Y volver... y volver
El invierno empieza a trepar como una enredadera entre las sábanas que por la noche me intentan abrigar del frío de mi desesperación. Parece que fue hace tanto que fui feliz, que pisé tierras lejanas donde se hablaba de otras cosas y en otro idioma; parece hace tanto que nos besábamos en ascensores y sin embargo no han pasado apenas unos días. Me vuelve a tocar subir sola por la alameda.
Ojalá volviera a llevar mi caja roja llena de ocres hasta la esquina de la calle donde la puerta es de respetable madera y tú siguieras tocando el piano eternamente, pero nada dura para siempre y las notas se retuercen y me atraviesan por las noches cuando ya no estás; cuando tu piano solo suena en mi mente y dejo de saber si alguna vez lo tocaste para mí o si solo fue algo que yo quise creer.
Ojalá tuviese que volver a casa por las noches naranjas de lluvia los viernes sin sentirme sola; pero nadie me asegura los paseos, nadie me asegura la existencia. Solo espero que aún queden viajes, porque todavía no se ha acabado nuestra historia, la película sigue girando y aún nos queda algo aunque solo sea un fotograma, un mísero fotograma.
Edith Piaf se equivocó, no existe une vie en rose.