¡Feliz pascua!

Mar 23, 2008 18:31

INSECTO

El gran astro rey se marchaba de la bóveda celeste con parsimonia; Ra parecía despedirse de sus súbditos con sus tenues y anaranjados rayos, los transeúntes le respondían de vez en cuando deteniéndose a asentir con respeto a la gran esfera de luz, descendiendo sus morenos y cuidados rostros con lentitud.

Era un gesto curioso, bastante curioso para un extranjero.
Nunca entendería del todo bien a este reino.

Eran distintos a los suyos en casi cada aspecto de la vida diaria: morenos como las tierras que pisaban, ignorantes del saber y conocedores de la superstición, tan descubiertos y tan poco precavidos. Insulsos, a ratos aburridos, por no tener nada más en su existencia que alabar a cuando dios se atreva a poner su Rey por sus caras. Era impresionante como con la pólvora se asustaban, cuan poco sabía el pueblo sobre sí mismo y sobre su rey.
Y lo irreal de que un gobernante se sintiese un Dios esculpiéndose con semejantes imágenes: Pirámides, esfinges, estatuas, edificios, monedas, estatuillas, sastres e incluso usanzas; todo para honrar al de sangre azul que se quedaba en su trono esperando que quizás su séquito de sacerdotes gobernaran mientras él se dedicaba a los placeres mundanos de la realeza.

Muchos reinos asiáticos ha visitado, pero Egipto le ha sorprendido en demasía.
Si a Él mismo le decían que era un ególatra tirano por recibir los títulos que poseía en su lugar de origen, pues los egipcios se llevarían las palmas en el Gran Circo.

Se abrió paso entre la multitud trigueña con destreza, sus pies enfundados en las sandalias casi no emitían sonido al chocar con el duro terreno, la capa bermellón se mecía al compás de su avance, y por encima de ella, una mugrienta capucha café cubierta de arena, lo protegía de ojos metiches, oídos entrometidos y bocas fáciles. Se había fijado en las reacciones de la gente con los de su clase, no querían que lo llevasen como el siguiente sacrificio a la pira sólo por ser así.

No se sabía en quién se podía confiar en este reino que poco se parecía a su amada Roma, la tan bien cuidada y querida Roma; impenetrable, gallarda y sublime Roma. Con sus pilares pálidos, sus brillantes arcos y edificios, su piso frío por el mármol, los aromas dulces y exóticos que manaban del mercado, el dulce escozor propio del Gran Coliseo, sus mujeres fuertes y augustas, sus hombres severos y virtuosos. Añora el murmullo silencioso y letal del Senado, las trompetas de su casa, la sonrisa de su hermano, la suave caricia de los campos de trigo de su hacienda, sus esclavos obedientes pero dignos.

Cada cosa de Roma lo hacía vibrar de variadas emociones, ¡Qué distinto es Egipto! Egipto lo aburre, lo agobia, duerme y molesta.

Le molesta la gente sumisa y poco valorada, los mendigos tirados en las calles, las féminas tan ignoradas, los hombres tercos y poco astutos, pero lo que rebalsa su paciencia es la imagen de su Rey.
¿Porqué de todas las imágenes para representarse tuvo que escoger un escarabajo? Comprendía el gato, el chacal, el toro y el águila ¿pero el escarabajo?
El hijo del Sol tenía por símbolo un bicho rastrero inofensivo. ¡Qué majestuoso! Un insecto real.

Y hablando de realeza, se dijo, acabo de llegar al palacio.

Una inutilidad arquitectónica en todo el sentido de la palabra. Cuanto espacio y cuan poco funcional era. Destruirlo sería pan comido, no era posible mantener vigiladas todas las pequeñas ventanas, pasillos y puertas del lugar, era como que si con el edificio el Faraón gritara: ¡Vamos, mátame!

Se sorprendía que la provincia macedónica antes comandada por Alejandro halla quedado tan mal sin él, tan desorganizada, tan débil. Un suspiro exasperado salió de sus labios, Egipto sería de Roma; de eso podían estar seguros.

Un leve susurro saca de sus cavilaciones al joven, cinco muchachos se acercan y le dan advertencias. “Está arriba” dicen “ En una ceremonia a su honor” y es todo lo que necesita para hacer señas con sus manos dando instrucciones, a primera vista, hacia ninguna persona en especial. Pronto varios se movieron entre la multitud callados y veloces, la gente entraba a sus hogares sin saber lo que se cernía sobre sus cabezas.

Esta noche, Julius estaba seguro, Roma se impondría.

º-º-º-º-º

La orden fue clara en medio de las festividades: Sacar al faraón.

Temían el poder de la República Romana, sabían que no podían enfrentarla ni mucho menos derrotarla. El Faraón no se mostraba de acuerdo ni en desacuerdo, sencillamente aceptaba la realidad: Egipto no estuvo lista, no está lista y nunca estará lista para partir las Fasces Romanas.

Los guardias corrían a las catacumbas con su gobernante, ataviado con túnicas del pueblo bajo y oculto tras una larga capa marrón que arrastraba por el suelo, mentiría si dijese que no tenía miedo de los generales Romanos, tuvo suficientes relatos de Escipión el Africano en la Guerra de Aníbal y de Julius Caesar en Hispania y la misma Roma. No quería a ninguno de los dos en Tebas, prefería al inepto de Pompeyo o Craso. Que Ra los amparase si ellos llegan.

Su soplón romano le ha avisado: “Julius Caesar viene en tu busca, escóndete donde sólo Anubis pueda encontrarte”.

Esperaba contar con su vasallo exiliado de Roma para que pudiese tener alguna posibilidad de imponerse con el terrateniente romano, que el rubio soldado de sus últimas noches supiese tan bien como abría las piernas para él, aconsejarlo para permanecer en el poder de Egipto. Estaba desesperado, ese rubio muchacho, Cayo; era su carta bajo la manga para tener un atisbo mínimo sobre Roma.

Seth corría entre el tumulto de súbditos que se dispersaban de un lugar a otro por el motín del caudillo romano. Si llegaba a cruzarse en el camino de Julius terminaría el linaje de la familia real Egipcia, el sacrificio de Atemu sería en vano, las vidas perdidas en la batalla por los artículos del milenio hubiese sido para nada.

-Ra, si todavía me escuchas, ayuda a Egipto. Protege a tus hijos - susurró a la nada el Faraón mientras se adentraba en el Templo de Ra y sus centinelas cierras las guardas tras de sí.

Una cabellera rubia se deja entrever por uno de los pasillos del templo. Cayo, piensa Seth. Mi pueblo está salvado. Mi puesto está salvado.

Quizás se equivocase.

º-º-º-º-º

-Cayo, que gusto verte - le dijo bajo y agitado el monarca Egipcio al rubio encapuchado - me temía que Caesar pudiese llegar a este templo.

La figura rubia permaneció muda, dio a entender que escuchó lo dicho por el Faraón cuando extendió sus manos hacia él en forma de invitación, Seth no dudó en estrechar ese dulce cuerpo entre sus brazos. Necesitaba algo de paz en ese momento, algo que le dijese que no estaba todo perdido. Que aún podía luchar por algo. Que el muchacho exiliado, ahora esclavo, con el que se juntaba clandestinamente desde hace meses era una buena razón por la cual mantener la contienda contra la metrópolis europea.

- Te extrañé, Cayo - susurró en los oídos del romano el Faraón - compláceme- Ordenó pasito.

Esperaba que, como siempre que le decía a su rubio exiliado, se ofreciese a él y calmase la tormenta de su interior. Esta vez no se movió un ápice - ¿Cayo? - cuestiona, estaba vez autoritario - te he dado una orden - sigue sin moverse, el semblante del monarca se torna serio - ¡Compláceme!

La rubia figura se ríe suavemente, dejando una leve huella de desdén en su tono jocoso. Cruza sus brazos confianzudamente y se apoya en una de las paredes de los pasillos, observa al Faraón con los ojos brillando de algo parecido a la lujuria y finalmente habla.

-Me sorprende lo inocente que eres, Seth - una mirada interrogante le es dirigida - sabes, estaba en busca de un preciado ser. He recorrido desiertos infernales, campos estériles, ciudades enteras tratando de encontrarlo. Un insecto para ser más exactos. - perplejidad se leía en los ojos del Faraón. El rubio se quita la capucha y revela su larga y desordenada mata de pelo, su blanca piel, sus mieles ojos y su uniforme de soldado romano. Tiene una capa roja que no había notado antes Seth, y un par de detalles nuevos en su uniforme, siente de pronto que algo anda mal.

-¿Un insecto?

-Un escarabajo. Estoy buscando al escarabajo mayor, ¿Lo has visto, Seth? - se acerca tentativo hacia el Faraón y toma su mano izquierda entre las propias - dicen que su coraza es de jade, sus ojos son rubíes y su sangre es azul. Que es el hijo del Sol, amante de la Luna, padre de sus súbditos y Dios entre los hombres.

-No te entiendo; que me quieres decir, Cayo-

-Corrección, Seth: - Saborea el momento el romano antes de revelarse - Cayo Julius Caesar, pro-cónsul de Hispania y conquistador de Egipto - su diestra se ase de la cintura del Faraón y acorta la distancia que los separa de un golpe - quizás eso pueda aclararte muchas cosas - un beso perezoso sella su declaración al shockeado monarca.

Antes de que Seth pueda reaccionar y dar aviso a sus súbditos un golpe en la cabeza lo deja inconsciente. Julius sujeta con fuerza al Faraón y le susurra a sus ahora dormidos labios.

-Bienvenido a la provincia romana de Egipto, Seth.

FIN.

Este vicio me costó horrores, pasé por un período de cero inspiración y no hallaba con qué relacionar Insecto con estos dos (;.; unf unf), pero el leer a Alamiro de Ávila y su Historia del Derecho Romano me hizo encender lucecitas en mi cabeza.

Por cierto, Julius es Joseph. Lo saqué cuando vi que el nombre latino Julius se mezcló con el Anglo, el Sajón y el Visigodo para quedar como Joseph.  Cosas del idioma =3!

vicios, ayudantía, tabla, insecto, derecho, universidad, verborrea atack!, pascua

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