La última frase que le había oído decir antes de su despacho fue: quiero ser madre. Ni siquiera lo había pensado detenidamente. Simplemente se dejó guiar por una marea de hormonas que inundaban ahora mismo su cuerpo. Era una decisión demasiado irracional y demasiado estúpida, sobre todo para Cuddy.
- Pensé que la locura que te asaltaba era debido a tu pequeña amiga mensual - le había dicho
- House, esto es decisión mía, y nada de lo que digas va a hacer que cambie
- Oh, por favor, Cuddy, cámbiale las pilas a tu reloj biológico, haz lo que quieras, pero esto… te supera
- ¿Me vas a ayudar o no? - Y cuando vio la cara de la decana, con casi una mínima facción implorante y desesperada, cosa que nunca se había permitido demostrar, lo único que pudo hacer es asentir con un gruñido y coger una inyección para la fertilización.
Y ahora, mírala. Su racionalidad embotada por las dosis hormonales excesivas y con demasiadas emociones para poder soportarlas. House la encontró en su despacho, al que entró a pesar de estar la puerta cerrada con llave (Cuddy no podía esconderle ni la llave de su casa, menos podría la de su despacho) llorando, abrazada a un conejito de peluche. Débil, dolida, y a ojos del doctor, ausente de patetismo, a diferencia de los demás humanos, con un toque de belleza oscura irresistible. Cualquier otro hombre hubiera corrido a ayudarla, a consolarla y luego, aprovecharse. Pero House no era así. No corría, no consolaba, no se aprovechaba de una oportunidad que él no hubiera creado. Cuando la doctora notó la presencia del médico dio un respingo y se secó las lágrimas apresuradamente, intentando esconder ya algo imposible.
- ¿Qué pasa, Cuddy? ¿Un paciente importante? Si es muy duro para ti yo me encargo de la autopsia - comentó, señalando al conejito de peluche que tenía ella entre las manos. Y quizás la ausencia de ironía o burla en su voz la animó, o un humor extraño inducido por esas homonas pululando por su cuerpo, pero la mujer sonrió y se levantó del suelo, ya más compuesta.
- Fue un regalo equivocado - se disculpó por el juguete - Tienes razón, House…
- Lo sé - la interrumpió
- No, no es eso. Me refiero a que tenías razón sobre el tema de tener un hijo. Nunca debí haber empezado. No se por qué pero siempre intuí cómo iba a acabar todo esto. Esto - alzó el conejito por una pata - no me va a servir nunca - y dejó caer al peluche sobre una silla, como un peso muerto, olvidándose de él y saliendo del despacho, no sin antes sonreír a House, como un agradecimiento y disculpa.
Llevaba todo el día sin pensar en el estúpido conejo. Fue fácil mientras estaba en el hospital, demasiados pacientes que ayudar, demasiados problemas que resolver, demasiadas quejas que atender. Pero ahora, en la soledad del hogar, todas las dudas que acechaban por el día se vuelven contra uno, y atacan con fiereza como si no existiera el mañana y tuvieras que arrepentirte de tus pecados esta misma noche. Quizás por eso Cuddy daba vueltas en la cama, entre sábanas de seda, sin poder conciliar el sueño. Y cada vez se ponía más nerviosa. El paciente que inocentemente le había regalado el peluche “para sus hijos, o sobrinos, o para alguien querido” no sabía la carga que le había puesto a la decana sobre los hombros. Después de reflexionar esto tanto tiempo que le pareció eterno, iba a dar rienda suelta a sus emociones en la seguridad de su casa, pero un sonido estridente se lo impidió. Sonaba el timbre con insistencia, como si supiera que no debía hacerlo. Por un momento le entró a la mujer un escalofrío pensando que podía ser el conejo tocando el timbre, pero al momento se rió de su estúpida ocurrencia. Aunque al abrir la puerta, no se encontró algo muy diferente. SU médico, empapado como la última vez que había venido a su casa, y con, oh sorpresa, el conejito de peluche en las manos. Sin mediar palabra él se lo alcanzó y ella lo estrechó entre los brazos inconscientemente.
- Lo seguiremos intentando - afirmó el doctor, como si fuera decisión suya
- House… ¿tú… - balbuceó Cuddy
- Sí - contestó, a la pregunta nunca formulada.
Y esa noche, la decana pudo dormir mejor, fantaseando, dudando que ese sí de House fuera al mismo sí a la pregunta que iba a formular. ¿Tan metido estaba ya en el asunto? ¿Tanto le importaba Cuddy? ¿Es que acaso el sí que contestó fue: sí, quiero ser el padre? Ahora mismo, ese era el pensamiento más tranquilizador que podía haber tenido, y rodeada de sentimientos confusos y del calor de un peluche, cayó dormida.
Bien, he vuelto a la extensión de vicio que me caracterizaba :-P ¿No se podrán quejar eh? XDDDD Besos! Y muchas gracias a Malale,
alastor_black,
aplausus y
azurita por esos comments tan lindos que me dejan ^o^
Y aquí está el famoso conejo causante de todo XDDDD