Disclaimer: Harry Potter pertenece a JKR
Título: Guerrera
Vicio: #28- Música
Fandom: Harry Potter
Claim: Minerva McGonagall
Personaje: Minerva McGonagall
Summary: Minerva McGonagall tiene miedo, pero la sangre de mil guerreros de antaño corre por sus venas y partirá hacia la batalla con la frente en alto, la música de tambores y gaitas marcando el compás de su corazón desbocado. SPOILERS HP7
Disclaimer: Harry Potter pertenece a JKR
Título: Guerrera
Vicio: #28 - Música
Fandom: Harry Potter
Claim: Minerva McGonagall
Personaje: Minerva McGonagall
Summary: Minerva McGonagall tiene miedo, pero la sangre de mil guerreros de antaño corre por sus venas y partirá hacia la batalla con la frente en alto, la música de tambores y gaitas marcando el compás de su corazón desbocado.
En los brumosos montes del norte de Escocia, en el corazón mismo de las salvajes Tierras Altas, la vida tranquila de la pequeña aldea enclavada allí se veía alterada de pronto cuando, de las profundidades del bosque, surgía un bramido ensordecedor que se sentía en el interior de cada una de las sencillas casas de piedra, en el pecho de cada habitante de pies descalzos y cabellos oscuros. Empezaba a la distancia, un rugido lejano que iba aumentando de intensidad, y todos los que vivían allí hacían a un lado sus tareas cotidianas y se asomaban a las ventanas y los umbrales para ver pasar la procesión de altos y orgullosos caballeros con sus cabellos trenzados y las faldas de su clan. Todo el pueblo acompañaba los vítores y gritos de guerra de los hombres, cuyas gaitas y tambores se seguían escuchando mucho después de que se hubieran alejado.
Con sus cabellos siempre enmarañados formando una nube oscura tras ella, sus pies descalzos y sus mejillas sonrosadas, Minerva siempre era la primera en saltar de su asiento cuando escuchaba los tambores a la distancia y echar a correr hacia el umbral. Sus hermanos se reían de ella y su madre solía reprenderla con desgana, pero Minerva sencillamente no podía estarse quieta: los tambores resonaban en su pecho al compás de su corazón desbocado, cuando su voz pugnaba por escapar de su garganta y unirse al bramido guerrero y a la canción de las gaitas.
Aquél era uno de los recuerdos más vívidos de su infancia, la piedra fría bajo sus pies, el viento gélido azotándole el rostro y sus ojos maravillados ante la procesión de hombres altos y gallardos. La sangre siempre parecía fluir con más fuerza cuando los veía y su corazón latía más deprisa cuando se imaginaba marchando junto a ellos, porque aunque fuera una niña ella quería marchar a la aventura, ansiaba ir a la batalla y conocer la gloria de la que hablaban las antiguas leyendas.
Mas esas épocas habían pasado y los hombres ya no marchaban a la guerra, su desfile era meramente una tradición arraigada, una celebración más entre tantas otras. Y como su madre y su abuela materna comenzaron a recordarle con mayor insistencia después de su octavo cumpleaños, ella era una señorita y debía prepararse para su partida a Hogwarts cuando el momento llegara.
La infancia de Minerva McGonagall se dividió en dos tradiciones profundamente arraigadas. Por un lado, la vida del clan escocés por parte de la familia de su padre, con su música de gaitas y tambores, sus leyendas y canciones en gaélico, su amor por los bosques y los montes. Ésa era la parte que correspondía a su corazón libre, la niña de su padre era la que se trepaba a los árboles, la que corría descalza detrás de sus hermanos y bailaba con salvaje abandono al son de gaitas y tambores. La niña-duendecillo, como la llamaban sus hermanos, la niña que caminaba descalza sin hacer más ruido que un gato y compartía la misma agilidad y agudeza, la niña salvaje: ésa era la niña que el clan McGonagall había formado.
Por el otro lado estaba la tradición de su familia materna, con sus misas en latín, sus rezos al atardecer y sus creencias cristianas. Su madre le enseñó la lengua del antiguo imperio y le hablaba de mitos romanos y griegos mezclados con catequesis, mientras sus manos delicadas arrancaban melodías armoniosas de su arpa. Fue también su madre quien le enseñó a trenzarse los cabellos negros como noche de invierno para que ya no fueran una nube tormentosa, quien insistía en confeccionarle vestidos sencillos pero femeninos y se empeñaba en que usara zapatos. También fue ella quien le contagió el amor por los libros, quien le enseñó a cuidarlos y a extraer de ellos sus enseñanzas.
Su abuela materna fue quien le enseñó a apreciar los scones, quien la instruyó en los modales de una bruja de su posición social. Cómo sentarse siempre derecha en su silla, cómo apreciar un buen té, cómo mantener el control aún cuando sus emociones la desbordaran: todo eso lo aprendió de su abuela, cuya coraza estoica y severa no escondía del todo su cariño, aunque no mostrase su dulzura con la facilidad de la madre de Minerva.
Así pasó Minerva McGonagall su infancia, dividida entre dos orillas, dos tradiciones diferentes pero que sin embargo de algún modo se complementaron en ella, formaron su persona.
Luego llegó su turno de partir hacia Hogwarts y su vida dio un vuelco. La pasión por el estudio absorbió todo lo demás y ella se convirtió en una jovencita seria, respetuosa de las normas, que dejó atrás su espíritu salvaje aunque nunca se acercó al ideal de señorita almidonada y femenina que su abuela materna había intentado en vano inculcarle. A Minerva las sedas y encajes siempre la trajeron sin cuidado, los chismes le aburrían e irritaban y nunca se acostumbró a los bailes de sociedad, con sus valses insulsos y sus coreografías encorsetadas.
En su corazón siempre guardó el recuerdo de gaitas y tambores, aún cuando sus amigas suspiraban con canciones melosas interpretadas por brujos de cabellos tirantes y sonrisas resplandecientes, aún cuando años más tarde música más libre y desenfadada inundara las radios, aún cuando Albus intentase en vano insuflarle su amor por la tranquila, civilizada música de cámara. Para Minerva, la única música que debocaba su corazón, la única que sentía pulsar en sus venas era la música del redoble de los tambores y la melodía de las gaitas de su tierra natal.
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Minerva McGonagall tenía miedo. Aunque se esforzara por ocultarlo, aunque mantuviera un frente estoico y una coraza de fría entereza, por dentro la duda y la incertidumbre la carcomían. Albus Dumbledore había muerto, asesinado por aquel en quien más confiaba, dejando a la resistencia sin guía ni dirección. El Ministerio había caído y Hogwarts había sido traicionado desde adentro, sus valores corrompidos. Ya no era la fortaleza inexpugnable, un enclave de paz y seguridad, no desde que los niños que se suponía que debían proteger eran forzados a hacerse daño unos a otros, no cuando la sospecha y el terror permeaban los muros de piedra. Y su esperanza entera recaía sobre los hombros de un mero muchacho, a quien nadie había visto en meses y cuyo destino era incierto.
Tenía miedo. No por ella, sino por quienes estaban a su cargo, por sus colegas, por todas esas familias desgarradas allí fuera, por los niños, jóvenes y adultos privados de su don sólo por su linaje, por el horror que se extendía por la tierra. Tenía miedo porque el Niño Que Vivió, el Elegido, se encontraba ahora allí con ella, encerrado en una trampa mortal y el anuncio del espanto por venir en sus labios. El-Que-No-Debía-Ser-Nombrado se dirigía hacia allí a toda prisa, dispuesto a llevarse por delante a quienquiera que se le cruzara por el camino y si a duras penas se las habían arreglado con los hermanos Carrow, ¿qué harían cuando Snape se enterara, cuando todo el poder del Señor Oscuro y los suyos se abatiera contra los muros del castillo? ¿Cómo llevaría a cabo Potter su misión demencial, cómo podrían proteger a los cientos de niños atrapados en el fuego cruzado?
Minerva McGonagall tenía miedo. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con la mirada pétrea de Severus Snape, una llamarada se encendió en su pecho. Una llamarada de furia y odio, pero también de valor y resolución. Alzó su varita, lista para la batalla y cuando se batió a duelo con él (un duelo cada vez más encarnizado y letal), en sus oídos no dejaban de resonar los tambores y las gaitas de su niñez, encendiendo la sangre guerrera en sus venas, marcando el compás desbocado de su corazón.
Como aquellos hombre orgullosos de antaño, con sus trenzas y las faldas de su clan, ella partía ahora a la batalla con la frente en alto y el corazón resuelto, y la música de guerra siguió sonando en sus oídos cuando perseguía a Snape como una Furia enardecida, cuando dirigió a armaduras, retratos y pupitres a la lucha, cuando un grito desgarró su garganta al comprobar la muerte de Harry Potter y de todas sus esperanzas, cuando se batió a duelo con el mismísimo Señor Oscuro.
El redoble de tambores y la melodía bravía de las gaitas siguió resonando en sus oídos a lo largo de toda esa noche terrible, impulsándola a seguir luchando como tantos de sus antepasados lo habían hecho en innumerables batallas de antaño.
Sin embargo, cuando el Señor Oscuro finalmente cayó y un rayo de sol anunció el amanecer de un nuevo día, una nueva era, no fue la música salvaje de tambores y gaitas la que inundó su corazón, sino la dulce melodía del arpa de su madre, más allá de la distancia y el tiempo.
La batalla había terminado. Ahora era el momento de luchar para construir la paz.
Tabla