos amor, pero algo extraño estaba surgiendo.
¿Deseo? ¿Atracción? No sabía cómo definirlo pero le agradaba. A menudo sentía lo mismo por algún humano, pero nunca lo había sentido con tanta intensidad. El deseo de deborar aquellos labios, de provar aquel cuerpo, de ingerir su preciada alma, de invadir su infinita mente. Todo, quería todo. ¿Ansiedad tal vez? Quería que aquel día en el que se llevaría esa alma tan especial llegase, pero a la vez no quería que sus dias como sirviente en la mansión Phantomhive terminaran.
Tal vez eran las consecuencias de que tan solo un par de semanas atrás había ocurrido aquel horrible incidente en el que Claude había intentado tentar a su alma. ¿A su alma? Ese intento de demonio mal logrado no entendía que Ciel Phantomhive le pertenecía. Al parecer no tenía esas habilidades de comprensión, y por eso había inventado toda esa historia para seducir a su amo. Por suerte, había logrado solucionarlo a tiempo. Pero, y si Ciel volvía a ordenarle que desapareciera. Tal vez era temor. Temor a no poder volver a servirle a aquel jovencito caprichoso a quien pertenecía. En otro momento lo hubiera tomado como un favor. Pero en la actualidad...El alma de Ciel era su máxima prioridad.
Volvió a prestarle atención a su tarea, que en ningún momento había dejado de hacer. Tal vez debía demostrarle a Ciel Phantomhive, de alguna forma, que le pertenecía. Porque sí, Ciel Phantomhive le pertenecía completo. Cuerpo alma y mente. Ciel era suyo y no permitiría que ninguna araña armara sus redes sobre su presa.
Sonrió con una de sus más galantes sonrisas, mientras dejaba su tarea y tomaba a su amo del menton. Lo miró a los ojos y lo besó. Lo besó profundamente, casi sin moverse. El menor se dejó hacer, completamente sorprendido, pero no disgustado.
Era un buen comienzo para demostrar que era de su propiedad.