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Título: Aurora
Fandom: Harry Potter
Pareja: Ginny/Gabrielle
Advertencia: Femslash
Rating: PG-13
Spoilers: DH
Escrito para:
crackbooh Título: Aurora
Fandom: Harry Potter
Pareja: Ginny/Gabrielle
Rating: PG-13
Spoilers: DH
Escrito para: crackbooh
Tendría que haberla odiado. Era su rival, después de todo, aquella que se robaba todas las miradas, todos los suspiros del primer chico que le hizo acelerar el corazón. Tendría que haberla detestado desde la raíz del cabello hasta la punta de los pies, tendría que haber aborrecido cada sonrisa, cada gesto en su rostro, cada ademán de sus manos inquietas. Tendría que haberla odiado... mas no era así porque no era su rival, no realmente. Aún a los doce años era lo bastante inteligente para saber que nunca hubo competencia posible entre ellas, que esos ojos verdes no le habían pertenecido ni lo harían nunca porque ya tenían dueña. Y estaba bien así, porque a su edad le alcanzaba con contemplarlo de lejos, una sonrisa, un saludo eran suficientes para iluminarle el día.
Por eso cuando escuchó el llanto quedo de la muchacha, no se alegró ante su tristeza sino que su corazón se encogió, porque en ese llanto ahogado con las manos en un vano intento por silenciarlo había un dolor más desgarrador que en mil gritos de agonía.
Dudó. No podía decirse que eran amigas, cuando apenas se habían visto y ni siquiera hablaban el mismo idioma y había algo en la forma en que sus hombros se sacudían y las lágrimas rodaban por su rostro que hablaban de un sentimiento profundo e íntimo, no la clase que uno puede compartir con un mero conocido.
Pero no podía dejarla sola, no así, y buscar ayuda habría sido traicionar su secreto, algo intolerable después del evidente esfuerzo de la muchacha por ocultar sus lágrimas del mundo. Se mordió el labio, vaciló y finalmente hizo acopio de valor y entró, deslizándose en puntas de pie y dejándose caer en la cama junto a ella, su peso más ligero que el de una pluma. Abrió la boca para decir algo pero no sabía qué; alzó la mano y la dejó allí, suspendida en el aire, mientras trataba de recordar qué hacía su madre para hacerla sentir mejor cuando ella lloraba.
Siguiendo un impulso, sus dedos rozaron la cabellera roja y la muchacha alzó la cabeza, sus ojos castaños anegados en lágrimas, un destello de sorpresa en ellos. Ella siguió acariciando sus cabellos suavemente, dulces palabras de consuelo cayendo de sus labios, palabras cuyo sentido sería inescrutable para la muchacha de cabellos de fuego pero cuya cadencia musical sosegaría su alma inquieta como una melodía amansa a las fieras.
Imposible decir cuánto tiempo permanecieron así, la mano blanca acariciando el cabello rojo derramado como sangre sobre la almohada, el llanto haciéndose más quedo a medida que el sol moría en el horizonte. Allí fuera los preparativos para la boda proseguían sin pausa, allí fuera estaba el muchacho de ojos verdes y destino sellado, allí fuera había un mundo desgarrado en dos. Pero en aquella habitación sólo había dos muchachas, aprendiendo que el consuelo podía encontrarse en los lugares más inesperados, que la intimidad no conocía barreras de idioma. Los ojos castaños, desbordantes de lágrimas, encontrándose con los ojos azules, desbordantes de comprensión, una sonrisa compartida, una caricia necesaria uniéndolas en ese instante y sin que ellas lo supieran, para siempre.
-
La guerra había terminado y el mundo se había pintado de nuevos colores y tonalidades: alegría, felicidad, esperanza, valentía, sueños, amor. El universo había sido quebrado en astillas sólo para que ellos pudieran reconstruirlo otra vez y lo hacían poco a poco, con ideales, con justicia, con esfuerzo y valor. Una nueva vida comenzaba para todos ellos, una nueva vida encarnada en una criatura imposiblemente pequeña con el nombre de la victoria que tanto les costó conseguir, una nueva vida alrededor de la cual pudo reunirse toda la familia para empezar a sanar las heridas que la oscuridad les había legado.
La casa de Bill y Fleur estaba rebosante hasta estallar de parientes y amigos, de buenos deseos, amor y esperanzas para el futuro, mientras la pequeña Victoire era tan adorada y mimada como esta nueva libertad que tan cara les había salido. Era, por ende, un caos absoluto y encontrar un momento de paz y tranquilidad tan difícil como dar con el camino más corto al Sol. Al romper el alba, cuando la casa estaba sumida en el silencio del sueño, Ginny se levantó y en puntas de pie salió al jardín. Necesitaba un tiempo para ella, sin preguntas, sin palabras bienintencionadas que sólo lograban confundirla aún más. Necesitaba pensar, escuchar el redoble de su propio corazón, intentar comprender lo que intentaba decirle. Tenía que encontrar respuesta a una pregunta imposible y no podría hacerlo absorbida por el trajín y el torbellino constantes que era su vida.
El sol recién despuntaba sus primeros rayos en el horizonte, bañando el paisaje en una luz irreal y se permitió contemplar su belleza por un instante, el olor a sal impregnando sus sentidos, la brisa matutina acariciando su piel, antes de empezar a caminar por el borde del acantilado. A los pocos pasos, empero, se detuvo estupefacta ante la visión sobrenatural que se presentaba ante ella.
Al borde mismo del acantilado, a punto de caer en el abismo, una criatura de ensueño contemplaba el horizonte, sus cabellos de oro resplandeciendo con el sol, su piel nívea convertida en magnífico marfil, su figura grácil recortada contra el cielo. Sirena sin escamas, belleza deslumbrante, princesa de otra tierra y otro tiempo detenida en ese instante de sobrecogedora hermosura. Ginny no podía articular un solo pensamiento, no podía siquiera respirar y por lo tanto tampoco pudo reaccionar cuando la beldad frente a ella dio un paso adelante y se dejó caer en el vacío.
Un tiempo interminable hasta que las piernas de Ginny reaccionaron por su cuenta, llevándola como el viento por entre las rocas, bajando y bajando por el escarpado acantilado, un grito de espanto ahogándose en la garganta al imaginar los cabellos dorados manchados de escarlata, el cuerpo perfecto torcido y roto, la luz en sus ojos claros ausente por siempre jamás.
Cuando llegó hasta la playa de roca y arena, su respiración desfalleciente, un dolor agudo en su costado y otro aún peor en su pecho, no encontró ni sangre ni un cuerpo frío flotando sobre las aguas. Miró a su alrededor, su corazón golpeando frenéticamente contra su pecho, y entonces un destello en el mar capturó su mirada. De entre las olas surgió la cabellera dorada, seguida por su cuerpo de marfil, y cual diosa del mar ella pareció nacer de agua y espuma, acercándose a la orilla como si se deslizara. Sus ojos con el mar adentro se encontraron con los suyos y Ginny intentó apartar la mirada pero no podía. Hiciera lo que hiciera, no podía quitar la vista de la joven que se acercaba lentamente a ella, el sol convirtiéndose en oro líquido al derramarse sobre sus cabellos, centelleantes diamantes en forma de gotas de agua adornando su piel de marfil, deslizándose por su cuello, sus pechos perfectos y su estómago, deteniéndose un momento en su obligo para luego seguir cayendo hasta perderse en el oro oscuro entre sus piernas.
- ¿Ginny?
La voz, aunque melodiosa y musical, rompió el hechizo sobre ella y Ginny pudo finalmente ver a la muchacha de quince años en vez de a la diosa del océano. Su fascinación se convirtió en furia y aunque no lo admitiera jamás, vergüenza.
- ¿Es que estás loca? ¿En qué estabas pensando, tirándote por el acantilado de esa manera? ¡Podrías haberte roto la cabeza contra las rocas, idiota!
Los ojos azules pestañearon, sorprendidos.
- En casa lo hago todo el tiempo.
Ginny se quedó de piedra.
- ¿Y tus padres no te dicen nada?
Una sonrisa, a medias traviesa, a medias infantil curvó sus labios.
- Bueno, segugamente diguían algo... si lo supiegan.
Una mirada cómplice las unió un instante. Ginny lanzó una mirada al altísimo acantilado tras ella y luego se volvió hacia Gabrielle, sintiendo el primer chispazo de curiosidad e interés en su pecho.
- ¿Y qué tal es? ¿Qué se siente?
- Es como volag... sin una escoba que te detenga, sin nada que te tigue paga atgás.
Ginny contempló el acantilado escarpado, la pendiente abrupta, las rocas sobresaliendo entre las olas. Era una locura, lisa y llanamente. Nadie en su sano juicio intentaría algo así. Y sin embargo, su corazón latió más aprisa al imaginar una caída libre, un vuelo sin barreras ni frenos, libertad absoluta y exhilarante antes de recibir el abrazo frío del agua...
- ¿Y no piensas que podrías abrirte la cabeza?
Un chispazo de diversión en los ojos azules, una mueca un poco sardónica, un poco desafiante en su rostro.
- ¿No me igás a decig que tienes miedo, vegdad?
Y esas palabras lo decidieron todo, porque Ginny nunca pudo resistir un desafío, porque nunca quiso que nadie la considerase una cobarde pero por sobre todas las cosas, porque ese día en particular quería demostrarse a sí misma que era libre de sus actos, que si quería podía ser temeraria y arriesgada porque al fin y al cabo era su vida. La sonrisa de Gabrielle fue más cálida y luminosa que los incipientes rayos del sol en la distancia cuando tomó su mano para iniciar el ascenso. Ginny la siguió, tratando de no abstraerse contemplando el cuerpo desnudo de la muchacha, grácil y elegante como una pantera mientras subían la pendiente. Es una niña se recordó, pero era difícil pensarlo cuando brillantes gotas de agua se deslizaban hasta el final de su espalda, cuando el leve contoneo de su cadera era lo más tentador que hubiera visto nunca.
Por ser la primera vez de Ginny, Gabrielle quiso probar desde un punto más bajo pero ella ni quiso oír hablar del asunto. Todo o nada le dijo y la muchacha, después de pensárselo un momento, aceptó. Al llegar a la cima, sin embargo, Ginny vaciló aunque no era precisamente la altura lo que le hizo dudar. Echó una mirada de reojo a la figura deslumbrante de la muchacha y luego miró su propio camisón remendado, mordiéndose el labio. Los ojos azules estaban fijos en ella, expectantes, y Ginny finalmente se reprendió a sí misma por tonta y bruscamente se desprendió de toda su ropa.
Cuando la última prenda cayó al suelo alzó la barbilla, desafiante, y se encontró con que los ojos de Gabrielle estaban recorriendo su cuerpo con total desparpajo. Ginny apretó los dientes. No era una chica insegura ni mucho menos, pero al lado de aquella musa cualquiera habría parecido un saco de papas y no era que le importase, pero si llegaba a hacer el más mínimo comentario...
Entonces notó que en los ojos de Gabrielle no había burla ni arrogancia, sino tal vez interés y curiosidad (y algo más, pero no quiso pensar en ello) cuando recorría con la mirada su cuerpo, abierta y descaradamente, como si fuese lo más normal del mundo. Sus ojos se detuvieron un momento de más en sus pechos.
- Tienes pecas pog todas pagtes - observó, sin apartar la vista de su pecho. Ginny no era ninguna mojigata fácil de escandalizar, pero la intensidad en los ojos de la muchacha hizo que se encendiera su rostro como una antorcha.
- ¿Vamos a hacer esto o no?
La muchacha pestañeó, como si despertase de un sueño, y una sonrisa encantada se dibujó en su rostro.
- Pog supuesto - Y extendió su mano para que Ginny la tomara y sin un instante de vacilación, sin un momento de duda, ella la tomó y las dos saltaron al mismo tiempo.
La caída fue todo lo que había prometido Gabrielle y más. Caía y caía con absoluto abandono, el viento alborotándole los cabellos, los brazos extendidos, el agua acercándose a toda velocidad y Ginny se sintió viva y libre, todas sus ataduras, todas sus responsabilidades y preocupaciones abandonadas en lo alto del acantilado.
El abrazo del mar fue duro y gélido, y no pudo evitar soltar un grito ahogado.
- ¡Está helada!
Una risita burlona recibió sus palabras.
- ¿Y qué espegabas? ¿Que la calentasen paga ti?
Ginny le lanzó una mirada furibunda... y luego se decidió por un ataque más directo y le tiró agua salada a la cara. La muchacha soltó un gritito de sorpresa, pero pronto se recuperó y contraatacó. Ginny se echó a reír y pronto la risa cristalina y musical de Gabrielle se unió a la suya, mientras entre chapoteos y salpicaduras empezaron a perseguirse la una a la otra como niñas. Gabrielle se deslizaba por las aguas con la gracia de una sirena, sus cabellos refulgiendo al sol, siempre fuera de su alcance, sonriendo tentadoramente.
Ginevra Weasley nunca supo resistirse a la tentación.
Salieron del agua entre risas, todavía salpicándose. Ginny no recordaba haberse sentido tan libre, tan ligera en muchísimo tiempo. Sus preocupaciones, que otrora tanto le habían pesado sobre los hombros, se habían disipado con el destello fulgurante de la sonrisa de Gabrielle, quien ahora la miraba con los ojos entornados. Ginny frunció el ceño y se llevó una mano al pelo, preguntándose si tendría un alga colgándole de una oreja o algo por el estilo.
- ¿Pasa algo? ¿Por qué me miras así?
La muchacha inclinó la cabeza a un lado, una mirada indescifrable en sus ojos del color del mar.
- Tu cabello... Cuando le da el sol así, paguece como si se encendiega... - Sonrió, una sonrisa deslumbrante y peligrosa - Tienes el atagdeceg en tus cabellos...
Dio un paso hacia ella y estiró una mano para rozar sus cabellos, al parecer maravillada por ellos. Ginny cerró los ojos, su cuerpo entero estremeciéndose con la caricia, y cuando los abrió de nuevo la muchacha estaba cerca, demasiado cerca para la sangre rebullendo en sus venas y su corazón desbocado, su respiración entrecortada y sus hormonas fuera de control. La piel de seda y marfil destellaba con un millar de brillantes diamantes en forma de gotas de agua y olía a sal y arena, a amanecer y libertad; los rayos del sol se convertían en oro líquido al derramarse por sus cabellos, las largas pestañas enmarcaban una mirada donde se escondían todo el océano y todo el cielo.
Sus dedos ardían en deseos de rozar aquella piel nívea, de enredarse en los hilos de oro de su cabellera de sirena; se preguntó si la curva de sus pechos sabría a sal y espuma, si el tacto de su piel sería cálido o tendría la frialdad del mar y el mármol. En puntas de pie, la muchacha - la mujer, porque aunque en años fuera una niña esos ojos, esos labios no pertenecían a la infancia - se acercó otro paso. Y luego otro más. Sus dedos, enredados en los cabellos rojos, ahora trazaban círculos en su nuca y su pecho casi rozaba el suyo y Ginny podía sentir el calor emanando de su piel.
Su propio nombre cayendo como un suspiro de esos labios perfectos fue el último empujón que necesitó Ginny. Olvidándose de todo (de sus padres y hermanos y cuñados y sobrina, todos en la cabaña sobre el acantilado; del qué dirán, incluso de Harry y el anillo que había ofrecido encadenar a su dedo), olvidándose del mundo y de sí misma, Ginny se inclinó hacia delante... y besar los labios de Gabrielle fue como dar otro salto en el vacío.