Esto que pretendo hacer es una disección, está basada en mi reflexión personal y en algunos datos objetivos que no voy a enlazar ahora mismo. Con esto me disculpo de antemano si algo que digo es terriblemente evidente, incorrecto o simplemente mi ignorancia me hace pensar que estoy reinventando la rueda. Aunque sea así, a veces el proceso mental que nos lleva a conclusiones es muy útil a nivel didáctico, y espero que sirva de algo. Quiero imaginar esto como una de esas escenas futuristas con un escritorio en 3d donde las manos van enlazando elementos. Intentad tener paciencia a ver si lo que digo merece la pena. Allá vamos.
Desde hace unos años, he leído la frase, muy acertada, de: «No tenemos que enseñar a las niñas a ir seguras, tenemos que enseñar a los niños a no violar».
Toda la razón. Contundente. E inútil.
Porque el concepto es sencillo, pero a la vez, inútil. Los hombres reaccionamos (voy a generalizar, así que por favor, los notallmen sobran) negativamente a estas cosas a priori. Sí, es lógico, pero ¿cómo se enseña a no violar? Ya les decimos que está mal y que es ilegal, e incluso podemos intentar un acercamiento empático. Así que nuestra actitud ante esa frase suele ser de escepticismo. O peor, de «igualismo».
Reacción habitual ante la frase (meme real)
Para enseñar a no violar, primero hay que entender como aprendemos a violar. Y eso es muy, muy complejo. Y es, como todas las cosas que tienen que ver con el patriarcado, algo tan enmarañado y profundo que asusta.
Así que diseccionemos:
¿Qué es el acto de violar?
Más allá de las definiciones judiciales, el acto de violar es un acto de poder. De imposición de poder sobre otra persona. De quebrar su voluntad y su cuerpo. Y de humillar a esa persona. Es un acto de odio, de frustración y también de sexo. Pero el sexo no como motor o como fin, sino como vehículo para el odio y la frustración. Esto creo que no sorprenderá a nadie. Pero por si acaso vamos a justificar la afirmación. Existen violaciones sin acto sexual, o sin “consumación”. Por tanto el orgasmo físico no es el objetivo. Es una satisfacción mental. Y de la misma manera, la «violación por lujuria», es estúpida y falaz. El orgasmo se puede alcanzar de maneras mucho más éticas (masturbación) o «legales» (prostitución). Sin entrar en la carga moral del asalto, arriesgarse a una condena por un calentón es bastante estúpido. Así que no. El sexo es el vehículo de la agresión, no el motivo. El motivo es doble. Desprecio y frustración.
Ahí dejamos eso. Ahora vamos a hablar de nosotros, los hombres, los que estadísticamente cometemos las violaciones. Todo comienza con nuestra educación en el sistema patriarcal. Hay una serie de valores que se nos inculcan, y por suerte al fin me encuentro en una posición privilegiada para opinar, porque soy un hombre criado en el patriarcado.
Lo que llamamos la masculinidad tóxica es algo que mamamos desde niños. Es la forma que tiene el sistema patriarcal de imponernos nuestro lugar en el mundo, igual que a las mujeres. Y nuestro lugar es diferente al de ellas. Revisemos los elementos, grosso modo, que la masculinidad tóxica nos inculca.
Violencia
Es nuestra leche materna. Desde el primer juguete hasta el último estreno de Hollywood. La violencia es lo que mamamos. Sí, incluso los niños hippies criados en el pacifismo y la no violencia, como yo. Acabamos estudiando varias artes marciales y con pasión por las espadas. Y por las batallas. Es la forma que tenemos de definir el triunfo en muchos sentidos. Lo que caracteriza a nuestros ídolos es su capacidad física, pero sobre todo, su capacidad de repartir violencia. John Mclane, Conan, Goku, John Wick, Transformers, Thundercats, Bruce Lee, Superhéroes, incluso, desgraciadamente, los jedis en las últimas películas. Admiramos y valoramos la capacidad para destruir y matar. Para aplastar a nuestros enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus mujeres.
Por esto, los hombres buscamos ser el más fuerte, el macho alfa. Ser fuerte es bien, ser débil es mal. Ser cobarde es de maricas o nenas, el peor pecado que se puede cometer, y lo que se impone es ser un macho. El victim blaming para el bullying (toma bingo de anglicismos!) me ha perseguido toda mi vida. Resolver conflictos mediante la diplomacia y la astucia me ha valido miradas de reproche. «Les podríamos haber partido la cara, son unos mierdas» me dijo un compañero de la universidad cuando un tipo en el metro me encaró con el clásico «me has mirado mal, quieres bronca?». Si te atracan, eres un mierda por haberte acojonado y haberles dado el dinero. Una vez me atracaron entre quince. Me robaron cinco duros, pero cuando quisieron abrirme la mochila donde llevaba el walkman de mi hermanastra, tracé la línea y planté cara. Lo recuerdo con orgullo, pero podría haberme salido muy caro. Por una mierda de walkman de marca «el pato».
Pero mi masculinidad tóxica se regocija. Se regocija de los años de defensa personal y las peleas de gimnasio. Me hace sentir más hombre. Y se que es una gilipollez, pero no controlo mis sentimientos. Por suerte tampoco me controlan a mí.
La violencia es la respuesta a todo. Un tipo nos ataja en el carril, luces, pitos, insultos y si eso, hasta me bajo y le golpeo la puerta (esto me lo hicieron a mí, uso la primera persona narrativa). No dejes que se te pongan delante, ¡coño! La vida como una carrera, como una continua competición de meadas. Alumnos que consideran que la respuesta correcta a un «me cago en tus muertos» es levantarse en estado berserker y liarse a puñetazos. Y nadie que cuestione esa verdad inamovible. Hemos de poder ejercer la violencia. Y si es posible, a hostias. Horas de gimnasio, flexiones, artes marciales… pilates no, que es de tías.
Nuestra valía como hombres. Tanto follas, tanto vales.
Nadie representa tan bien esto como Barney, el favorito de toda una generación de hombresAsí es. LA PUÑETERA VERDAD. Nos medimos las pollas, nos insultamos llamándonos vírgenes, pichafloja, salidos, «tu follas poco». Cuanto más follas y con más follas mejor. Los maricas son inferiores, cuidado. Porque un tío puede ser más guapo que tú, más hábil, triunfar más… todo. Pero ojo, es marica. Y eso de alguna manera lo pone por debajo. Esto es ENFERMIZO. Y lo tenemos dentro. Sobre todo los que venimos de la época donde lo peor que se le podía decir a otro tío era marica.
Y así seguimos. Ayer mismo me insultaban en el foro que administro llamándome «maricona», comevergas y otras lindezas. Y no me siento especialmente orgulloso, pero empleé todo mi ingenio para retorcer sus argumentos y hacerles ver que ellos eran los que proyectaban su homosexualidad en mí. ¿Homófobo? No. Ni hablar. Pero está ahí, es muy fácil usarlo y sacarlo.
Follar es nuestra medida del éxito. Ni siquiera el dinero. Sí, las posesiones molan, pero más el pivón que viene con el Ferrari de serie.
Las mujeres son objetos
Esto ya llueve sobre mojado. Las mujeres solo valen para tres cosas y demás lindezas. Chistes machistas, anuncios, el tropo OMNIPRESENTE de la mujer como trofeo del ganador. Oh, y el porno. Claro. El sempiterno porno. Donde cada cual tiene su fijación, pero ellas son apenas un receptáculo para nuestro pene y fluidos. No nos importa quienes son, ni que piensan. Solo que podemos meter el churro (proyectándonos) en ellas. Y luego adiós.
No son personas. Son incomprensibles, raras. Están locas. Salvo las que son uno más del grupo, todas son cosas. Me las follo. Me la chupan. Somos cinco contra una. Ellas no disfrutan y no importa mucho como se lo pasan.
En mi caso, mi mayor orgullo a nivel sexual no es cuantas o como follo, sino como de bien se lo ha pasado ella. No lo veo decir por ahí mucho. Sí, es otra forma de medirnos la polla, pero, mira… no fardamos de lo bien que hacemos un cunnilingus.
Si son objetos, es más fácil no preocuparse si los rompemos.
Pixels de Adam Sandler es un ejemplo perfecto: Literalmente, el trofeo Q*bert se transforma en un personaje sueño-humedo-de-pajillero de videojuego para ser el premio de uno de los personajes. Dinklage consigue el trío con Martha Stewart y Serena Williams, Sandler a la chica que le despreció al principio de la peli y el otro a su mujer perfecta. Mi sobrina de ocho años lo resumió muy bien en el pase de prensa "Cada uno con su premio".
Vale, de momento tres cosas:
Violencia, Follar como medida de nuestra valía como hombres y cosificación de la mujer.
Ahora vamos a ellas.
El sexo como el valor a atesorar
Dulce adoctrinamiento infanil
La mujer es educada al revés. Su sexo puro, su virginidad y fidelidad son los valores que transmitimos. ¿Os acordáis de la letra de Willy Fog? Soy Willy Fog apostador y me juego con honor la vuelta al mundo. Aventurero y gran señor, jugador y casi siempre ganador. Yo soy Romi, dulce y fiel, y vivo enamorada de él.
Patriarcado condensado para niños. Y seguro que habéis canturreado conmigo. Quienes tengáis más de veinte, claro. Willy era un señor, apuesto y aguerrido, ella dulce y fiel. Esa es su definición, el recipiente perfecto para el pene del león machote. El descanso del guerrero.
No digo nada nuevo, la mujer debe atesorar su virginidad, debe mirar con quien se va, que sean pocos y espaciados. No ser una guarra. La mujer que ha estado con muchos está «usada», como decía Danny Suck-o en Grease refiriéndose a Ritzo: «no me van las cosas de segunda mano».
Además, la mujer ha de tener cuidado, porque puede hacer que la violen (he decidido usar esa forma a propósito). Ha de ser prudente, no provocar, no ser una buscona.
Sí, los tiempos cambian, pero por mucho que avancemos, esto se lo oyes a los chavales a los dieciséis aun.
La mujer atesora su sexualidad. Se la educa para ser pasiva en las relaciones, a no «asustar» al varón tomando la iniciativa. A no decir que sí. A no disfrutar con libertad de su sexualidad.
El sexo es el valor cuya pérdida es peor que la muerte. ¿No me creéis? Leía Fábulas, una serie maravillosa de cómics, y en un episodio, una reina es violada por un montón de goblins (dije maravillosa? Eh…). El narrador concluía: «al final alguno se apiadó de ella y le quitó la vida». PERDONA PERO… ¿QUÉ? ¿Por qué decides que estar muerta es mejor que haber sido violada y seguir viva? ¿En qué mundo retorcido alguien que no seas tú puede decidir que asesinarte es apiadarse? Evidentemente, en el nuestro. Su esposa había perdido el valor, había sido mancillada. Era lo peor que podía pasarle a una mujer. Perdona, chato. Eso lo decidirá ella. Y esto es un ejemplo, no creo que a nadie le suene extraño.
La pasividad y la indefensión
Se les enseña también a no ser violentas, eso es de hombres. A no pegarse, a no tener músculos (MARIMACHO!), a ser, en definitiva, un sujeto susceptible del abuso físico. A estar indefensas a todos los niveles ante la superioridad física, pero sobre todo, MENTAL de quien emplea la violencia. Indefensión aprendida, creo que lo llaman. Y con superioridad mental no me refiero a capacidad, sino a disposición. Lo que más se aprende en un dojo es a no paralizarse ante la violencia. Quienes no estamos acostumbrados a ella, nos paralizamos. Sí, yo también. Y eso me coloca en posición de inferioridad ante quienes emplean la violencia como parte de su esencia.
Gene Hackman lo describía muy bien en Sin Perdón: ser rápido está bien, pero el que es frío y mantiene la cabeza serena seguramente te matará en un tiroteo. No importa lo fuerte que seas, o lo entrenado que estés. O que vayas armado. Si te paralizas en el momento del combate, estás perdido.
Bueno, vamos a empezar a unir piezas.
Tenemos al varón estándar. Hormonado, lleno de lujuria y sobre todo, deseoso de demostrar que es un hombre. Deseoso de probar su valía. Y tenemos a la mujer, que le rechaza porque razones. Posiblemente un factor importante es el que hayamos dicho, su sexualidad no puede expresarse de la misma manera que la de él. No puede, aunque quiera, responder siempre en la medida que nosotros queremos.
¿Cómo reaccionamos ante esto?
Dependerá mucho de la persona y la madurez. Pero la reacción que nos interesa es la más jodida: ODIO. Y el odio se transforma en MISOGINIA.
«Esa tía… ¿pero quién te crees que eres, si eres una foca? ¡No te follaría ni con un palo! ¡Vas de guapa y eres un cardo!»
¿Cuántas veces hemos visto capturas de intentos burdos de seducción que acaban en una explosión de rabia como esta?
Esa tía, todas en general, nos están robando nuestra masculinidad. Ese objeto, me priva de mi trofeo, me hunde como persona. Está minando mi valor como hombre. Por eso mentiré, para hacer creer a mi manada que he follado cuando no. Por eso la insulto y la menosprecio cuando me rechaza, porque YO soy el que no ha querido nada con ella. Yo no puedo perder puntos.
Pensad que de media, un hombre ha sido rechazado por… no sé. Yo entré dos veces en mi vida a una tía en un bar. DOS. Pero me he sentido rechazado casi toda mi vida por enamorarme como un idiota de alguien que no me correspondía. Yo lo tomo con melancolía, pero puedo entender el proceso mental que lleva al odio y la rabia.
Ellas son las culpables de nuestras desgracias. Ellas nos ponen en la friendzone, ellas nos calientan… la lista sigue y sigue.
Así que juntando varios elementos, tenemos la misoginia.
¿Y esto? ¿Me lo estoy inventando? Vamos a echar una ojeada al mundo del sexo enfocado desde la perspectiva del hombre. El porno.
El porno como indicador social
Increíble. Me maravilla como algo que una vez fue tabú se ha hecho omnipresente en nuestra cultura. Y me maravilla lo fácil que es mirar a un mundo tan revelador.
Yo he visto porno. Sería un hipócrita si intentara fingir que no. Y he visto mucho. Desde niño el sexo me fascinaba, y era como un tesoro morboso y prohibido. Conseguir algo que tuviera una chica desnuda. Y si era porno, el acabose. Soy hijo del VHS y la industria decrépita que añoraba Jackie Treehorn en El Gran Lebowsky. En mi época el porno se hacía en estudios, con un guión y hasta con trama. Pero llega Internet y, hostia, empacho total. Y entonces la cosa evoluciona. Aparecen los nichos. Los fetichistas no tienen que ir al sex shop a preguntar: «qué hay de lo mío», y descubrimos un mundo nuevo. Incluso nuevas inclinaciones. Desde mujeres pisando charcos con calcetines hasta tíos esnifando pies. Y el gonzo, que viene a ser el porno «aquí te pillo aquí te mato» que Jackie despreciaba.
El gonzo y las nuevas compañías nos muestran un porno diferente, con un público creciente. En el clásico teníamos la estructura estándar: diálogo tonto, sexo oral, penetración vaginal, anal en ocasiones, y el moneyshot por emplear la terminología al uso.
Pero con el gonzo la cosa cambia. Es cantidad sobre calidad, y busca un nicho donde encajar. Y acojona ver como encaja.
De los creadores más conocidos son gente como «The Casting Couch» o «Backroom Couch». En realidad es lo mismo, una entrevista fingida a una chica que quiere ser actriz porno, pero en realidad se la están follando para ese vídeo. La están utilizando. Recordad estas palabras: se la follan por tonta.
De este palo hay un montón de variantes, incluso cambiando de país. Torbe, por ejemplo, tenía como un montón de series fantaseando con ir a la calle y pagar a una chica para follar con ella. Convertirla en puta, degradarla y humillarla (según la visión tradicional).
Otros juegan con lo mismo: tía sube a furgoneta y se encuentra rodeada de pollas. Se la follan por tonta, se mofan de ella.
Pero la cosa va a peor. Hay géneros duros. No se si calificarlo de sadomasoquismo. Pero donde el objetivo parece ser humillar a la chica. Asfixiarla con tu polla enorme, hacerla vomitar, llorar. El gran premio final es siempre, de alguna manera, hacer que la experiencia sexual sea desagradable para ella. Si llora y se le corre el rimel, bonus. Los títulos de muchos vídeos en las redes P2P siguen esa tónica: se la follan por borracha, por tonta.
Sí, los vídeos de violación también son demanda. Hay quienes los fingen, y hay quienes los buscan reales. Cuando el caso de la manada, una de las cosas que irritó a la gente fue cuando se hizo público que el vídeo se había filtrado y los portales de Redtube y Pornhub tenían como top de búsquedas el vídeo de la manada.
Y la gente de "El Español" peca de inocente. Esto no es el "morbo español". Es un fenómeno mundial. Es una constante cada vez que ocurre una violación mediática. Los portales porno bloquean las búsquedas y "regañan" a los usuarios. En Carolina del Sur, en Brasil... Hace unos días pasaba en México lo mismo, las estadísticas buscando el vídeo de una violación en primera plana, y hace más tiempo el espantoso caso de una niña de ocho años en la India, violada y asesinada, no impidió que las webs porno se vieran asaltadas con el nombre de la pequeña. ESPANTOSO.
El nombre censurado, pero la noticia es real
Todo es parte de una misma dinámica. Fotos de ex novias filtradas, mujeres engañadas para tener sexo, mujeres «compradas» para ser profanadas, abusos de falsos guardias de seguridad, pollas enormes para que les duela, atragantamientos, azotes, insultos… No todo el porno será así. Pero este existe. Y es muy abundante.
Hay ODIO. Donde debería haber amor , hay ODIO. Eso es lo que los hombres buscamos, y eso es lo que creamos para otros hombres. De eso nos lucramos. Si existe, es porque la gente lo compra, lo quiere ver. Podemos decir que no somos todos, y seguramente no seamos todos, pero somos los suficientes como para que sea muy rentable.
Dan ganas de llorar, pero siento que los hombres odiamos a las mujeres. No lloraré porque soy un macho, y los machos no lloran. Jodido, ¿eh?
No hablo de un odio activo, evidentemente. No un odio consciente. Pero creo que está ahí. Y sale cuando menos nos lo esperamos. Se manifiesta con el sexo mucho más. Puede que porque es donde creemos que más daño les podemos hacer (ver punto anterior) o, mi teoría, porque es de donde surge.
Eso es lo que las está matando. Por eso las estamos matando. Por eso las violamos. Porque no es sexo. Es poder. Porque no es sexo, es odio. Es humillación. Es reafirmarnos en la estúpida manada de lobos. Y es violencia, la sombra que nos sigue a todas partes. Cuando las vemos las deseamos, no podemos tenerlas y eso nos frustra. Así que las violamos. Y si toca, como son objetos, las matamos.
Eso es lo que el machismo nos hace a los hombres.
Vivimos una sociedad donde la fantasía de la violación está normalizada. Es lo que se espera de nosotros, los hombres. Cuando en ficción vemos a una mujer quedarse sola, sin el amparo de la ley, rodeada de tíos, sabemos que va a ser violada. Es un recurso narrativo horrible, y nos dice a los hombres: «eh, es lo que toca. Es lo que harías tú también».
Nos enseñan a saltarnos los límites del consentimiento desde niños: La princesa dormida, la poción de amor, el hechizo de amor, el rayo que te convierte en mi esclava. En inocentes jovencitos henchidos de amor buscando ser correspondidos por encima de los deseos de ellas. Pero es una chiquillada. Es el prota, y le queremos. No importa que haya violado la mente de esa persona. Son cosas de chavales.
CADA JODIDA SERIE. Hay un número de episodios «estandar» en la ficción. No puede fallar el gemelo malo, el tiempo detenido o el bucle temporal, y la poción de amor es otro tropo.
Y no hablo solo del pasado. El otro día Netflix me proponía una serie: Seven mortal sins o algo así, de anime. Y ya se que el anime es para darle de comer aparte, pero duré cinco minutos. Cinco minutos hasta que el prota, un chaval inocentón y tontito, recibe a una guerrera en armadura que se desmaya en su taberna. La lleva a una cama sin armadura y es, como no, un pivón neumático anime estándar. Y entonces empieza un juego «inocente». Oh, es una chica. ¿Seguro? Espera que le magreo una teta mientras duerme. La chica se despierta y el tipo no quita la mano. Y ella emite un japonés y sumiso «¿Etooo...uh?».
Ese señor, aventuro que será el prota admirable de la serie. Torpe con las chicas, inocentón, el más fuerte al final y no me extrañaría que cayera «accidentalmente» entre las tetas de alguna de vez en cuando. Esto en 2018. Así está el panorama.
Chico: eres un puto agresor sexual.
Las películas nos presentan la violación como un acto de amor, sea Juego de Tronos, sea Nueve Semanas y Media, sea Un tranvía llamado deseo. Te violo porque al final te gusta. Nuestro querido Deckard de Blade Runner, otro que tal. Una y otra vez normalizamos la violación. La justificamos, la minimizamos. Y luego ya, para los fans del hardcore, culpamos a la víctima, no la creemos e incluso jaleamos a los violadores. Públicamente o secretamente
Pero eso si que not all men y demás. Lo otro, os jodéis: All men. A todos nos han criado en el mismo redil. Y no digo que seamos misóginos. Yo no he agredido nunca a una mujer, nunca las he insultado llamándolas putas, no levanto la voz a mis parejas, considero la violación el acto más asqueroso que se puede cometer, respeto y admiro a las mujeres.
Y sin embargo, ahí está de fondo toda esa mierda. Sigo queriendo ser un macho alfa. Sigo midiéndome la polla con otros, y he sentido rabia por el rechazo. Me han educado a sentirlo.
Eso es lo que he llegado a reflexionar en un tiempo pensando de donde viene esto, y cómo podemos arreglarlo. Antes de estallar en furia y atacarme, pensad un poquito si algo de lo que he dicho tiene sentido. Pensad en lo que os excita, en cómo os comportáis. No es cuestión de buscar culpables ni de defenderse. Es solo una idea mía. Quizá me equivoque. No creo que odiéis a las mujeres. No todos los hombres hemos sido educados igual, y no todos hemos reaccionado igual a nuestro entorno. Creo que los hombres violan a las mujeres por esto. Si no violas a las mujeres, tú verás si algo de lo que digo te parece sensato pese a todo.
Y finalmente, así es como se educa a los niños a no ser violadores.
- No definiendo el sexo como medida de la masculinidad.
- No defendiendo la fuerza y la violencia como medida de la masculinidad.
- No enseñando que el sexo es un combate donde se gana y se pierde, donde hay que conquistar y proteger el fuerte. Sexualidad sana. Respetando la sexualidad femenina.
- Luchando contra la cosificación de la mujer.
- Desarrollando la empatía.
- Condenando la violación como lo que es, un crimen abyecto de odio. Sin bromas, sin justificaciones. No existe justificación posible.
Y mientras logramos una generación de hombres que no sean violadores, los que estamos ya aquí, arrimando el hombro para librarnos de esta mierda que no pedimos, pero nos toca llevar.