Título: O-o-h Child (2/3)
Personajes: Dean Winchester, Balthazar, Sam Winchester.
Fandom: Supernatural
Resumen: Balthazar solo quiere molestar, es muy feliz haciendo insinuaciones para que Dean se enoje… o tal vez no.
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Sam no quiso regresar a la habitación, y Dean tampoco le insistió mucho. Aunque tenía sus dudas de que tan buena idea era quedarse solo. Al menos, su hermano menor no tendría que aguantarlo dando vueltas por el lugar, apagando y encendiendo la televisión, o rebuscando un libro en su equipaje, para que al encontrarlo, se le quitaran las ganas de leer.
Dean se metió al pequeño baño de la habitación. Pensó en darse una ducha. Pero terminó por quitarse la camiseta y echarse agua en la cara. Cometió entonces el gran error de mirarse al espejo.
Gruñó irritado. En momentos como este, no soportaba su propio reflejo. Era pura suerte, como en la lotería, nacer con ciertos rasgos, no es como si él hubiera pedido pómulos de modelo, por favor. La débil luz de ese foco barato hacía ver sus ojos de color verde manzana, lo que no era nada comparado a como se veían a la luz del sol. Recordó a una chica con la que había dormido, que tenía unas pestañas espesas como las suyas, hasta que se desmaquilló. En aquel entonces sintió un poco de pena por ella, porque los ojos se le veían diminutos.
A diferencia de él, claro, que no necesitaba ninguna ayuda.
Torció la boca con amargura. Ver ese gesto en el espejo lo llevó a pensar en todo lo que le habían dicho sobre ella. Había escuchado los cumplidos más ingeniosos y las peores porquerías respecto a la forma de sus labios, de parte de hombres y mujeres por igual.
¿Por qué se suponía que tenía que soportarlo? ¿Qué le daba derecho a nadie a decirle algo sobre su aspecto? Él nunca lo pedía, no se paraba a preguntar “oye, ¿crees que mis labios son besables o preferirías sexo oral?”
Terminó de secarse la cara, y salió del baño. No iba a dormir si seguía dándole vueltas al asunto.
Y eso que aun no llegaba a cuando fue consciente de su aspecto por primera vez.
- Así que regresaste.
Balthazar lo miró desde atrás de la mesa.
- Me extraña que no hubieras entrado directamente al baño, buscando show gratis - continuó el cazador. Como sea, el ángel estaba viendo algo, porque Dean aun no se había vuelto a poner la camiseta.
- Ah, sí. Sobre eso…
Balthazar parecía incómodo, e irritado por su propia incomodidad.
- Lo siento… - murmuró entre dientes.
- ¿Dijiste algo en enoquiano? No te entendí.
El ángel resopló de fastidio. El cazador se apresuró a ponerse la camiseta, tal vez Balthazar aprovecharía la distracción para marcharse ahora que se había quitado un peso de la conciencia.
- Traje esto, como ofrenda de paz.
Balthazar tendió una botella cubierta por una ligera capa de polvo, y una caja de cartón. Vino y pay.
- No soy tan sencillo - refunfuñó Dean. Pero resultó que sí lo era. Pactaron una tregua, y Balthazar sirvió el vino con profesionalismo, mientras Dean se echaba todas sus capas de ropa encima. La caja del pay tenía el grosor y la tipografía de las pastelerías caras, y el ángel proporcionó un par de tenedores hechos de lo que el cazador, con ojo experto, reconoció como plata. Para cualquier otro, todo esto se consideraría demasiada molestia, pero el ángel probablemente solo tuvo que tronar los dedos.
- Fui a Nueva York por el pay. Y hay una bodega enterrada y olvidada… - Balthazar agitó la mano a lo descuidado -. En algún lugar de Europa. Nadie va a echar de menos unas cuantas botellas.
- ¿Todos en el cielo saben que me gusta el pay? - preguntó Dean, hundiendo su tenedor en la cubierta.
- Cassie fue muy amable de informarme sobre tus gustos cuando le pregunté. Parecía realmente preocupado por ti, y puso mucho énfasis en lo del pay.
Dean dio el primer bocado y asintió con aprobación. Estaba realmente delicioso. Valía la pena pelearse con un ángel. Balthazar le dirigió una mirada disimulada.
- ¿Me he manchado la cara? - terminó preguntando Dean.
- Tu cara está perfecta - dijo Balthazar -. Lo que me preocupa es como tomas los comentarios sobre ella.
El cazador le pudo haber lanzado el pay, con todo y que lo lamentaría mucho, pero no encontró burla, ni la carga maliciosa habitual.
Balthazar le hizo llegar su copa de vino. El líquido era de un ámbar que solo era posible pasando el siglo de existencia. En un impulso, Dean tomó la copa y dio un buen trago. Nunca sería catador, por lo que si llegaban a preguntarle solo sabría decir que percibió un regusto a miel, y una acidez agradable. Lo saboreó.
¿Podría hablar con Balthazar? No era precisamente un buen prospecto de confidente. Pero cualquier otra de las personas que conocía, Sam, Bobby, Cas… les importaría demasiado cualquier cosa que dijera. Además, un ángel tiene que ser bueno para escuchar confesiones en general, ¿no? Sin importar sus particularidades.
Balthazar volvió a llenarle la copa.
- ¿Estás tratando de emborracharme para aprovecharte de mí? - se burló Dean.
- Jamás te haría eso - que Balthazar estuviera tan serio daba un poco de miedo -. Te mereces algo mejor.
Dean, turbado, no encontró más que el recurso de tomar de su copa. El sabor a miel lo reconfortó.
Balthazar se acercó.
- Sabes que no es necesario que hables. ¿Puedo? - preguntó, levantando dos dedos de la mano derecha.
Dean pensó que así sería más fácil y asintió.
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La parecía imposible haber sido tan joven alguna vez, pero lo fue. En aquel entonces estaban siguiendo el rastro de un condenado hombre lobo. Dean recordó la mañana húmeda, a orillas de un bosque, y haber estado recargado contra el Impala, con Sammy dormido en el interior. Su padre había ido a comprar café, y a tantear el terreno con preguntas discretas.
El muchacho tarareaba suavemente para sí, entusiasmado ante la perspectiva de la caza, sintiéndose alerta, con los pulmones llenos de aire frío.
Un autobús se estacionó cerca del Impala. Dean vio bajar al animado grupo de excursionistas, pensando en lo graciosos que se veían con todo su equipo y expresión intrépida. Si todo salía bien, no tendrían que enterarse de lo peligroso que era el bosque en realidad.
Tres jovencitas se separaron unos pasos del grupo, y comenzaron a cuchichear entusiasmadas. Al principio, Dean supuso que su emoción se debía a la perspectiva cercana de ver una ardilla de verdad por primera vez en la vida, pero se dio cuenta de que su atención estaba enfocada en él.
Y no se sintió incomodo, lo encontró de lo más natural. En ese momento fue como si pudiera verse a sí mismo desde afuera, a vista de pájaro. Era un chico apuesto, saludable y lleno de energía, recargado de manera indolente contra un auto clásico. Como si fuera el dueño del suelo que pisaba y todo lo que lo rodeaba. Se trataba de una estampa magnifica.
Ellas se echaron a reír, nerviosas. Uno incluso era mayor que él, y Dean sintió un cosquilleó al notarlo. Esa chica podría decirle a otro chico de su edad “largo, renacuajo”, y lo sabía porque él era más alto y fornido que la mayoría de los que había conocido dando tumbos de una escuela a otra.
Cualquier otro se acomodaría un mechón de cabello fingiendo que era un gesto casual, pero él sabía que no lo necesitaba, le bastaba con sonreírles. Lo hizo, y las risitas se incrementaron. Con las mejillas teñidas de rojo se veían como un adorable ramillete. Tal vez, cuando el hombre lobo estuviera abatido, podría tomarse un descanso.
El guía llamó al grupo, las chicas le dirigieron una última mirada.
La sensación de poder era maravillosa.
Dean se entretuvo con el pequeño caos del grupo de excursionistas inexpertos reuniendo sus cosas para seguir al guía, como un pintoresco rebaño.
Una atención diferente lo hizo retirar la vista del alegre grupo. Su padre estaba a unos pasos de distancia, sosteniendo una charola de cartón con tres vasos, y una bolsa de papel que, era probable, contenía media docena de donas. Su ira se mezclaba con la humedad del ambiente, empapando las hojas de los arboles cercanos. Dean la sintió, incomoda y fría sobre la piel.
Era un profundo desprecio, acompañado de decepción insoportable. En parte contra Dean, y en parte consigo mismo. Había invertido todo el esfuerzo posible en criar a un hombre de verdad, y al final, obtenía… esto. ¿Quién le había dado permiso?
En definitiva, la belleza no era un atributo masculino. Y menos una como esta, con esas grandes pestañas, pómulos altos y labios carnosos. Dean casi podía escuchar los pensamientos de su padre, mientras lo examinaba de pies a cabeza como a un caballo de raza. No se puede ser un hombre de verdad con esa cara tan bonita. Más le vale poner toda la carne posible sobre esos huesos o lo van a confundir con una chica.
El muchacho se sintió hundiéndose en la tierra bajo sus pies. Tal vez si se echaba suficiente lodo encima dejaría de verse así. Tal vez si dejaba que el hombre lobo le destrozara la cara su padre no lo miraría con tanto desprecio.
- Basta, Dean - Balthazar le habló desde décadas de distancia.
Pero el cazador no se detuvo. Ese fue el momento clave, pero no el único ni mucho menos. A partir de ahí, Balthazar vio sonrisas lascivas de humanos, guiños, y gestos, escuchó toda clase de comentarios sobre el aspecto del joven, de los pies a la cabeza, hechos por desconocidos en todas partes, de los cuales al principio no podía protestar ni defenderse. Manos ansiosas de monstruos y demonios tocándolo, muchos “que gusto volver a ver tu linda cara”, sin saber, o tal vez sí, el terrible insulto que resultaba. La mente de Dean, incontenible, lanzó recuerdo tras recuerdo de vergüenza y repugnancia, en una cascada de lodo que arrastraba escombros.
- ¡Detente Dean! ¡Te estás haciendo daño!
Balthazar no se atrevió a romper la conexión, aun cuando para él sería fácil. Solo tenía que dejar de ver y marcharse, pero Dean quedaría solo con sus recuerdos.
- Vamos, si Cassie te pudo sacar del Infierno, yo puedo ayudarte ahora.
El ángel se detuvo un momento para echar un vistazo arriba, para ver si por casualidad su padre se asomaba por ahí, antes de meterse de lleno en lo más profundo de la mente de Dean.