Oct 08, 2011 12:18
Erase una vez, una tribu de sanguinarios desarrapados que fue expulsada de un mítico lugar, llamado Aztlan. En su vagar, dicha tribu llegó hasta un valle ya ocupado por otros pueblos, quienes no querían tener nada que ver con esa banda de mugrosos, por lo que los empujaron hasta dejarlos en un terreno lodoso lleno de serpientes, con inmejorables vistas de una gran porción del lago de Texcoco (esto ultimo esperando que captaran la indirecta y se bañaran en lo que las serpientes hacían su trabajo).
Tras enriquecer su dieta con deliciosa carne de serpiente, la tribu hizo un pormenorizado recuento de los recursos a su alcance… que a grandes rasgos consistían en tierra y agua, y procedieron a aplicar lo primero sobre lo segundo, hasta poder colocar las primeras piedras de lo que seria la ciudad mas grandiosa de su tiempo y el futuro aun por venir.
El anterior recuento fue hecho durante un viaje en metro particularmente largo, por lo que no había medios para confirmar ningún dato. La historia de un peregrinaje conecta con la historia del otro. De ambos se saca la enseñanza de que a la Madre Naturaleza le importa muy poco el esfuerzo constante de la humanidad. Cuando la tribu Mexica decidió sacarle la lengua a quienes los habían despreciado y construyó sobre un lago nada más por sus tanates, a la Madre Naturaleza, sus afanes le pasaron de noche y en patines. Aquí había un lago y háganle como quieran. Sin importar la piedra y el asfalto que le pongan encima, esto originalmente era un lago, y no vamos a cambiar los patrones de lluvia nada mas porque ustedes quieren llegar a su casa en algún momento del presente día.
Seguro que otra cultura más civilizada hace mucho que hubiera diseñado un plan para que la lluvia no interfiera demasiado con la rutina cotidiana. Pero parece que aquí siempre nos toma de sorpresa, y tenemos arraigada la idea de que un peregrinaje es algo muy respetable, y cualquier cosa que valga la pena, debe implicar mucha caminata. Incluso el regreso a casa.
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