May 04, 2011 18:43
Fue el colmo de su día. Toparse de frente a ese chiquillo que llevaba crispándole los nervios durante años, copiándole, creyéndose superior… Una mañana mala, una tarde horrible y ahora eso, un niñato hablando cosas que solo lo enfurecían más, sencillamente Kyo no tenía humor para eso. Su cuerpo se tenso, sus ojos se entre cerraron y sus dedos formaron un puño en cada mano. No se hizo esperar. Impacto contra la mejilla izquierda del menor, tumbándolo velozmente al suelo del cual no se levanto y no le importo, empezando a patearlo en un ataque de ira.
-¡¿Qué te pasa?!-
“Escuchó la voz, pero no puedo detenerme. Es la ira, es el demonio que se abre paso entre las entrañas y sale desbocado, desesperado e iracundo, sabiendo que pronto volverá a su jaula.
Estoy volviéndome loco, ¿no es así?... Seguramente algo se ha podrido desde la raíz. No encuentro otra causa de un ser tan corrupto y toxico. Estoy hundiéndome en la fosa que cabe con mis propias uñas, y aun así sigo susurrando “yo no sé nada, yo no lo sabía”.
¿Es eso la inconsciencia?
Soy un monstruo estúpido y sin sentido…”
-¡¡Ya basta!!-
“Sus manos intentan detenerme. ¿Quién es esta persona? Su cara de estúpido me molesta. Su voz me irrita. ¿Para qué sigue respirando? Ojala pudieras desaparecer con el resto del mundo. Solo quiero gritar, tanto que sangre mi ser, que mis pulmones exploten, que mi existencia se acabe en un estallido de éxtasis y sangre…”
Otro golpe, pero éste hombre no cayó, se sostuvo y no dudo en devolver la agresión con la misma fuerza, con mayor exactitud en sus golpes, mejor planeados, mejor manejados. A lo lejos llegaban las voces de aquellos que han compartido tanto, lo bueno, lo malo y lo más macabro de ellos mismos. Los golpes llovían, los puños cruzaban y dejaban la piel roja, hinchada, amoratada, pero ya no bastaba curtir esa piel, hacerla sangrar entre tantos impactos dados y recibidos. Empezó a arañarlo, incluso, en algún momento, estaba seguro de haberle mordido, de dejar sus dientes marcados antes de ser abruptamente alejado de aquel imbécil, de aquel hombre con cara de idiota, ese bajista mediocre…
Se miraron, ambos acalorados y enfurecidos, tratando de volver a reñir, como si el dolor que sentían ya recorriendo su piel no fuese suficiente y necesitaran más, que fuese necesario reducirse a un cumulo de carne golpeada, hasta el tope de la adrenalina que una pelea brinda, de ese morboso y sadomasoquista placer que puede brindar un encontrón de esos.